adhok Noceano 404

Anterior 404, Retomando Historia. Un mundo que se acabará en 5 días. Efe, el protagonista y principal villano de la historia narra sus últimos momentos de vida intentando buscar una paz que por su propia naturaleza, le es imposible alcanzar. Ve con resignación como todos en el pueblo en el que vive han aceptado su destino. Sin ser capaz de alcanzar esa misma condición, una frustración para él, inexplicable, comienza a carcomer sus últimos resquicios de humanidad. Disclaimer: Si usted no es una persona capaz de comprender que existen personajes fuera del estereotipo "príncipe azul" o "Héroe salvador del mundo" Absténgase de leer esto. Le resultará desagradable. Si no le cabe en la cabeza algo tan básico, evítese el mal rato. En esta obra no se fomenta el racismo, misandria, misoginia, xenofobia. Sin embargo, podrá ver retratada en la misma una cantidad importante de este tipo de cosas. Por estos motivos he puesto la obra para un público mayor a 21 años esperando que al menos, los adultos tengan la capacidad de discernir una obra literaria por lo que es. Un retrato de personajes y situaciones basadas en la realidad, pero que no dejan de ser ficción. Pareciera que hago demasiado hincapié en esto, sin embargo, ya he tenido mi cuota de personas que se sintieron de alguna forma "atacadas" por este contenido. Por lo mismo, quiero evitar que una situación similar vuelva a ocurrir. Advertidos están. Los personajes, lugares y situaciones son ficción, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.


Ciencia ficción Sólo para mayores de 21 (adultos).
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Ira

Estoy en la calle, son las 3 de la mañana. Estuve buscando un lugar donde terminar de dormir o pasar el rato, pero mis opciones eran demasiado limitadas. En resumen: no encontré ningún sitio. Más que nada porque no quería molestar con mi presencia a nadie en estas horas de la noche. Opciones tenía varias, pero no me apeteció tomar ninguna.

El cielo nocturno se abría sobre mi cabeza, sin ninguna nube en el horizonte que pudiera impedir mi visión podía ver el cielo estrellado casi con total claridad. La noche me estaba obsequiando una vista certera de la vía láctea. Después de todo, la poca cantidad de luces artificiales que hay en el pueblo no son suficientes para opacar el brillo de las estrellas. Es una vista conmovedora, sin embargo, una parte de mi desea ver estallar entre explosiones ese cielo encantador. Si cada estrella explotara en una supernova al mismo tiempo, exceptuando nuestro sol ¿El cielo se convertiría en una pizarra blanca manchada únicamente por los agujeros negros?

Qué tontería.

Una ira ciega se estuvo apoderando de mi cuerpo tras caminar por estas calles desiertas. Una ira que tiene varios motivos, diferentes todos ellos, más ninguno alcanza a ocupar el núcleo de la misma. Es una acumulación de todo. Algo absurdo e irracional, pero las emociones deben ser de ese modo, supongo. Tengo esta mala costumbre de acumular y acumular cosas para finalmente estallar a solas. Aunque pensándolo bien, estallar en compañía de alguien más es una opción todavía peor.

Lo mejor que puedo hacer en este momento es caminar. No importa donde, simplemente tengo que moverme. Cuando era un niño y durante el invierno, mi padre solía decirme medio en broma que “Caminando no hace frío”. No es que haga frío o yo tenga la sensación de frío ahora mismo. Es más bien, porque necesito distraer mi mente de estas emociones y pensamientos que no poseen ninguna utilidad.

Mis pies se encaminan hacia el cendyr náutico. En este pueblo no existen muchas atracciones turísticas y por proceso de descarte, me quedé con la opción de ir a pasear junto al río. No hace mucho habían remodelado el lugar. Irónico teniendo en cuenta que en unos días más todo el planeta será una masa hirviente de cráteres y lava. 3 años de trabajo para nada. ¿Habrá merecido la pena todos esos días de labor? ¿Cuántas personas, cuánto tiempo se perdió en algo que será destruido en segundos? ¿Cuántas personas se accidentaron en la construcción de esa cosa? ¿Cuántas de ellas quedaron inválidas y ahora tendrán que pasar sus últimos días empotradas a una camilla de hospital o una silla de ruedas?

