juliagarceloy Julia Garceloy

Serenity es como la nieve: fría y silenciosa, pero capaz de entumecerte los pies hasta que dejes de sentirlos. Ryder, sin embargo, es como un bosque: lleno de vida en cada rama y de pájaros que cantan para atraerte hasta que no sepas salir. Cuando se encuentran en una de sus clases de la universidad, comienza una relación que les cambiará para siempre. ¿Romperá Ryder con la fuerza de sus raíces el manto blanco, impoluto que parece ser Serenity? ¿O será Serenity quien cubra día a día, copo a copo, todas las hojas del bosque de Ryder hasta que no exista ni una mota de verde? NOTA: Esta novela consta de 13 capítulos que se dividirán en partes dada la extensión de los mismos. Cada parte de cada capítulo se indicará en el título junto al número del mismo. Por otra parte, se trata de una novela a dos voces: un capítulo lo narrará un protagonista y, el siguiente, el otro. [ADVERTENCIAS DE CONTENIDO: sexo explícito, violencia intrafamiliar, alcoholismo, autolesión, suicidio, depresión].


Drama Sólo para mayores de 18.

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Primer mes: Diciembre (Parte 1)

La nieve me absorbe los pies y cruje. Se rompe bajo la suela gruesa de mis botas. Suena a huesos de pájaros recién nacidos que cayeron de sus nidos para no volver a levantarse. El sonido se cuela hacia los oídos y parte el silencio, pero también el ruido en lugares atestados como éste, tantos pies que aplastan tantos huesos. Es agradable, este crujir. Pero la succión, ese reclamo sin graznido que llega junto a la queja suplicante que supone la agonía, sólo me provoca escalofríos. Odio la nieve, y la amo al mismo tiempo.

Mantengo la vista fija en mis pies, que se levantan y se hunden y en ocasiones la nieve busca venganza por mis pisadas y procura que me resbale. El tiempo, sin embargo, no está de su parte: las nubes cubren el sol, que no se refleja en la blancura cada vez más gris del agua sólida. No deslumbra mis ojos atentos siempre al suelo. Se descubren pequeños tesoros que nadie más aprecia: cordones de colores distintos en el mismo par de zapatos, algún chicle que evitar, y a veces algún anillo, algún pendiente, alguna nota sin contexto que recojo entre mis manos y guardo más tarde en la caja de mementos en mi cuarto.

Alguien me da un golpe según pasa por mi lado. Levanto la vista y la cantidad de imposible de gente que viene y va me abruma, todas las mochilas y bandoleras que se agitan cargadas del peso que nos encorva las espaldas, los panfletos que se arrugan en manos cubiertas de tela que buscan alguna papelera donde olvidarlos para siempre, los periódicos bajo la axila, gratuitos a la salida del metro, entretenimiento durante las clases cuando los párpados empiezan a cerrarse… Tomo aire, lo suelto despacio y el vaho forma una niebla que difumina el mundo lo suficiente para continuar caminando.

La chica que me ha dado el golpe se disculpa levantando la mano y sigue con su camino. ¿Se chocará con alguien más? Qué importa. Bajo la vista de nuevo y me tapo la nariz enrojecida encogiendo los hombros para refugiar medio rostro en la bufanda. Yo también llevo conmigo un periódico, yo también pisoteo la nieve. Podría ser esa chica con tanta prisa, alguna vez lo he sido, pero yo esquivo a la gente según veo sus piernas y zapatos. Les rodeo sin hacer más ruido que el de mi ropa al rozarse y el del crujir de la nieve bajo las botas.

Las aceras se convierten en baldosas cuando llego a la facultad, el frío en calefacción, el espacio abierto en pasillos casi tan llenos como las calles. Veo ese abrigo tan estrafalario, con estampado de leopardo verde; oigo la risa que sólo silba al tomar aire y a esa chica que siempre cerca del baño, como si esperara a alguien, y que tiene toda la cara salpicada de pecas. Los mismos pasillos de todos los días, los mismos detalles, la misma puerta de madera que da paso al aula de cada miércoles a esta misma hora.

