El gélido viento soplaba moviendo la platina cabellera de Rhidall, éste se dirigía al castillo de Hellscrowrock . En sus vivaces ojos estaba enclaustrado el anhelo ardiente de llegar cuanto antes a la meta de su empresa. Tenía una obligación moral de acudir y restaurar el orden, pues el despótico señor de la nívea Hellscrorock, había tiranizado a sus siervos. Bajo la condena del ostracismo, los grandes pensadores de la ciudad, los poetas y hombres que abrazaban las ciencias y las letras, salieron errantes bajo el pórtico de los cuervos; arrojados al inclemente invierno.
Antaño, Rhidall había sido el consejero del Averius I, señor de tierras septentrionales. Bajo el mandato de Averius la ciudad gozó de una mejoría en la infraestuctura urbananística, la asamblea popular conocida como los Quinientos de las montañas se reunía con asiduidad y eran escuchados, los artistas itinerantes llegaban a raudales y eran invitados a brindar de arte a la corte bajo los altos techos palaciegos; Averius I y Rhidall, cuando paseaban por las callejuelas de Hellskorock, se codeaban entre el vulgo escuchando sus peticiones, saludando, yendo a las tabernas.
Todo esos tiempos de bonanza se habían esfumado, como se esfuma un momento en una noche de embriaguez. Su hijo, Edgardo, que tantas veces había paseado de la mano de Rhidall, subió al poder. Barriendo toda la obra de su progenitor, desterró a todos los artistas y emprendió acciones beligerantes contra las aldeas colindantes; con las que Averius siempre había una relación de cordialidad, siendo Hellskorock su protectora, su madre nutricia. Pero al señor Edgardo eso no le importaba ni lo más minimo, había enviado a su menasda de guerreros de élite, arrasando sus exagües plantaciones, sacando a las mujeres de sus casa por la fuerza para llevarlas a la ciudad y que ejercieran oficios que me voy a privar de mencionar; los niños que frisaban la adolescencia y demostraban aptitudes fisicas eran enviados a las minas de las Montañas de la Tormenta, donde su sustento nutricional eran migajas de pan y un cazo de sórdida agua. Pero la esperanza de Averius, antes de que Rhidall marchase le fue trasmitida a este último, era un niño recién nacido llamado Benrir, su nieto.
Todo estaba gestándose para sucumbir ante los implacables acontecimientos venideros. Rhidall caminaba entre la espesa nieve, sus miembros ateridos le deberían hacer detenerse; pero él iba directo a su objetivo. Cada recoveco, cada sombra que descansaba por el sendero que recorría este anciano era filtrada por su escrutadora mirada. Según sus cálculos – que rara vez erraba-, le quedaba un día de esfuerzo para llegar al término de su derrotero. Hellscrowrock, donde sus consejos siempre habían sido aclamados y sus palabras habían sido un manantial de sabiduría para los sedientos ahogados en infortunios. Llevaba tanto tiempo sin volver, y durante el trayecto se preguntaba continuamente cómo sería recibido.
La última vez que había estado allí, el señor Averius convocó a todo el pueblo para hacerle un pasillo reverencial que denotaba la tristeza de su marcha. Violines, cornetas, tambores resonaban acompañado los cascos del córcel de Rhidall, los rostros de los ancianos se perlaban de lagrimas, guirnaldas de flores eran arrojadas a los cascos. Y antes de su marcha, Gindrakos, el último cuervo albino fue entregado de la mano del señor Averius, mientras todo el pueblo se entregaba en ovación entre vítores y aplausos. Y nadie supo más del paradero de Rhidall, excepto Averius; con quien mantenía una relación epistolar gracias a Gindrakos, el cuervo más veloz sobre la faz de este mundo.
Rhidall ahora volvía, haraposo y famélico. Llevaba días atravesando el escabroso bosque de Notnier, también conocido como el umbral de la frialdad. Podría decirse que no es el lugar más adecuado por el que un hombre en edad provecta debiera ir; un climatología adversa, viles criaturas con corazones asilvestrado y fiereza indómita se cobijan en la penumbrosa frondosidad de la vegetación que se alza sobre el níveo suelo. Muchos viajeros intrépidos se han perdido en Notnier, pasando a ser todo un banquete para los gusanos y para los carroñeros, siendo atrapados así, en las sombras del bosque para la posteridad. Pero Rhidall, pese a su senectud, era poderoso y pocas criaturas podrían hacerle frente. Pero a él le envolvía un aura que infligía respeto.
