La despertó un leve gruñido. Abrió los ojos. Era de noche y la luna brillaba alta en el cielo. A pocos pasos de ella, dos ojos amarillos la miraban fijamente. Un lobo. Quiso gritar, pero se contuvo. Recordaba a uno de los cazadores decirle que los animales eran más propensos a atacar si sentían el miedo. Intentó pararse, pero sus piernas seguían sin funcionar. Otro lobo apareció por un lado. Se acercaron a ella lentamente. Contuvo la respiración y cerró los ojos.

Miró a su alrededor en busca de algo que comer. Sabía que el bosque estaba lleno de frutos. Cerca de ella, vio un árbol caído con grandes manzanas rojas. Se arrastró hasta allí y comió varias hasta que se sintió un poco mejor. Sus piernas aún no se movían. Comenzó a seguir el rio, pero no tardo en detenerse. Estaba cansada y le dolía. Nunca llegaría a las montañas. Lloró hasta quedarse dormida medio apoyada sobre el tronco de un árbol.

Se arrastró lo mejor que pudo, ayudándose de sus manos y de las ramas. El suelo estaba lleno de ramas y árboles caídos, y no parecía haber rastro de animales, lo que era bueno ya que ella no podría enfrentarse a ningún depredador. Después de lo que pareció una eternidad, llego al río. Torpemente, tomo agua hasta saciarse, y pudo pensar una vez más. Necesitaba encontrar comida y necesitaba llegar hasta su madre, en las cuevas.

—A ver, pruébalo de nuevo. Casi inmediatamente, vio una imagen borrosa frente a sus ojos que lentamente fue tomando la forma de un oso de peluche. —¡Eso es! ¡Excelente! La niña le sonrió con todos los dientes. —Me gusta hacer imágenes —dijo— ¿puedo mostrárselas a otras personas? La mujer negó con la cabeza. —Aún no, pronto.

La niña siguió a la mujer hacia el exterior de la iglesia. No estaba segura de que estaba pasando, pero la extraña le había dicho que podía sacarla de ese lugar y nada le gustaría más. Su nuevo amigo quería ir con ellas, pero la mujer le dijo que debía volver con su madre. Después de todo, secuestrar a una niña ya era lo bastante malo, no quería llevarse a dos. La niña subió al auto de la mujer y se alejó de la iglesia por primera vez en su vida.

—¿Desde cuando que puedes hacerlo? —Desde siempre. —¿Y necesitas sentir las emociones para proyectarlas? La niña asintió débilmente. La mujer se estremeció ante las implicaciones de eso, no podía imaginarse lo mucho que esa niña debía de haber sufrido. —Ven, vamos a salir de aquí.

Era tarde cuando despertó una vez más, y solo entonces aceptó que nadie la vendría a buscar. Tenía que encontrar una forma de llegar a las cuevas. Sola. Empujó y empujó la rama de sus piernas hasta que esta se movió, liberándola. Aún así, no conseguía moverlas. Intentó apoyarse en un árbol cercano para levantarse, pero resulto inútil. Sus piernas se rehusaban a sostenerla. Escucho el sonido de un río. Aun estaba cansada y hambrienta, pero una sensación se sobrepuso por sobre las demás: sed.

Necesitaba saber que estaba pasando ahí, por lo que se adentró en las partes cerradas de la iglesia. No sabía lo que esperaba encontrar, algo que pudiera explicar la visión. No esperaba a encontrar a dos niños. A uno recordaba haberlo visto con su madre en la iglesia. La otra parecía un fantasma, con la piel increíblemente pálida y un vestido blanco. Cuando la miró a sus ojos grises, experimentó la misma visión de sombras y terror que había sufrido durante aquel sermón.

La niña contempló el sermón desde su lugar en el segundo piso. No prestó atención a las palabras, a estas alturas ya se las sabía de memoria. Cuando Padre dejó de hablar y todos levantaron la mirada al techo, supo que había llegado su momento. Recordó la oscuridad. Odiaba la oscuridad. La dejó salir. Recordó el miedo y el sentimiento de estar atrapada. Los dejó salir. Suspiró profundamente. Se sentía mucho mejor. Abajo, todas las personas mostraban una muestra de pánico y asombro.

Despertó sintiéndose peor que cualquier otro día de su vida. Era como si todas las malas sensaciones que había sentido en su vida -hambre, cansancio, dolor- hubieran sido amplificadas hasta el infinito. Intentó moverse, pero no pudo. Una gruesa rama había caído sobre sus piernas y ahora todo lo que sentía en ellas era dolor. Gritó y lloró hasta que cayó desmayada de nuevo.

