Penetró la nostalgia en sus sentidos cuando el aroma de su hogar se presentó en su sueño. Los páramos que nunca envejecen le daban la bienvenida. Su visión ignoró su primer plano para evadir la realidad. Solo disfrutó las arboledas llenas de las hojas platas y bases negras, las punzantes cimas que chispeaban ese día despejado y que se cargan de las alhajas sin trabajar. Regresaba entre metales sólidos y encomendado por quienes alguna vez dirigió en combate. Acusado por los mismo que defendió.

En el pasado disfrutaba de los territorios que, por más obscuros que las mismas noches fuesen, encerraba en su corazón como su lugar de nacimiento. Caminaba halando los metales en ciclos que pesan mucho menos que las flamas concientes que él mismo arrebató. Culpable de levantar la voz ante un bufón de corona yerma y de esencia a cruór. Ámbitar Cinam, era colocado como a objeto de mostrador y ejemplo de que nadie debía cuestionar a un imperio que luce hermosas alianzas criminales en sus dedos.

Pasó el tiempo, ese que desgarra con su paso y quebranta las almas débiles con su marcha implacable. Ese que le transformó su cuerpo fornido a un cúmulo lastimoso de calcios remarcados y carnes blandas sin ánimos. Ámbitar Cinam, era removido de su podio acusador entre cadenas y aguas saladas en la costa. Ya no era un símbolo de desacato si no un despojo lastimero que se apegaba a la vida obstinado de sufrir por aquellos que mató. Ahora tocaba difuminarlo entre barrotes para evitar un mártir.

Gélida y amontonada, la nieve copiosa más provechosa. Cubierta de anillos en trincheras dedicadas a las cálidas aguas en medio de la tundra. Posan las columnas brillantes que aprovechan la alhaja caliente de eterno fulgor. Sobrepuestos los ingeniosos garrafones que acumulan la inquieta fría y la tranforman en artificial sauna. La aldea Vadguar, la anillada en cosechas. Su tubérculo el Vrunth, se las arreglan los vivos para producir su licor, ante la tundra inclemente y la incredulidad ajena.

Se fundaba y crecía a paso lento el Bastión Oeste y sus murallas solo eran una silueta de lo que llegarán a ser. Galthico Catrid heredaba por derecho de guerra los fértiles terrenos del norte. Su mente abrazaba los recuerdos con Ámbitar y Marckel Hodvega, este último ya no les acompañaba más en la vida. Ahora solo le restaba buscar a una acompañante para finalizar la suya. La pelirroja de apellido Reviéd, madre ya para ese momento, captó su atención. Cautivarla será más trabajo que la guerra.

Cuando puse a salvo a Almie en el oeste de Haranla, me retiré entonces por los desiertos dirigiéndome al norte. Debía apresurar marcha, pronto Tunler regresaría del ya extinto Vrahanon y debía presidir entonces como única sobreviviente de mayor edad de los Hodvega, ya que mi hermano menor todavía era muy niño. Todavía me aflige el corazón, haber abandonado a Magmalacio, peor aún a mi querido hermano mayor Marckel, que luchaba todavía en los páramos del sur, junto a Ámbitar y sus hombres.

Había pasado un año. Tunler y las familias más distinguidas firmamos el Precepto del Fulgor, como constitución de nuestro nuevo hogar, Hifend. La mayoría de nuestro linage murió luchando contra el imperio de Vrahanon. Así que como recompensa, se nos entregaron tierras en el recién formado Bastión Norte. Y se nos prometieron otras en la nueva capital que llamarían Grand Hifend. Ahora podía elegir que tierras podía heredar mi hermano menor. Yo tomaré las del norte y él en Gran Hifend.

