Bajas las escaleras de mármol y el sonido de tus botas resuena en las paredes. Los ventanales tintados tiemblan expectantes. —Irás al infierno por esto, Isabela.  —El infierno ya se ha desatado en la tierra, "Padre". Mascullas la última palabra con recelo, pero no dejas que se note; y el cura no se mueve, incluso si sabe que morirá. Cuando cruzas la puerta de la catedral, te inundas con la satisfacción que genera el calor de las llamas en tu rostro de porcelana. Estaba hecho, una Iglesia menos.

Tengo una pequeña manía. Al menos desde que era pequeño. Y parece que no ha hecho más que empeorar con los años, dándome cuenta que el tiempo no sana, solo se convierte en un enemigo letal. La sangre no debería estar ahí, pero por más veces que limpie no puedo dejar de verla. Tengo una pequeña manía; de esas que no afectan a nadie más que a uno mismo. Al menos así era hasta que tuve un cuerpo en mis manos por primera vez. A veces lo extraño.

La música es dulce. Complace los oídos y acompaña la soledad de los solitarios. Sana las heridas y amaina el dolor de este pobre corazón roto que ya no encuentra consuelo. Pocos son aquellos que se dan el lujo de pecar por ella, y yo me considero un hombre devoto a una sola mujer. Mientras suena de fondo “Vivo por Ella” de Andrea Bocelli, los trozos de carne del idiota que se burló de mí por nuestro amor, me observan por última vez antes de cerrar la bolsa.

Como todas las noches, Damon echa a volar.  Yo espero junto a la ventana viendo las sombras pasar.  El ansia me consume mientras el recelo de la muerte me acecha en cada esquina.  Bebo el vino en una copa fina,  mientras espero que mi preciada mascota vuelva a posarse con mi recado sobre el alfeizar.  A Damon le toma solo diez minutos regresar con las garras llenas.  Bajo su aleteo salvaje y un graznido digno de su linaje,  me entrega los ojos de mi difunto esposo.

Las ventanas de los edificios estallan por el calor prepotente de las llamas; y el crepitar del fuego es como una dulce melodía para mis oídos.  La ciudad arde y las nubes se arremolinan haciendo del cielo una sede sombría. Pensar que yo tengo el control de los sucesos que azotan la ciudad me llena de adrenalina, al igual que el placentero tacto de las flamas entre mis dedos. Nunca hubiera imaginado que ser la concubina de Lucifer traería consigo la liberación de mi alma destinada a la condena.

Como el peso de un cuerpo muerto, me dejan caer al suelo. Me rompo en mil pedazos pero no me duele.  Sé que era un sacrificio que mi amo debía realizar.  Aún a punto de desvanecerme, puedo observar como el cuerpo que yace inerte a mi lado después de beberme convulsiona hasta que sus ojos parecen desprenderse de sus cuencas.  Entonces entendí que mi vida tenía un propósito, acabar con la vida del amo.

Nuestros cuerpos se mueven al ritmo del vals que resuena en la sala. La boda fue tal y como esperé, única; perfecta. El traje que yo misma escogí luce impecable en su cuerpo fornido, y el rojo de sus ojos se ve encantador bajo la luz del candelabro. Parece mentira que estuviera bailando con el demonio más cruel que el mundo ha conocido. —He vuelto a caer en tus trucos, Lucifer. ¿Cumplirás mi deseo? ¿Me matarás ahora? El sonido de la música finalmente es opacado por el crepitar de las llamas.

Esta mañana le puse a mi gato la comida, le preparé un buen baño y le dejé la cama lista. Mi sueño con su compañía fue placentero, y sentí por primera vez en mucho tiempo, que había tenido un descanso bien merecido. Pero los gritos de mi padre al otro día me despertaron. —¡Lucas! ¡¿Por qué has desenterrado el gato?! —Le escuché decir.

Atrapados en la penumbra de una habitación, dos muchachos buscan una salida. Atrapados en una habitación, uno de los muchachos habla con una joven de rizos dorados. Atrapados en una habitación, dos muchachos buscan una salida. Atrapado en una habitación, un muchacho se encuentra solo.

—¿Qué es lo que quieres? —Me preguntó con gesto engreído. —Inmovilízame —respondí—. Presiona contra mi cuerpo como si quisieras dominarme. Bésame como si no existiera nadie más. Y luego mátame. Mátame con esas manos... Las mismas que mataron a mi madre.

La luna llena era la peor enemiga de su novio, William lo sabía. Así como sabía otras muchas cosas que ningún ser humano sería capaz de descubrir. Sabía lo que era despertar bajo las fauces de un depredador. Sabía lo que se sentía cuando la piel era perforada por filosos dientes y también sabía lo temibles que podían las garras de su novio llegar a ser. Y era por todo eso que sabía, que cuando estuvo a punto de morir, con una sonrisa en la boca fue capaz de decir: “Por y para siempre, Markus".

Cuando su hijo le preguntó acerca de los monstruos que le acechaban desde el armario, lo único que su padre pudo hacer era decirle que todo estaría bien; que los monstruos no existían. Pero los filosos dientes puntiagudos que desgarraron sus encías y las uñas monstruosas que reemplazaron las suyas propias al parecer tenían planes diferentes.