¿Cómo tratar con algo así? ¿Qué hacer después de que algo que creía imposible hubiera pasado? Su primer instinto fue negar lo que había visto, fingir que nunca había pasado. El segundo fue aceptar ciegamente aquella nueva verdad, creer todo lo que le decían solo porque un aspecto había resultado ser cierto. Finalmente decidió que necesitaba más información, más datos. No iba a dejarse engañar por una sola experiencia que no entendía.

Se suponía que ese día Dios tendría un mensaje importante para ellos. Ella no lo creía. Había asistido al sermón de todas formas por curiosidad. Había comenzado igual que la vez anterior, pero cuando el sacerdote les había dicho que levantaran la mirada al cielo, el mundo se había difuminado y oscurecido repentinamente. Y luego llegó el miedo. Sintió un deseo casi irrefrenable de huir, pero estaba atrapada. El mensaje solo duró unos segundos, pero le hizo cuestionar todo lo que sabía.

Gritó desesperada, mientras su cuerpo era arrojado con violencia de un lado a otro. Entre el caos, encontró algo a lo que sujetarse. Una especie de cuerda que la unía al suelo. Intentó tomarla con las manos, pero solo encontró aire. En cambio, consiguió afirmarse con otra parte de ella, un sentido que hasta ese momento había estado dormido. Tiró de la cuerda con todas sus fuerzas. Se vio clavada al suelo firmemente, el viento volando a toda velocidad a su alrededor, las ramas arañando su cuerpo.

Él miró a la niña a través de la cámara de la habitación. Estaba acurrucada sobre sí misma en un rincón, temblando. Eso estaba bien. No es que fuera un sádico, no es que disfrutara con el sufrimiento de otros, simplemente entendía lo que era necesario para conseguir sus objetivos. Se alejó de la pantalla y fue a preparar su discurso. En un par de horas la dejaría salir, cuando estuviera lo bastante asustada para resultar útil.

—¿Eres una demonio? —¿Qué? ¡Claro que no! —¿Quieres jugar entonces? Los niños llevaban horas jugando en el parque cuando el sacerdote los encontró. Estaba furioso de que ella hubiera escapado, y prácticamente la arrastró de vuelta a la iglesia. Con razón no había habido señales ni mensajes en los últimos sermones. Ella había estado muy ocupada perdiendo el tiempo con ese niño.

Después de todo lo que había escuchado de aquel culto, acerca de lo rápido que crecía y lo dedicados que eran sus seguidores, esperaba más que otra copia barata de la misma religión con algunos extras sobre mensajes de Dios y como todo el mundo podía escucharlos estando en el lugar correcto y prestando atención. Se marchó antes del final del servicio, después de haber pasado diez minutos mirando el techo sin que nada sucediera.

Era fácil distinguir a los nuevos. Cualquiera habría podido hacerlo, eran aquellos que escuchaban con escepticismo en la mirada y parecían contar los minutos hasta el final del sermón. Él sacerdote terminó de hablar como todos los días, llamando a un momento de silencio para escuchar el mensaje de Dios. Nada sucedió. Los nuevos se levantaron, tan escépticos como habían llegado. Él apretó los puños, pensando en lo que haría para asegurarse de que la próxima vez hubiera un mensaje claro.

Cuando las primeras brisas fuertes comenzaron a soplar, la tribu emprendió el camino de vuelta a las montañas, pero ya era demasiado tarde. Aún estaban a días de distancia cuando el viento se volvió lo bastante fuerte para dificultarles avanzar. Aun así no se rindieron. La primera en ser levantada fue una niña de apenas nueve años. Ella hizo todo lo posible por mantener los pies en la tierra, aferrándose a la mano de su madre y a los árboles, pero todo fue inútil. El viento se la llevó.

—¿Por qué no debes salir? —Porque es peligroso. —¿Y por qué es peligroso? —Porque está lleno de infieles corrompidos por las influencias demoniacas, que solo desean hacerles daño a las criaturas puras. —Y ahora que tú también has sido expuesta debemos purificarte. No, no llores, no te quejes, quieres ayudar al mundo ¿verdad? ¿Quieres que todos sean salvados? Esta es la única manera. Cerró la puerta de la habitación, dejándola en la oscuridad.