Pasaron 200 años de la tercera era. Los descendientes de Almie Reviéd vivían en el Bástion Oeste, en el continente que llamaron Hifend. Gedios y su esposa Zaadas regentaban los ilustres aposentos de una familia de médicos por profesión. —Gedios, de nuevo el gobierno—dijo su esposa preocupada.. —Hifend ahora es un nido de corruptos y los Hodvega siguen presionandonos, querida llegó la hora de abandonar estas tierras—decidió con pena. Los Reviéd iniciaban su éxodo, a un nuevo hogar.

Toman como hogar una aldea humilde, de poco protagonismo al noreste de Kilod. Gedios y Zaadas dan fruto a mellizos; una hermosa niña, de cabellos rojizos a quien dan honores con el nombre de su antepasada Almie, y un varón, de cabellos obscuros, de necios lloridos que nombran Darek. Afligidos sus corazones por el hecho de no dar legado en el Bastión Oeste. Más les besa la calma de que sus retoños, ambos con el don de la vinculación de almas, no serán marionetas de un país egoísta.

Se recostaban serenos, costumbre de fantasía pacífica, en aquel oasis confidente de melancolías juveniles. Remolineaba sus cabellos, sutil esfuerzo a evocar su presencia. La dama, de irises carmesies y plateada cabellera, jugaba con el rubio de su amante, que miraba las tres lunas. Haranla adolece, y la chica llenaba su júbilo en enmancipar aquel dolo juntos. Su juicio jugaba en contra al deshonor. Tunler debía ser persuadido por su amada Yealad, en portar armas a la causa loable de su país..

Chispea en sus mejillas los minerales cristalinos de la arena dorada, que acarician su rostro abatido en el terreno. Sus ojos clausurados y la faz gesticulada en deshonrosa comisura baja. El sendero remarcado de sus lágrimas se muestra desvergonzado en el cúmulo de su trillo donde la arena se dibuja frondosa. —¿Me escuchas?, ¿sigues con vida?— La voz suave y tersa de una dama se inmiscuye en su camino a la muerte. Sus ojos de nuevo abren. Ella es lo primero que observa de regreso a la vida.

—Ten, bebe un poco.—La dama acerca el cántaro que reposa en su espalda. El sujeto se posa ergido a peripecias desesperado por el líquido que chapotea frente a su faz. El varón se apropia de buena parte del agua. La chica pone atención al rubio arrapiento. —Gracias señorita—El planior regresa el agua a su dueña. —De nada. —La dama recibe sonriente el objeto—. Y dime, ¿qué haces en medio del desierto? —Huía del imperio sin un rumbo marcado, pues mi vida se perdió tras mis huellas en la arena.

—Si, bueno, aunque no entiendo nada de lo que dices, debo preguntarte ¿qué harás? —Yealad permanece observando al extraño rubio, que pérdido en su interior solo se digna a callar—. Oye, te hablo. —Perdona—dice Zorger mirando las arenas—, no tengo rumbo, así que me dejaré guiar por la hipnótica belleza de la montaña Garmanos. —Mejor dejate llevar por mi belleza a la aldea. Sin preparación no tardarás ni tres horas en volver a besar las arenas. Ambos ríen con fuerza a una petición seria...

Se mecía agotado y su armadura pesaba muchísimo, el destino lo llevó a un asentamiento de aquella enorme rivera. Un pequeñita Tempalie, miraba al cielo emocionada en el zaguán de su humilde chosita, revoloteba su colita mirando la luna verde en el cielo. Se percaron ambos de sus presencias. Le miró inocente. —Señor, señor, ¿ Por qué la luna es verde?—dijo la niña. No contestó, su inocencia pura le hiso desistir de llevar a cabo la ejecución que tocaba de su pueblo. Le llamaron hereje...

El tempalie le miraba, su espada corta derramaba el crúor en lento torrente del sin nombre. Envainó pues el incesante tremor del coliop daba señal derrotista. —Eres un incapaz coliop, trituraré tu cuerpo y serás un alma más en el Valaron de su ilustrísima. —Posó su palma abierta direccionada al derrotado. El aura se concentró en ella, luego en el sin nombre, más nada sucedió—. Tú, acaso eres un acólito. Un acto silencioso interrumpía. El tempalie se retiró sin mencionar palabra del lugar.

