En el pueblo que Little Mary se llamaba, la crianza de corderos a muchos les importaba. Así que los huérfanos corderitos de Mary no podían ser sacrificados, y a las familias más generosas les fueron entregados. Algunas decidieron como mascotas criarlos y otros pensaron que sería mucho mejor asarlos. Nadie jamás imaginó que los corderitos fueran tan importantes, pero eso es algo que aprenderían de ahora en adelante: Ya que estos corderos servían para mantener bajo control a Los-Que-No-Vivían.

Dante era un lindo niño tímido que con nadie hablaba. Hace poco se había mudado a este extraño pueblo que Little Mary se llamaba. Aún no tenía amigos para salir a pedir dulces, pero eso no impidió que se entusiasmara con Halloween ya que sabía que allí tendría diversión sin fin. Salió solo a la aventura, diciendo que ya era mayor para salir acompañado, así que cuando no llegó y sus padres preguntaron por él, fue como si en la calle nunca hubiese estado.

El pequeño Antón odiaba Halloween, nada de tal festividad gustaba. Y también vivía en ese pueblo que Little Mary se llamaba. Se fue a dormir temprano, vistiéndose con su pijama de ositos y cerrando muy bien su ventana para no escuchar los ruidos del exterior. Estaban todos siendo ruidosos y gritando tonterías, ¡truco o trato! y, oh, eso no le gustaba al pequeño Antón. Se acomodó bien entre sus mantas, apretó sus ojitos esperando dormir bien. Así que no se esperaba que lo jalaran de los pies.

Poco a poco todo el mundo se enteraba, que ahora este pueblito Little Mary se llamaba. Cada fin de octubre, en memoria de Mary, se hicieron un montón de conmemoraciones, que con el paso de los años, se convirtieron en celebraciones. Cien años ya han pasado y nadie por el crimen de la niña fue castigado. Se cuenta que es un alma en pena que aun anda por ahí. Incluso, ahora dicen que cerca de la fecha de Halloween, ven a la pastorcita Mary buscando a sus corderitos para llevarlos a su redil.

La pequeña pastorcita que era guardiana y protectora, un año desaparecida llevaba. Y algo empezaba a ocurrir en el pueblo que Little Mary se llamaba. Los suelos temblaron, el cielo se nubló, el agua se volvió turbia y las cosechas se murieron. Fue entonces que Los-Que-No-Vivían aparecieron. Preguntaron por sus tributos y nadie lo entendió, así que Los-Que-No-Vivían lo exigieron por la fuerza. Tomaron aquello que los marcaría para siempre y nadie pudo oponerse a esa acción tan perversa.

Hubo una vez un pequeño pueblo perdido entre dos caminos que llevaban a ninguna parte. No estaba en los mapas y la gente no solía recordar su nombre cuando lo abandonaba. Pues este pueblito Little Mary se llamaba. Pocas casitas de vigas chuecas albergaban a sus cien habitantes y en cada Halloween iban cien personas más a disfrutar de su festival. Pasteles, calabazas, dulces y diversión asegurada. Caramelos, disfraces, música y alegría. Así que nadie se preocupaba si algún niño se desaparecía

—Ella no puede pasar, no se permite la entrada a menores. Aquella a quien negaron el acceso busca en su bolsita de mano una identificación. Sus amigos se ríen; no es la primera vez que ocurre eso, ¿pero a quién podrían culpar? Ella es pequeña, delgada y, en apariencia, adorable. Con delicadeza, tanto como le permite su ira, le muestra su identificación al caballero de la entrada diciendo: —¡A ver hijo de la chingada! ¡Tengo 21!

Había un misterio ominoso del que nadie hablaba, y comenzó en este pueblo que Little Mary se llamaba. El hombre orgulloso cree que todo conoce y domina, pero hay muchas cosas que él ni siquiera imagina. Ocurrió hace buen tiempo, que desde lo más profundo de la tierra, emergieron unos seres que al ser humano le hicieron la guerra. Devastaban al mundo y no importa como los enfrentaran, ellos no morían. Los más viejos, sabiendo que no matas lo que está muerto, les llamaban: Los-Que-No-Vivían

Lucía con diligencia su disfraz preparaba. Ya que una cita con disfraces era tradición en el pueblo que Little Mary se llamaba. Se despidió de sus padres prometiendo volver temprano. Caminó tranquila por la calle hasta que oyó lo que sonaba como un pequeño niño espantado. Ella no podía luchar contra su buena voluntad, creyendo que su novio la perdonaría, fue a buscar al niño que tanto parecía llorar. Su novio, preocupado, la espero en su coche, pero Lucía se perdió en medio de la noche.

