—“Hizo una pausa y, como Poirot no habló, inició una pequeña reverencia y, tras un pequeño titubeo, abandonó el vagón restaurante con el silencio y discreción con que había llegado”.
Laura levantó la mirada del libro y miró a Xenia, expectante; le tocaba leer la mitad restante de la página. Xenia echó la cabeza hacia atrás y suspiró. No paraba de abrir y cerrar la boca, como si las palabras se hubieran quedado atascadas en sus labios. Laura jugueteaba con la alfombra en el suelo. Se enrollaba las fibras entre los dedos, las soltaba, y volvía a empezar. Se oían los dedos de Xenia repiquetear contra el parqué del suelo.
—No creo que pueda seguir con esto.
Xenia tenía los ojos cerrados y su repiqueteo se hizo más fuerte. Laura repitió las letras una y otra vez dentro de su cabeza, como si las pudiera moldear a su gusto. Pensaba que si las repitiera todo lo que pudiese se esfumarían. Como si fuera un sueño, y solo se pudiera despertar mediante la repetición. Cerró los ojos y deseó despertarse. Abrir los ojos y estar en su habitación, no en la de Xenia. En su cama, peleando con la manta, y oír el canto de los pájaros a través de la ventana. Deseó estar sola. Deseó y deseó, pero sus deseos nunca se cumplían. Abrió los ojos y seguía allí, en la casa de Xenia, con la alfombra enredada entre sus dedos y todas las ventanas cerradas. Los zapatos tirados por el suelo. El ruido de los dedos de Xenia contra el suelo le llegaba hasta las entrañas y reventaba contra su piel.
—¿Con qué?
—Contigo.
El silencio ardía. Xenia abrió los ojos. Sus ojos, grandes, marrones como la madera de nogal que cubría el suelo, se clavaban en los de Laura, como si pudieran ver mucho más allá de la superficie.
Laura echó un vistazo por la habitación. El sofá negro detrás de Xenia, el cuadro al lado de la puerta, ese que siempre estaba torcido y que ella siempre intentaba colocar; las fotos en las paredes. Miró todo aquello y no pudo evitar pensar que esa era la última vez que lo vería. Sería la última vez que vería a Xenia, también. Deseó poder parar el tiempo, solo por unos minutos, y poder devorarlo todo con la mirada. Deseó poder grabar esas cuatro paredes en su cabeza, y guardarlas en algún recoveco de su mente, escondidas, reservadas solo para ella. Deseó poder memorizar a Xenia. Sus rizos negros, su piel suave y tostada, sus palabras. Sus letras.
Xenia carraspeó, haciendo que Laura saliera de su especie de trance. Laura se levantó del suelo, dejando ir la alfombra. Quedaban algunas fibras del algodón en el suelo, despellejadas. Se paró junto al cuadro, observando la hierba pintada. Las líneas verdes y blancas resaltaban contra el marco, negro.
—¿Te vas?
—Eso hago.
—¿No me vas a devolver nada de lo que te he dado durante todo este tiempo?
Laura se quedó en silencio, junto al cuadro. Hizo un esfuerzo for arrancar las palabras de entre sus dientes y por que no se notara demasiado el tembleque de sus manos.
—La x. Esa te la puedes quedar.
Gracias por leer!
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