Al menos, honraré a esas personas dándole un uso a aquel cendyr. El paseo de 3 kilómetros de largo junto a la rivera me suponía un buen ejercicio de relajación. Siempre y cuando mi mente me dejara de acosar con preguntas estúpidas.

Caminando no hace frío. Ciertamente, no lo hace. Me quito la chaqueta de mezclilla negra porque comencé a sentir calor. Es verano después de todo. Me vendría bien una lata de Escudo, bien helada.

Las calles desiertas y mal iluminadas pasan una tras otra en un recorrido que parece un laberinto. Bajando entre escalerillas mal iluminadas, atravesando pasajes en los que solo cabe una persona. Los perros que me encuentro en mi ruta levantan la cabeza y se quedan expectates a mis movimientos, más ninguno de ellos hace ademán de querer ladrar como acostumbran hacer ante los desconocidos. Me siento como si yo fuera un ratón de laboratorio cuyas decisiones están siendo observadas y juzgadas en silencio, por los ojos sin rostro que se esconden tras las ventanas de las muchas casas que me ven pasar, ojos sin rostros y sin emociones.

En silencio, me detengo unos segundos para escuchar la noche: Nada. Soy como un ratón asustado intentando buscar una salida de un laberinto inmenso. No, más bien, soy un ratón iracundo dispuesto a atacar lo que sea cuando alteran su paz.

Dios, cuanto deseo lanzarle piedras a ese río.

Mis pies se mueven por si solos mientras me pierdo en mis pensamientos y antes de que me diera cuenta mis ojos se encontraban viendo una rivera que susurraba nombres que ya había olvidado.

Las palmeras del nuevo cendyr náutico apenas son unos matorrales de hojas largas y graciosas. Estos árboles nunca crecerán lo suficiente para maravillar a nadie con su imponente tamaño. Una lástima. Más allá, apenas oculto por las ramas aletargadas de centenares de sauces alcanzo a ver los destellos de luz que rebotan en la superficie del rio. Aguas calmas y tibias. Un peligro para los nadadores incautos, pues bajo la superficie crecen algas que han aprisionado a muchos. Tantos que no pudieron salir a flote por cuenta propia y tuvieron que ser “recuperados”.

La sensación de ahogarse ha de ser horrible. Desesperación, miedo, terror. Sentir que tus pulmones arden como si los incendiaran desde dentro poco a poco mientras se van inundando de agua en cada respiración.

—Los cuerpos sin vida de quienes se ahogan se inflan hasta desfigurarse ¿Lo sabías, chico?

La voz vino de una sombra sentada en una banca próxima a mi derecha.

He estado tan inmerso en mis pensamientos que no me había fijado en aquella persona.

—Un agradable tema de conversación para romper el hielo con un desconocido—respondo mirándole el uniforme de bombero.

El tipo hace un sonido como de risilla. Es de cara morena y cabello corto. Ojos pequeños y mirada astuta. Junto a él un sixpack de cervezas.

—Siéntate conmigo, bebé algo y charlemos. Parece que ninguno de los dos puede irse a dormir, bah. Como si alguien pudiera dormir tranquilamente estos días.

—Pasar la noche junto a un hombre de mediana edad suena más a una desmotivación.

—Nadie quiere estar solo cuando sabe que tiene los días contados, niño. No es pecado admitirlo.

—Con 25 años creo que la definición de niño ya no es de mi talla— le digo tomando asiento en la misma banca.

—Yo tengo 46 y mi abuela me siguió tratando de mocoso hasta sus últimos minutos. Una mujer adorable. Mira, al final lo que importa es lo que tú creas. Eso de dejar que otro te encasille con una etiqueta porque no se le ocurre una mejor forma de llamarte solo será un problema si tú mismo empiezas a creértelo.

