Dentro de un pequeño cofre de madera, se hallaba una caja de caramelos. Cada uno, llevaba años siendo almacenado por su creadora, una mujer a quien la edad le había cobrado factura, llevándola al eterno descanso dentro de una caja de madera.
Su nieto, un chico llamado Marquesita, miraba con tristeza a su familiar dentro de ese frío ataúd, mientras la perdonaba de que en el registro civil le pusiera de nombre su postre favorito.
— Te extrañaré mucho, abuela — decía Marquesita entre lágrimas y mocos ensuciando las blancas flores del arreglo.
— Marquesita… ven para acá — exclamaba su padre sentado en una silla, mientras aún no creía cierta la muerte de su madre.
— ¿Qué quieres? — preguntó el niño limpiándose los mocos con su manga.
— Toma, esto es lo que me pidió tu abuela que te diera… cuídalos bien.
Su padre, le había dado una pequeña caja de dulces, junto con una nota que decía:
“Nieto, te regalo estos caramelos que yo misma hice, disfrútalos y cuéntale a tu papá de lo asombrosos que son mis dulces”.
Marquesita, reconociendo la letra de su abuela, sostuvo con firmeza aquella caja durante todo el funeral. Soltándola únicamente, cuando sus emociones se calmaron al día siguiente.
— Así que en verdad ya no está — dijo Marquesita mientras miraba la foto familiar colgada encima del brazo de su hamaca.
Se puso sus chanclas y fue a la cocina, encontrando sobre la mesa un plato con huevos revueltos hechos por su padre.
La comida le sabía insípida, sin el típico “toque” del que su padre tanto se enorgullecía.
— Tal vez un dulce sepa mejor — se dijo así mismo, recordando los caramelos que le dejó su abuela.
Tomó la caja que había dejado encima del escritorio de su habitación, tomó con su mano, un caramelo azul, que no parecía tener nada de especial, exceptuando por el ácido olor que desprendía y el recuerdo de quién lo había hecho.
Ignorando el olor, Marquesita puso el caramelo en su boca. Cuando tocó su lengua, apareció frente a él, la silueta de su abuela, lo abrazó y le susurró con voz temblorosa:
— Mis caramelos son los mejores, te permiten hablar con las personas que amas, aunque sea por solo unos momentos.
Cuando el caramelo se terminó, Marquesita vio desaparecer a su abuela y tratando de verla de nuevo, comió toda la caja de caramelos, sin tener éxito.
Desde aquel día, Marquesita desarrolló un gusto extravagante por los dulces, llegando a fabricar decenas al mes, buscando la perfección. Pero en su mente, tenía un objetivo claro, ver de nuevo a su abuela Pastel.
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