—¿Cuántos gatos de Schrödinger crees que se necesiten para hacer colapsar a esta simulación? —preguntó ella. —No lo sé, billones tal vez… —Quién diría que los gatos pueden ser destructores de universos… ¿Crees qué hay una realidad paralela en la que no nos hemos conocido aún? Él se encogió de hombros: —En miles de ellas, pero solo es cuestión de tiempo, nada más. —¿Piensas que los gatos tengan una conciencia similar a la nuestra? —Creo que el poder de los gatos está en los ojos…

De pronto, fue rodeada por las sombras, y las páginas retorcidas de aquel libro prohibido, se transformaron en abismos de oscuridad disforme. Todo su ser y su conciencia se derramó sobre un pozo profundo, hasta desembocar de manera súbita sobre un mar infinito de galaxias y un millar de estrellas verdosas…

Entre polvorientos libros con cubiertas de hierro, y botellas vacías de láudano desperdigadas por doquier. María Krum tomó un antiguo grimorio perteneciente a la olvidada “Hermandad de la Serpiente”. Mientras pasaba sus páginas amarillentas de forma azarosa, las llamas del candelabro chorreante parecieron debilitarse...

— ¿Creéis qué es verdad el hecho de que todo esto sea un sueño? —Solo sé que toda verdad es en esencia una verdad a medias. Tal vez sea un sueño, pero quizás no de la forma limitada en la que nosotros concebimos el acto de ensoñar. Puede que signifique algo más amplio que nosotros mismos, un concepto que no podemos comprender del todo —dijo Kalev y se detuvo de repente. Entonces, aclaró su garganta y se mordió los labios, como si se hubiera dado cuenta de que había hablado más de lo debido.

Dos iniciados, un hombre y una mujer pelirroja. Un viejo de túnica andrajosa sosteniendo una antorcha. Una puerta tradicional de mampostería. Un puente de piedra, sobre un mar negro. Una luna de sangre. Un cuervo astral. Un laberinto circular de once niveles, un mismo sendero recorrido treinta y tres veces. En el centro un abismo, donde la bestia devora almas. Una espada con el poder del rayo, una llave de plata, un libro de arena y un trapezoedro resplandeciente…

La tercera bruja; de cabellos claros algo despeinados, se encontraba alejada, unos cuantos pasos de las demás. Utilizaba un vestido negro de aspecto desgastado, de mangas largas y cuello amplio. La parte baja de su vestido estaba deshilachado en tiras oscuras, y con sus botas puntiagudas de tacones finos, parecía tener dificultades para no pisarlas. Sin duda alguna, ella era mucho más joven que sus hermanas, y poseía una cierta belleza venenosa que el cazador no fue capaz de pasar por alto. 

Había una música espeluznante en el aire, que reverberaba por toda la sala gótica con una melodía macabra, dotada también de una exquisita malignidad. Los sombríos músicos que la ejecutaban, ensimismados en sus diabólicos instrumentos de cuerda y de viento, eran rodeados por grotescas mujeres que danzaban al son de la melodía con nefandos movimientos...

Sus manos tiemblan sin control y el miedo le invade. Aunque sabe que la torre le brinda protección ante los sabuesos infernales que le persiguen, teme aún más a los acólitos de pesadilla que viajan junto a ellos…

Una hechicera pálida comienza con desesperación el rito de protección. Dentro de tres círculos concéntricos de fuego, María Krum deposita cuatro cráneos orientados hacia Aldebarán, Antares, Regulus y Fomalhaut. Entre velas chorreantes y amuletos de plata, la mujer abre el libro negro y comienza a murmurar un cántico terrible.

En una habitación abuhardillada, un cuerpo lacerado yace sin vida entre círculos de fuego. Y, a unos pocos metros de él; sobre los restos de un altar desgarrado, un antiguo receptáculo de magia tenebrosa se deshace entre cenizas. Sobre una cripta fétida..., entre huesos corroídos. Se pone de pie el nigromante. Con aire triunfal sonríe diabólicamente, y se regodea ante la vastedad de su recién incrementado poder.

El brujo cae en la trampa y es aprisionado por zarpas espectrales que desgarran su alma negra.  Y, al mismo tiempo, espíritus corrompidos drenan sus fuerzas y se apoderan de ella, arrastrándolo hacia las profundidades del reino de Hel.

Al mismo tiempo, pronuncia con sonidos guturales aquel terrorífico cántico que conjura la fuerza primordial del inframundo. Con manos temblorosas finaliza el poderoso hechizo, cubriendo también con su sangre las runas tatuadas en su espalda. El nigromante aguarda de espaldas el ataque del brujo. Inmóvil, expectante. Y un instante antes de que ocurra, se gira hacia él para enfrentarlo. Sonriéndole de forma maliciosa, hasta que su aspecto se desvanece entre las sombras.

El tiempo se ralentiza. Lee sortilegios que lo guían hacia un entrecruce de callejuelas sombrías. Sortilegios que son dejados y le son señalados por su demoníaco guardián. Se detiene en el centro del entrecruce y busca dentro de su abrigo negro un puñal curvo, con el cual se efectúa un profundo corte en su mano izquierda.  De la herida brota abundante sangre, y con ella traza; apresuradamente sobre el suelo empedrado, los necrománticos símbolos...

La codicia de poder lo ciega y de manera jactanciosa se abalanza contra el condenado. Saboreando una victoria anticipada, el maligno brujo extiende su corrompida magia.   El nigromante es alertado por su sombra. Escucha los macabros susurros en el aire y huele el hedor a muerte que arrastra la brisa invernal. Apura el paso y las farolas se extinguen detrás de él, devoradas por abismos de inconmensurable oscuridad...

Con la forma de su daemon sobrevuela, el hijo de Abarak. Como un búho terrible de ojos llameantes, desciende, utilizando las corrientes de aire gélido que lo atraviesan. Y, con majestuosa arrogancia y absoluta confianza de su poder, custodia su reino. Al fin detecta a su víctima entre los callejones. El frenesí lo invade, la sangre le hierve y sus sentidos se agudizan de forma sorprendente. Puede percibir al arcano, su débil esfera y su predecible sombra. Entonces, acecha a su presa...

  El brujo; como un predador hambriento, da rienda suelta a su instinto implacable y se deja guiar por él, sobrevolando el cielo nocturno de una antigua ciudad olvidada. Cuyas luces trémulas; contempladas desde las alturas, parpadean, asemejándose a una galaxia distante. Conformada de manera peculiar por titilantes farolas de hierro, empinados tejadillos derruidos, y elevadas catedrales y atrios culminados con filosos chapiteles...