Él había huído, como de costumbre; a ella ya no le importaba, se había convertido en un hábito más de su rutina, sin embargo, se añoraban y fue aquella añoranza la que les llevó a contactar el uno con el otro... Y hablaron... Hablaron durante horas como si no hubiese un mañana. No dijeron cuánto se extrañaban pero no hacía falta porque ya lo sabían.

Comenzó a volverse adicta a sus mentiras, lo odiaba, sin embargo, no había día que no necesitase su dosis diaria. Era increíble como se podía odiar a alguien y al mismo tiempo necesitarle como el respirar... Respiró profundamente mientras miraba su reflejo en el espejo, mirándose con aquella absurda sonrisa disfrazada de felicidad preguntándose cómo era posible que en la vida se valorase más la apariencia que los sentimientos.

En lo más profundo de su ser sabían que no podían ser, pero les encantaba intentarlo como si el precio a pagar fuesen tan solo sus vidas, como si no temiesen que el fuego derritiese sus corazones, como si no supiesen que corrían el riesgo de enamorarse.

Se miraban como si hubiesen sido rivales toda la vida, aún así, su cabello pelirrojo deseaba enredarse en sus dedos y su piel ansiaba que volviese a recorrerla con sus labios. Dejó que se acercarse a ella tanto que pudo sentir el latido de su corazón, a pesar del rencor que albergaba en su interior, su respiración aún se entrecortaba cuando le veía. Entonces sus labios se unieron con miedo y deseo al mismo tiempo, era otra despedida y ambos podían sentirlo... Debían aprovechar mientras pudiesen.

Se despertó con el corazón acelerado, anegada en un sudor frío, con la mano empuñando su arma y una extraña sensación en su pecho. La ventana estaba abierta, y eso provocó que contuviese el aliento. Se levantó, apoyó las manos en el alféizar e inhaló una bocanada de aire puro. Suspiró y cerró la ventana mientras fantaseaba con la idea de que él hubiese estado allí antes de ver la pila de cadáveres que le anunciaban que debía volver al trabajo.

«No me importaba su indiferencia ni me importaba todo el daño que me hubiese podido causar o el que sabía que podría causarme en un futuro. Quizá fuese masoquista, llevaba tanto tiempo sumergida en el dolor que no era capaz de darme cuenta de ello pero, a pesar de todo, yo siempre estaba ahí, incluso si su veneno amenazaba con acabar conmigo».

Cada segundo que pasaba le hacía ser más consciente de lo efímera que era la vida, ella bailaba sobre el filo del cuchillo constantemente, buscaba a la muerte, se reía del demonio. Sin embargo, un segundo bastaba para que todo se desmoronase: ver cómo otra sonrisa iluminaba su mirada, cómo otro cuerpo recibía su calor... El orgullo era un veneno potente, pero tal vez era mejor dejar las cosas como estaban, al fin y al cabo, pese a sus similitudes, ambos eran muy dinstintos.

Eran como un eclipse solar, astros que simulaban estar muy cerca pero que, sin embargo, se movían en órbitas totalmente distintas.

Ambos buscaban una excusa plausible para poder hablarse, sin embargo, ninguno era capaz de hallar una respuesta que pudiese satisfacerles. Así pasaban las horas muertas esperando a que llegase un mensaje que nunca iba a llegar, porque ninguna excusa era lo suficientemente buena como para dar un paso tan simple como lo es un «hola».

Era incapaz de decir que le necesitaba porque eso implicaba exponerse a que le hiciesen daño... así que se quedó allí sentada contemplando el amanecer y regodeándose en su vacía existencia.

Estaban a salvo, al menos eso pensaron durante un par de meses, aquellos que pasaron retozando entre caricias y jadeos cargados de placer. Sin embargo, la luna nueva trajo consigo una oleada de desconfianza, el miedo le gritaba a través de su sexto sentido y entonces, mientras dormía plácidamente en la cama de un motel cochambroso, ella se escabulló por la ventana. No podía dejar que algo que no sabía cómo definir la arrastrase al fondo del abismo.