Levanto la cabeza un instante para colgar mi chaqueta en cualquier gancho del perchero, me quito la bufanda mientras camino hacia las mesas del fondo, donde coloco mis cosas sin prisa. El mundo continúa su ritmo mientras saco el estuche como si pesara toneladas, luego un cuaderno que parece atascarse en el fondo, buscar el bolígrafo que mejor pinta se vuelve uno de los trabajos de Hércules. El aula se llena de voces mientras tanto, de murmullos que aumentan de intensidad y rebotan contra las paredes y llegan a mí sin que pueda entenderlos. Mis compañeros parlotean y ríen, se quejan quizás del profesor que vendrá en apenas unos minutos, se oye el grito de alguien que dice algo de una redacción que yo tendré hecha hace semanas y mi bolígrafo, mientras tanto, sigue desparecido. Siento los dedos lentos y torpes rebuscando en el estuche. Soy una mujer a cámara lenta que sólo alcanza la velocidad del resto cuando al fin empieza la clase y puedo mover la mano sobre el papel para tomar apuntes, usando otro bolígrafo cualquiera. El tiempo pasa deprisa únicamente cuando echo vistazos al periódico, abierto sobre mi regazo. Una de las páginas está completamente ocupada por un anuncio de, no sé, un sitio para salir a pasarlo bien con los amigos, un sintió donde las chicas van con ropa apretada e incómoda para que los chicos nos pasen la mano por la cintura y nos paguen una copa en la que, con suerte, no habrá más que lo que le hayamos pedido al camarero.

—Perdona, ¿podría mirar un momento tu periódico?

La primera y probablemente última persona que me dirigirá la palabra hoy en la facultad resulta ser una chica que se ha sentado a mi lado no sé exactamente cuándo. Tiene un gesto amable en el rostro que miro apenas un instante sin cambiar el mío:

—Es que no he podido cogerlo hoy, he venido corriendo —me explica, ante mi silencio.

Doblo el periódico y se lo doy. Me da las gracias y comienza a buscar algo, sus dedos tan ágiles por las hojas que me pregunto si no tendrá miedo a cortarse con el filo de alguna. Apenas unos segundos después, se enfrasca en la lectura de lo que parece ser uno de los pocos artículos largos. Procuro tomar apuntes, pero se me escapa la mirada hacia ella: se le resbala constantemente la melena que intenta colocar tras las orejas cada medio minuto, aprieta levemente los labios sin carmín, pestañea poco.

Aparto la vista aunque el cuerpo me suplique mirarla, como si quisiera grabar entre mis sesos su gesto concentrado para dibujarla más tarde. Los minutos pasan densos y escucho sus dedos sobre el periódico y su respiración por encima de cualquier palabra del profesor, pero al fin siento un toque suave en el hombro. Mi compañera de clase me devuelve el periódico y me agradece de nuevo el favor con una sonrisa que no aguanta demasiado en sus labios. Me limito a asentir.

—No eres muy parlanchina, ¿eh? —. Me encojo de hombros— ¿Eres tímida?

—Sólo callada.

—¿Y eso?

Levanto la vista a sus ojos con la intención de encogerme de hombros otra vez, pero su rostro no parece tan amable como antes y de pronto me descubro sonriendo, ¿pero cuánto debo sonreír? ¿Qué pensará si mantengo este gesto demasiado rato? ¿Qué si lo borro deprisa? Quizás debería bajar la vista de nuevo a mis apuntes.

—Qué misteriosa —comenta, sin embargo, y sonríe más ampliamente que yo. Contengo un suspiro y asiento—. La gente misteriosa también suele ser interesante.

—Desde luego soy más interesante que esta clase.