—¿Entonces no se te ocurrió una mejor forma de llamarme?

—Pues no sé tu nombre, niño.

—Soy Fernando.

—Un gusto, Fernando. Me llamo Guido. Ahora ten, bebé conmigo y déjame hablarte sobre las personas que se ahogan.

Una estruendosa risa salió de su boca cuando al abrir la lata de cerveza que me había extendido la espuma y el líquido salió disparado por todas partes mojando mi camiseta.

—Venga Fernando, discúlpame. Olvidé decirte que bajé hasta aquí en bicicleta por el Bypass y no es que me haya venido muy lento que digamos.

—Lo que más reciento es que se haya perdido casi la mitad del contenido de la cerveza en el suelo. Lo de la ropa, pues solo es ropa.

—¡Bien dicho hombre!

—En fin, Guido. Algo decías sobre los ahogados.

—Oh si, cierto. Ahogados, ahogados. A tantos saqué de este maldito río. Y de otros ríos, lagos. Incluso el mar. ¿Sabías que los bomberos también nos especializamos en rescate acuático? “Rescate” Que palabra tan irónica. Lo que hacemos no podría llamarse rescate. Nosotros recuperamos cuerpos, como quien recupera sus llaves que caen entre las rendijas del desagüe.

—Alguien tiene que hacerlo, supongo.

—Alguien tiene que hacerlo. Verás, ese alguien soy yo. Y es un maldito trabajo de mierda por el que ni siquiera me dieron un centavo en toda mi maldita vida. A los bomberos en este país los trataron como un jodido chiste.

—Palabras cargadas de resentimiento. Qué curioso que puedo entender el sentimiento.

—Niño, no, disculpa. Fernando. He tenido experiencias desagradables como no tienes idea. Y, sin embargo, ahora mismo lo único que me hace sentir eso es una rabia enferma. Espero que no te moleste que la conversación vaya un poco sobre mí mismo.

—Tanto mejor. Si la conversación fuera sobre mí no sabría que decir.

—Pues bien. Déjame contarte entonces sobre este río. El primer rescate que hice aquí, fue nada más a unas semanas de haberme incorporado al cuartel. Venía saliendo de la escuela de buceo y aquella que vendría a ser mi primera gran salida al estrellato la venía esperando desde hace mucho. Era un chiquillo idiota. Más arriba siguiendo el cauce del rio hay una cancha de futbol donde se celebraban campeonatos rurales. Hasta allí iban familias enteras a celebrar un partido que, más que un encuentro de futbol, era una gran celebración social. Familias enteras, comida, música. Todo un festival. Pues, tanta gente se reúne que no es raro que un niño se pierda entre la multitud. Y eso fue lo que pasó.

—Entiendo.

