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Gluttiere

Para Baal todo era delicioso. Su padre, quien era el mejor padre del mundo, cocinaba para él los más deliciosos platillos día, tarde y noche. Había tal cantidad de platillos distintos que Baal no podía decidirse por algún favorito. Todos eran simplemente deliciosos por igual.

Las patatas fritas era uno de sus favoritos. Amaba tomar una entre sus dedos y mientras la enviaba a su boca, percibir el delicioso olor asado, sentir la textura salada y grasosa, y ver su perfecto color dorado. Solo para escuchar su crujido, que era música para sus oídos.

Pero también amaba la pizza. Su padre trajo una receta de la ciudad tan buena que fácil podía ser la mejor pizza del mundo. El salami, champiñones, jamón y lo que le agregara estaban siempre delicioso, pero eso no era lo mejor. Lo mejor es que estaba siempre bañada en queso.

Llevaba tanto queso mozzarella que el delicioso y caliente hilo de queso que dejaba al morder, podía extenderse y extenderse sin romperse. Era algo único.

Pero no solo la mal llamada comida chatarra sabía cocinar, también hacía un inigualable pollo a la parmesana, cuyo olor podía percibirse en todo el pueblo apenas saliese del horno y con las sopas pasaba exactamente lo mismo. Pero ni mencionemos la paella de mariscos.

Esa paella no era de este mundo.

Los platillos dulces no se quedaban atrás y las tostadas francesas eran prueba de ello. ¿Cómo una simple tostada rodeada de fresas, arándanos y bañada en miel puede saber al mismo cielo? Pues las tostadas francesas de su padre podían, sí que podían.

Luego también hacía unas crêpes con crema de avellanas que no se comparaban a nada. Baal no conocía nada como eso y aunque había ido pocas veces a la ciudad podía decir con total seguridad y a sus once años que esas eran las mejores crêpes del mundo.

Lo único que su padre no hacía era helado pero lo preparaba con un bowl lleno de cosas deliciosas. Podía hacer de un poco de helado con varios ingredientes toda una obra de arte. Un deleite visual y una bendición gustativa. Cada cucharada era un océano entero de sabor y azúcar.

Pero lo mejor de todo, lo que no se comparaba a nada y lo más maravilloso que Baal había probado eran esas condenadas tiras de bacon. Bendito bacon, celestial bacon, milagroso bacon. Su padre compraba el mejor y no era nada barato. Por eso lo preparaba con menor regularidad.

Pero la espera siempre valía la pena. El bacon parecía hecho por ángeles. Pero todo eso terminó un día de agosto que su padre no regresó del hotel donde trabajaba. A veces tardaba una o dos horas, pero nunca había tardado más de cinco.

Hasta que dos policías tocaron a la puerta de Baal. Todo aquello fue demasiado abrumador y confuso para él. Le hacían preguntas y preguntas. Lo llevaban de un edificio a otro y hasta hicieron llamar a su abuela. La madre de su papá, para que se hiciera cargo de él mientras tanto.

A Baal no le gustaba nada la idea. Su padre le decía que su abuela era una bruja y que su abuelo era un hombre violento que le había hecho su cicatriz en la ceja. Baal los odiaba aunque los había visto solo un par de veces.

En los últimos días le preguntaban a Baal si su padre había hecho cosas indebidas con él y Baal decía que no con desesperación. Decía que era buen papá y siempre le cocinaba comida exquisita. Les decía que era amoroso y no mentía, pero ellos pensaban lo contrario.

Baal nunca supo lo que hizo su padre con varios hijos de los inquilinos en el hotel, solo supo que no lo volvería a ver en muchos años y que sus abuelos cuidarían de él. Baal lloró y gritó, pero no le hicieron caso claramente. Había demasiadas pruebas y testimonios en contra.

Baal dejó de ir a la escuela. A sus abuelos no les importaba y decían que no era necesario, preferían que Baal trabajara en las tierras del abuelo. Ocupaban más manos para cuidar las gallinas, vacas, y todo tipo de tareas.

Baal ya odiaba a sus abuelos antes, pero ese odio se volvió más real primero con su abuelo. Él nunca había hecho trabajos forzados pero su abuelo le pegaba con una varilla delgada en las piernas si no lo hacía. Eso sí, el infeliz nunca le hacía sangrar, tenía sus limites.

Baal aún así se rehusaba y siempre estaba pidiendo más comida. Podía llegar a llorar y patalear por horas y ni los golpes de su abuelo lo detenían. Solo quería comer algo más que arroz y verduras sin sabor. Quería comida real, les decía.

Quería recuperar lo que había perdido. Aquellos banquetes hechos con amor y dedicación. Los burritos al pastor, el pescado relleno, el arroz de camarones, el cordon bleu lleno de mozarella, el helado y aquel indescriptible bacon.