Sumido en profundas meditaciones, el final de la tramada se le pasó volando como una mariposa a merced de un viento tormentoso. Ya divisaba, en lontananza, las ciclópeas murallas; salvaguardianas de la seguridad cara la vileza que rodea el norte. La ciudad estaba coronada por una gran colina en la que descansa el baluarte de Edgardo. La ciudad, está cercada por una muralla de unos siete metros de altura, ésta tenía cuatro entradas que estaban situadas coincidiendo con los puntos cardinales. Rhidall, iba atravesar la Puerta Sur, en la que dos centinelas estaban apostados cada uno con una alabarda, la cuchilla tenía forma de la cabeza de un lobo. Sus yelmos eran una cabellera de algún gran mamífero, y llevaban el blasón en el peto de armadura, de una un cuervo picoteando las comisuras oculares de una calavera, había sido actualizado por Edgardo, pues cuando Rhidall había partido era el cuervo albino volando sobre una blanca colina con un fondo negro. Los guardias cruzaron sus alabardas para impedirle el paso.
- Por orden señor Edgardo, aquí no puede entrar nadie sin expresar qué motivo le trae aquí. Nosotros valoraremos si eres bienvenido, o por el contrario tendrás marchar por donde has venido- Dijo uno de los guardias.
-Mi motivo es acuciante, vengo por orden del único dueño de esta tierra, Averius. Tras su plañidera muerte, me llegó una epístola a través de mi querido Gindrakos. He venido a derribar la tiranía que ha implantado Edgardo, y despejar las madajas de niebla en las que se ve sumida Hellscrowrock, Pues los dictados de su avaricia, son sombras que se han dilatado sobre lo que otrora era una apacible ciudad. Soy Rhidall, aunque me fui con un aspecto más incólume, sigo teniendo las mismas habilidades con las que dos como vosotros podrías hacerme frente. Por favor, dejarme pasar, o seréis brasas esparcidas por la nieve.
Los guardias, se mostraron impávidos ante la advertencia del tísico anciano. Y comenzaron a emitir ruidosas carcajadas.
- Maldito, vejestorio. Lárgate y no perturbas nuestra paciencia. Eres un jodido chalado, fuera de aquí. Lo único que conseguirás es que arranquemos tu puta cabeza arrugada de tu cuerpo, y le demos patadas hasta cansarnos hasta defecar sobre ella – Dijo mofándose un guardia.
Rhidall, ante esa risotada. Se sacó su manto de piel de oso, con una parsimonia espasmosa. Miró fijamente a los centinelas. Éstos, perplejos se miraron, sin saber muy bien qué hacer.
- ¿Sabéis? Habéis tratado mal a un viajante, que viene con una empresa desde las antípodas de este lugar. He atravesado desiertos y montañas, ríos y océanos, para que dos cretinos se inteporgan en mi camino. Os he avisado. ¡Gindrakos!
Un fulgor alabastrino descendió en picado desde los cielos, aterrizando sobre los ojos de uno de los guardias que ahora gritaba como un poseso. Habïa quedado sin ojos, de sus oquedades manaba un reguero de sangre rodeada de vaho por el gélido frio que hacía. El otro guardia, quedó como un pasmarote sin saber cómo reaccionar. Rápidamente, Gindrakos, se posó en el hombro de Rhidall. La mirada ojizarca del anciano se torno a violácea.
- Acabas de encender el fuego que habita en los de mi especie.
Alzó su mano y apuntó hacía el guardia. Y unas serpientes llameantes, de un color purpureo, empezaron a culebrear en dirección del guardia. A éste, que se hallaba totalmente aterrado, le temblaba cada fibra de su cuerpo.