La luna llena iluminaba el claro, el viento mecía sus cabellos y el murmullo del río se escuchaba a lo lejos; hacía tiempo que habían dejado de escuchar los gritos, las amenazas, pero no podían bajar la guardia. Sabían que les buscarían hasta que sus actos quedasen en el olvido, así como sabían que no podían continuar su camino juntos; eran bestias solitarias, sin embargo, un dolor incipiente en su pecho les confirmaban lo que ya sospechaban: no querían separarse, eran ellos contra el mundo.

Sus pasos eran lentos, desganados, pero acompasados al fin y al cabo, ambos movían sus cuerpos de la misma forma, miraban de la misma manera, parpadeaban, sonreían y se relamían al mismo tiempo. Parecía imposible el hecho de haber encontrado un ser tan afín al otro porque, a pesar de pertenecer a la misma especie, las bestias estaban condenadas a vagar solas.

Ya no dormía junto a él, sus ojos ya no resplandecían al mirarle y ya ni siquiera era la razón de sus sonrisas, sin embargo, ella miró a la luna llena y su corazón comenzó a latir intensamente al darse cuenta de que, a pesar de todo, ella todavía seguía presente en sus recuerdos y allí, nadie podía reemplazarla.

Se abalanzó sobre su cuerpo como si fuese un animal, sus curvas se contonearon sin control y la sangre brotó salpicando las paredes de aquel minúsculo cubículo. Las llaves se agitaron entre sus dedos mientras ellas se incorporaba y ladeaba una sonrisa, a veces no estaba mal dejar salir la bestia para conseguir sus propósitos, pero tenía miedo de que se convirtiese en un hábito.

Se marchó cuando la noche estaba a punto de terminar, cuando la ciudad todavía estaba sumergida en las sombras. Se marchó dejando en el ambiente de aquella cargada habitación un tenue aroma a lilas y la incertidumbre de si habiía sido real o una bella pesadilla.

A pesar de la brutalidad con la que aquellos pensamientos la atacaban, la personalidad dominante ejercía una especie de control que ayudaba a que la bestia no se descontrolase. La calma era la clave para poder salir de aquel lugar que les volvía tan locos por momentos. La cerradura se abrió y ella se mantuvo cabizbajo en una esquina, todavía no era el momento y se lo hizo saber. No le temblaba la mano cuando se trataba de conseguir sus objetivos y él no iba a ser un impedimento para poder salir.

Los cánticos se acercaban a ellos y con cada paso que daban, William enloquecía en el interior de aquel cuerpo que deseaba como suyo; sus ojos cambiaron de color y por su mente comenzaron a pasar todo tipo de pensamientos destructivos. ¿Qué problema había con abandonarse a la fiereza que conllevaba estar presente ante aquellos malditos cánticos? Cuando dejaba que la bestia emergiese, no controlaba sus impulsos y, por algún extraño motivo, no quería dañar a la mujer a la que se sentía tan unido.

Lo intentaba, pero ya no era capaz de añorar nada que no fuesen aquellos ojos claros que tanto la confundían. Frustrada, dio un golpe sobre la mesa y maldijo para sus adentros, odiaba pensarle tanto, para ella todo era más simple, eran un encuentro fortuito, una casualidad pasajera, pero había algo que ella no era capaz de controlar y que comenzaba a ganar peso en su corazón... Se estaba enamorando.

—¿Preparada? —Siempre lo estoy. —¿Le molestará que uses su cuerpo? —Me lo agradecerá cuando estemos fuera de esta maldita jaula. Aquellas dos mitades condenadas a vivir ocultas en un cuerpo demasiado benévolo, unieron sus fuerzas para salir del lugar donde tenían retenidos a sus recipientes. No sabían cuánto tiempo tenían hasta que las personalidades predominantes emergiesen de nuevo por lo que no podían perder si un segundo, debían dejar que su maldad fluyese, solo así conseguirían la libertad.

