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lia-thomas1572354119 Lía Thomas Todos sabemos que los gatos están en una carrera para conquistar el mundo.

#347 #humor #ciencia-ficción #381
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III

La noche es de los felinos.

La noche era de los felinos. Hasta que los humanos y su inmunda tecnología lo arruinaron todo.

Los bípedos de huir temerosos ante la incandescencia de un rayo de tormenta a reunirse en manadas, capaces de aguantar noches enteras, junto con sus días, moviendo la ciudad.

Eso daba pocas chances a los gatos.

Aun así, se las arreglaban.

Algunos conseguían humanos para hacerlos sus esclavos y obtener alimento sin esfuerzo. Aunque la mayoría terminaba cansándose de la simplicidad extrema en la que terminaban sus vidas y de lo absurda que era aquella extraña especie.

Gritando y corriendo por una simple cucaracha, cuando podían aplastarla y saborear su crujiente exoesqueleto. Pájaros escapándoseles de las desgracias que tienen por garras, cuando podrían esforzarse más y tener una verdadera comida de carne fresca. Y cambiar el placer de correr a un ratón hasta cansarlo, por estar horas frente a una pantalla. Entonces los gatos que se apiadaban de ellos intentaban, sin ningún resultado, enseñarles el verdadero arte de cazar.

Dejando regalos de insectos, aves y roedores con el objetivo de incentivarlos.

Y lo más que conseguían era un grito patético y que una presa perfecta acabara en la basura.

Pero…

—Algunos parecen prometedores —dijo Copito.

Caminaba unos pocos pasos detrás de Maya, en medio de una ciudad casi desierta y adornada con el naranja del fuego.

La noche volvía a ser de los gatos.

—Tal vez… Lástima que hayamos perdidos a tantos en el proceso —Maya se detuvo a mirar a su alrededor.

Ya eran más gatos que humanos. De perros, ni se hable. Huyeron en cuanto los gatos tomaron el control de la ciudad. Y el rumor decía que lo mismo había sucedido en todo el mundo.

Pero aunque eran mayoría, seguían andando en grupos pequeños. Después de todo, es sabido que no puede juntarse dos o más gatos o se termina con rugidos de verdad y pelos desparramados por todos lados.

— Lo que es peor —continuó Maya —, su período de gestación es eterno y su desarrollo hasta volverse útiles, lo es más.

—Verdad, pero al menos son tiernos cuando son pequeños.

—Siempre y cuando no amenacen con dejarte pelado en cada caricia.

—Siempre viendo el lado negativo, Maya.

—Que te nombren a vos líder y vas a ver cómo vas a ser de positivo.

—Realmente cambiaste, Maya. Lo único que te pone feliz es ver a tu humana.

Y eso era lo que estaban yendo a hacer. Atravesaron el jardín de Gustavo, directo al garaje. La puerta ya no existía y dentro, se podía ver lo que quedó de la máquina que ingeniera y programador inventaron para absorber la dosis suficiente de radiación de Betelgeuse y conseguir cambiar el mundo.

Una mancha negra en la mesa de trabajo.

Pero lo que llamaba la atención era el ruido blanco del televisor encendido y dos bípedos acurrucados frente al aparato, metiendo un destornillador en el viejo panel.

— ¿Creés que va a funcionar? —preguntó Clara a Gustavo.

—No sé. Es lo único qué…

— ¡Hola, Clara! —ronroneó Maya con la cola en alto y corriendo para frotarse contra su bípeda. Copito sacudió la cabeza casi de forma humana. El saludo entusiasmado de la gata hizo que Gustavo dejara caer el destornillador.

— ¿Qué están haciendo ustedes dos? —preguntó el gato.

—Intentando arreglar las cosas —respondió el bípedo macho con tono de reproche.

—Pero las cosas ya están arregladas.

— ¿A esto llaman arreglado? —dijo Clara apuntando el brazo hacia la entrada del garaje.

— ¡Sonás estresada, Clara! ¿Sabés que puede relajarte? Acariciar mi panza. Eso siempre baja tus niveles de cortisol.

— ¡No, Maya! ¿Qué no ves lo que pasó?

—Sí, cumplimos nuestro objetivo. Dijiste que el mundo estaría mejor en manos de los gatos y así es como está ahora.

Además de la capacidad de hablar, Betelgeuse les dio la capacidad de mostrar expresiones casi humanas. Hasta se escuchaba decir de algunos gatos que comenzaban a caminar en dos patas. Pero eran solo habladurías. Y Maya parecía realmente ofendida. Se sentó sobre sus cuartos traseros con la cola bien estirada en el piso, moviendo apenas la punta, sin pestañear ni una vez mientras miraba a su humana.

