10 años atrás...
Siento como la ropa me pica y aprieta a partes iguales, y me desespera pensar en el momento en el que por fin pueda arrancármela del cuerpo. No nací para esto, eso lo tengo bastante claro.
Mamá no para de dar órdenes a sus ayudantes mientras me inspecciona de arriba abajo. Se la ve muy cansada. Sus ojeras son enormes, pero ese no parece ser su principal problema ahora mismo.
—¡No, Anna! ¡No te toques! —grita cuando trato de aliviar el endemoniado picor de mi huesudo hombro. Doy un respingo cuando su mano palmea la mía con brusquedad. —¡Eres un desastre! ¿No ves que casi lo estropeas todo?
Un nudo enorme aparece en mi garganta y las lágrimas se acumulan inmediatamente en mis ojos. No puedo evitar el temblor de mi labio inferior, anunciando mi inminente llanto.
—Oh, no, no, no —sopla varias veces mis ojos con el ceño fruncido —. Ni se te ocurra llorar ahora.
—Pero, mami… Pica mucho, mucho.
—No seas dramática, Annabella —vuelve a refunfuñar, acomodando a su gusto mi largo pelo. —Mira a las demás niñas. ¡Son perfectas! Ninguna se ha quejado tanto como lo estás haciendo tú.
“Perfectas”.
Con esa única palabra resonando con fuerza en mi mente y quemando en mi pecho, tira de las comisuras de mis labios y los convierte en una sonrisa para después empujarme hacia la pasarela, donde una de sus ayudantes me llama la atención con gestos exagerados.
—¡Que todo el mundo vea lo bonita que es mi hija!
“Bonita, pero no perfecta”.
Una pequeña lágrima se desliza por mi sonrojada mejilla antes de que los enormes focos impacten contra mi diminuto cuerpecito y la música resuene, dando inicio al desfile.
Aparto con asco esa estúpida gotita, vuelvo a sonreír tal y como me ha enseñado mamá y me permito brillar ante todos, porque debo ser perfecta.
Myriam Lada