¿Cómo podía fiarme de alguien que decía llevar una bestia en su interior? Y, al mismo tiempo, ¿cómo estaba tan seguro de que ambos éramos la misma cosa o... especie? Yo ni siquiera sabía qué me estaba pasando, no sabía por qué saltaba entre tiempos cuando dormía, tampoco sabía cómo había podido dejar de hacerlo tras ser encerrada en aquella celda, y mucho menos, qué o quién era esa voz que habitaba en mi interior. ¿Qué debía hacer?

—¿Buscas esto? —preguntó el joven mientras agitaba en su mano una pequeña piedra que ella había conseguido sacar de la pared—. No ibas a conseguir mucho con esto si estuviese William aquí. —¿Quién es William? —La bestia. —¿Qué eres? —Soy lo mismo que eres tú y te daré una nueva noticia... Sé que has evitado hablarme durante estos días, pero si no comenzamos a trabajar juntos, acabarán matándonos a ambos. —¿Por qué debería creerte? —Porque soy el único que puede sacarte de aquí, pero necesito tu

Sumergida entre las páginas de un viejo libro fue cuando se dio cuenta de que él era como Cheshire, apareciendo y desapareciendo a su antojo, trayendo con su presencia incertidumbre, curiosidad y un amplio repertorio de sonrisas sin explicación.

Entreabrió los labios, pero en su lugar de su voz, se escuchó una totalmente diferente, potente, profunda y cargada de una atrocidad que parecía divertirle. «No todo es lo que parece... El peligro, el terror, acecha donde menos lo esperas, y no puedes darte cuenta hasta que lo tienes encima». ¿Qué había sido eso? No estaba segura de lo que le habían hecho ni cuando, pero lo que sí sabía era que esa voz tenía su propia identidad y no le pertenecía. Debía deshacerse de ella.

Él la miró a los ojos y no le hizo falta interrogarla, pues de buena gana ella le reveló cada hito de su vida sin más recompensa que su sonrisa. Ahora él tenía el poder de destruirla y ella la certeza de que, por una vez en la vida, podía ser cien por cien sincera con alguien.

Un grito desgarrador emergió desde lo más profundo de su garganta, con una mano se agarraba la sien, con la otra, tiraba con fuerza de los grilletes que la oprimían. —Así no conseguirás nada, deja que te ayude —dijo una voz al otro lado de la sala—. Hace tiempo que yo me quité los míos. —¿Por qué estamos aquí? Aquel joven le quitó los grilletes sin responder y ella se alejó de él. ¿Cómo podía saber si aquel joven era de fiar o si tan solo se trataba de otra prueba más de sus captores?

Ahora era vulnerable, él lo supo en el mismo instante en el que la vio, y aprovechó su ventaja. No le había dado tiempo a levantarse cuando un golpe en la cabeza la desestabilizó, hizo que agachase la cabeza, que sus uñas rasgasen el suelo de piedra de forma inconsciente. Las sienes le palpitaban dolorosamente, ella se dejó caer pesadamente sobre el suelo, y cuando logró recuperar la consciencia, se dio cuenta de que estaba colgada boca abajo y que, de su cuerpo, manaba la sangre gota a gota.

¿Por qué aquellos ojos claros clamaban su atención? Tal vez fuese porque parecían tristes, porque parecían necesitar una razón por la cual brillar. ¿Por qué le arrancaba tantas sonrisas el hecho de ver cómo él sonreía? ¿Tal vez empatía? Quizá... No, no podía ser aquello, todos menos aquella peligrosa palabra a la que llamaban «amor».

Fue absorbida por una corriente de aire que la llevó hasta una caída que se le antojó interminable. De pronto sintió un golpe directo en las costillas mientras la oscuridad la engullía hasta que un golpe seco contra lo que parecían aser adoquines, la obligó a abrir los ojos. El suelo estaba teñido parcialmente de sangre, quizá de la suya, y tras abrir los ojos a duras penas, se dio cuenta que la realidad allí era muy distinta... Había caído en su misma dimensión... pero en otro siglo.