- Deteneros.-ordenó Rhidall- Si quieres seguir con esta pantomima, arderá cada trozo de tu pútrida piel, atestada de mierda. Déjame entrar, y ni se te ocurra anunciar mi entrada, o sabrás lo que es un abrazo constrictor de fuego – dijo solemnemente el anciano. - Gindrakos, tu puedes alzar el vuelo y reunirte con los cuervos. Te mantendré al tanto si precisara tu ayuda.
La albina ave se esfumo dejando tras de sí una blanquecina estela. Rhidall, volvió a ponerse el manto sobre sus hombros, y con su báculo a una mano y unas bolsas llevadas a la espalda rebasó el umbral de la ciudad. Cuando llegó una nostalgia invadió sus mientes, todo estaba carcomido por la decadencia y la avaricia de Edgardo. Las calles eran dédalos donde se acumulaban heces y orina de animales. Las prostitutas arracimadas en las puertas de los negocios, con sus rostros tiznados de mugre, sonreían amargamente al ver un foráneo pasar frente a ellas. Los viandantes con los que se tropezaba el anciano solían ser patanes borrachos, sumidos en la añoranza de revivir tiempos mejores; que ahora ahogaban sus desventuras en bebidas mal destiladas. Borrachines zarrapastrosos, mujeres que vendían su cuerpo amargamente, palurdos comerciantes. Qué había sido de aquel prospero tiempo en el que los pintores y poetas venían a buscar un mecenas a las posadas, y los acaudalados señores de los alrededores venían a ofrecer mecenazgo a la élite intelectual y artística. Pobre Averius, si viera lo que su vástago había hecho con la Hellscrowrock. Ahora entendía el por qué de la misiva que le había enviado antes de su final.
Pese a todas estas abigarras deformaciones degenerativas que pululaban por las adoquinadas calles de Hellscrowrock, a Rhidall aún le quedaba comprobar en qué estado estaba el Bastión de los Señores del Frío. Pues en medio de la ciudad se levantaba una colina que estaba coronada por la ya mencionada fortaleza. Según el folclore de estas tierras boreales, cuando aquí aún no habitaba nadie y este emplazamiento era una minúscula parte de terreno virgen perteneciente al extenso bosque de Notnier apenas hollada por ningún hombre. Un hombre conocido como Fronus Kalblud, lideraba a su tribu nómada que caminaba por la vastedad del mundo, buscando un sitio donde asentarse. Fronus había tomado la determinación de hacer alto en la cumbre de una colina, por los árboles coníferas que ahí había amontonadas, y que pensaba usar de resguardo para pernoctar. Un viento huracanado soplaba con vehemencia aquella noche, acompañado por intervalos en los que granizaba que batía contra los cuerpos de mujeres, niños y hombres con una fuerte impetuosa. Lo peor para estos errabundos, aún estaba por llegar, pues por aquel entonces nadie de los alrededores de Notnier se aventuraba a penetrar su frondosa vegetación por el horror que les causaba Atalolioth.
Atalolioth, era un gigante extraviado que tras las Guerra del Valle del Oro, en la que los hombres se aliaron para echar la dinastía de los déspoticos gigantes. En su fulminante retirada, Atalolioth se perdió en Notnier, y gritó los nombres de sus semejantes durante años buscando una respuesta que jamás llegó. Ahora era un elemento más de Notnier, y de lo más peligroso. Esa noche, sintió el olor de los hombres que estaban acampando en el pináculo. Con largas zancadas, pesadas y ruidosas, fue trotando con el objeto de darles muerte. Es notorio, que un gigante con hambre se deja seducir por la practica de la antropofagia, y éste no era un caso anormal.
