lotusvowmoon Kimberly García

Filomena Angulo tiene doce años y no puede dormir. Joaquín es su abuelo tiene ciento diez y siete años y es el que ayuda a Filomena a dormir, le cuenta muchas historias, algunas más ciertas que otras y tiene muchos recuerdos que parecen no haber envejecido como él lo ha hecho. Filomena a veces tiene demasiadas preguntas.


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Capítulo 1

Joaquín siempre le contaba historias, era todo muy difícil cuando Filomena insistía tanto por la noche.

— Ya eres una niña grande y mañana tienes que ir a la escuela. —

Ella lo miró y luego hizo sus ojos más grandes, justo como dos faroles iluminando la noche fría y oscura. La ventana estaba abierta, y Joaquín sintió el viento helado del verano por la noche.

En Ecuador solo habían dos estaciones, verano e invierno y muchas veces el clima irregular, Joaquín venía de Esmeraldas, pero se mudó a Guayaquil hace casi cien años. La vida siempre había sido dura, pero aún así se acostumbró al cambiante clima.

Durante el verano, en Guayaquil solía hacer mucho frío por la noche y el sol tocaba su punto en el día, ni tan frío ni tan caliente. Durante el invierno, el sol era mucho más caliente por las tardes e intenso, cuando se acercaba el anochecer entonces el cielo buscaba por donde empezar a llorar, sus nubes se volvían tan grises y oscuras y el cielo podía verse perdido en la negrura de la noche. Y en la noche, justo cuando paraba de llover entre la madrugada del día siguiente, no podías dormir por el intenso calor, sofocante.

Cuando los mosquitos empezaban a zumbar en tus oídos podías saber que el invierno estaba cerca en Guayaquil.

Estaba realmente cerca la fecha, justo en esas fechas Joaquín siempre solía avivar su espíritu e impulsarlos a todos a pasear por la ciudad.

— ¡Abueeeelito! — Insistió Filomena.

— ¿Qué quieres que te cuente esta vez? — Soltó Joaquín rendido.

— ¿Por qué te quedaste en Guayaquil? — Filomena agarró la sabana y se acomodó, tomó su cabello rizado y lo acomodó dentro de su moño que hacia juego con su piel morena.

— ¿Otra vez esa historia? — Filomena entonces no dijo nada e hizo espacio para su abuelo en su cama, ansiosa — No le vayas a decir a tu madre — .



1922

— Dios me lo bendiga mijo, vaya con cuidado — María la madre de Joaquín le dio la bendición al muchacho, ya no había nada más para él en Esmeraldas, la finca estaba en decadencia, el cacao ya no estaba rindiendo y las exportaciones cada vez se llevaban sobre menos precio, el país entero había entrado en una crisis económica.

Joaquín para ese entonces jamás se hubiera imaginado que esas pequeñas pepitas fueran tan valiosas, si tan solo cuando joven hubiera sido capaz de entenderlo.

— ¡Ve! muje, deja de asusta al muchacho que no va a la guerra. Un tapazo es lo que te voy a dar, para tranquilizate. — Añadió su tía tranquilizando a su madre. Realmente su familia era más buena con los número que con la lectura o la oración. Pero eran gente muy buena y aún en tiempos de crisis Joaquín podía agradecerle a Dios por haberle dado a su familia tierras tan bastas y no dejar que creciera en una familia llena de esclavos. Solo por su color.

Joaquín seguía pensando que probablemente no conseguiría trabajo en Guayaquil, pero no lo dijo para no preocupar a su madre. Bastante ya tenía, trabajaban largas jornadas y al final venia menos dinero del que ocupaban en toda la cosecha del cacao, tenían algo de dinero guardado, de cuando el cacao todavía era auge en Ecuador, pero también sabían que no duraría para siempre ni que abastecería a la finca para siempre.

Joaquín todavía se fue pensando que las cosas irían mejor.