Pero sus abuelos nunca lo consentían. Le gritaban su desprecio por estar tan gordo y pasaban de servirle arroz con sal a arroz sin sabor del todo. Le daban comida más insípida cada vez y cada vez Baal gritaba y lloraba más.

En cuestión de un mes y medio había perdido unos nueve kilos. Baal solo podía saborear la comida en su mente, nada le hacía olvidarla, hasta que un día lleno de furia lanzó su plato lleno de arroz a la cara de su abuela.

Ese día su abuelo lo hizo sangrar por primera vez.

Fue tal el manotazo que botó sangre por su nariz, boca y por la cortada hecha con el anillo que su abuelo nunca se quitaba. Esa día no lo dejaron ni almorzar ni cenar y lo obligaron a irse a dormir temprano. Escuchó a sus abuelos discutir por horas hasta que se quedó dormido.

Al día siguiente se despertó y percibió un extraño olor en el ambiente. Un olor que combinaba la humedad con el quemado, pero era más humedad. Se levantó y miró por todas partes pero no parecía haber nada en su casi completamente vacía habitación.

Quitó las sabanas, abrió las ventanas, miró el armario. Nada de nada. Hasta que decidió mirar debajo de su cama, que usualmente es lo menos favorito de hacer para un niño de su edad. Cuando miró debajo, el olor a humedad se intensificó, pero seguía sin haber nada.

Mas cuando estaba a punto de levantarse se percató de que faltaba una tabla en el piso de madera, justo en el centro del espacio que ocupaba la cama. Baal estiró la mano temeroso y soltó un grito ahogado. Había sentido algo cuando introdujo su mano.

Retrocedió arrastrándose de inmediato con una mirada estupefacta y el corazón latiéndole rápidamente. Luego de pensar unos minutos tragó grueso y se dirigió de nuevo debajo de la cama. Estiró la mano lentamente y tomó entre dos dedos lo que había tocado antes.

Luego lo sacó.

Era una horripilante cabeza negra y podrida de un gallo. Tenía un clavo oxidado entrando por su boca y saliendo por la nuca, al tacto era húmedo, frío y tieso y el solo hecho de mirarlo a las cuencas le heló la sangre, horrorizándolo como nunca.

Baal lanzó la cabeza y salió de su habitación gritando, corriendo y llorando. Bajó por las escaleras y allí estaban sus abuelos. Era difícil de entender lo que decía pero diciendo palabras al azar fue y abrazó a su abuelo, sin importar que casi le rompe la nariz el día anterior.

Con palabras entrecortadas les dijo que había una cabeza muerta de gallo debajo de su cama. Sus abuelos intentaron calmarlo pero él no se lograba componer, no se sacaba el horrible objeto de la mente.

Sus abuelos fingieron compadecerse y le dijeron que todo estaría bien. Su abuelo le dijo que iría a ver arriba y su abuela le haría desayuno mientras tanto. Su abuelo bajó un rato después y le dijo que no había nada. Baal desconcertado les dijo que sí había y decidió regresar.

Cuando subió no podía explicar lo que estaba pasando. La cabeza de gallo no estaba donde la había lanzado y no había ningún agujero debajo de su cama, ni siquiera una tabla suelta. Juró que lo había visto y su abuelo le dijo que quizá fue solo un sueño.

Baal no era tan inocente como para creer que era un sueño pero sí para no pensar que su abuelo se había deshecho de la cabeza de gallo. O quizá sí lo presentía, pero no quería recibir otra paliza. Entonces decidió bajar con él.

En la cocina lo esperaba algo que no podía creer.

Su abuela lo esperaba con un gran plato de desayuno. Huevo frito con una exquisita yema a punto de reventar, tostadas con mantequilla, gruesas salchichas de desayuno y lo mejor de todo eran las tres largas y deliciosas tiras de bacon. Baal no lo podía creer.

Miró a su abuela y ella la sonrió asintiendo y Baal lloró. Su abuela lo consoló y lo invitó a sentarse. Así lo hizo, no podía creer lo que sus ojos veían. Ella le dijo que era para que olvidara su pesadilla y Baal agarró el bacon con la mano. Podía ver la grasa caer.

Sin pensarlo dos veces envió el bacon a su boca con los ojos cerrados, esperando el deleite de sabor.

De pronto los abrió de par en par y escupió. No lo podía creer ¿Cómo era posible? Agarró otro bacon con el tenedor y lo mordió pero tuvo el mismo destino. Su sabor era diferente, era un sabor desagradable, no como si estuviera mordiendo bacon.

Era como si estuviera engullendo embriones muertos de algún pájaro.