Despertaba esa mañana. Tan adolorido como deprimido, derrotado y frustrado. El viento fue atrevido. Le maquilló durante su letargo con el obscuro sedimento y remanente de buqué a carne de los incinerados antes de su llegada. Los adolece sin reconocer en su memoria alguna faz que quizo honrar con su acero. Tomó una manita inocente, que se desintegró. Lágrimas acompañaron al infante de polvo negro en el suelo, atormentadas por las últimas palabras culposas que talló en su cabeza el asesino.

La brisa gélida aventó las cenizas del infante y su llanto mutado a nieve le sigueron. Los matices de claro obscuro teñirán el suelo que acurruque su caída y no entenderá a la realidad. Levantó su cuerpo, pero mayor labor le tomó a su orgullo postrarse al verse mansillado por lucides, esperanzado y temeroso también. Ahora entendía, ni su nombre ni su pasado eran menesteres pertinentes de sus búsquedas, eran a los acólitos a quienes debía perseguir y de los cuales formó parte alguna vez...

Se posó en la cumbre elevada de aquel escampado en las montañas del este de la rivera. Mirando el templo de su señor al oriente. «Ese lugar...¡lo recuerdo!... Recuerdo el ritual...Fuí seducido por mi ambición de dinero, poder y respesto...renuncié a mí moral...era todo un honor para un Coliop pertenecer a los Dragcnare...¿qué he hecho?» rememoró el acólito. Agobiado por el pasado evasivo, huyó al norte sin destino. Buscando respuestas...tratando de encontrar al menos su nombre.

Aquel coliop sintió repugnancia ante aquellas palabras pretenciosas. —No tienes potestad para asesinar a inocentes, infeliz—manifestó su desacuerdo desenvainando su espada de filo dentado. El tempalie no inmutó, acusando caminata a su dirreción. Prepotente andado, que acrecentó en el valiente coliop el miedo, por la ausencia de mirada en aquel yelmo que cubría la cara del asesino. —La ignorancia es atrevida. Pronto entenderás a qué has desafiado—increpó con absuluta confianza el tempalie.

La hiperventilación acorraló su valentía. El sin nombre pensó que cometía el error de su vida, al chocar con ese tempalie que no dudaba a lidiar. Observó sus periferias, laderas y árboles. Luego al frente. Posó sus pupilas verdosas en la montaña de fuego y cadáveres la silueta de un niñó. Recordó a la niña tempalie, sus irises magentas y su faz llena de inocencia, que ayudaron a salir del trance. Tomó postura, espada dentada al costado de cadera, reclinó, pierna adelante e inició el duelo.

La bruma, bufanda caprichosa, arreboza sus maderas de ligero púrpura y hojas de pálido dorado, de los árboles Aujirl que descansan en su bosque. Descansa las fúnebres lápidas, de valientes que dieron su vida por au amado continente. Tempanos cristalinos les acompañan. Durante las velas obscuras, ellos resuenan, ornamentando la bruma con su fulgor. Atmosfera inquietante para cualquier viajero. La muralla de cristales le llaman. Al bosque de Mjirl, desolado y perjuiciado, dentro de Gunthar.

Entre las faldas del actual volcán Titan, se esconde un paraíso boscoso, de termales riachuelos, y pesares recuerdos. En el pasado fue refugio de muchos de los soldados de Vrahanon. Que perdieron la vida, mientras defendían los ideales de un imperio decadente. Para los curiosos puede ser una visita grata, para los historiadoreses de Bana, trago amargo a cada tanto encontrar los anillos nupciales de aquellos que murieron. Se ubica al oste de Boca del Titan. Tranda el bosque de los adoloridos.