Tomo con aprecio un abrazo de su familia y partió con el caballo mejor alimentado y de mejor salud. Avanzó hasta donde pudo, y luego caminó todo el transcurso probablemente pasaron días, él no lo recuerda, solo sabe que ni si quiera sintió el peso de sus dolencias cuando llegó a Guayaquil.

La ciudad era hermosa al parecer de Joaquín que jamás había ido a la ciudad, en las esquinas de las calles podía ver a mujeres negras y serranas con sus carritos de chuzos, tripas, alitas, asando. Era obvio el por qué, los serranos y los negros por muy trabajadores que fueran si no trabajaban como esclavos, sirvientes o criados no era posible obtener trabajo.

Vio los techados de las casas señoriales y no pudo sentir envidia de esas cañas bien puestas y adornadas, solo era un muchacho después de todo. Veía como los hombres salían de las tabernas chocando sus jarros. Después de todo el alcohol seguía sin atraerlo.

El olor a tierra mojada lo atrajo más, olía a campo, ese olor lo atrajo mucho más que los propios alaridos del alcohol acariciando su nariz, tras la fétida expresión discriminante de los blancos en sus autos y carruajes.

Siguió el olor como cual perro buscando rastro alguno y llegó hasta el puerto que originalmente no se imaginaría que como sería. Sabía que Guayaquil tenía uno, había escuchado mucho sobre la ciudad portuaria, pero no había esperado que entre bloques de cemento y caña podría encontrar algo así como una belleza escondida.

— Señor, será que no tiene usted un cachuelo para mi. — Joaquín sabía que si le hablaba con la palabra "trabajo" al hombre blanco este no cedería, Joaquín sabía bien como funcionaba, debía de romperse el lomo haciendo un buen trabajo, para que más luego él pudiera asegurar un puesto fijo en él.

— No hay trabajo aquí para ti, negro. — Joaquín quiso ignorar la palabra que el hombre había soltado despectivamente en su rostro después de haberlo examinado de pies a cabeza. El hombre tenía un traje blanco impecable y un sombrero de cuero estrafalario. Sin embargo aun necesitaba ese trabajo.

El hombre se giró tratando de gritarle a los otros trabajadores que hicieran bien su trabajo, llevaban rato tratando de desenredar la red. Aunque su madre la había enseñado que no debía desearle el mal a nadie, Joaco deseó que alguno de sus barcos se hundieran.

Habían llegado finales de septiembre y rondó alrededor de la ciudad por una semana, había decidido que se iría el primer lunes de la primera semana de octubre si no encontraba trabajo para ese entonces. Y tal como lo había previsto no había nada al respecto en lo que se hubiera equivocado.

Había subsistido con el dinero que su madre de la había dado, habría procurado no gastar más de doce sucres para su alimentación, lo que equivalían a cincuenta centavos diarios.

— Muchacho, ¿estas buscando trabajo? — Lo incordió un hombre blanco al que miró con desconfianza. El hombre se dio cuenta y de todas maneras le sonrió. — Soy Miguel Salvador. Recientemente mi casa se ha construido y tengo un taller, no tengo muchos trabajadores pero estoy seguro de que puedes con el trabajo. — Joaquín lo miró desconcertado. Con la escasez de trabajo que había sonaba como una opción tentadora, pero seguía pensando que era poco confiable y más cuando un extraño se te acercaba de la nada.

— No quiero na — Comentó Joaquín seguro.

— Mira pelado, no es nada malo, solo necesito que me ayudes con la madera. Normalmente serian diez centavos la hora pero te daré cuarenta centavos la hora — Joaquín lo miró desconcertado. No sabía hacer cuentas tan extrañas de ese tipo.

— ¿Sólo eso? — Quiso asegurarse.

— Si, solo eso. — Aseguró el hombre — ¿Tu nombre es? — Miguel lo miró con confianza, no solía ser un hombre violento ni mucho menos grosero, demasiado educado para ser cierto.

