Nadie sabe a qué se atribuye esto, pero, desde los inicios de Mezone es una anécdota escuchar que aquel nombre tiene un poder muy fuerte que consiste en lo siguiente: Uno, nacer de cualquier sexo (no importa especie), Dos, crecer hasta cierta edad y Tres, vivir la vida ignorando que algo como una maldición divina podría atacarte. Ahora, parece como si fuese ayer que todo iba bien para aquel chiquillo que no sabía su verdadero destino pues, cumplía con todos los requisitos.

El pequeño no lo sabía. Jugaba a darle nombres a las hojas secas de los árboles como si nada, entonces, su madre lo llama "cariño" y corre hacia ella. Pero, ni siquiera la señora pudo haber previsto el hechizo ya que no le habían contado acerca de él. [...] Al día siguiente, el niño de cabello negruzco salió de su casa para repetir la misma rutina de nombrar a las hojas "Mario". Sin embargo, su madre esa vez no fue a buscarlo porque estaba haciendo la cena para ambos.

Un auto se parqueó enfrente de donde el pequeño se encontraba y aquel inocente continuó juntando más "Marios" para su colección. En el momento en que el hombre bajó del vehículo caminó hacia adelante, guiándose por el sonido. La tierna criatura no estaba segura de quién era él, mas no le temía porque tenía curiosidad de averiguarlo. —Papá —dijo el chiquillo cuando lo reconoció, dejándose abrazar por él mientras los dos entraban a casa.

Sus ojos eran azules como el cielo en las mañanas y, su cabello revuelto lo hacía ver bastante pequeño e inclusive después de almorzar con sus padres, él permanecía así. —¿Dónde estás, Mario? —dijo saliendo de bañarse, bien arreglado y yendo al jardín delantero de su casa. Su madre lo buscó por varios minutos hasta que fue su esposo quien lo llevó de regreso a casa con la sensación de que no era su hijo. El matrimonio no pensó que pudiese estar enfermo.

—No dudes de mí, sé que mereces el cielo, todos tienen un pedazo de él con su nombre y solo esperan a la persona indicada para juntar sus piezas y así, tener una porción más grande —recité.

—René, mírame —me pidió y la miré—. “La vida me envidia porque si de amor se habla… ¡Me enfermó! Me condenó a la soledad absoluta, el placer del sabor me abandonó con su concepto de amor.”