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Mario Loyola


Un ser, sin importancia, intentando hablar con el ser que no ha podido olvidar. Por favor, denle una oportunidad de entretenerles. No sabría si es horror, aunque ese es el objetivo.


Horror Horror adolescente Todo público.

#locura
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Inmortales

Este es mi primer intento de escritura, espero lo disfruten y apoyen este gusto por escribir con críticas que me permitan mejorar y entregar historias más interesantes o fascinantes. Disculpen que el texto no esté justificado, pero no sé manejar esto, sin más, ¡Qué sea de su agrado y les haga pasar un rato agradable!


¿Recuerdas los dulces sabores de nuestra infancia marchita? ¿Recuerdas las miles de travesuras que juntos hacíamos y que sólo eran paradas por las hermanas? ¿Recuerdas las historias y mitos que las hermanas nos contaban? ¿Recuerdas esas dulces ancianas que fingían enojo, pero terminaban regalándonos una sonrisa? Seguramente ellas se encuentran descansando en los amplios jardines celestiales que nos detallaban como la más solemne y bella de las promesas, jardines donde las fieras son tan mansas como el más pequeño cordero, donde la fuentes segregan agua tan limpia y pura que una sola gota saciaría la sed de un universo decadente, donde las frutas se encuentran al alcance de cualquiera y contienen dentro de sí las delicias que en vida nadie había podido probar, donde los alimentos deleitan el gusto y no la necesidad , pues sus habitantes ya no sienten el hambre o la sed que los condenaba humanos, sino que existen sólo para recibir las recompensas de quienes soportan la inmundicia de un mundo degenerado.

Nunca fuiste alguien que gustara de los recuerdos, lo sé bien, preferías mil veces olvidar todo lo que te atara a un mundo corpóreo y desatado como el nuestro y, aún así, jamás lograste deshacerte de esos recuerdos de infancia y de mi persona, sé bien que lo intentaste tras ese fatídico día. Crecimos en un mundo cruel, me lo recordabas constantemente, a lo que las hermanas sólo regresaban a contar la promesa de un mundo celestial, en el que la libertad sería eterna y donde no podría llegar mal alguno. Hasta tú, un alma atada a la negación, enmudecías ante tales promesas y sonreías con esperanza en tus ojos, -¡si las hermanas lo dicen debe ser verdad!- comentaste la última vez que nos contaron la historia, la última vez antes de que las dulces hermanas que cuidaban nuestras vidas murieran en la oscura noche iluminada por el fuego, sus gritos rompían el silencio sepulcral, unos gritos que recuerdo vivamente pues no rogaban por sus vidas, sino que nos alentaban a alejarnos y correr lo más lejos posible, tú corrías entre las demoníacas llamas y tomabas mi mano para llevarme contigo, nos libraste de las llamas y nos permitiste vivir al perdernos en el oscuro follaje del bosque, todo mientras unas risas dementes nos acompañaban.

¿Recuerdas cómo comenzó todo? ¿Cómo la humanidad alcanzó su más grande sueño? ¿Cómo se crearon las desdichadas criaturas que habrían de sufrir tormentos y penas eternas por sus pecados o por simple artimaña del destino? ¿Cómo todo se convirtió en un juego para la mayoría? Claro que lo recuerdas, esa noche maldijiste todo lo que se podía maldecir, no hubo gobierno, sociedad o Dios a quien no culparás por la crueldad de tan aberrantes actos o la debilidad que sobre nuestra consciencia caía con la muerte de tan queridas personas. Éramos dos niños que acababan de pasar horrores; tú, siempre inteligente y mostrando cualidades demasiado avanzadas para la edad que nos unía; yo, siempre callado y esperando por un nuevo protector.

Esta sociedad fue un error, un burdo error que jamás debió lograr superar los límites de su propia mortandad, debió desparecer en su locura, pero no fue así. Todo comenzó por un descubrimiento, un gran adelanto que cumplía con las expectativas de los gobiernos inversores, la humanidad veía su ancestral sueño cumplido, la inmortalidad era ya un hecho; no fueron las manzanas doradas de las Hespérides ni la fuente de la eterna juventud, sólo la constante humana en su deseo por alcanzar a los dioses. Maldecías a los ricos y poderosos que tuvieron acceso al milagro y, a la vez, meditabas constantemente sobre aquellos que debieron ser los sujetos de experimentación y sobre sus tristes destinos, de los cuales nadie jamás anunció nada, o al menos hasta que ya no se pudo esconder nada.