A Fronus le tocaba esa tormentosa noche servir a su grupo de vigía, por lo que resguardándose de las precipitaciones bajo las ramas de los árboles, sujetaba una larga pipa con sus ateridas manos, el humo era su acompañante ante la inminente llegada de la colosal criatura. La mirada de Fronus Kalblud era penetrante y sus pupilas podían segar toda bruma y vegetación con el objeto de localizar una presa o intruso al que darle un descanso perpetuo. Aunque dadas la inclemencia climatológica que sacudía el mundo esos días; éste, llevaba varios días sin probar bocado, porque las pocas piezas que conseguían cazar se las cedía a los más pequeños y ancianos. Pese a esta carencia alimenticia que sufría en aquel momento Fronus, su torso seguía terso como siempre, y sus brazos émulo al de un herrero, eran capaces de blandir su temido martillo de guerra. Pocas veces lo blandía, pues lo que más usaba era su arco de caza, pero cuando alguien lo desafiaba rindiéndole cuentas, los cráneos de sus rivales eran reventados como quien pisa una fruta pocha.
Mientras estaba perdido en sus propias elucubraciones. Se dio cuenta que desde que había llegado a Notnier, una cantidad ingente de cuervos los seguían con sus pétreas miradas, desde las copas de los árboles y desgarradas ramas donde estas oscuras aves se apostaban. Le había llamado la atención, le daba la sensación de que esos cuervos eran más antiguos que el propio bosque, y que eran como centinelas del mismo.
Entonces, cuando estaba absorto en estos curiosos pensamientos, Fronus comenzó a escuchar golpes que seguían un patrón rítmico constante, eran como golpes asestados a la tierra lodosa. Cada sonido se elavaba más de la armonía coral ejercida por la tormenta, a esa delicada sinfonía que interpretaba y dirigía la propia naturaleza elemental se le había unido esos estridentes estruendos que se acercaban e iban a contrapunto con el relajante sonido del bosque. Conforme se acercaba a la colina, las gentes de Fronus comenzaron de escaparse los floridos jardines del sueño, asustándose y preguntándose que estaba pasando. Los hombres aptos para la batalla se apartaron y fueron a donde se encontraba Fronus esperando hallar respuestas. Pero sólo pudieron encontrar una capa de penumbra salpicada constantemente por lluvia que cubría todo el contorno circundante. ¨Lub¨ ¨Dub¨, ¨Lub¨ ¨Dub¨, eran los latidos de un corazón enervado y, se había aunado fragor creciente. Los hombres se sentían como si hubiesen aterrizado bruscamente en un océano de incertidumbre, y cada ola que los golpeara azuzaba más su temor. Pero entre todo el terror que asolaba sus corazones, ardía una llama que en ese momento no podía ser barrida por ningún vendaval de horror: era, sin duda, la bravura de Fronus, quién mostraba un rictus desafiante por los acontecimientos que estaban apunto de concretarse. Fronus, ya veía en lontananza, con sus felinos ojos de cazador, la descomunal silueta de Atolioth avanzar, mientras derribaba rocas y árboles jóvenes a su pesado paso.
Fronus, miró a sus compañeros y dijo que marcharan al campamento a proteger a la gente de lo que podría suceder. Todos obedecieron sin apenas rechistas. Fronus con la aljaba a la espalda junto a su arco, y el martillo de guerra llevado a ambas manos, descendió la colina intentando hacer el menor ruido posible. El gigante había comenzado la subida, Fronus se colocó encima de una roca que se encontraba a mitad de la colina y, ésta salía de tierra elevándose unos metros, lo que proporcionaba a Fronus cierta altura para verlo llegar. El fatigado aliento de Atolioth, comenzaba a escucharse. Fronus tensó apuntando en dirección al gigante.
- ¡ Saco de mierda y pus, no des un puto paso más o conocerás el temor de los gigantes!- Gritó Fronus furibundo.
El gigante se detuvo en secó, abriendo sus grandes párpados que parecían dos ventanas. Comenzó a reírse de forma muy sádica.
- Qué curioso, hoy el alimento viene a mí. Me pregunto dónde estarás.- Dijo el gigante, mientras sus pupilas iban de un lado a otro buscando a Fronus.
- Maldito cebollino. Te estoy apuntando un arco en tu sesera, te saco altura. Te lo diré una vez más: Lárgate y no molestes a mi gente.