Manuel Ernesto era un niño que gustaba de estudiar y que las vacaciones no disfrutaba. Era el mejor de la escuela de aquel el pueblo que Little Mary se llamaba. La madre de Manuel Ernesto le había preparado un bonito disfraz para que saliera a pedir caramelos, pero él listo niño solo quería leer los libros de su abuelo. Leía y leía, hasta que encontró unos extraños versos que recitó en voz alta. Quedó tan alterado por lo leído, que no noto que la oscuridad se lo tragaba sin hacer ni un ruido.

Mary tenía trece años y siete corderitos que con diligencia cuidaba.  Era una pastorcita que vivía en el pequeño pueblo que con un nombre aún no contaba. Resultó que en Halloween, mientras Mary llevaba a sus corderos a pastar, en un descuido fue llevada a la fuerza por un renombrado rufián. Pasaban los días y la pastorcita no apareció, la noticia el pueblo muy pronto se difundió; más de uno, en su nombre, juró que se iba a vengar. Pero, mientras tanto, llamaron Little Mary a aquel lugar.

Es así que cada vez que Halloween llegaba a este pobre pueblo que Little Mary se llamaba, que Los-Que-No-Vivían se llevaban a quienes ellos más estimaban. Siete niños buenos. Siete almas puras. Siete corazones nobles. Cada niño que quedaba solo en la oscuridad, Mary volvía para arrastrarlos hasta su infierno personal Los niños serían los corderos que no pudo cuidar, aquellos que alimentarían a quienes desde las sombras nos pueden controlar. Dime, pequeña Mary ¿a quién te quieres llevar?

Siete niños a ciegas caminaban por las calles del desconocido pueblo que la gente Little Mary llamaba. Sus ojos vendados y sus manos tomadas, solo cubiertos con la más blanca lana. Los corderitos recorrieron con sus pies descalzos, los caminos que anduvo la pastorcita antes de encontrar descanso. La gente cubrió sus vista para no ver a los infantes, debían hacerlo si no querían que ocurriera lo que había sucedido antes. Los-Que-No-Vivían reían con todo el gran teatro que para ellos hacían.

Estrella Paulina era una niña educada. Y vivía en este pueblo que Little Mary se llamaba. Su madre había cosido el vestido de muñeca más primoroso, su cabello recogido en dos trencitas y sus mejillas enrojecidas con rubor artificial. Salió a pedir dulces acompañada de su hermanito y caminaron entre las casas de sus vecinos. Había mucha gente y se desviaron a un callejón oscuro. El chico quiso tomar la mano de Estrella Paulina, pero ella había desaparecido como si estuviese hecha de humo.

Estrella Paulina, El pequeño Antón, Lucía, Dante, Florence, Manuel Ernesto y María Bella, caminaron hasta aquel lugar donde su destino se sella. La noche de Halloween terminaba y Los-Que-No-Vivían a los niños esperaban. Ellos los consumirían, ellos tomarían sus almas, comerían sus pequeños cuerpos hasta que rompiera el alba. Durante un año no volverían, en la oscuridad aguardarían. Y así otro grupo de niños que en el pueblo de Little Mary desaparecía y que, por ellos, nunca nadie preguntaría

María Bella era pequeña y muy cuidada. Y como el resto de nuestros niños, vivía en este pueblo que Little Mary se llamaba. María Bella tenía algo especial, algo que sus padres no podían ni imaginar. Halloween le gustaba celebrar, pero eso no significaba que se fuera a disfrazar. María Bella solo daría dulces a los niños que tocaran su puerta, pues sus padres apenas y la dejaban ir a su huerta. Sin embargo, la niña de sus ojos se extravía, ¿Sería María Bella la última niña que desaparecería?