daniel-montes1592619465 Daniel Montes

Breve cuento sobre un sujeto llamado Friedrich quien, sin recordar nada de lo sucedido con anterioridad, despierta en medio de un extraño camino de grava que se verá obligado a recorrer.


Cuento No para niños menores de 13.

#terror #onirico #343 #cuento #thriller #suspenso #miedo #sueños
Cuento corto
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El camino de grava

Una extraña y fría mañana en un apartado camino de grava, y rodeado por una espesa niebla, un hombre despertaba de súbito de lo que parecía un profundo sueño.

Tal había sido su terrible tormento, que un grito ahogado de espanto emanó desde sus adentros y le dejó por completo sin aliento, a riesgo de precipitarse al barreal de un pequeño charco más adelante. El hombre centró sus esfuerzos en evitar la caída, y recobrando apenas el aliento, se encontró perdido cuando sus ojos, incapaces de distinguir aún forma alguna, apenas notaron la luz tenue del alba que se filtraba por entre la espesa bruma que le circundaba.

No podía recordar nada, y no insistió cuando al primer esfuerzo por evocar lo que le había despertado, un dolor agudo e insistente en la nuca le llevó a revisar la posible existencia de alguna herida también olvidada. Pero no encontró nada. No había rastro alguno de cortes o sangre, y debió pensar que se debía a algún fuerte golpe, pues rápidamente se centró en la sensación de mareo que le llevaba a pisar torpemente cada agujero que se le cruzaba.

Impulsado en parte por la inercia o algún acontecimiento aislado, seguía transitando el camino sin darse aún cuenta de que lo hacía. El hombre se detuvo entonces, levantó la cabeza y cerrando un poco el ojo izquierdo para enfocar su mirada en lo que había más adelante, notó cómo una extraña figura se alzaba a tan solo unos tres metros de distancia. Notó también, que oculta apenas por la bruma, esa silueta seguía con sus pasos cansados el ritmo de una marcha interminable de figuras humanas que se perdían, como él, en la espesura de la niebla que inundaba el extraño camino de grava.

La densidad de la grisácea penumbra de unos árboles cubrían gran parte de aquel mundo, pero el hombre, que ahora recordaba su nombre, aún podía notar a los otros que conformaban la interminable y tétrica columna. Ignorando el dolor de cabeza por el peso de las sorprendentes nuevas circunstancias, y habiendo recobrado la consciencia de sí, decidió comprobar su lugar en la extensión de aquella marcha. Para ello giró su mirada hacia lo que había tras sus espaldas, pero de inmediato notó en el ser que le seguía, cómo su fruncido ceño y un torcido y siniestro gesto, le recordaban la extraña sensación de espanto que produce el deja vú. Y casi como si aquel hombre representara algún mal pasado o un vestigio de algo terrible que sucedería, Friedrich apartó la mirada sin notar dónde terminaba la columna humana.

Absorto en la extrañeza de todo lo que ocurría, intentó nuevamente recordar, mientras proseguía con sigilo el paso de la marcha, siempre con la cautela de que aquel hombre no se le acercara. Como urgía saber dónde estaba, así observó: a su derecha le rodeaba un cerco de alambres de púas de unos dos metros de altura, que separaba al camino de un extenso prado, cuyos confines se perdían a tan solo un par de metros por la densidad de la espesura de la niebla. A su izquierda la imagen se repetía casi igual, con la salvedad de algunas siluetas de enormes pinos que de vez en cuando irrumpían con su oscuridad y tamaño la escasa visión del camino donde el brillo de la mañana se reflejaba. También de tanto en tanto, se podía observar algunos montículos de tierra removida que se asomaban por entre los alambres. Sería justamente en uno de estos montículos en cuya cima, donde Friedrich notaría de pronto, la aparición de una extraña silueta fantasmal que se alzaba imponente por sobre los demás seres que conformaban la marcha, su innegable condición de prisionero.

Aquel ser se alzaba de la forma más imponente, como estatua de un ángel vigilante en medio de un patio fúnebre, sobre el pequeño montijo de tierra que asomaba de entre los alambres. Intentó no mirarlo, pero aún así notó que el rostro de aquel tenía forma humana, pero guardaba una expresión frívola y sombría que lo asemejaba más a la estatua de un panteón. Sus vestimentas sucias y desgastadas hasta las rodillas, cargaban en sus colores el paso inevitable del tiempo en un lejano tono verduzco; mientras que de su cuello colgaba una desteñida subametralladora sobre la cual reposaban las manos gigantes de aquel ser, ocultas y cubiertas con sucias y manchadas vendas; y en sus negras botas de cuero, Friedrich vio como un barro oscuro y una especie de musgo opaco se engarzaban por cada pliegue y abertura.

