Sabía que quizá había perdido un tornillo cuando tomó su abrigo antes de salir de casa para regresar jamás. Lo temía, siempre lo temió, que su cabeza no funcionaba como debía ser, mientras caminaba, a cada paso su certeza crecía, que de loco mucho tenía. Decidió emprender aquel viaje sin detenerse a pensar en lo que podría pasar; daba igual, menos no le podía importar, aquel leve ardor en la piel acompañaba a su sonrisa desgreñada, mientras las lágrimas su mirada emborronaba.
En un viaje a los montes se perdió, pero él no podía sentirse más en casa en aquel frío y oscuro lugar. Las corrientes de agua y su sonido, lo guiaban rumbo al destino que lo llamaba susurrante, errante e inquieta.
Al llegar a aquel lodoso lugar, supo que aquello no se podía comparar ni en lo más mínimo a su horrible pesar.
La lagunilla de verdoso color, se reflejó en los ojos del pobre, triste, aullador; su aflicción hacía ecos en su interior. Los zapatos y el abrigo se quitó, a dónde iba no haría ni frío ni calor, al abrazo fangoso de la lagunilla que lo consumió como a muchas otras presas a lo largo de su existencia.
"Ah", pareció susurrar la última burbuja en el agua, así como si el lago tuviese palabras de sobra para un libro escribir.
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