Surcaba el arco iris y las nubes; era el mundo de nébulas donde las montañas formaban laberintos intrincados. ¿Era ese el sitio al que debía llegar pero que el señor desconocido silenció? Donde el viento era tan tempestivo como señalaba el Rey y las fauces del fondo marino consumía a su gente cuando la noche roja caía. El lugar al que, decían, pertenecía era sombras y cenizas.

Y allí, en la fría tundra que era su existencia ahora, rememoró sus sueños y sonrió amargamente. Nunca hubo un lugar a salvo en su realidad para refugiar cálidos sueños y evitar que el invierno perpetuo de su alma los destruyera.

La noche se vuelve atrajeada una vez más, ella no puede dormir por lo que tú tampoco, el aura que desprende tú alma es tan triste, pero esa tristeza no te pertenece...

Fuimos enemigos a través del tiempo, la gente habló de nosotros como hielo y fuego, incapaces de resurgir si uno se hallaba sobre el otro. Debería acabar con tu vida, pues así es como funciona esto, pero he visto mi reflejo en tus ojos y sentido tus manos entre las mías.

Y ¿a quién le cuenta todo lo que le susurra esa voz antónima a la conciencia mientras por fuera finge que todo va bien? quizás las palabras se volvieron monstruos y también mutaron en el abismo de su cordura. Y aprendió en la más oscura tempestad a mostrar fortalezas invisibles, asfixiantes, corrosivas, que aprisionan en el haber al diminuto despojo humano que fue en aquel viaje con lo divino a la excursión más profunda. ¿Y a quién le pide que entienda?

Siguiendo un rastro antiguo en medio del bosque una Ninfa huérfana hizo un trato con un oscuro guardián. Rompió el velo que la mantenía oculta a los ojos del hombre y con sus propias manos se abrió paso a través del tabú de la carne. Cuerpo de mujer, alma divina elemental, venganza colosal. El hombre por sus placeres se arrastraría, Isabella la ninfa cantarina dentro del viejo bosque los usaría como sacrificio. El wendigo ahora se comía a los hombres coleccionistas de la entomología.

Podía sentir como mi cuerpo malogrado se fundía con la hojarasca y la tierra húmeda de rocío y sangre. Había abandonado toda resistencia y aguardaba con parsimonia la voluntad de los Dioses, me sentía pesado, tan pesado... Ya quedaba poco, lo sabía. Fue llegado al punto sin retorno que comencé a sentir miedo de lo que no hice, de lo que pude hacer mejor y siendo devorado por ese miedo los vi, Kókkina mátia, Ojos rojos cada vez más cerca... ojos rojos en medio de la penumbra del bosque.

En el primer sol (Ocelotonatiuh; sol jaguar), los dioses crearon a la humanidad como gigantes. Sin embargo, estos tenían un gran defecto: su desobediencia y arrogancia, lo que finalmente condujo a su destrucción. El dios Tezcatlipoca (espejo humeante) hizo que el sol calentara la tierra, provocando que las plantas dejaran de crecer. Una gran sequía aniquiló a los animales, y la humanidad fue destruida. Así comenzó el ciclo de la vida y la muerte.

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