—Pero ya casi no hay humanos. Y los que hay son esclavos.

—Y ni hablemos de los pe--

— ¿Qué dijimos, Gustavo? Está prohibido nombrar a esas bestias inmundas y malolientes —dijo Copito.

—Estás exagerando, Clara. No son esclavos. Son nuestras mascotas —respondió Maya con una risita —. Igual que antes. Además, ¿te olvidás que no existe el orden sin caos?

—Dentro de poco, todo va a estar mejor —agregó Copito —. El mundo va a sanar y vamos a poder vivir por millones de años más.

—Sin mencionar que los bípedos que ustedes dos traigan al mundo, van a ser mucho mejores que los que poblaban la tierra hasta hace seis meses atrás.

Los bípedos se miraron entre sí, arrastrando sus manos hasta juntarlas entre medio de ellos dos. No en un acto cariñoso. Sino, para intentar darse fuerza el uno al otro.

Maya puso los ojos en blanco.

—Como veo que hoy no hay mimos para mí, —miró a Copito —vamos a buscar comida.

Los dos gatos entraron a la casa por la puerta lateral, dejando a los bípedos solos.

Clara soltó la mano de Gustavo.

— ¿De verdad lo ibas a hacer? —lo miró buscando alguna señal en sus ojos.

Gustavo apoyó sus codos en sus rodillas y se llevó las manos a la cabeza. El destornillador en una de ellas.

—No lo sé. Pero tal vez en algún momento no tengamos otra opción.

Clara suspiró y echó su cabeza para atrás, con un “tuc” al golpear el mueble en el que estaba apoyado el televisor.

—Nunca creí que iba a considerar matar a un gato para poder salvarnos.

—Yo tampoco, Clari. Yo tampoco.

25 de Junio de 2020 a las 00:00 10 Reporte Insertar 24
~

II

A clara le dio un escalofrío. El otoño empezaba a hacerse notar. Pero hacía unos meses que no podía evitar pararse en el umbral para mirar al cielo.

En esta enorme sección del país, hoy las personas no tienen agua potable para beber. El problema: la falta de lluvia —decía el comentarista en la televisión.

Clara suspiró. Volvió a mirar hacia afuera. La noche era su favorita. Siempre lo fue. Pero ahora era más especial con la enorme bola que era Betelgeuse y que pronto desaparecería.

—Es hermoso, ¿no, Maya?

Maya se lamía la pata junto a ella en la puerta del garaje.

—Mrrr.

Una semana después de su conversación interna, la empresa para la que trabajaba dio una fiesta y la cosa más extraña sucedió. Gustavo, el tímido programador, se le acercó.

— ¡Hey! —le dijo por la espalda.

Clara chilló y dio un pequeño salto en el lugar. Su cuerpo se tensó tanto del susto que su brazo lanzó el bocadillo de mayonesa de atún por los aires.

Los dos miraron en cámara lenta la trayectoria en un arco perfecto hacia su destino.

El delicioso bandido cayó nada más y nada menos que en la solapa del saco de su propio jefe.

El hombre, fortachón de tanto escritorio, entornó sus ojos, clavando su poderosa mirada de superioridad en ellos.

Los dos se encogieron instintivamente, y en cuanto el gruñido del señor Gutiérrez llegó a sus oídos, el sentido verborrágico de Clara se activó.

— ¡Discúlpeme, señor! ¡Fue un accidente! ¡Le juro que no quise! E-E-Es que me asusté y se me escapó —señaló la solapa de su jefe —. Por favor, no me despida ¡Soy tan torpe!

— ¡No! ¡No la despida! —la interrumpió Gustavo para suplicar —No fue su culpa. ¡Yo la asusté! Pero le juro que no quería. Si alguien merece ser despedido, soy yo. No ella. ¡Pero no me despida tampoco! Necesito este trabajo.

El señor Gutiérrez exhaló apretándose el puente de la nariz con el dedo gordo y el índice.

—Si no fuera porque son excelentes en su campo —les clavó la mirada y el rostro de jefe mal humorado —, ya hace tiempo que los habría puesto a ambos de patitas a la calle.

El señor Gutiérrez se alejó de ellos resmungando por lo bajo, mientras Clara y Gustavo lo seguían con miradas mortificadas.

—Lo siento —dijo Gustavo cuando su jefe estaba lo suficientemente lejos.

Fue así, gracias a un desafortunado accidente, que Clara y Gustavo comenzaron a hablar. Primero con grandes lagunas de silencio, hasta que la comodidad empezó a asentarse entre ellos.