Los potentes oídos del gigante seguían el reguero de sonido que habían dejado las palabras que manaban de la boca de Fronus. De pronto, en medio de la torrencial lluvia que caía con fuerza en el terreno, un destello los iluminó mostrando el paradero de Fronus. El gigante solo necesito ese instante para verlo sobre aquella roca, con su arco y también el martillo de guerra reverberaba con la luz del rayo, por lo que sabía que tenía un arma más. Entonces, el gigante cogió un árbol que se hallaba a su lado, arrancándolo del suelo sin ningún esfuerzo, y corrió en dirección al risco en el que Fronus estaba adjuntado. El trueno gritó insertándose en los conductos auditivos de Fronus y golpeando su tímpano. Impertérrito, estaba esperando a tener menos distancia con respecto al enorme tarugo para tener un tiro más certero. Cuando consiguió la distancia que anhelaba disparó su flecha, el instante en el que soltó la cuerda y la flecha se escurría del cuerpo y abandonaba el arco, otro rayo los iluminó; por lo que pudo así ver, adonde iba a descansar la flecha, y había impactado en la pupila derecha de su ojos. El gigante gritó, desgarrando su garganta, con toda su rabia y dio un par de zancadas y embistió con el tronco el risco, y desquebrajándolo en mil añicos por el fuerte impacto, mientras Fronus caía rodando por los suelos. Su martillo había salido volado por los aires y cayó a unos metros. Habría sido un impacto demoledor para cualquier sujeto, pero Fronus estaba trenzado de un material más resistente que cualquier metal. Era un uno para uno en toda regla, Fronus estaba desnudo sin su martillo pero tenía algunas flechas en su aljaba; Atolioth, sin ojo, conataba con el poderío físico de los de su especie y una cólera que superaba a la de la tormenta que los envolvía ahora en una vorágine de frias gotas que caían con fuerza, oscuridad interrumpida por los rayos y un viento huracanado. La tribu de Fronus había escuchado cómo había reventado el gran peñasco, estaban temblando del temor, impacientes por ver regresar a Fronus.
El gigante agarró con su fornida mano el cuerpo de Fronus, elevándolo del suelo, mientras éste oponía resistencia. Lo puso frente a su rostro.
- Tu especie, es astuta he de reconocerlo, sí. Pero la mía es pura fortaleza física e ingenio. Ahora voy a estrujarte entre mis dedos hasta ver cómo vomitas cada víscera de tu insignificante cuerpo por haberme herido la visión. Suplicarás clemencia, pero has de saber que yo no soy misericordioso. Iré aumentando la fuerza de presión paulatinamente, hasta que los ojos te salgan de las órbitas, sí.- dijo el gigante con un orgullo petulante, disfrutando de la sumisión que acaba de ejercer a su atacante.
Efectivamente, como había prometido el gigante comenzó a apretar el fuerte cuerpo. Fronus gritaba y suplicaba ayuda, a sabiendas que la energía que se le escapaba por su boca era la última que le quedaba. Su tribu lo escuchó, pero timoratos ante esos gritos de dolor se paralizaron sin saber qué era lo que debían hacer y cómo efectuarlo. EL gigante emitía carcajadas que denotaban un placer orgiástico al realizar tamaña acción. Fronus estaba comenzando a perder la vista, apenas le quedaban fuerzas para seguir consciente. Su visión se nublaba, y un fulgor perlino pasó ante él, rápido como una saeta, posándose con furia en el rostro de Atolioth, tras el fulgor una sombra que reptaba a merced del viento impactó en el gigante.Éste emitió un alarido que hizo retumbar cada peña y planta que había a su alrededor, como una onda expansiva. Las manos se abrieron y Fronus cayó de hinojos al encharcado suelo.