Las dimensiones no se regían por ningún orden ni criterio, cada una tenía su propio horario y su propia forma de dejar correr el tiempo, por eso ella siempre había tenido miedo de dormir... Cuando estaba despierta la buscaban para entender cómo funcionaba aquel poder que tanto detestaba y que no sabía cómo controlar, y cada vez que cerraba los ojos, no sabía dónde ni cuando iba a abrirlos. Si había algo que supiese con certeza era que, después de todo, no estaba segura ni en sus propios sueños.

«Muéstrame aquello que te aterra, que tus logros le interesan a cualquiera; fúndete conmigo en la oscuridad, dime todo aquello que va mal. Cuéntame que no sabes quien eres ni qué quieres, que no sabes cual será tu siguiente paso. Enumérame las veces que has mirado a la vida con miedo y no te has detenido, relátame todo lo tétrico que se esconde tras tus grandiosos éxitos. Siempre es bonito apoyar cuando los focos te apuntan pero lo verdaderamente valioso es permanecer cuando te engulle la nada».

Las paredes comenzaron a temblar, el sonido de la piedra amenazaba con desmoronarse sin que ella pudiese impedirlo pero, ¿qué podía hacer para no quedar sepultada bajo los escombros de aquel lugar? Entonces lo vio claro, debía arrastrarse y ser hábil, sin embargo, todo cambió cuando su cuerpo comenzó a temblar. Desde un principio, ella sabía que estaba soñando, pero en el momento en el que su cuerpo se rehusó a seguir, se dio cuenta de que estaba atrapada en su propio sueño.

Mis ojos. Mis labios. Mi rostro. Mi cuerpo... ...pero su alma podrida. Ella ve el mundo a través de mis ojos mientras espero encerrada en lo más profundo de mi ser a que alguien se de cuenta de lo que está pasando. Solo espero que, cuando lo hagan, no sea demasiado tarde.

Sigue aquí, se aprovecha de mis debilidades, se alimenta de mi insomnio. Es “eso” o yo. Sé como matar algo corpóreo, algo humano, lo he hecho otras veces... pero, ¿como muere aquello que no puede verse ni tocarse? Sin duda... “eso” tiene una clara ventaja.

—Te confieso que al principio pensaba que mentías, que no te importaba lo suficiente como para estar a mi lado. Sé que soy difícil, que traigo problemas pero... Él acalló sus palabras con un beso dulce e intenso. Después, arrancó el coche y aceleró todo lo que pudo, dejando atrás aquella escena sangrienta, de la que ambos habían sido responsables. Ella tenía impulsos que no podía controlar y él, cumpliendo su palabra, se manchó las manos con aquel acto deleznable en un intento de comprenderla.

La escuchaba sin verla, la sentía sin escucharla, pero no le cabía duda de que le acompañaba a menudo. No sabía que quería de él, no sabía si en algún momento le haría daño físico o si solo quería volverle loco, lo que sí sabía era el por que estaba allí. No pudo verla, pero la bala la traspasó antes de impactar en el psicólogo... Ahora quería venganza.

Se encontraba solo en el callejón, la lluvia empapaba su ropa lentamente y la evidencia carmesí de su acto corría por el suelo, diluyéndose cada vez más. Las cloacas compartieron su secreto cuando las primeras gotas de sangre comenzaron a caer en su interior. ¿Tenía razón su psicólogo cuando, segundos antes de dispararle, le dijo que estaba loco? No, él no estaba loco, sabía lo que había visto, sabía que aquel hombre había desencajado su mandíbula con intención de engullirle.

Él; una adicción para mis sentidos.