Pronto, ya estaban hablando de gatos, tecnología y juegos de mesa. Y en cuanto tocaron el tema de la absurdidad humana, Clara dijo a modo de chiste:

—El mundo tendría más sentido si estuviera en manos de los gatos.

—O en las patas.

Rieron los dos con sus risas mitad humanas, mitad gruñido porcino.

En ese preciso momento, Clara se dio cuenta que Gustavo iba a escucharla sin tratarla como una loca, excéntrica y con problemas de socialización.

Porque era evidente que él era igual.

Así que habló libremente sobre su “conversación” con Maya.

Antes de que la noche terminara, los dos intercambiaban ideas y Gustavo no tardó en subirse al tren de la dominación mundial felina. Sólo pasaron unas semanas antes de que Gustavo ofreciera a Clara irse a vivir con él.

El rubor apareció tímido en las mejillas de Clara ante la sugerencia.

— ¡Para poder trabajar! —aclaró Gustavo al verla hecha una estatua con los labios semiabiertos y los ojos bien redondos y expuestos.

Así fue que humana, gata y antiguo televisor abandonaron el diminuto departamento y se instalaron en la casa de Gustavo, transformando el garaje en un improvisado, pero bien funcional, taller.

Desde ese preciso lugar, Clara contemplaba la supernova.

—De verdad tenés una relación compleja con esa gata.

Clara se volvió y sonrió. Gustavo le ofreció una de las dos tazas de café que traía.

Después de seis meses, iban aprendiendo a dejar la incomodidad atrás.

—No es para que te burles —dijo clara haciéndose la ofendida y apurándose para tomar un sorbo de café.

—Jamás —Gustavo se paró junto a ella mirando la supernova, grande y brillante como una segunda luna—. Es una de las cosas que me gustan de vos. —Aunque no pasaban de esas indirectas.

Clara se escondió detrás de otro sorbo a su taza.

—También te vi hablando con Copito —lo acusó.

Copito, el gato blanco de nariz rosada, apareció junto a ellos, como sabiendo que estaba siendo nombrado.

—Miralos —dijo Gustavo —es increíble lo bien que se llevan para ser dos gatos que se conocieron de adultos.

Copito comenzó a lamer la cabeza de Maya, dejando a la gata congelada.

—Yo creo que tu gato es cariñoso demás.

—Tonterías.

Maya bufó, dándole una cachetada gatuna a Copito, quien se alejó lo suficiente para no recibir una segunda descarga. Clara rió.

¿Qué tanto podemos culpar al calentamiento global de todo esto, Doctor? — Decía el televisor detrás.

Clara resopló.

— ¿No querés que lo apague? —ofreció Gustavo.

—No —. Clara sacudió la cabeza —. Es importante saber lo que está pasando. ¿De qué otra forma sino habríamos comenzado con todo esto? —dijo mirando a la mesa de trabajo.

—No puedo creer que lo estemos haciendo, Clari. ¿Te parece que vamos a conseguir terminarlo antes de que Betelgeuse desaparezca?

Clara suspiró y miró a Maya. Su gata continuaba lamiéndose. Miró a Copito. Olvidando el altercado reciente, la gata caminó con la cola erguida para frotarse con él. Copito lo tomo como una invitación a jugar y, pronto, estaban los dos corriendo por todo el lugar.

—¿Te imaginas sus respuestas? —preguntó Clara.

—¿Qué? —Gustavo parecía confundido

—Cuando hablás con Copito, ¿te imaginás sus respuestas?

Gustavo los miraba. Maya se había escondido detrás de la pata de la mesa mientras Copito se hacía el ignorante. Maya se paró en dos patas, le saltó y retomaron la persecución.

—Sí.

—Creo que por eso no tuve miedo de contarte esta idea. — Gustavo la miró. Era palpable la conexión que había entre ellos. Pero aun viviendo juntos, su timidez les impedía hacer nada al respecto. Hablar de terminar con la dominación mundial humana era mucho más fácil que hablar sobre lo que sentían el uno por el otro. Por eso, cuando Clara le devolvió la mirada y los dos se perdieron unos segundos, en vez de seguir el momento, ella declaró: —Lo menos que podemos hacer es intentar terminarlo cuanto antes y dejar de perder toda la energía que Betelgeuse ya está irradiando.

Los dos gatos los miraron y resoplaron. Pero ni Clara ni Gustavo lo notaron.

18 de Junio de 2020 a las 00:01 0 Reporte Insertar 13
~

I

Las personas no deberían irse a dormir después de ver el noticiero. Estrés, insomnio, ansiedad y asaltos nocturnos al refrigerador son la consecuencia de hacerlo. Y sin embargo, para muchos es costumbre.