El terror lo volvió a consumir. Mordió las tostadas y no pudo soportar el húmedo sabor a moho. Mordió el huevo y la llema sabía a orina caliente. Hasta que probó las salchichas y su crujir parecía más a morder un insecto muerto y tieso que una salchicha.

Su abuela lo miraba con media sonrisa a sus espaldas y le preguntaba qué pasaba con fingida preocupación.

Baal intentó probar de nuevo todo pero el sabor no era lo que recordaba, era todo horrible y no podía contener nada por cinco segundos, hasta que vomitó sobre el plato y se desmayó.

Cuando despertó estaba en el suelo y su abuela sentada al lado de él. Baal lloraba y le preguntaba que sucedía. Ella decía que no sabía, y le dijo que quizá después de no comer esa comida chatarra le perdió el gusto.

Le dijo que quizá esos sabores habían sido transferidos a algo más, refiriéndose a las comidas que ella le cocinaba. Él nuevamente lloró a gritos y pataleó, ella lo dejó solo en sus lloriqueos.

Más tarde su abuela le dio nuevamente arroz insípido y sin sal junto con un vaso con agua. Baal lo comió todo y dijo que después de aquel horrible sabor, este no parecía ser tan malo. Su abuela se alegró, con aquella media sonrisa de nuevo.

En los siguientes días Baal intentó probar más cosas y su abuela esta vez accedió, cocinándole hamburguesas, comprando pizza y dándole helado. Nada absolutamente nada era igual, Baal se resignó y aceptó que aquel dulce sabor no regresaría.

Pasaron varios meses y Baal empezaba a comer de nuevo, seguía pareciéndole insípidas todas las comidas de su abuela pero al menos no tenían el terrible sabor de la comida podrida.

Baal hasta había intentado con frutas, pero simplemente había perdido todo el buen sabor que había sentido alguna vez. El único sabor que le quedaba era el insípido.

Un día en su rato de descanso yacía recostado en un tocón húmedo de árbol, miraba hacia las nubes y se relajó a tal punto que se recostó aún más, haciendo crujir algo a sus espaldas. Baal se levantó y miró hacia el tocón. Era húmedo y viejo pero a él no le importaba.

Con sus abuelos terminó por acostumbrarse a todo lo desagradable.

Baal pudo ver que la corteza se separaba un poco del tronco e introdujo sus dedos en la abertura, tirando de ella. Una gran parte se arrancó y adentro vio varias gigantescas larvas blancas que se retorcían en la parte descubierta de la corteza.

Una de ellas estaba muerta, seguro la que Baal había aplastado y allí percibió un olor ligeramente bueno. Baal recordó que ya las había visto antes. Un día su abuelo lo dejó ver televisión con él y vieron a un hombre comerlas. Él sabía que eran las mismas.

Casi inconscientemente Baal tomó una de ellas. Se movía de un lado a otro, retorciéndose e intentando escapar y Baal la dirigió a su boca lentamente. Tenía buen olor y hasta la parecía divertido ver como intentaba escapar. Era grande, gorda y blanca.

Baal la miraba con cierta repulsión mientras más se acercaba a su boca. La cabeza era grande y negra también. Estaba a punto de dejarla así e irse pero no podía detenerse. La tenía casi en la boca. Titubeó por un momento pero al final la introdujo en su boca y mordió.

Los amarillentos jugos viscosos de su interior salieron en gran parte por el otro lado, resbalando por su barbilla y goteando. Era un espectáculo horripilante a la vista pero Baal se quedó atónito. No lo podía creer.

El resto de la larva la arrancó y la dirigió a la altura de sus ojos para observarla y dar crédito de lo que había mordido. Baal sonrió y engulló lo que quedaba del insecto.

Con la mano devolvió a su boca los jugos que habían quedado en su barbilla. El sabor, ese sabor, era algo que no había probado desde hacía mucho tiempo. Esa horrible y viscosa larva, ¡Tenía sabor a patata frita! Cuando tragó no pudo ocultar su sonrisa.

¡Su sabor era increíble! Arrancó parte por parte toda la corteza húmeda del tocón y cuando se dio cuenta ya había engullido una por una casi todas las larvas que se escondían allí. Era como un delicioso plato de patatas hechas con la mejor sal.

Por fin Baal había tenido un almuerzo como solía tener. Un verdadero banquete como los de antes. Y volvía estar satisfecho de verdad. Esas larvas vivas era un manjar hasta mejor de lo que recordaba a las patatas fritas.

Continuará…

11 de Junio de 2020 a las 00:19 0 Reporte Insertar Seguir historia
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Continuará… Nuevo capítulo Todos los miércoles.

Conoce al autor

David L. “Una ficción no tiene que salvar el mundo. Basta con que intente otorgarle un sentido.” César Fernández García Amo sobre todas las cosas escribir. Espero que disfrutes leyendo mis historias y no olvides seguirme :)

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