El viento azotaba su cabello y le provocaba escalofríos que parecían interminables. Las vistas desde aquel edificio eran impresionantes, pero más impresionante todavía era ver cómo aquel hombre veía la televisión pacíficamente. No habían encontrado pruebas suficientes que le incriminaran, pero él sabía que era culpable. Ambos lo sabían. Volvió a observarle a través de la mira del fusil de francotirador y acarició el gatillo con el dedo índice. Él podía impartir justicia, era su deber.

Podría decirle un millón de cosas para intentar explicarle por qué hago todo esto, podría decirle que voy a hacer con él cuando me aburra y cuál será exactamente el momento en el que lo haré. Yo lo sé y podría contárselo a él, pero entonces no escucharía sus súplicas desde el sótano a media noche, ya no vería sus lágrimas correr... No hay peor tortura que no saber cuándo llegará el fin y pienso saborear cada segundo que pase ahí encerrado. Ahora yo tengo el poder.

A pesar de que vivían cerca, hacia una semana que no se veían y eso, para ellas, era una eternidad. Un abrazo esclareció lo mucho que se habían echado de menos. —¿Tortitas? —Siempre —respondió sin dudarlo. Una tarde de tortitas no era lo más arriesgado que habían hecho a lo largo de sus días, pero a su edad, después de toda una vida llena de locuras, rememorar el pasado junto a su mejor amiga, era la mejor de la ideas.

El reloj avanzaba sin descanso y, aunque no quería, no podía evitar estar pendiente de cada segundo que pasaba. Los segundos eran cruciales, sin embargo, a lo que más le temía era a la manecilla de los minutos. El corazón se le aceleró y sentía la garganta seca, pero cuando el reloj de cuco comenzó a sonar, supo que ya nada importaba. La puerta del reloj de pie comenzó a abrirse y con ella, sus manos a temblar...

—He vivido una vida plena. He viajado por todos y cada uno de los caminos, y más, mucho más que esto. Lo hice a mi manera… Ninguno de los presentes entendía realmente lo que quería decir con aquello hasta que, el policía situado en el lugar más alejado a la mujer, vio como esta sacaba un cuchillo del bolsillo trasero de su pantalón. Gritó, pero fue demasiado tarde, ella consiguió, sin barreras, clavárselo en la yugular. Prefería morir que volver a la cárcel.

Sigo pensando en él y en como me miraba. Sigo pensando en todo lo que compartíamos y en como fue nuestra última noche juntos. Sigo pensando en él y... siendo sincera , creo que no debería haber guardado sus ojos en formol.

Anoche soñé con sus ojos, con aquellos profundos ojos negros que clamaban mi presencia ante el trono de su señor. Me miraba fijamente mientras me asía con fuerza con aquella especie de garras huesudas que se clavaban con fuerza en mi cuerpo. Con cada aliento directamente sobre mis labios mi corazón iba más lento. Fue entonces cuando desperté y, pensando que estaba a salvo, sonreí… pero después el pomo de la puerta giró lentamente y aquellas garras se aferraron a la puerta.

Vi el terror en su rostro, las lágrimas en sus ojos, la sangre en sus labios, incluso pude notar el dolor en su alma... Sufría porque no era capaz de entender que mi mayor fantasía era observar cómo se comía un pedazo de mí. —Si yo pude amputarme la pierna, tú puedes comerla.

Su rostro lucía tan hermoso como siempre, sus labios me clamaban que los besara por última vez. Su voz ahora tan solo era un recuerdo que se me antojaba lejano... Debí hacerle caso cuando me dijo que no podía respirar, cuando me clamó que dejase de estrangularla. ¿Cómo iba a saber yo que las voces de mi cabeza estaban equivocadas? ¿Cómo iba a saber que, tras morir, ella no volvería a despertar?

Fingió sonreír cuando a nadie le importaba, fingió escuchar cuando nadie le hablaba, fingió ser feliz para no ser juzgada y, cansada de fingir, se marchó cuando fingieron necesitarla.