— Joaquín Angulo — él lo había dudado mucho, sin embargo, pensó que los golpes de suerte no se daban todos los días. Esperaba que las cosas fueran bien.

Joaquín no se dio cuenta cuando, pero había terminado de muchas cosas con Miguel, el hombre era mayor y blanco por supuesto, mucho más alto que él, al parecer el hombre se veía de entre treinta y cinco y cuarenta años.

— Por cierto Joaco diez centavos equivalen a dos mil quinientos sucres — Joaquín cerró la boca por un momento y lo escucho, el hombre se había dado cuenta de que no entendía por completo como funcionaba el dólar.

Llegando frente a la gran casa Joaquín dio un suspiro alentador. Probablemente todo iba a mejorar. Se fijó en que la casa probablemente era la más bonita que adornaba, el piso negro de combustible en la ciudad y la más bonita entre las otras casas de la misma calle.

Con colores pasteles adornando las paredes tan grandes como muros, Joaquín se preguntó, si realmente podría progresar en la ciudad de Guayaquil. No había leído el periódico pues no sabía hacerlo, con lo único que contaba era con la sensación de tención en el ambiente de Guayaquil que se venía avecinando con frecuencia.

Joaquín examino la casa por completo, justo como una señora que no se decide por comprar una bata beige o una celeste. — Cacao ¿Esta bien si te llamo así? Decirte negro me suena muy grosero. — Joaquín no se dio cuenta de nuevo pero ya había empezado a llamarlo "señor".

— Si señor —

Joaquín al fin entro a la casa. Todo parecía estar en su lugar, no había tantos sirvientes y le sorprendió que hubiera un ama de llaves en el lugar.

— Se llama Serafina, pero también le puedes decir nana o abuela. Ella es quien me ayudó a criar a Joseline cuando su madre murió. — era el turno de Miguel para ponerse a hablar de largo y tendido.

— Te ves como si tuvieras demasiadas preguntas — comentó Miguel viendo fijamente el rostro de Joaquín que intentaba guardar fotografías del momento, como si estuviera tratando de que nada se le olvidara o como si nunca hubiera estado en una casa como esas.

Por las escaleras principales una joven de cabello castaño y vestido amarillo con sus característicos guantes de encaje bajaba de manera agraciada.

— Ella es mi hija Joseline, ustedes podrían llevarse bien — Agregó.

— P...pero ustedes son blancos — Miguel inclinó la cabza ante claro balbuceo de Joaquín.

— No entiendo Cacao ¿eso que tiene que ver? — Joaquín miró a Miguel como si la respuesta fuera obvia.

— Negros y blancos no se juntan — Joaquín lo dijo claramente ¿verdad? entonces porque el señor Miguel soltó muchas carcajadas en respuesta.

— Mira peladito, los tiempos están cambiado, las cosas no tienen que ser siempre como los demás dicen ¿Qué edad tienes Joaquín? — preguntó el hombre palmeando su espalda como si le tuviere algún cariño.

— Diecisiete señor — Miguel volvió a sonreír.

— ¡Asombroso! Joseline tendrá diecisiete pronto. Joseline, hazle conversa en lo que voy a mi despacho — finalizó el hombre alejándose ruidosamente al chocar los tacones de sus botas con la escalera de madera fina.

Joseline parecía una muchacha recatada y obediente.

— Joaquín ¿verdad? No eres de por aquí ¿cierto? ¿Qué te trajo a Guayaquil? — Joseline había hecho tres preguntas de golpe y Joaquín temió no ser lo suficiente inteligente para responder adecuada y cultamente a la muchacha, más allá de eso su incapacidad para responder se debió a que podría estar totalmente distraído con la belleza de la muchacha.

— Vea, es que yo necesito el cachuelo, mi ama esta sola allá en esmeraldas y mi apa murió. — Joaquín aun sintió como si hablaran idiomas diferentes.