Las botas elevaron el manto marrón al dar el primer paso. Derramaba su vitalidad mansillada por las grescas que, a la voluntad de sus hermanos de armas, abandonó por cumplir el objetivo. Vrahalesk se mantenía vigilante al profanar el pórtico defendido por las lloronas artesanías de mármol obscuro, que precedieron en lamentos. La pureza del ambiente le recordaron por quién lucha, más el fétido de las sensaciones tangibles también abogaban a proseguir y eliminarle. Losh el corrupto le espera...

Advertido fue antes de encararlo, la valentía y la cobardía daban tertulia amena mientras su alma resolvía el debate a elegir ganador, y observaba a la cara. Los árboles cárnicos se lamentaban en baritono mezclado con la resonancia de los obeliscos esmeraldas, acto de preámbulo al recibirle gustoso. Vrahalesk, el tempalie fue juzgado por las irises verdosas de fulgor divino, mientras el anfitrión tragaba la carne del vivo que cautivo era deborado por ese ser que no necesita alimento...

La ciudad Laop apenas daba sus primeros sorbos de vida, en la nueva era. Cincuenta años quizá, tenía la tercera era. El navío llamado "Trastabillado", capitaneado por Solver, un viejo Coliops marino, se preparaba para atracar. Razones escazas, por no decir nulas. Un Tempalie propuso construirlo en el mar. Un faro iluminado de joya Linme, seria su obra soberbia. Como no olvidar cuando la nave culminó a honores a su nombre, Se maldijeron ambos. Nadie quiso enderezar la obra absurda.

—Tú... ¿eres al que llaman, «el corrupto» entre acólitos? —Dudó, su mano y la hoja sin mango le temblaron, las irises blancas, el desdén en su sonrisa la presencia misma le intimidaron. —Así es, mortal—afirmó levantando copa para darle trago al líquido rojizo. Limpió sus labios, asotó el brazo al acabar y el acto provocó vendavales atemorizantes, haciendo bailar los pelajes del tempalie—, y tú, atreves a posar pies en suelo sagrado, ¿quién eres? —...Vrahalesk... y vengo a detener tu locura...

Rondaba el año 600 de la tercera era. La ciudad de Kuhuf, como de costumbre, acaudalaba muchas personas. Un Tempalie observaba, su cola se mecía de emoción, maravillado por el obelizco erigido en la plaza del comercio. —Es maravillosa, es increible, una obra de arte voluptuosa de este planeta—comentaba. Una bastiana, de albures cruzaba por el lugar. Por alguna razón se sintió aludida por el comentario. De un bofetón lo dejó incrustado en la obra. La silueta sigue marcada en el obelisco.

¿Leyenda o mito? En el vocalizar que se expanden en las eras de Bana. Tildado de personaje de fábula. El jovial palpar del aprecio desorbitado, del auditorio en la especial acogida de sus palmas topar. Finiquitado mi recitar histórico de nuestro hogar. Abraza la dicha sentida por mi magistral actuar. Soy agrabiado y declarante, amigo y confidente. De todas las eras he sido presente. Soy un rapsoda, esperando por aldea. Mosa de buen ver y alguna moneda. Real o fantasma, sea lo que aplaudan.

Vaivén molesto, sus horizontes inquietos, sacudidos por las violentas olas. Esa mañana regresan después de dos años en Gunthar. —Amigo, ¿qué harás a partir de hoy?—La ventisca incansable arropa con la nieve a Doblú, quien voltea a mirar a Vind, ambos de pie en la proa observando el puerto de Alba. —Regresaré a esa aldea, Oril. Por alguna razón me sentí a gusto en ese lugar—responde Vind. —Yo veré qué hacer, no deseo volver a Jabald. Yo... necesito purgar mi alma de tantas decisiones.

Aguardan vigilantes sus irises al contemplar a la chica mientras esta aún observa al suelo. Segundos eternos, el vaho de su boca escapa sutil al incorporse tras el acrobático salto y su espectador obligado responde con presión a los maderos de la ballesta. La pelirosa levanta su mirar tan abrupta como jocosa su sonrisa, algo que él reprocha con rictus. —¡Responde de una vez mocosa! ¿Qué quieres de mí?— Asoman su colmillos al dar último aviso Doblú. —Cálmate, no busco nada, enserio, ves.