Dudo que la muerte sea tan sencilla de acabar-comentaste una mañana mientras descansábamos bajo la sombra de un árbol. Ese mismo día reíste ante las pocas palabras que despotricaba mientras escuchábamos, por la radio que las hermanas nos prestaban, la noticia de que los ancianos que creían su vida eterna se habían topado con la cruel realidad: me explicaste que sus cuerpos inmortales si eran, pues sus heridas se curaban y las enfermedades ya no los afectaban, pero que no habían tomado en cuenta que inmortalidad no correspondía con la eternidad, y ellos seguían envejeciendo. Recordaste tus dudas sobre los primeros, los conejillos, y entonces te percataste de algo que las noticias casi deseaban no mencionar, los ancianos rogaban, en plena entrevista, que les brindaran la muerte, que no les dejaran seguir así, -seguramente han perdido la cabeza-decías, mientras apagabas la radio.

Tú siempre buscabas enterarte de todo y, aún con tu poco sentido de querer recordar o relacionarte, siempre buscabas la forma de explicarme, de permitirme comprender aquello que te parecía importante. Con el pasar de los días te pegabas a la radio y escuchabas, procedías a impartirme lo aprendido sobre aquellos necios que habían querido burlar a la muerte, como estos poco a poco perdieron la cordura y ni todo su dinero les pudo brindar lo que buscaban, el final de su sufrimiento. Esos casos, aunados a lo descubierto en los laboratorios con los sujetos de prueba, llevaron a los gobiernos a suspender el uso de aquel milagro, eso parecía el final de todo…desgraciadamente, una cosa así no puede detenerse.

Una mañana habías despertado más temprano de lo usual, y, al lograr localizarte, sólo mostrabas un terror que no te creí capaz de sentir, tu piel adquiría el color de la muerte por su palidez. Corriste con las hermanas y en tu desesperación casi les gritabas con reproche, tu pánico sólo fue calmado por las tiernas palabras de aquellas mujeres, que se mostraban tranquilas; tú, más calmado pero sin ganar color alguno, preguntaste sobre la verdad de las últimas noticias, aquella mala broma que un gobierno caprichoso había instaurado como ley, y que cientos de miles habían ovacionado como la más inteligente de las decisiones; ellas, las dulces hermanas, no hacían más que intentar tranquilizarte mientras que, no sin cierto aspecto sombrío en sus rostros, confirmaban la veracidad de tal monstruosidad, ellas mismas te aclaraban que el milagro se convertía en un juego para los viles y crueles, un juego en el que cualquiera podía matar y tener dos posibles desenlaces: el ser descubierto y convertirse en un ser tratado por el milagro, dedicado a la diversión de otros; no ser descubierto en un plazo de 10 años, por los medios que fueran, y entonces recibir una recompensa por su ingenio.

Era algo blasfemo, te repetían las hermanas, pero, con ayuda divina, no deberías temer que tal suceso siquiera se acercara a la puerta; el bosque cubriría ese lugar de la vileza de sociedades que se mostraban participes de una locura cruel, de una broma sin escrúpulos. Desgraciadamente, la humanidad mostraba su naturaleza enfermiza, destructiva y vil ante tan pronunciada oportunidad de ceder a sus instintos, tú me convenciste de creer en las hermanas, así como tú mismo deseabas hacerlo…sabemos el resultado.

Sostuviste mi mano por algunos años más, hasta que a los 10 decidiste dejarme por mi cuenta, diciendo que necesitabas hacer algo ajeno a mí, que desde ese momento acababa nuestra familiaridad. Tuve la suerte de encontrar un panadero, un anciano que se compadeció de un niño y le permitió vivir a su lado, mientras que tú te perdiste de mi vista en el transcurso de los años, más no de mi memoria; triste fue el que ese juego no dejó de estar en marcha, cada semana se oía una muerte nueva, un descuartizado más, un ahogado, un baleado y tantas formas más que el panadero me explicaba, la ciudad cercana a la villa se había convertido en un punto sangriento.