— ¿Qué es un cachuelo? — Preguntó Joseline con curiosidad, entonces Joaquín se sintió avergonzado de su mal léxico. Dudó mucho al respecto sobre responder. — Un cachuelo es un trabajo de poco tiempo. — finalizó tratando de sonar entendible.

— Ahhh — Solo dijo Joseline, dando por hecho que lo había entendido bien.

— Cacao, ven te enseñaré el taller — No hubo más que esa pequeña conversación y Joaquín por primera vez se dio cuenta de que había mujeres muy lindas en el mundo, nunca había pensado en ello porque siempre vivió con su madre y sus tías.

Se obligó entonces a nunca más poner sus ojos sobre ella, intogable debía de ser probablemente y no quería tentar a su suerte con el aparente amable hombre que había tocado a su puerta.

Dando la vuelta a la casa, como una especie de garaje había atrás, donde había madera apilada por todos lados, algunos troncos sin hacer y otros apenas y secando.

— Él es José, es quién me ha estado ayudando por el momento, pero como vez, es incluso más viejo que yo — José lo miró un poco ofendido por sus palabras.

— Desde que eras un gambita te conozco ve, y me tratas así. — José incordió un poco con su tono arrastrado, un tono que Joaquín reconoció, José pertenecía a la sierra.

— Dime chullita ¿tienes lo necesario para trabajar aquí? — El viejo José se sintió impaciente a la respuesta de Joaquín, no recibió saludo, sólo fue una conversación atrevida y confianzuda como era propio de los serranos.

— ¿Qué es eso? — Quiso saber Joaquín.

— Ama killa, ama llulla, ama shwa. — Solo dijo el viejo José.

Joaquín miró a Miguel en busca de ayuda y el hombre soló le tradujo lo que originalmente quiso decir José en kichwa.

— No ser ocioso, no mentir y no robar — Miguel palmeó la espalda de Joaquín otra vez y le dijo — Joaquín te enseñará todo, confio en que no me decepcionaras — Miguel lo dejó allí parado como si no hubiera nada más que hacer al respecto y tuviera que aceptar su final de todas maneras.

— Las cosas están duras por aquí muchacho ¿Cuánto te ofreció Miguel? — Indagó el viejo José nada más haberse quedado solo con el muchacho.

— Pues el dijo que eran cuarenta centavos la hora señor — José lo miró de pies a cabeza y prosiguió.

— Eso es mucho incluso para mi muchacho — Joaquín sin embargo seguía sin comprender.

— ¿Qué no lo sabes? El país esta en crisis, el cacao ya no rinde en el extranjero, se esta gastando más de lo que se produce y estamos cerca de llegar a la inflación, tu salario debería estar por lo menos a diez centavos la hora. Miguel es demasiado bueno — Joaquín de todas maneras podía comprender muy poco lo que realmente estaba sucediendo, de seguro José le enseñaría muchas cosas a partir de ese momento.

— Ven, te enseñaré lo que hay que hacer aquí. — Joaquín miró el cielo azul y despejado de la tarde del último día del mes de septiembre, no se había esperado encontrar un trabajo tan rápido, ni ser aceptado sin una carta de recomendación, pero todavía seguía pensando que tenía mucha suerte.

Miró hacia los lados antes de adentrarse más afondo en el taller y pudo notar como Joseline observaba todos lo que hacía en el taller. La semana siguiente no fue diferente, incluso la chica aunque no le hablara solía llevarles un vaso con limonada al viejo José y a Joaquín. Las dejaba justo en el banco de la entrada, con bandeja y todo, esperando que sea de su agrado.

Aunque las primera semanas de octubre habían llegado, Joaquín cada día que pasaba podía darse cuenta de los cambios bruscos en el ambiente, él solo podía llegar a desear que una ciudad tan bonita como aquella no entrara en el caos.



Puerto de Guayaquil en la actualidad.

29 de Octubre de 2020 a las 05:32 0 Reporte Insertar Seguir historia
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