Nah, no entiendes. Era un niño de 9 años, Mateo se llamaba. Otros críos casi de la misma edad lo habían estado acosando porque tenía un implante craneal expuesto. El chico había nacido con una deformidad y esa cosa le había quedado así porque la maldita salud pública no daba para hacer un mejor trabajo. Imagínate vivir con un pedazo de placa gris pegada a tu cabeza. Y tampoco es que la familia, gente humilde y pobre por cierto, tuviera lo suficiente para pagar una cirugía plástica. Puto drama todo esto ¿no? Pues sí, cuando crees que todo va de la mierda, mejor ni te fíes. Que las cosas pueden ponerse todavía peor. Entonces, los mocosos que le estaban acosando junto al río no tuvieron una mejor idea que quitarle toda la ropa y lanzarla al agua. “Puto deforme” le gritaban. Era otoño, estaba nublado, hacía un frío del carajo ¿Te lo imaginas? El chico no podía volver con sus padres que estaban en medio de la multitud de gente estando él desnudo ¿Qué dirían todos? No, ya lo habían humillado suficiente y la ropa que le habían arrojado al agua no flotaba muy lejos de la orilla. Su padre le había estado enseñando a nadar durante el verano. Sería cosa de ir, zambullirse unos segundos y volver. Los otros mocosos estaban expectantes entre risas y empujones. El chico tomó valor y se lanzó al agua. Verás, la corriente de un río es engañosa, en la superficie puede parecer calma, pero bajo el agua es otra cosa. El peso del chico lo hundió lo suficiente para ser arrastrado hasta un pozón del que no salió más ¡¿Y Puedes creer que los otros mocosos no dijeron nada?! No vieron salir a Mateo del agua y decidieron mantenerse callados ¡Claro, les echarían la culpa! Puta mierda. Fue un mes entero de búsqueda por los alrededores, incluso se barajó la teoría que uno de sus tíos lo había secuestrado. Al final de todo. la labor de búsqueda en el río empezó la tercera semana de su desaparición, cuando uno de los mocosos ya no pudo soportar la culpa y terminó abriendo la boca contando lo que había pasado en realidad. Unos días después de eso encontré al muchacho. Su cuerpo entero estaba hecho una esponja. Irreconocible. Las algas habían comenzado a invadirlo aferrándose a su cuerpo dificultando el que pudiera sacarlo de allí. Fue un trabajo arduo. Pero lo logramos luego de unas horas. Lo hicimos con mucho cuidado para llevarlo a la orilla. Dios, dios, dios. No sé de quién fue la estúpida idea, pero les avisaron a los padres cuando no debieron hacerlo. No en ese momento. No así. Ellos ya estaban esperando en la orilla y maldita sea. No debían estar ahí. No me percaté, también fue mi culpa. No vi cuando la madre se lanzó sobre la camilla para ver el cadáver de su hijo y ante un mal movimiento intentando quitarle la tela que lo cubría, la señora pasó a arrancarle un brazo entero al cadáver de Mateo. Después de un mes el agua pudre los cuerpos. Los rostros de todos se pusieron blancos. Hombres curtidos, que llevaban más años que yo en esto estaban pálidos ante la visión de una madre desgarrándose la garganta a gritos mientras se aferraba al muñón que alguna vez fue el brazo de su niño. Yo me quedé paralizado en el lugar. Esa escena se grabó en mi retina y todavía sigo soñando con los gritos de esa pobre mujer.

Ambos tomamos silencio. Por mi parte supongo que no hay respuesta correcta ante la historia que el acababa de narrar. Expresiones superficiales del calibre: “¡Eso es una jodida mierda!” como si realmente entendiera las emociones con las que este bombero recordaba todo ese me producen malestares nada más decirlas en voz alta.

El silencio siempre es mejor opción.

Si no sabes que decir, quédate en silencio. No vas a aportar mucho, pero al menos no la vas a cagar más.

Ahora con respecto a la historia que acababa de narrar el sujeto a mi lado, solo pude pensar en que la he escuchado muchas veces antes. No la historia en especifico, si no más bien, la he escuchado o leído o visto en películas, series, libros, canciones, etc. Me pareció genérica, mal narrada. Predecible. Sin embargo.

—Haber presenciado, como algo real, una situación como esa, puede convertir a una persona sana en una completamente diferente.

—No lo sé—respondió el bombero Guido—. Con el tiempo te acostumbras, dejas de ver a los cadáveres como si alguna vez fueron personas y comienzas a verlas como masa maleable. Esponjas.

—Lo que le pasa a los cirujanos y doctores. Una rutina así puede acabar con la forma en que las personas enfrentan el mundo.

—¿Enfrentar el mundo? Nadie enfrenta el mundo. El mundo es lo que es y todos tenemos que aceptarlo y ya. Junto con esas tontas frases como “es obra del destino” o “la vida es difícil”. Pura babosada. ¿Alguna vez alguien culpó a una piedra por ser dura? Nadie, nunca ¿Entonces por qué culpan al mundo de ser lo que es? Podemos sentarnos aquí y quejarnos de todo lo malo en nuestras vidas. Pero llegará la mañana y tendremos que salir allí afuera a seguir soportando este mundo.