—Antes de responder, ¿me devuelves mi ballesta? ves. Es mi única arma y bue...—calla su voz la chica con el murmullo silbante del virote besando sus mechones. Doblú baja lenta el arma y sus ojos retraídos le hablan claro—. Tres días, tengo tres días acompañandote. —¿¡Tres días!?—Sin creer lo que escucha, el bastiano hace memoria sin encontrar fisuras en su guardia—. Mientes niña. —¿De verdad quieres que hable de esto? ves. Quizá quieras que sea muda. Silencio incómodo arropa al varón...

Los riscos relucientes titilan esporádicos al ritmo calmo del rocío madrugador. Los puentes se llenan de los niños que acompañan a sus padres en las labores del día a día en la ciudad de Thodre. —Bien amigo, aquí tomamos sendas distintas, me dirigiré a Dran, espero algún día verte de nuevo. —Doblú apuntala su mano al compañero. Vind responde dándole la espalda e iniciando su paso al sur. El bastiano observar a su amigo fundirse entre las nieblas. Ahora él debe enfrentarlas también.

La floresta densa y frescor eterno. El cambio a primavera se nota, lloriqueo incesante en trillos de cristal, los cerros obscuros desvelan sus minerales con lentitud y el cobijo blanco desaparece de sus cimas. Doblú apega su solitaria búsqueda en las cadenas de picos centrales de Alba. Han sido tres semanas buscando su propio dogma. Los sueños diurnos no dejan de acecharlo. Repujados se lamentan en sus irises las vidas que arrebató en Gunthar. —¿Valieron algo o valió de algo sobrevivir?...

El terreno es propicio a su necesidad tras cruzar la montaña. El último vestigio solar que se escapa entre las puntas de las cimas del oeste, es aprovechado por el bastiano para montar un hogar prestado. Doblú acaba su acomodo con la inición de la fogata. Toma lecho en el pasto y mira al cielo. Mikalosh, la luna esmeralda, brilla única en el cielo. «Tan calmado es este sitio, que puedo escucharlos aún suplicar... Crepitar de huesos y armas a ritmo de recital ¿me permiten hoy olvidarlos?».

Doblú mantiene su guardia y observa a la delgada chica levantarse. Desmesurado, al verse desarmado, ruge al divisar la ballesta que, en manos y cargada, la pelirosa tambalea mientras pone en pie. Lanza su ataque movilizándose como bestia sin criterio racional. Su visión nublada por su propia naturaleza ignora los sutiles movimientos de la atacante, y solo percata cuando sus garras perforan el árbol Aurora. —Oye, tranquilízate, ves—dice la chica entre las ramas. Sonriente y desarmada.

Permanece unos instantes observando a la pelirosa que le sonríe desde la altura. Doblú da un paso, el sonido del metal a sus pies le obliga a posar su horizonte a los mismos. La ballesta cargada descanza a sus suelas. —Ten cuidado es mi única arma, ves. —La chica reclama mientras el bastiano recoge la misma y la aprisiona con sus garras—. Por favor no la destruyas. —Deberás explicarte mocosa, ¿por qué tratas de emboscarme?—Doblú fulmina con su mirada a la joven, que responde con risotada.

Era de madrugada, calmada y silenciosa. Dos soldados, un Coliop y un Bastiano, vigilaban la cima de las tres torres que custodiaban la entrada a la caverna con forma de boca. —¿Nos atacarán?– preguntó el nervioso Coliops. —Dalo por hecho amig...— es interrumpido por un estruendo. Una enorme piedra envuelta en fuego golpeo la torre del este. La batalla había iniciado. La bóveda que reposa en medio de las tres torres cerró. Nunca más nadie volvería a abrirle jamás. Vrahanon caería pronto.