Cuando su madre lo llevaba a la iglesia a veces podía ver cosas. Visiones de ángeles y de Dios que lo llenaban de felicidad. Ese día no hubo ninguna visión, solo ella. La niña tenía su edad, llevaba el cabello negro muy corto y un vestido blanco. Al terminar el servicio, la buscó. Preguntó a los adultos si sabían donde estaba, quería una nueva amiga. Sin embargo, cuando el sacerdote escuchó sus preguntas se puso pálido. —Ven conmigo, tenemos que limpiar tu mente de influencias demoniacas

El viento era una parte normal de la existencia, tan inevitable como la bajada del sol. Soplaba todo el tiempo, a veces suave y juguetón, a veces lo bastante fuerte para levantar árboles de raíz. Sin embargo, se había calmado por un tiempo. El bastante para que la tribu se relejara, para que pensaran que era seguro volver a alejarse de la montaña en busca de mejores presas. Eso había sido un gran error.

El día era frío, pero el interior de la iglesia se mantenía agradablemente cálido. El sacerdote había terminado de hablar, y en esos momentos todos se mantenían en silencio, con la mirada fija en los vitrales del alto techo, rezando, esperando… Algo. Pasaron los segundos y luego los minutos. Habrían podido esperar horas. Por suerte no hizo falta tanto tiempo. Un rayo de luz apareció en el cielo nublado y una sensación de calma invadió a todos los presentes. Ese día, dios les había sonreído.

-Ya no puedo seguir haciendo esto -¿Qué estas diciendo? Lu, por favor, hablemos de esto... -No, ya he tomado mi decisión. Ella levantó el arma y apuntó. (¡Continua la historia en los comentarios!)

El niño lloró por primera vez a la media noche. Solo tres personas estaban en la habitación, pero todo el reino lo supo, por que la magia volvió a llenar la ciudad en oleadas.  Él no lo sabía aún, pero su destino ya había sido decidido.  Y en los próximos años, lo único que podría hacer sería entregar su magia al reino del que había escapado su predecesora.

—Fue terrible —relató el héroe—, y cada día de mi vida voy a lamentar no haber podido llegar a tiempo. Aquel hombre secuestro a la princesa, y la arrastro a la fuerza hasta los límites de la ciudad ¡Ella estaba aterrada! Cuando intenté razonar con él, lo primero que hizo fue asesinarla. Y se rió. El bastardo se rió de su muerte. Entonces supe que no tenía más opción que vengarla. No podría haber hecho nada más.  El consejo asintió, comprensivo.  Claramente nada de eso había sido su culpa.

No. No. No.  Había llegado demasiado tarde. El cuerpo de ella yacía en el suelo cubierto de sangre. Intentó detener la hemorragia, pero en el fondo sabía que era demasiado tarde.  —No puede estar muerta —murmuró para sí mismo. —Lo esta. Y pronto tendrá compañía.  El hombre no tuvo tiempo de darse la vuelta antes de que una espada le atravesara el pecho.

Lo había intentado, realmente lo había hecho.  Había intentado convencerla de volver, primero con palabras dulces y luego con amenazas, pero su única respuesta había sido la risa. Eso era inaceptable.  Realmente no le había dejado opción.  Cuando extrajo la espada del cuerpo de la princesa, no se sintió ni siquiera un poco culpable. Todo héroe sabía que aquellos que no querían cumplir su destino no tenían cabida en este mundo.

No había tenido oportunidad.  Sus habilidades eran las de un asesino y un ladrón, debería haberlas usado para huir en vez de enzarzarse en un enfrentamiento inútil.  Tirado en el suelo, maldiciendo su propia estupidez, vio al que lo había derrotado salir corriendo en busca de la princesa.  No todo estaba perdido.  A duras penas se levantó y se transformó en una sombra. Podría encontrarla primero. Tenía que hacerlo.

El secuestrador estaba en el suelo, derrotado.  El héroe se levantó, adolorido, agotado y listo para volver a casa con su princesa. Pero cuando gritó para avisarle que todo estaba en orden, ella no contestó.  Ya no estaba ahí.

Corrió por horas, pero no se cansó. Su cuerpo vibraba con la energía sin usar, haciéndola sentir más viva de lo que había estado nunca.  Llegó a una villa y se acercó a la posada. No tenía dinero y estaba hecha un desastre, con el vestido rasgado y lleno de tierra, pero lo único que necesitó fue una mirada y una sonrisa a la encargada y la magia hizo el resto.  Para cuando llegó a su habitación, ya lo había decidido: sin importar cuanta gente muriera, no iba a volver a casa.