— Al menos le quedan solo unos cuantos días a todo esto.

—Qué diferencia tiene morir ahora o en unos días más.

—Ninguna, supongo. La muerte es la única certeza real a la que uno se puede aferrar. Yo así lo creo, cuando pierdas toda esperanza: cree en la muerte. La muerte llega para todos.

—Vives una vida llena de emoción ¿no?

—Podría ponerme a bailar en cualquier momento.

Ambos reímos.

Guido se echó en la banca con todavía más holgura, con su cabeza hacia atrás quedó en una cómoda posición para ver el cielo en su magnitud.

—46 años. No sé cómo pasó el tiempo. Parece un pestañeo en una vida llena de tanto y a la vez, tan vacía de todo.

—Al borde de la muerte uno puede ponerse muy introspectivo.

—Y es normal. Hasta ahora he estado viviendo como un robot. Me levanto a cierta hora, ducha, comida, trabajo, de vuelta a casa, etc…Nada ha cambiado en mi vida. Bueno, hace unas semanas mi esposa me dejó. Nunca tuvimos un hijo, no nos ataba nada. Puedo entender eso.

—Creí que nadie quería estar solo sabiendo cuantos días de vida le quedan.

—Ciertamente, ella no quería estar sola. Volvió con una de sus exparejas que tuvo durante su adolescencia. Se reencontraron en el mercado y eso fue suficiente para mandarme a la mierda.

—Salud por la muerte, una vida vacía y relaciones defectuosas.

—Salud.

Ambos dimos un largo trago a nuestras respectivas latas de cerveza. El amargor y el burbujeo bajando por mi garganta me supo bien. Pero no debía confiarme mucho. He comido poco y un par de cervezas podrían ser suficientes para dejarme en la lona.

—Y tú Fernando ¿no tienes quejas de nada?

—No tengo más que cualquiera, ni menos que nadie. Sin embargo, creo que, si se tiene el tiempo para quejarse de las cosas, también se tiene el tiempo para hacer algo al respecto sobre las mismas.

—¿Entonces?

—Entonces no me quejo de nada. Me da pereza arreglar cosas que están por sobre mis capacidades. Si tengo que hacer algo, lo hago en el menor tiempo posible. No hago nada que no tenga que hacer. Es como dices, estoy de acuerdo contigo. El mundo es lo que es. Sin embargo, yo creo que el mundo se puede cambiar o al menos, se le puede engañar para hacerlo más ameno.

—¿No es esa otra forma de decir que tan solo estás escapando de algo?

—Claro, escapar del deber, los conflictos y las personas es una buena forma de sobrevivir. Pero ¿Sobrevivir para vivir otros 4 días más? ¿Para qué haría eso? Ahora lo estoy pasando mal porque tengo que lidiar con esa quimerea de tres cabezas.

Guido volvió a reír.

—Todavía queda una opción más.

—Hmm…

—Sobre la historia de Mateo — comenzó a decir Guido — . "El niño que se ahogo porque prefirió arriesgarse antes que vivir una humillación". Gran parte de lo que te dije lo reconstruí en mi mente de las cosas que escuché mucho tiempo después. Sin embargo siempre pensé que pudo ser de otro modo.

—Claro que pudo ser de otro modo. Pudo haber tomado un palo cercano, golpear en la cabeza a otro de los niños que estaban ahí, dejarlo inconsciente quitarle la ropa, vestirse y volver con su familia.

—No me refiero a eso. Quizás el niño eligió morir.

—¿Estás diciendo que se suicidó?