Regresaste una noche, tras el paso de 5 años, y sonreíste como si no hubieras hecho nada, hablaste conmigo frente al panadero, como un viejo amigo, y así hablamos hasta que mi anciano protector se fue descansar. Inmediatamente cambiaste el semblante y me pediste que te siguiera a las afueras de la villa, cerca del bosque; ahí me mostraste el nivel de tu locura, pues a la luz de la luna destapabas el cuerpo de un hombre corpulento, quien en su cara mostraba la sorpresa que seguramente se había llevado antes de morir, y que manchaba con su sangre la pureza del césped; ante este descubrimiento tú sólo sonreías y me mirabas expectante, y al no ver reacción alguna simplemente me dejaste ahí, ante la escalofriante escena que habías creado entre el contraste de la luz plateada de la luna y la sangre escarlata.

Al día siguiente apareciste como si lo mostrado no hubiera sido más que un sueño, y te sentaste a la mesa a tomar los alimentos que mi venerable cuidador gustoso nos brindaba, sin duda era un alma buena en un mundo podrido. Y así estuviste apareciendo a lo largo de una semana, hasta que, una mañana sin más, te encontré mirando a mi protector, quien, por primera vez desde que vivía con él, no se había levantado antes que yo…y que jamás se volvería a levantar. Volteaste a verme, de nuevo mostrando necesidad, incluso anhelo, de que te diera alguna reacción; esperabas mucho de ese suceso, sin embargo, no obtuviste lo deseado y mantuviste un sepulcral silencio sin más. Esa misma tarde, los vecinos me ayudaron a preparar una noche de despedida para el panadero, nadie podía llorar por la impresión de que tan magnifico hombre había perecido, y sólo atinaban a consolar al desdichado joven que volvía a quedarse solo, tú mismo atinaste a quedarte a mi lado y esperar a que la gente abandonará la morada, con la llegada del alba. Con el final del momento me ayudaste a cargar la caja, en total silencio, junto a 4 hombres que dirigieron nuestros pasos al cementerio, al lugar donde aquel panadero podría descansar. Ahí, con la partida de aquellos hombres, te decidiste a hablarme sobre tu nueva partida y a seguir con tus asuntos, dejándome con mi soledad una vez más.

Tras un año regresaste y, como si de un espectro se tratara, volvías a perturbar la calma de quien buscaba seguir su vida sin protector alguno, aunque el último me había dado los instrumentos para seguir existiendo al mostrarme su oficio y las delicias del mismo. Regresabas con una sonrisa en medio de un día ajetreado por los sucesos que acontecían: un nuevo cuerpo era encontrado, de nuevo alguien ajeno a la villa y su vida, el anterior hombre había sido descartado por la falta de culpables, y con ese hallazgo los dedos de los cercanos te acusaron, por un momento el temor se apodero de tu rostro mientras los policías de la ciudad cercana se acercaban a ti; intervine diciendo que era imposible tal suceso, tú habías estado en mi casa acompañándome por el aniversario del viejo panadero, nadie podía decir que era mentira, y por ello nadie pudo inculparte de nada…

La gente se dispersó, y la policía se llevó a una bella joven ajena a la villa, sin ninguna conexión y, por lo tanto, sin ninguna excusa que la salvara de su destino. Entraste a mi casa como si fueras un conocedor de cada rincón de ella, y probablemente lo eras, siempre habías sido vivaz e inteligente; afuera se escuchaban los gritos de la chica y su alegato de inocencia, alegato desoído y que, sin embargo, yo sabía cierto, y tú tranquilamente, recuperando el color después de tu esquivo destino, tomaste asiento y me dijiste las palabras que quedarían grabadas en mí, mientras tú existas, jamás seré culpable. Con el paso de la tarde me contaste sobre tu vida en la pequeña ciudad, sobre como el asesinato y la crueldad, casi como pesadillas ajenas a la humilde villa, son tan naturales que las personas simplemente callan por miedo a tomar lugar en la larga fila de difuntos…o de “inmortales”; me cuentas sobre los espectáculos que se han hecho de estas personas y las múltiples formas en que sus cuerpos han servido para la risa de jóvenes y niños, sin duda una monstruosidad a la que yo mismo no soy ajeno al haber hecho viajes a ese lugar, tus descripciones sólo me traían recuerdos de muerte y dolor…