Amar es hermoso. Más cuando la persona que tienes junto a ti es la que has esperado toda una vida. Y está ahí, incluso cuando el pasar de los años te hace cuestionarte si es real. Mis manos se deslizan por su piel, ardiente bajo mi tacto escaso de sutileza, mientras mi esposo observa desde la esquina. Una vez más el filo del cuchillo se entierra en la garganta de esa mujer infame que osó ponerle las manos encima al hombre que amo.

El día que mi marido murió, me llenaron de preguntas estúpidas. Logré evadir cada una de ellas con la destreza de una mujer digna del hombre que falleció. El problema... Ja, el problema. El problema vino cuando el tomate que no me atreví a usar para la cena me delató. —Oficial, hemos encontrado el arma homicida. —Ha sido un tomate congelado señor.

A ella le han dicho desde pequeña que debe mantenerse alejada del bosque; que es un lugar peligroso. Sus padres le ruegan que ande con cuidado porque no quieren perderla. Dicen que en el bosque acecha una horrible criatura capaz de comérsela. —Señor Monstruo. ¿Por qué esas personas están llorando? —Porque acaban de perder una hija. —Tiene razón Señor Monstruo. Yo ya estoy muerta, ¿cierto?

Ella se aborrece, tanto que al espejo no puede verse. Sueña con navajas filosas y un par de esposas. Piensa que el dolor apaciguará la sensación de sentirse inferior bajo las ases de un mal amor.

Observo como el cielo se va privando del brillo de sus estrellas. Consciente, en el punto más alto de la ciudad que nos dio la espalda, les concedo a mis demonios la libertad, mientras la humanidad es testigo de la furia de un titán y el mundo al que ya no pertenezco se desmorona bajo mis pies. Y entonces, finalmente me dejo envolver por la calamidad que yo misma provoqué.

Yo la maté. No tuve opción, tampoco quería. Sus dedos temblorosos sobre el teléfono me ponían nervioso. Era su vida o la mía. Ellos iban a matarme si hubieran sabido que tenía en mis manos a la única hija del comandante. Ahora, esas mismas manos, manchadas de sangre, solo pueden sostener con pena el corazón palpitante de la mujer que alguna vez amé.

Las llamas crecientes se reflejan vivas e intensas en los cristales polarizados de las ventanas. El fuego va consumiendo lo poco que queda, porque ya no tiene nada más que perder. Leónidas se permite una última y elegante danza antes de que las brasas encendidas comiencen a consumir el impecable pantalón de vestir que acompaña el traje que su esposa, ahora muerta, le regaló antes de irse.

Va matándome lentamente; con dulzura, porque dice que mi cuerpo es su lienzo perfecto, que mi piel es tan suave y brillante como una muñeca de porcelana; su muñeca. Va matándome suavemente, sin prisa, porque dice que le gusta escucharme rogar por más. Rogar por un minuto más. No quiere dejarme ir; y yo tampoco quiero morir.

Nombre de Usuario 503. Cuando lo leí, no lo tomé en serio. Tampoco lo hice cuando me habló por primera vez. Cuando dijo que podía verme, no le creí. Le seguí el juego. Porque en el fondo solo quería divertirme. "Estoy detrás de ti." Leí en la pantalla. Me reí, pero no tuve tiempo de girarme a comprobarlo. Día 193: No sé donde estoy, pero ya no siento dolor. Si encuentras esta nota, ten cuidado de-

Las olas rompían contra la orilla y revolvían las entrañas de la arena trayendo consigo decenas de piedras preciosas. El brillo del agua y el reflejo de la luna en la superficie cristalina llenaban el mar de nostalgia. Porque cuando las personas se mueren, el mar también llora aunque nadie note sus lágrimas. Porque aunque la ciencia desmienta el flujo del agua, solo el mar es testigo de las personas que perdieron la vida en sus brazos.

Me envuelvo en una sonata de medianoche debajo de la luz de la luna. El rojo de las paredes ya no duele; mis padres tampoco. Escucho la música débil de Beethoven desde el salón, acurrucada en mi sillón. Las noche se ha vuelto corta en contraste con las pesadillas, esas se han vuelto largas. La música se detuvo; y mi corazón dejó de latir.

Ella era como una rosa; hermosa pero repleta de espinas. Cada espina se ha clavado en mí hasta el punto que no he podido quitarlas; tampoco lo he intentado. Porque aún después de su muerte, su dolor me hace sentir vivo.

El gato negro está mirando por la ventana. El gato negro tiene ojos profundos; la luz de la luna se refleja en ellos. El gato negro observa desde el alféizar a las personas pasar; pero se fija en una en particular. El gato negro cambió de forma, pero nadie parece verlo. La niña de ojos verdes observa el plumaje brillante de un cuervo. Esa noche, la niña de ojos verdes murió.

Me miro en el espejo y por primera vez no me siento una aberración. Me miro al espejo y por una vez siento que sonrío de verdad. Ya no estoy tentado a romperlo cada vez que veo mi reflejo. Las yemas de mis dedos acarician las de la persona que se encuentra allí. Ya dejé de autoconvencerme de que no soy yo. Mamá, papá, aprendí a quererme a mí mismo. Es una lástima que sus cadáveres no puedan verme, pero al menos el espejo dejó de estar sediento.