—Sí. Es una idea que ronda mi cabeza. No conozco las condiciones en las que ese niño pasó su corta vida. Sin embargo, siempre me llamó la atención que pudiera culparse a uno de sus familiares por un supuesto “secuestro”. Y ni tan siquiera eso. El niño tenía una deformidad en la cabeza, no era nada agradable a la vista de los demás, sin embargo, su familia lo empujaba a situaciones sociales que quizás para él era un tormento todavía mayor que tener que verse al espejo cada día. Vivir sintiendo rechazo por todos es agotador, pero sus padres no veían eso. Quizás lo culpaban por débil. “Qué no te importe lo que diga el resto” Es una frase común de los padres. Pero les resultaría fácil decirlo. No los culpo por ser malos padres. Ellos quizás querían lo mejor para Mateo. Pero eran simples personas a las que nadie les enseñó a criar a un niño, menos a uno deforme. Mucho menos sabían lidiar con un hijo que sí era diferente a los otros niños. Toda esa presión en un infante de 9 años del que se burlaban y hasta llegaron al extremo de desnudarlo en público para humillarlo. Quizás sintió que ya era suficiente, quizás tomó la única opción que le habían dejado y que podía tomar por orgullo. Si no podía vivir una vida normal, al menos moriría por su propia mano. Lo que hicieron los otros niños no fue sino abrirle los ojos a esa opción lanzando su ropa en el agua de este rio.

—Aun así, su madre lloró a gritos aferrada a su brazo. Si ese niño tomó la decisión de matarse, me parece despreciable.

—¿Despreciable por morir sin pensar en los que quedan atrás?

—Si hay tan solo una persona que te espera ver volver a casa y se alegra viéndote reír, tienes la obligación de vivir por esa persona y para esa persona.

—¿Y si esa persona ya no existiera?

—Entonces haz lo que quieras. Creo que como humanos debemos vivir por y para nuestra manada. Yo soy un chimpancé que vive por su pequeña comunidad.

—La manada de ese niño era una familia que no entendía por lo que estaba pasando.

—Seguía siendo parte de la misma.

—Me da la impresión de que te da igual si te contradices o no. O quizás tus valores estén en un tono demasiado personal para que los pueda entender.

—Quizás solo soy un tipo inmaduro que no es capaz de ver todo el panorama de una situación que le es ajena. Tampoco es como si intentara imponer sobre los demás mi propia percepción de las cosas.

Mi lata de cerveza ya estaba vacía. Decidí abrir otra.

—Beber me pone hablador—dije.

—Compartir alcohol con otra persona ayuda a entrar en confianza. Me alegra haberte encontrado aquí, Fernando. Cuando te ví pensé que habías venido a suicidarte lanzándote al rio. Hasta pensé que podría acompañarte.

Ahora que lo pienso, él dijo que vino en bicicleta hasta aquí, pero…

—Ya lancé mi bicicleta al agua. Era uno de mis bienes más queridos y desapegarme de ella fue todo un reto, de hecho, estaba lidiando con eso cuando tu apareciste aquí. No creo que tengas problemas con mi decisión. Verás, soy un hombre de 46 años que no tiene familia, la que era su esposa ahora es feliz con otro y en nuestra última conversación dijo que no le importaba si me volvía a ver o no. Y como tú dijiste, uno es para su comunidad, sin embargo. Yo no soy parte de ninguna.

—¿Vas a suicidarte tirándote al río?

—Terminé de tomar esa decisión cuando abriste la última lata de cerveza.

Me quedé paralizado y Guido comenzó a reír.

—Discúlpame por favor, esa fue una broma horrible. La decisión la tenía tomada hace ya bastante tiempo. Más o menos. Estos meteoritos fueron el empujón final. Vivir un par de días más o menos no tiene relevancia para quien ha tenido una vida vacía llena de recuerdos terribles sobre personas ahogadas. Quiero irme junto a este maldito río y pudrirme un poco en sus aguas antes que todo esté carbonizado—Y diciendo esto se puso de pie—: Gracias por esta desagradable conversación sobre la vida y la muerte.