¿Sabes qué me sorprendía en ese momento? El hecho de que contabas todo con una calma casi envidiable, como si un anciano contará a su nieto una historia de brujas con final feliz o como si un niño relatara a sus padres sus impresiones al observar un animal por primera vez. Y de repente tu rostro dejo de mostrar la bella calma que tanto envidiaba para empezar a mostrar interés, volteaste tus ojos hacia mi rostro y comenzaste a explicar lo que habías estado haciendo: el cómo habías hecho uso de tu ingenio y, ¿por qué lo negaría?, tu belleza, todo para unirte al festín de sangre al que cientos y miles ya se habían unido; detallaste la forma en que lograbas que mujeres y hombres, nunca metiéndote con niños o ancianos, se sometieran a su lujuria y te siguieran a lugares escondidos, cuidadosamente preparados por ti, quien intentaba aprender de sus errores, para lograr eludir a las autoridades, cada vez más prestas a cumplir su misión de encontrar a los culpables; me contaste los íntimos detalles de la seducción que precedía a los amordazamientos, a los destazamientos, a las largas pláticas que llegabas a sostener con algunas de esas personas quienes, en su mala suerte, habían cedido a sus instintos y te habían encontrado con ganas de platicar hasta el amanecer. Cuando tu relato finalizo, te atreviste a mirarme directamente a los ojos, con esa sonrisa tan escalofriantemente tranquila, y esperaste una reacción de parte mía, se notaba en tus ojos; no obtuviste nada, y bajaste la mirada antes de dirigirte a dormir, tomando rumbo a mi habitación como si fueras su dueño, y yo no pude negarte ese derecho. Al día siguiente desapareciste una vez más, sin dejar un adiós por firma.

Me encontraste la tercera vez, tras tres años, tú te dirigías a la villa, yo a la ciudad, y sin más decidiste acompañarme en mi viaje, había un sutil cambio en tu comportamiento que demostró el desconocimiento que yo tenía de ti. Cual sombra decidiste pasar todo el tiempo conmigo, incluso me invitaste al lugar donde residías temporalmente y me obligaste a andar contigo de un lado a otro, siempre procurando el observar mi cara y sonreír con la delicadeza de quien es bendecido por los dioses, sin duda tu sonrisa ocultaba algo y yo no era capaz de comprenderlo. Cuando la luna alcazaba su cénit absoluto, tú me pedias que te acompañara, tu voz sonaba decisiva y tus ojos, por primera vez desde que yo recuerdo, mostraban una tristeza absoluta. Caminamos durante bastante tiempo, de un lado a otro, hasta que, poco a poco, las bulliciosas calles perdían su continuo ruido y tú caminabas más despacio, casi pareciendo desvanecerte en las sombras nocturnas; me arrastraste por las calles, asegurándote que estuvieran vacías, sin vida, y que, de ellas, así sean las calles principales o simples callejuelas y callejones, no saldría intermediario o sonido alguno que limitara lo que en tu cabeza llevaba gestándose desde antes de nuestro encuentro. Con la seguridad de la noche te decidiste por actuar y llevarme al lugar que habías previsto, un callejón escondido entre los edificios de apartamentos…