Se ríe con suavidad y la acompaño, clásica risa cordial. Ambas sabemos que mi comentario no ha sido tan gracioso y que, a la vez, nos sirve como cierre a esta conversación que no iba a ninguna parte, un diálogo susurrado por tedio. Las dos volvemos a lo nuestro: ella a mirar su móvil, yo a tomar apuntes.

Escribo cada palabra según termina de pronunciarla el profesor, pero no entiendo lo que dice, no puedo escucharle: sólo transcribo mientras en las paredes de mi cráneo rebota el eco de las palabras de mi compañera. Misteriosa, ha dicho. Interesante. En tres meses que llevo en la carrera, asistiendo sin falta a todas las clases, jamás me ha hablado, aunque juraría que no es la primera vez que se sienta cerca de mí. Es de las que llega tarde, de las que no tiene sitio y se conforma con el fondo porque aún no ha hecho amistades tempraneras que le reserven un asiento en las primeras filas. Sus palabras han sido pura amabilidad, quizás ni eso: puro aburrimiento. Incluso podrían ser eufemismos. Misteriosa significa antisocial, interesante quiere decir extraña. Podría habérselo ahorrado, bastaba con sus agradecimientos. Ahora no entiendo la clase de hoy, no entiendo ni una sola de las palabras que intentan entrar en mi cabeza pero sólo se encuentran con una barrera de dos adjetivos que forman el ojo de un huracán.

Suspiro por la nariz y levanto la cabeza hacia el profesor, el bolígrafo aún apoyado sobre el papel, con la esperanza de que mirarle a la cara me ayude a recuperar una concentración que se pierde aun más al descubrir a un chico de las primeras filas que se mantiene girado hacia atrás, como si no le importase lo más mínimo que el profesor pudiera verle, y que me mira directamente a mí con unos ojos tan claros que por un momento dudo si son lentillas.

Siento una arruga entre mis cejas cuando frunzo el ceño y achino los ojos, fijándome en la tirita que decora la nariz del chico y el moratón en el pómulo, en el pelo oscuro que parece raparse él mismo, en el pirsin de aro que destella sobre su labio inferior. Creo que me sonríe, o quizás se sonríe, y tras mantenerle la mirada unos segundos, ambos erguidos mientras los demás se hunden hacia las mesas, los apuntes y los móviles, él mirando al fondo mientras los demás miramos al frente, acabo por volver a mis apuntes. Tengo cosas mejores que hacer que echar un duelo de miradas con el tipo que cumple el canon estético del capullo por excelencia.

Sin embargo, las palabras misteriosa e interesante han desaparecido, sustituidas por el gesto casi divertido que tenía el chico en la cara. Levanto la vista sin erguirme demasiado, por si sigue mirándome, y le identifico como el cuarto compañero de la tercera fila empezando de izquierda a derecha, del frente hacia el fondo, convertido ya en otro más hundido hacia la mesa.


******


Nota de la Autora: Hola a todo aquel que llegue hasta aquí.

Esta historia la escribí hace unos años, creo que cinco, y tras tanto tiempo acumulando polvo en píxeles entre los documentos guardados en mi ordenador, he decidido sacarla a la luz. Sin embargo, la forma en la que escribía entonces y la forma en la que escribo ahora son muy distintas. Por ello, he decidido corregirla antes de subirla aquí. Semana a semana corregiré los fragmentos que correspondan, y cada miércoles actualizaré la historia hasta dejarla por completo aquí, en esta web.

Espero que os guste tanto como a mí escribirla, y que me dejéis algún comentario si os apetece. Al fin y al cabo, ese es el motivo básico por el que he decidido publicarla en Internet: un texto, un mensaje, no es nada si no tiene un lector, un receptor. ¿Qué es la literatura sin alguien que la lea?

Un abrazo y hasta el miércoles que viene.


30 de Septiembre de 2020 a las 18:31 0 Reporte Insertar Seguir historia
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