Marcada por tragedias y conflictos egoístas. Las tierras de Bana encierran misterios y sangre. La primera era, la de los acólitos. La segunda era, la del imperio de Vrahanon y la actual era que no posee nombre. Que hubiese sido de las dos primeras, sin la intromisión de los vinculadores del alma. Adalides de la justicia, otros más de su propio juicio. Con amargura o dicha, algunos rememoran a esos seres que, capaces de manipular elementos, controlaron el giro de la historia a bien o a mal.

Son tantas cosas las que pasan por mi mente que es por ende que a mis pensamientos llegues de repente me gustaste entre tanta gente que ya yo sin conocerte te veía con ojos diferentes.-

Los rumores viajan con las brisas de desierto. Tan inciertos como anhelados por quienes a su corazón provoca sombras frescas a la llama resentida de odio. Los tempalies de Smirdhal se levantan en armas y sus actos de sangre son atendidos con el cariño tan sutil como la lija afina las astillas por los demás continentes. —Poco importa la verdad.—La melena plateada de Galthico vacila con los vientos e inconforme habla a su pueblo—. Dejemos de inspirarnos por ajenos y luchemos por nosotros mismos.

Los dorados polvos que cubren el árido terreno son empujados por el hálito natural y resuelven sus diputas a la cara de Galthico, quien observa su aldea acompañado de Zigara su fiel amiga. —Yo, no puedo tolerar más nuestra desdicha.—El sujeto da la espalda. —Entonces ¿qué harás?—La chica persigue atenta al varón. —Lucharé solo...no puedo seguir intentando convencer a quienes por temor no pueden luchar por sus sueños e ideales y escudan su incapacidad admirando a otros...eso yo no lo entiendo.

Rumor sordo, tímido y timorato pasea por las comísuras sin libertad. Diálogos aquí y por allá cercanos a los vértices sombríos de cada taberna miserable, arribando a sus oídos. Consciente a su pertenencia a esa minoría que prefiere toser vida en combate a refugiarse en el regazo del sumiso miedo, Galthico se permite guiar por los rumores. El norte fresco, donde las arenas cálidas se dejan amar por vegetación, se reunen los pocos para enrutar al continente gélido a luchar por su liberación...

En el extremo norte de Bana, donde las alfombras pálidas jamás secan, se ubica Gunthar. Hogar de los varusmos aurora. Extensas tundras, y fríos eternos. Gunthar es dueña de los gélidos paisajes y peligrosas bestias. Sus pobladores, por lo general engalados de cabellos blancos, sobreviven de la caza y de los pocos cultivos que puedan lograr. Sus capitales, Atland al suroeste, Kilod al sureste y Gran Gungred al norte central, dan cobijo a un pueblo orgulloso que lucha por sobrevivir.

Empieza por un sueño, un varusmo tímido que lleva a cabo su plan idílico. Cercana a la cuarta centuria de la tercera era. Trillos movedizos, columnas de piedra. Camino de hierro y vapor. Surca junto a las rectas de cuerda en inentendible laberinto que finiquita en la sierra, sentencia final de los troncos partidos a la mitad. Así transitan libres los niños por sus sendas. Mientras la aldea Mitgal, un aserradero enorme y hogar a la vez, trabaja para darles lo mejor a los pequeños.

Soy adam un cavernicula el cual esta a punto de morir por una razon estupida y es que asi son los humanos !estupidos! por eso me e puesto la meta de acavar con todo y cada uno de ellos. quien dijo que un protagonista tiene que ser bueno eso lo decidire yo. pronto mi historia humanidad innecesaria espero y les valla a gustar.

La nieve los asechaba esa noche. Zadien, un coliop de queratina obscura, llamado por sus enemigos, "la lluvia de sangre", miraba a su compañero varusmo. Sus dedos inquietos y el sudor que bajaba de él lo alertó. «La hoja fundida en sagre de Morald... ¿Está nervioso‽ ¿Por qué? ¿Qué tiene de especial esta batalla‽»pensó Zadien. La fría noche y los hálitos de todos acresentaban, la batalla en la aldea Polaris avecinaba el fin de un conflicto. Y el pesar de mucha sangre derramada.

