Un gran grupo de personas se encontraban reunidos frente a las vías del tren, esperan ansiosos, un niño coloca su oreja en el fierro caliente, las rodillas al piso y la vista al horizonte, varios hombres lo miran expectantes, enseguida se puso de pie y gritó: “ya viene, ya viene”, los murmullos se desataron y las mujeres se santiguaron, el sombrero con plumas que usaban les provocaba calor.
Luego de algunos minutos, empezaron a impacientarse, veían al niño con recelo, de pronto don Conrado gritó; “ahí”, todos giraron para ver en la dirección que señalaba su dedo. A lo lejos se podía observar el vapor que expulsaba la máquina que venía sobre las vías. La fecha era doce de septiembre de 1949, Ferrocarriles Nacionales de México hacía su aparición en la ciudad de Teapa.
Cuatro años más tarde, en 1953 se inauguró en la estación de Teapa, el tren rápido de diésel que transportaba únicamente pasajeros. Los vagones fueron traídos de Alemania, con capacidad para ochenta y dos pasajeros, contaba con aire acondicionado, sillones reclinables, áreas de baño, cocinas y pisos alfombrados. Los colores rojo y plata lucían el exterior de los pulman.
En 1956 un tétrico hombre procedente de Plainfield Wisconsin, Estados Unidos, arribó a la ciudad de Teapa, sus botas y tirantes eran de piel humana, tenía la tendencia de abrir las tumbas de mujeres recién fallecidas para robar los cuerpos y curtir la piel para fabricar diferentes objetos. Con el típico rostro del americano promedio, de cara roja por el calor, peinado de lado con cabellos entre rubio y castaño, ojos de color, barba de cuatro días y una sonrisa de lado que emitía confianza, bajó del vagón en la estación con una maleta en mano.
-Míster, hey míster –dijo un joven de escasos diecinueve años de edad.
El hombre viendo que se refería a él, levantó la mano para saludar. Caminó a su encuentro, sus ojos aguosos por el sudor que le penetraba parpadeaban muy rápido, luego con un movimiento rápido con la mano, quitó el exceso de agua en ellos.
-Hellooo –respondió con una sonrisa.
-¿Para dónde va míster? ¿quiere ir a Villahermosa o va a seguir a Mérida?
El tipo desdibujó la sonrisa poco a poco, entendiendo casi nada de lo que decía el joven, asentaba con la cabeza con mirada interrogativa.
-Villahuermousa –dijo con esfuerzo, luego rió.
-Vengase conmigo míster, ahorita lo embarcamos en un camión.
Tomó un camión de segunda en la central camionera, la cual se encontraba a un costado de la iglesia Santiago Apóstol, pero antes visitó la tienda de la Chula donde compró algunos víveres. Hizo el recorrido a la capital admirado por la naturaleza del lugar, por los sembradíos de plátano. Recorrió la ciudad por dos días, al tercero volvió a Teapa, dispuesto a seguir su viaje a la blanca Mérida, no encontró conexión, así que debió dormir en la ciudad, el hotel San Lorenzo fue el elegido.
A las seis de la mañana del otro día caminó hasta el panteón municipal luego de pedir indicaciones a los locales, entró con andar titubeante, admiró las tumbas, las capillas y criptas que se alzaban ante él. El sol se levantaba, la neblina flotaba sobre el camposanto, en un esquina hizo un hueco ayudado con algunas herramientas que encontró a su paso, dentro depositó huesos humanos, enseguida cubrió con tierra el agujero, cerró los ojos por unos minutos, como si mostrara respeto ante un funeral, mientras murmuraba palabras.
Subió al tren de las once de la mañana, llevaba su maleta entre las rodillas, una placa de piel de humana decía su nombre: Edward Gein de Plainfield, Wisconsin. Volvió a su tierra luego de visitar varias ciudades del sureste de México; el diecisiete de noviembre de 1957 fue detenido por la policía, al entrar a su casa encontraron el cuerpo de una mujer colgada de los pies, decapitada y con las vísceras de fuera, la cual había sido reportada como desaparecida días atrás, Ed la había asesinado. Entre cientos de descubrimientos macabros, se hallaban muebles y lámparas de piel humana, igual que algunas máscaras del mismo material.
Las fechas y las localidades son reales al igual que Edward Gein.
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