No volví a entrar en cuenta de lo que estaba pasando hasta que Guido puso su manó en mi hombro diciendo:

—Ni siquiera intentes detenerme. Tampoco es como si con un cuerpo tan delgado pudieras impedirme hacerlo. No tienes la fuerza para eso.

—No te preocupes — dije — . Respeto tu decisión.

Vi como el hombre se quitaba esa casaca negra de Bombero y la dejaba en la banca en la que estábamos diciendo:

—Es un regalo para ti.

Guido miró hacia el rio y yo hice lo mismo, en un instante él llegó junto al agua. Primero se sumergió hasta el estómago y luego, finalmente desapareció en la negrura abismal de un rio que destellaba brillos plateados como las escamas de un inmenso pez negruzco.

Dejar morir a una persona que ni siquiera era mala. Que era de hecho todo lo contrario. Era un buen tipo. Un héroe, al fin y al cabo. Era alguien que necesitaba ayuda, una palabra de aliento nada más. Quizás no tengo la fuerza para detenerlo, pero podría haberle dicho algo para que cambiara de idea. Si no tenía manada pude invitarlo a la mía. No me costaba nada. Pero no lo hice ¿Por qué no lo hice?

Entonces recordé las palabras que Diana me dijo antes de que me fuera de la cama que habíamos compartido hace rato:

“Nunca podrás amar a nadie porque te odias a ti mismo, le hechas la culpa de todo a unas simples pastillas diciendo que te entumecen los sentimientos y te dejan dentro de un cuerpo plastificado. Esa es solo una más de tus mentiras, realmente no deberías existir”

—Realmente no debería existir.

Miré otra vez el rio en el que acababa de suicidarse una persona que pudo convertirse en un buen amigo.

Todos están luchando contra algo, algunos se rinden otros siguen creyendo que podrán ganar.

Entonces escuché agua y un grito desgarrador. Era Guido, escupiendo y maldiciendo había salido a gatas del agua. Eché a correr con la casaca que me había heredado, pero cuando llegué a su lado vi que no sería necesario dársela.

—¿Qué tal se siente suicidarse?

Esperé una respuesta mientras el tipo aún se debatía por respirar. Entre la toz y el vómito, la respuesta que recibí fue:

—De la mierda.

Una vez recuperado su aliento Guido se echó sobre su espalda sin intenciones de moverse de allí. Se había tapado el rostro con sus manos. Yo me quedé a su lado de pie.

—¿No vas a darme la casaca de vuelta?

—Claro que no, es mía.

—Maldito mocoso—respondió. Pero no sentí ningún resentimiento en su tono de voz.

—Todo el mundo está luchando con algo—comencé a decirle—. Algunos se rinden, otros buscan motivos para seguir. Tu has aguantado 46 años de vida, tener que soportar unos 4 días más no te va a matar.

—No debí tirar mi maldita bicicleta, podría haber ido por más cerveza.

—Sí, ese fue un error garrafal.

Luego de unos minutos volvimos a la banca en la que habíamos estado antes y como si no hubiera pasado nada, comenzamos a hablar nuevamente de la vida y la muerte con la misma naturalidad con la que un vecino saluda a otro por la mañana.

No sé en qué punto me quedé dormido. Me despertó el sol del amanecer, pero no vi a Guido por ninguna parte. La casaca negra que me había dado seguía ahí. La tomé y me la llevé. Mi cabeza comenzó a girar y mi cuerpo se sentía de la mierda. Había dejado mi frasco con pastillas en casa de Karina y no podía articular otro pensamiento que no fuera el de tener ese frasco de vuelta. Eso, el funeral, Diana, Guido y todo lo demás estaba haciendo explotar mi ansiedad y terminé a duras penas reprimiendo un ataque de pánico.

—Solo otros 4 días más y todo habrá terminado.

3 de Septiembre de 2021 a las 03:50 0 Reporte Insertar Seguir historia
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Noceano 404 Nadie debería tener esa agradable sensación de irse a dormir sin ninguna preocupación en la cabeza

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