El hombre había resultado ser más amable e inocente de lo que esperaba.  —Solo quiero salvar a la gente de mi pueblo —le explicó el hombre cuando ella despertó—. Quiero que les des tu magia. —Me gustaría ayudarte con eso —le contestó la princesa, con una sonrisa y una gota de magia solo para asegurarse.  Su “héroe” había llegado cuando estaban a punto de cerrar el trato.  Mientras ellos peleaban, ella se fue caminando.   No tendría que traicionar a su secuestrador después de todo.

La sacerdotisa mayor fue la primera en sentir el cambio.  Fue como si de pronto alguien hubiera extraído todo el aire de sus pulmones, obligándola a sostenerse de una pared para mantenerse en pie.  A duras penas, intentó ir a avisarle a los demás, pero era innecesario: ellos también lo sentían.  La gente del reino comenzó a perder el aliento, y muchos de ellos cayeron desmayados.  La magia había dejado la ciudad.

El héroe cabalgó a toda velocidad, siguiendo los rastros de la magia oscura del hombre hasta más allá de los límites del reino y no tardó en alcanzarlos. Para su sorpresa, la princesa no estaba inconsciente, sino que caminaba tranquilamente al lado del hombre y ambos conversaban como si fueran viejos amigos. Aquello era inadmisible. —¡Parad! —exclamó—. Apenas el hombre lo escuchó, se transformó en un borrón negro que avanzaba en su dirección.  El héroe desmontó y se preparó para el ataque.

Algunos dirían que lo que hacia no era magia. La forma en que se fusionaba con las sombras era ciertamente muy diferente a los rayos que su hijo había podido tirar, pero resultaba igual de útil. Llegó hasta la habitación de la princesa sin que nadie lo viera, y la roció con la poción que había preparado, destinada a dejarla inconsciente. Luego simplemente se la llevó. Cuando ella recuperó el conocimiento, consideró usar su magia para escapar, pero no pudo encontrar una buena razón para hacerlo.

Practicar la magia era una apuesta peligrosa. El joven concentró toda su energía y la expulsó en forma de un rayo hacia el objetivo marcado. El objetivo se tambaleo, pero no cayó. —Rechazado —informó el examinador— siguiente.  No había segundas oportunidades. Quienes no pasaban la prueba no podían entrar al reino, y los magos que no entraban al reino terminaban muriendo por la falta de magia. El joven se devolvió por donde había llegado. Su padre lo encontró muerto a medio camino de su casa.

La mayoría de las personas recibían sus destinos al comenzar la adolescencia. El de ella había estado definido desde antes de que naciera. Respiró profundamente y concentró la magia en su interior. Luego, como le habían enseñado, la dejo salir. —Estas guardando demasiado —la reprendió su maestro— de nuevo. Ella lo hizo, una y otra vez, hasta que no tubo más que entregar y perdió el conocimiento. Como la primogénita de la línea real, su destino era ser una fuente de magia para su reino.

Los héroes eran los encargados de asegurarse de que las personas cumplieran sus destinos. A él le habían encargado a la persona más importante: la princesa. Había hecho todo lo que se suponía que debía hacer. Le había hecho regalos, había alabado su belleza y le había demostrado su fuerza. Ella había reaccionado con sonrisas cohibidas y miradas seductoras. A ojos de la sociedad, eso era suficiente. Poco importaba que todas las sonrisas hubieran sido falsas, y que las miradas ocultaran odio.

La flauta se partió en mil pedazos cuando el soldado la aplastó.  El niño lo miró con sus grandes ojos llenos de lágrimas, sin atreverse a llevarle la contraria. El soldado lo tomo de la mano bruscamente y comenzó a arrastrarlo camino al castillo. Su madre, sonriente, lo saludo y le deseo buena suerte.  Ella le había comprado la flauta, pero la verdad era que estaba feliz porque el salón de los espejos había revelado que su hijo estaba destinado a ser un héroe en vez de un simple bardo. 

El niño fue a explorar la iglesia después del sermón. Tenía miedo de que lo pescaran, pero siempre podía decir que no sabía que estaba prohibido ir por ahí. Encontró una escalera que daba al segundo piso, que estaba a oscuras. Iba a irse, pero escuchó el sonido de un llanto y ahí, acurrucada en la oscuridad estaba la chica con la que había jugado hacia unos días. Llevaba el mismo vestido que entonces.