Tras evitar dirigirle la mirada y dejando que la presencia de aquel vigilante se pierda de nuevo entre la niebla, continuó la pesada marcha sin emitir ruido alguno. Por tiempo indefinido, naufragó en extraños pensamientos mientras no se rendía en el vano esfuerzo de recordar. Hasta que de pronto, del olor de unas flores entre las raíces de un enorme árbol, surgió un paisaje rural que bien podría ser un recuerdo: en una extensa pradera de un bello día de primavera, surcada por plantaciones de amapolas y una ribera de trigo, se ocultaba en un recoveco la corriente de un fresco y pequeño arroyuelo, en cuyo sonido Friedrich se fue concentrando más y más. El sonido del agua en su choque constante contra las piedras humedecidas, y la trayectoria de ramas y hojas arrastradas por su diminuta fuerza, le mostraron sin siquiera tener que ver, el tamaño y la ubicación de cada uno de sus pequeños saltos. Así mismo, la suavidad de los pétalos atrapados por la hierba o por raíces frescas que emergían entre la tierra arrastrada por el arroyo, le hacían sentir que un recuerdo puede también ser parte del presente, y que la realidad no está sujeta a un único y vacío tiempo, o que al menos ese tiempo no existía inmerso en aquello que Friedrich identificó como una presencia. De esta forma, inmerso en aquella calidez, la espesura de la niebla que le circundaba comenzó poco a poco a disiparse, y escuchó en las cercanías, cómo la grava se elevaba por entre los surcos del barro, desplazada de manera apacible por raíces de un pastizal suave y verde que conformaban un paisaje que bien podría ser un recuerdo. Al compás de la brisa de un viento tibio de primavera, Friedrich se fue sumiendo en la melodía de la naturaleza de aquel paraje.

Sin embargo, sucedió que mientras sus dedos acariciaban las copas del trigal y luego mecía le tallo que había dibujado en la espesura de la niebla, lejos, cerca de uno de los giros del arroyo donde el agua arrastraba las piedrecillas, el sonido relajante del agua se fue confundiendo, paulatinamente, con el eco de unas voces que, poco a poco, comenzaron a desdibujar los recuerdos de aquel paisaje. Así, de pronto, la hierba comenzó a sentirse húmeda y el trigal se volvió cada vez más rígido; los saltos del arroyo fueron sustituidos por botas en los charcos y el calor de sus pies, se transformó en la humedad del camino; y, finalmente, cuando el hombre abrió sin remedio los ojos, se encontró de nuevo sumergido en la espesura de la marcha, pero con la visión de una estructura lejana rodeada de torres grisáceas pobladas de siluetas que se contorsionaban.

Adelante, los hombres del camino comenzaban a juntarse bajo la estructura de un cartel que se alzaba entre dos torres. Un enorme portón de madera entreabierto y fuertemente vigilado por seres armados, era el recibimiento para los abatidos hombres de la marcha. Cuando Friedrich se acercó al tumulto y se vio obligado a apresurarse a la entrada, alzó la vista hacia el cartel y en él creyó leer unas palabras en alemán, pero no las pudo traducir. Dichas palabras señalaban ciertamente la entrada de un recinto extraño, espacioso y fortificado, que circundado por la misma cerca de alambres de púas y rodeado de vigilantes armados en torretas de concreto, ocultaba su extensión y detalles tras una espesura incluso más densa que la niebla que rodeaba el camino de grava.

Una vez dentro, fue tomado violentamente por el cuello e impulsado a seguir las huellas que, entre el barro y la escarcha, le llevarían a tomar su lugar entre innumerables filas de prisioneros. Estando formado y recuperándose apenas de su visión, Friedrich no pudo evitar contener la angustia de su infortunio y la desesperación de no entender lo que ocurría. Buscó respuestas entre los rostros que le rodeaban, pero de ellos solo recibió miradas de temor que se reflejaban unas a otras en las humedecidas pupilas de los hombres que allí formaban. Pero poco alcanzó lamentarse, pues apenas un sollozo generalizado se disfrazó de prisionero, pronto sus pesares fueron irrumpidos de golpe por una voz ronca y temible que resonó por todo el recinto; una voz cuya magnificencia atraería las miradas de todos los hombres hacia una única figura que se presentaba, y que no había sido percibida hasta entonces.

Un ser alto y delgado, envuelto en una gabardina larga y oscura, en cuya corona se dibujaba la forma de un sombrero de general, entraba en escena y pronunciaba de pronto palabras en un idioma ininteligible, pero cuya sola entonación causaba cierto pavor entre sus oyentes. Nadie pudo explicarlo, pero desde las primeras filas hasta los últimos, pasando por el medio donde estaba Friedrich, notaron ciertos rasgos en aquella extraña figura que les causaba un temor profundo ante la posibilidad de cruzar miradas con los ojos de aquel. Así, muy por lo pronto, los prisioneros comenzaron a entender que no le debían mirar...

(Continúa)

20 de Junio de 2020 a las 02:30 0 Reporte Insertar Seguir historia
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