Eso era justo lo que hacía ahora Clara, por ejemplo, que estaba sentada en su sillón verde musgo, con los pies sobre su pequeña mesa ratona, ocupando todo el espacio de su pequeña sala-comedor, viendo como el odio, la destrucción y las catástrofes se apoderan del mundo desde su

televisor a tubo.

—Esto es horrible—dijo con una mano en la panza de su gata tricolor, Maya, activando el superpoder de ronroneo de la felina —. Cerebro superdesarrollado y destruimos un hermoso mundo.

—Miau…—respondió la gata. Algo que Clara interpretó como un «tenés razón, la raza humana nos va a condenar a todos».

—¿Sabés qué? El mundo estaría mejor dominado por los gatos. Alguien debería hacer algo al respecto.

La gata levantó la cabeza clavando los faros amarillos y suplicantes en Clara.

Ella siempre fue así. Siendo una niña introvertida y con pocos amigos, encontró que era más fácil interactuar con los animales que con otros seres humanos. Fantaseaba con ser alguna especie de Dra. Dolitlle, con un poder telepático proyectado hacia el resto de las especies.

Cuando era realmente pequeña, de verdad creía poder comunicarse con los animales. Pero la adultez le llegó y tales suposiciones acabaron como producto de su imaginación y falta de interacción social.

¡Mirá si su madre no se habrá preocupado en algún momento! Ver a su hija acercarse a un gato o un perro cualquiera, incluso cuando no faltaban niños con quien jugar a su alrededor, y mantener conversaciones con ellos.

Lo peor era que muchas veces, ni le hacía falta hacer nada. Los mismos animales se le acercaban solos. El resultado: un año entero sufriendo en la sala de una psicóloga para que, al final, le dijeran que simplemente era una niña con una imaginación muy activa.

Pero esa pequeña manía no se la sacó nunca y, a sus veintisiete años, seguía conversando con su gata.

—Más fácil dicho que hecho, Maya. —Subió el volumen del televisor, tomó su plato vacío y se acomodó en la bacha para lavarlo—. ¿Te imaginás lo que haría falta? Primero, habría que destruir toda la tecnología actual. Nada de wifi ni teléfonos. Adiós a todo tipo de avance tecnológico. ¡Puff! —Hizo un gesto explosivo con la mano—. No más computadoras de ningún tipo. Habría que llevar a todo el mundo de nuevo a la época de las cavernas… Y tendría que ser algo que causara tal tipo de destrucción que sea imposible de reparar. —Maya se frotaba entre las piernas de Clara mientras la alentaba a seguir pensando con su potente ronroneo —. Eso llevaría a un verdadero caos. En un par de horas comenzaría la destrucción entre los humanos.

—Mrrrr.

—¡Awww, gracias! Yo sé que vos me salvarías. ¿Pero te parece que valdría la pena ver como el resto de las personas se destruyen unos a otros?

—Mra…

—Verdad. Lo primero que harían sería intentar aprovecharse de los demás, engañarlos para robar, abusar o váyase a saber qué más. La humanidad es corrupta y destructiva. La mayoría quizás ni valga la pena salvar.

—Miau.

—Bueno, si la idea es que los gatos dominen el mundo, lo siguiente sería encontrar la forma de que tengan el poder para hacerlo. O sea, los humanos básicamente lo consiguieron por tener pulgares opuestos, después pudimos desarrollar sistemas de comunicación y ser capaces de crear y mejorar diferentes tipos de tecnologías.

—Mrrr. —Maya se sentó junto a los pies de Clara.

—¡No podría usar a Gustavo para algo así! Sí, sé que es superinteligente, ¿pero pedirle que diseñe conmigo una máquina para crear el caos inicial, mientras acelera la evolución de los felinos? ¿No será mucho Maya? Además haría falta una fuente de energía tremenda.

—¡Miau! —Maya clavó sus uñas en el pantalón de Clara.

—¡Auch! —Clara se frotó la pierna — ¡Y no! No tiene nada que ver con el hecho de que Gustavo me parezca lindo. Simplemente es una locura, Maya.

«En otras noticias, —se escuchaba desde el televisor— la estrella Betelgeuse podría estar a punto de morir, según un informe de la Nasa». Clara se secó las manos con el repasador y volvió al televisor. «Los científicos afirman que esto no representa ningún peligro real para La Tierra, pero la radiación que nos llegue de esta supergigante roja, podría afectar los sistemas de comunicación en todo el mundo por varios días».

—Bueno, tal vez sea hora de pasar la dominación mundial a otra especie.

11 de Junio de 2020 a las 00:01 3 Reporte Insertar 19
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