Le llevó unos segundos reaccionar, y ver lo que estaba sucediendo. Era un banco de cuervos, que atacaban el rostro del gigante, le habían arrancado el ojo que había sido herido por el disparo de Fronus. Tambaleándose fue en busca de su martillo, que le costó levantar, y aprovechádose de la distracción que les ofrecía los cuervos, busco la espalda del gigante. Levantó su martillo, y lo dejó caer con todas sus fuerzas en el tobillo de éste, y se escuchó como chirriaba del fuerte impacto, Fronus le había destrozado su tobillo. El gigante cayó, quedando apoyado sobre una rodilla mientras sollozaba por el suplicio que estaba pasando. Fronus lentamente, por un lateral de su cuerpo y empuño la cabeza de su arma contra la rotula que quedaba en pie. La cara del martillo había penetrado, desquebrajando la rodilla. El gigante cayó de morros hacia el suelo, espantando así a los cuervos que volaban por su cara. Fronus buscó por los suelos las flechas que habían caído junto a su carcaj al ser elevado por las zarpas de esa voluminosa criatura. Cuando las localizó, fue directamente junto el cuerpo que se retorcía por el suelo, cogió su arco y le disparó en la carótida que comenzó a chorrear sangre. Ataloith, puso sus manos sobre la flecha para parar la hemorragía, que tampoco era letal; pero era consciente que la zona donde se había producido era de lo más dañina. Fronus trepó por su cuerpo hasta llegar a su pecho, cogió su arco, lo tensó y apuntando hacia su otro ojo dijo.
-Has sido avisado antes que todo esto sucediese. Te di la oportunidad de marcharte y seguir molestando a otros. Pero encendiste mi furor y acabó por arrollarte. Y ahora, para demostrarte lo justo que puedo llegar a ser te doy dos opciones: Prefieres que te de muerte o quedarte aquí desangrándote e intentando gatear buscando cobijo para pasar tus postreras horas. -Dijo el victorioso guerrero.
El gigante sufriendo, no contestó, movío su brazo bajo la vigilante mirada de Fronus, buscando su rotula extrajo el martillo y lo dejó en su pecho, a los pies de Fronus.
- Dame muerte, te he subestimado. He sido el terror de estos bosques durante un tiempo y ahora pereceré aquí, sin nadie de mi especie. Algún día bajarán de más allá de las Cordilleras de las Nubes de Hielo, y tú y tu progenie sucumbireis ante la fuerza de los gigantes. Yo os maldigo, vuestros débiles cuerpos temblarán otra vez ante nosotros.
Fronus, magullado se acercó al cuello de Atalioth, elevó sus hombros y sus brazos agarrando el martillo y lo dejó descender su nuez. Y así se acabó la vida del gigante. Fronus bajó del enorme cuerpo que yacía inerte. Y los cuervos lo rodearon creando un círculo en el que Fronus ocupaba el centro junto a un cuervo albino.
- Gracias, me habéis salvado.- comentó Fronus mostrando la mayor deferencia a estas majestuosas aves. - Sé que no podéis corresponderme con palabras, pero os estaré agradecido toda mi jodida existencia.
- De nada.- contestó con una voz demoníaca el cuervo.- Las gracias te las damos a ti valiente guerrero, pues Notnier es uno de los bosques ancestrales. Nosotros por mandato divino hemos sido siempre sus guardianes, hasta que el tarugo que yace sin vida se extravió y atemorizó la tranquilidad que perdura aquí. Hemos intentado echarlo en varias ocasiones, pero solía coger troncos con ramas y golpearnos cuando íbamos a por él en bandada, y caían muchos de los nuestros. Nosotros los cuervos de Notnier tenemos una hermandad pura, si matan a un miembro de nuestra banda, lo sufrimos como nuestra propia muerte. Por eso abandonamos el propósito, pero vimos que tu solo, rebosando bravura te enfrentaste con él. Y os hemos estábamos vigilando desde vuestra llegada al bosque. En agradecimiento, como máximo guardián del orden en este bosque os concedo a ti y a tu tribu un acuerdo. Asentaos en esta colina, viviremos juntos cuervos y humanos, si alguien amenaza nuestra seguridad seremos más para defendernos.
Fronus accedió, y se dice que los huesos de Atalioth, se usaron como pilares para la fabricación del señor del frío. Y que por eso en Hellcrowrock hay una población tan abundante de cuervos y son tan respetados. Es la leyenda de su origen. Y esta leyenda, es la que le venía a la cabeza a Rhidall mientras contemplaba el bastión del frío ante su enorme escalinata que ascendía hasta la cima de esa colina donde un valiente guerrero había vencido a un gigante, con la ayuda de unos cuervos en una noche de tormenta.
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