En el interior de ese frío callejón por fin te decidiste a actuar, me arrinconaste hasta el paredón y ahí mismo sacaste una fina daga plateada de entre tus ropas, todo pasaba mientras tu sonrisa seguía decorando tu rostro - ¿recuerdas lo que hiciste? ¿no es así? ¿por qué ellos? - por fin expresabas lo que tanto tiempo habías guardado, lo que tanto tiempo te había llevado a querer alejarte de mí, sin jamás conseguirlo. ¿Callarás ahora?, permíteme refrescar tu memoria- decías mientras acercabas la daga a mi corazón, mientras tu cara se acercaba a la mía y tus ojos se dedicaban a observar a los míos-Desde la huida al bosque jamás pude olvidar tus risas sádicas, crueles, unas risas que me provocaron tal temor que me hizo batallar por las noches al seguir a tu lado, esas risas que me llevaron a intentar dejarte de lado, por tu cuenta-, decías cada palabra de tal forma que estas ajustaban su ritmo al ritmo de la daga incrustándose en mi pecho,-¿Disfrutaste de ver el infierno consumiendo a las tiernas hermanas? ¿El veneno fue tan efectivo con el dulce anciano?, irónico es que ellos te enseñaron a vivir y tú, en agradecimiento, los llevaste a su final- y la daga seguía incrustándose un poco más. Tu bello rostro, para ese momento no podría haber negado lo evidente, me mostraba una verdadera cara llena de dolor y fanatismo, y mientras tus lagrimas caían no pude evitar cambiar mi eterna cara fría por una que, por primera vez, mostrara lo que sentía; volviste a sonreír al mirar mi propia sonrisa, tus ojos mostraron una chispa que hasta ese momento no había visto, por fin habías conseguido la reacción que tanto querías, el dolor que sentía me hizo sentir vivo y alegre, había corrompido a un ángel.

- ¿Por fin me aceptarás? ¿Me reconocerás? Tu risa se incrusto en lo más profundo de mi ser y, lo que en un inicio me causó terror, ahora sólo me causa el torcido deseo de volverla a escuchar- Dijiste al alejarte de mi y dejar una herida lo eficientemente profunda para lastimarme, pero no para matarme y, mientras lamías lentamente la sangre que adornaba la daga, no pude evitar reír y complacerte por última vez. Tomaste de nuevo la daga y, en un tiempo tan rápido a ojos ajenos pero eterno para nosotros, la clavaste en mi abdomen, lentamente lograste que la sangre brotará de mí; una sonrisa, la más radiante y bella que te había visto, estuvo presente en tus labios, la escena con la que me provocaste a soñar se complementó con un ligero beso a mis labios, a la par de la estocada final; lloraste y yo sólo lamí tus lágrimas antes de caer al suelo. Estamos condenados, jamás veremos esos jardines celestiales, pero al menos nos volveremos a ver-dijiste al tiempo que sacabas un arma de fuego escondida entre los botes de basura, me miraste por última vez y disparaste el arma desde el interior de tu boca.

Tu cara refleja sólo una incógnita, al menos eso quiero creer, ¿por qué me cuentas lo que ya sé?, y yo no podría estar más de acuerdo, pero en este momento lo que más me sobra es el tiempo, el tiempo se ha vuelto contra mí y ha encontrado la forma correcta de castigar mi horrida forma de ser y actuar, mis pecados han sido juzgados, tú también tienes tiempo, así que déjame contarte lo que tú ya no viste. ¿Puedes creer mi mala suerte?¿o es que tu gran final era negarme la muerte?, no morí con tu sorprendente preparación, dejaste un cabo suelto puesto que al dispararte llamaste la atención de un par de policías que pasaban cerca del callejón, un par de policías que me encontraron moribundo cerca de tu propio cadáver, ambos me llevaron al hospital más cercano con el deseo de mantenerme vivo, mientras que tu cuerpo iba sentado a mi lado; fui intervenido y salvado de las garras de la muerte, y esos policías se quedaron conmigo toda la noche, mientras tu cuerpo permanecía en espera de ser identificado. Al día siguiente, ambos policías se encontraban cercanos a mí y, al notar mi despertar, sonrieron y se acercaron a mí, uno se acercó a mi oído y dijo-gracias por seguir vivo-mientras sonreía de manera repulsiva y asquerosa; su compañero se unió al ver mi cara de duda y dijo-Si no hubieras sobrevivido no tendríamos al asesino más buscado de nuestra ciudad. Fue un detalle que te dejarás atrapar tras volarle los sesos a tal belleza. Desde ahora eres el asesino que nos hará ricos, por ello te permitiré un último favor antes de entregarte-, ellos se rieron de mí y yo sólo pude pedir una cosa, que me permitieran enterrarte en el lugar que también sería mi tumba, en algún lejano día.