Cuestinomientos del viajero, que a dar primeriza ojeada, no concibe. ¿Por qué de vivir así? Los árboles cubren el área, y es esquiva al glacial de Gunthar, como pequeño paraíso templado. Sus hogares parecen escalar entre los maderos. Reforzadas bases de roca, se recuestan sus viviendas entre las copas. Tubulares laberintos del macizo mineral o leño que entrelazan tan curiosa aldea como calles flotantes. El bosque de Elkel da abrigo a los vivos humildes que merodean sus topes en extraña vida.

Era algo tímido y humilde. Su choza no era más grande que su taller, donde pasaba mucho de su tiempo. Disfruta tambien el mirar los rojizos árboles de su la isla. Xiorz lo nombraron, Coliop de queratinas azules obscuras, bendecido con alas, algo muy raro para su especie, un único cuerno en su frente, y algunos detalles en sierra en su armadura natural. Su trabajo, refinar minerales en su taller. Disfrutaba de experentar con diversos líquidos en su forja. Esa curiosidad cambió a Bana.

Xiorz trabaja tranquilo en su taller. Aletea sus alas con suavidad para avivar las llamas de su fragua. —¡Xiorz abre, tengo algo para tí!—grita una voz conocida. Le fastidia con demasía dejar labores a medias, más su educación le supera. Coloca la pinza sobre la mesa y toma rumbo a dar bienvenida a la visita. —Mira Xiorz, que cosa más rara—dice el varusmo moreno, no más asoma Xiors su cara a la puerta. En manos carga un cristal, magenta. Reflectante, hermoso. Algo que el coliop nunca vio.

Sostiene curioso la joya, le da vueltas. Se refleja en sus cuatro ojos la magenta cristalina, una rareza para un coliop experto en minerales. —¿Que opinas Xiorz?—pregunta el amigo. —Pues, nunca vi un cristal magenta, es muy hermoso—comenta el coliop—. ¿Por qué me traes esto Tem? —Pues, la verdad para que te la quedes. Hay muchas de donde la saqué. Quizá valga algo, pero tú podrías sacarle uso. Xiorz observa con detalle, huyen las ideas de que puede ser, pero no puede dejar pasar el oportuno.

Tem no da largas al tema. Señal de manos amistosa y un adiós. Retoma curso a la aldea. Xiorz despide igual. Ingresando a su hogar con la joya magenta en sus manos. Camina por la sala e ingresa por la puerta de maderos rojos a su taller. Deposita la nueva rareza sobre una mesa para volver a lo suyo en la fragua. Pasa el tiempo, martilla el hierro que trabaja con poco menos que ganas. La vista periférica le gana el duelo, que se posa sobre la magenta. «No puedo más, debo analizarla», piensa.

Xiorz deja su trabajo. Camina por el taller con algo de prisa. Su martillo a la mesa, el hierro caliente y las pinzas a la cubeta de metal con agua. Se dispone a tomar la joya magenta. Adjunta a la mesita más pequeña su lupa, un mazo pequeño con cabezal de caucho y un cincel fino. Inicia el curioso su nuevo trabajo, encontrarle un uso a su nueva cristalina magenta. Primero decide verificar las propiedades físicas. De inicio, la alhaja se razga con poca fuerza. Algo que puede ayudar después.

Orgullo y prepotente. Dibuja entre sus montañas el poderío de su silueta. Un palacio principal y dos elevadas torres, reguardadas a sus costados por dos enormes tridentes, esculpidos por rocas. Los arcos monumentales de sus tres entradas dispersas. Preámbulo son sus escaleras que le llevan a su sobreposición a la ciudad. Que los dos descansan, sobre los escampados rocosos y son reverenciados a sus faldas por los casi infinitos campos de cultivos. Esta es Medaralk, la capital de la Dran.