Todos los caminos que había seguido hasta el momento le habían llevado a un mismo lugar, una misma dirección, un mismo hombre. Todo apuntaba a que debía enfrentarse cara a cara con aquel demonio para conseguir la otra mitad del mapa. —Busco a John Crowley —susurró al camarero de aquel local mugriento y lúgubre. El camarero retrocedió en cuanto las miradas se posaron sobre el hombre que, de repente, se vio rodeado. Salir de allí no iba a ser fácil. [¡Animaos a continuar la historia! ⬇️]

Nunca se había visto a sí misma como una asesina, pero allí estaba ahora, en una sala vacía con el juez y los miembros del jurado. Sonreía mientras ellos la miraban con los ojos abiertos como platos. ¿Quién era el imbécil que había pensado que era apta para la cárcel cuando en realidad su mente estaba perturbada? La sangria chorreaba por todos los rincones y ella la observó con placer en la mirada. Era increíble todo lo que se podía hacer con un solo bolígrafo.

No era la primera vez que caminaba a solas tras anochecer, le gustaba hacer ejercicio por la noche. Sin embargo, aquella noche sintió que le seguían, a pesar de no ver a nadie a su alrededor. El miedo se apoderó de ella cuando susurraron su nombre por tercera vez y se giró, encontrando a un encapuchado con un cuchillo entre sus manos. Ella gritó, pero nadie pudo escucharla. Su sorpresa fue mayor al comprender que no había nadie con ella y que la culpa la indujo al suicidio.

El reloj marcaba la cuenta atrás. La música había comenzado a sonar y ella ya caminaba por el largo pasillo, con el rostro cubierto por el velo. Cuando ella llegó al altar, se retiró el velo y esbozó una amplia sonrisa. ¿Cuántos hombres habrían pasado por allí? Él no tenía respuesta para aquella pregunta. —Sonríe si quieres vivir otro día más —dijo ella. Él obedeció y llevó la mirada a las esposas que le habían colocado antes de la ceremonia. Estaba claro que no iba a salir de allí.

Todas se sentaron entorno a una mesa redonda, sus miradas lo decían todo sin necesidad de hablar. Un vaso reposaba delante de cada una de ellas, lo habían pactado desde hacía mucho, la mayoría lo había conseguido y debían celebrarlo. Alzaron el vaso y bebieron. Todas excepto una, la cual las miraba con una amplia sonrisa mientras las demás se asfixiaban en su propia sangre.

Había fracasado y lo había perdido todo. Ella, que había tenido claro desde el primer momento la decisión del divorcio. Ella, que tenía un buen abogado trabajando a su lado. Ella, cuyo historial era mucho más impecable que el de su marido... Ella contaba con mejores cartas, pero él tenía el factor sorpresa de su lado. ¿Quién iba a pensar que la defensa de su marido consistiría en degollarla?

No tenía intención de hacerlo, jamás tuvo intención de hacerlo, solo seguía órdenes del departamento para el que trabajaba. Abrió los ojos sobresaltada a causa de una pesadilla. Su agitada respiración despertó a su marido, ella esbozó una pequeña sonrisa agradecida por tenerle ahí. Entonces la vio... La misma mujer de su sueño. Tenía el mismo cabello, los mismos ojos sin vida, el mismo cuchillo... Y estaba abriendo la puerta del dormitorio.

Quizá fuera por arrepentimiento, o tal vez porque no quería seguir escuchando sus susurros, pero finalmente decidí ponerle fin a mi vida. Quería formar parte de todo, ayudar a las que, como yo, habían sido maltratadas, pero aquello se había vuelto en mi contra. Me senté en la cornisa del edificio y respiré profundamente. Sin embargo, me arrebataron la posibilidad de elegir. Ahora era suya.

Mientras se sujetaba la cabeza con una mano, y se llevaba la otra al pecho, solo para asegurarse de que su corazón seguía latiendo, rememoró la escena que había tenido lugar segundos antes. No cabía duda, por alguna razón que desconocía, no se había desplomado tras recibir dos disparos en el pecho y uno en la cabeza.