¿Te sorprendes?, ellos sólo buscaban a quien inculpar de los 50 cuerpos que habían aparecido a lo largo de la ciudad y que no habían podido ser identificados, 50 cuerpos de los cuales yo fui inculpado injustamente, de esos cincuenta cuerpos veinte pertenecen a los desafortunados lujuriosos que cedieron a tus encantos, de los otros treinta sólo puedo reír, finalmente fui atrapado por mis pequeños viajes a la ciudad, ¿sabes? mucha gente confía en los niños y jóvenes, otros sólo los miran con lujuriosas miradas, empecé joven mi colección de memorias. Jamás pedí clemencia, incluso la gente miraba sorprendida el hecho de que no hubiera reacción alguna, me convirtieron en uno de esos tristes intentos de dioses, burlas vivientes al servicio de la putrefacción humana, un ser tocado por el milagro.

Hubo algo de lo que jamás advirtieron cuando ese juego comenzó, el porqué de la locura insensata de los que habían sido tratados con tal blasfemia contra la creación, después de todo jamás esperarías que una invención humana no sólo tocará los límites de la mortalidad, sino de la propia existencia al mostrar aquello que espera en la muerte. Mi locura no comenzó desde el momento en que el viento y la brisa me fueron permitidos, la luz del día jamás volvió a ser una vista para mí, fui colocado al lado de la chica que años antes había sido acusada en la villa, quien sólo lloraba y reía de manera demencial; ante mí se abrieron las terribles visiones de oscuridades infinitas que eran alumbradas por purpúreas luces que terminaban de jugar con la esperanza de sus habitantes, almas atormentadas que vagaban sin conocer su camino, pero siempre escapando de los horrores que las atormentaban, crueles verdugos deformes por la oscuridad de esos corazones corrompidos, ajustados a los temores de cada una de sus víctimas, todo ello ante la atenta, fría y distante mirada de un anciano posado en un trono de penas y llantos; mi locura acabó con mi frialdad física cuando te vi correr de montones de cuerpos que acoplaban y desacoplaban sus extremidades a capricho, todos con una fría expresión.

No te vi en mis primeros días cumpliendo mi condena, ni siquiera en mis primeros años, a pesar de que te buscaba entre esas masas de seres inmundos y despreciables, sorprendiendo a los extraños que me veían por mi frialdad y falta de interés, incluso me animé a preguntarle a la masa de lágrimas que era la chica a mi lado, y ella sólo siguió riendo. Soporté los dolores físicos de las personas que jugaban con dagas y látigos, con espinas y cualquier objeto que pudiera provocar dolor y sangre, pero nada de eso me cambiaba la expresión, incluso soporté las visiones de la muerte y la socarrona sonrisa del lejano anciano. Lo que me hizo descender en la locura a tal grado que mi fría cara se contorsiono en terror, para deleite de quienes me veían, fue el encontrarte corriendo de esas deformidades viscerales y constantes. Seguramente las dulces hermanas y el amable panadero perdonarán mis pecados, aunque no podría aclararlo pues jamás tendré de ellos una vista piadosa, una última oportunidad de expiar mi crueldad, pero mi mayor terror surgía de ti y mi impotencia; tú, sin poder verme, te veía correr en todas direcciones y formar con tus labios una única palabra, mi nombre se convirtió, aparentemente, en lo único que querías decir; desde entonces estallo en carcajadas cada vez más fuertes y enfermizas, alargándolas en las horas y los días que pasan de tal manera que, espero, un día me oigas, que un día pueda sufrir el tormento a tu lado. Algún día he de morir, eso me lo ha asegurado el anciano al mostrarme la sombra que será mi verdugo, mi eterno perseguidor, pero mientras eso pasa no dejaré de gritar hasta que mi garganta sangre, no dejaré de llorar por tu sufrimiento, no dejaré de hablarte y esperar que un día me veas…sin duda tengo bastante tiempo por delante, y de todo lo que he relatado a tu sombra, de todo lo que hice, sólo puedo lamentar una cosa: no poder ver tu bella sonrisa una vez más.

18 de Noviembre de 2020 a las 18:51 0 Reporte Insertar Seguir historia
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