Lo anhelaba. Al despertar. Antes de dormir. Al comer. Al respirar. Soñaba con el aroma de su cuerpo, la sensación de sus manos en mi piel. Y lo odiaba. Por no haberme elegido de inmediato, por no haberse quedado. Por haberme escuchado. Lo odié por no haberme dicho que estaba equivocado, que él sí me amaba, que sí era su prioridad. Resentí de cada beso. De cada vez que hicimos el amor. Resentí incluso de haber traído tanta claridad a mi vida.

No quiero que estemos juntos por miedo a perdernos, quiero que lo estemos porque somos nuestras propias decisiones. Y duele mucho dejarte ir, duele pensar que nadie me va a hacer sentir como tú, duele entender que esto significa quedarme solo por el resto de la vida, duele muchísimo. Pero duele aún más darme cuenta de que estaría aceptando ser el segundo en tu vida, negándome la posibilidad de ser el primero para mí mismo al conformarme.

-Jack. Fue su nombre lo último que alcancé a decir antes de lanzarme por su rostro y unir mi boca a la suya, era suave, cálido, su respiración agitada y debía apartarme, gritaba mi mente, mientras rodeaba su espalda con mis brazos, lanzándolo contra la pared, podía ser brusco, podía morder su boca y lamer sus labios, podía tirar de su pelo rubio, podía presionar mi cuerpo contra el suyo, hasta hacerlo perder la respiración.

-Quizás no sea buena idea comer juntos después de todo — me miró a los ojos y abrí mi boca intentando encontrar las palabras para rebatirle eso, porque la idea se había vuelto agradable en mi mente — no me gusta que me acusen de estar coqueteando con alguien cuando solo intento ser amable.

Jack se inclinó frente a mí, levantando mi barbilla y, con una sonrisa juguetona, me besó. Fue un beso distinto, sus labios eran tibios y no pretendió meter su lengua en mi boca. Por un instante quise decirle que me lleve con él.

—Antes de que digas nada —se mantuvo alejada, con los brazos cruzados en su pecho, tan poco dispuesta— vine sólo porque Sophia insistió en que hasta los criminales tienen derecho a defenderse. —No es lo que parece… —Empieza por no tratarme como si fuera estúpida —exclamó con impaciencia. —En ese caso, todo lo que te diré parecerá excusas —creo que me voy a desmayar—, mírame a los ojos, Cami, jamás te haría algo así y si no te quisiera no estaría aquí.

—¿Me llamarás? —Al menos trataré de no hacerlo. —Estúpido —le di un puñetazo en el pecho, creo que más me dolió a mí, él ni se inmutó. —Ya, debes irte, no quiero que venga aquí y verle su cara —traté de estrechar su torso y luego le di un beso a cada lado del rostro. —Nos vemos entonces, nada de adiós. —Sólo nos vemos.

Mi boca no dudó en darle la bienvenida, tanta suavidad en ese roce, nuestras bocas danzaban en sintonía, y cuando entreabrió los labios absorbí su aliento, delicia para mis sentidos, como a licor de menta y algo se apoderó de mí, mis manos capturaron su pelo, enredando mis dedos en los cortos mechones y mi cuerpo temblaba contra el suyo mientras su lengua buscaba la mía, ambos comenzamos a jadear con la falta de aire.