Echó la última palada de tierra y exhaló antes de dar un par de golpes para aplanarla. No había tenido el valor para matarla. La había dormido y encerrado en una caja de madera antes de enterrarla. Dejó la pala a un lado y, mientras buscaba la salida de aquel bosque, se lamentó por lo que había hecho. La hierba crujió a sus espaldas. Entonces, cuando se giró para cerciorarse de que nadie le había visto hacerlo, ella le golpeó con la pala en la cabeza.

Le pregunté “¿Crees en la vida después de muerte?”. Me dijo que no. Parecía asustado, aunque desconozco si a causa de mi pregunta o porque abrí los ojos mientras él acababa de dar los últimos puntos tras hacerme la autopsia. “Yo tampoco creía”, le respondí. Ahora, cuarenta minutos después de que le clavara el bisturí en el ojo, está despertando. Creo que le hice recobrar la fe.

Ella sostenía una copa de vino mientras observaba embelesada la luna desde el balcón. Él se acercó sigiloso. Exhaló al llegar hasta ella, su aliento le meció los cabellos y ella se giró al mismo tiempo que él alzaba las manos sobre su cabeza. Entonces se arrodilló ante ella, abrió su boca y ella vertió el contenido de la copa. A la luz de la luna, mientras él convulsionaba, ella esbozaba una amplia sonrisa. Había conseguido que otro hombre accediera a que acabara con su vida.

Algo en su cabeza cambió, pasó de sonreír a vagar taciturno, de ser el centro de atención a no articular palabra. Estar en su presencia ya no era reconfortante, ni siquiera hacía falta mirarle para que su presencia diera escalofríos. Vagaba con las manos cubiertas de barro, manchando todo a su paso y parecía esforzarse por emitir gemidos guturales. Era una locura, pero necesitaba visitar su tumba para asegurarme de que seguía ahí.

A veces siento como me observa mientras duermo, le escucho a través de las puertas y como me llama cuando salgo a pasear. Todos piensan que estoy loca, pero nada más lejos de la realidad. Solo lo dan por hecho porque, cansada de verle en todas partes, decidí sacarme los ojos.

Apoyó las manos sobre el lavabo, dejando su huella. Las sienes le palpitaban con violencia y, a consecuencia, apretó la mandíbula en un intento vano de mitigar el dolor. Cerró los ojos, inspiró y espiró. Al abrirlos de nuevo todo había desaparecido... Todo excepto la nota que acababa de deslizarse bajo la puerta del aseo, la cual rezaba “Abre la puerta”. No era otra de sus alucinaciones, estaba segura. Contuvo la respiración. Estaba muerto, pero sin duda era su letra.

Se suponía que era el día más feliz de su vida. Llevaba años planeándolo todo: la fecha, la iglesia, la música, las flores, los invitados... Sin embargo, ahora que se encontraba frente a todas aquellas personas, debía esconder su felicidad. Al fin y al cabo, estaba en el funeral de su marido.

—¿Realmente me quieres? —preguntó ella mientras posaba las manos sobre mis hombros. —Claro que te quiero... Ella suspiró. —¿Por qué lo has hecho? —volvió a preguntar. Entonces me quedé ahí, pensativo, observando como mis manos calientes goteaban, mientras ella se alejaba sin decir ni una palabra más. Fue en ese momento cuando, por primera vez, me pregunté si había valido la pena el sacrificio.

Eras el veneno más letal que podía existir y yo una suicida que no quería ser salvada...

Él la prefería así, más fría, más distante, porque así se aseguraba de que su calor no le derretiría y que no se enamoraría profundamente de ella, aún así, la quería cerca de él... Lo que no sabía era que ya estaba enamorado, sin embargo, con cada segundo que pasaba mostrándole su indiferencia, ella se iba enfriando cada vez más y no faltaba mucho tiempo hasta que su corazón dejase de latir con tanta intensidad cuando le viese... Y entonces no habría vuelta atrás.