La directora Goldbell seguía manteniéndose tan joven y estricta como la recordaba cuando asistí a este lugar. Incluso algunos buenos recuerdos vinieron a mi memoria, mientras nos enseñaba las aulas. Esperaba que mi marido pudiera comprenderlo ahora que estaba también aquí. —Su hijo es un excelente alumno. Sería una pena que sus talentos se desperdiciaran por falta de educación. —¿Pero qué clase de materias dan aquí, qué le puedan servir en el mundo real? —¿El mundo real? Todas las materias.

—Sucedió hace tanto tiempo que casi lo olvidé. Tendrás que perdonarme si pasó algunos detalles por alto, Isabel —comentó. Parecía que traer a la memoria esos recuerdos le dolía profundamente. —Hace varios siglos atrás, fui maldecido con la inmortalidad por el ángel de la muerte. Mi padre era un famoso alquimista que cometió varios tabús, entre ellos romper la delgada línea que separaba a los vivos de los muertos. Cómo castigo, toda su línea sanguínea fue maldecida, hasta la séptima generación.

Decidí quedarme en esa época, no porque me hubiera rendido, sino porque las palabras de Nathaniel tenían sentido. Estaría más preparada para volver a casa una vez hubiera aprendido todo lo que necesitaba saber. En una ocasión, mientras estudiaba mineralogía decidí abordar finalmente la pregunta que no dejaba de aparecer en mi cabeza y que no me había animado a realizar antes. —Amo Nathaniel ¿puedo preguntarle algo, cómo es que termino aquí también? —¿Realmente quieres saber? Asentí.

—No puedo dejarte marchar, no tienes los conocimientos de taumaturgia necesarios —dijo el mago. —Voy a estar bien. No importa cuánto tome, volveré a casa. —Si te pierdes por la eternidad no podré perdonármelo. En esta época seguramente serás capaz de vivir una vida plena. La humanidad ha progresado, reconsidera tu decisión —insistió. —Pero aquí no queda nadie. —Me tienes a mí, yo me haré responsable. —Nathaniel me tomó las manos. —Sé mi aprendiz, entonces te dejare marchar solo si lo deseas.

—Puedes quedarte aquí y adaptarte a esta época o esperar que los dados recuperen su energía mágica para que puedas usarlos una vez más. Pero si lo haces tendrías que arriesgarte y vagar por el tiempo, hasta que con suerte encuentres la época correcta. Era una decisión difícil de tomar, pero el amo Nathaniel fue amable conmigo todo el tiempo que necesité. Nunca me presionó y me espero pacientemente, pero tras pensarlo con calma ya había hecho mi elección. —Tengo que irme —le comenté.

Me llevó a su estudio mágico y colocó los dados que le devolví alineados en la mesa. —Entonces, ¿ya no funcionan? —pregunté. —Funcionan, pero entre más años viajes, mayor tiempo necesitan para recargarse. Es por eso que te dije que no los tiraras. Son extremadamente difíciles de usar. Incluso yo nunca los tire todos al mismo tiempo. —¡Fue un accidente! —Lo sé, debí ser más cuidadoso —dijo apesadumbrado. —Entonces ¿cómo podré volver a casa? —Desde mi punto de vista tienes dos opciones.

El amo Nathaniel me dió la bienvenida en su nuevo hogar. Estaba estupefacta por la extraña forma en que me había transportado y mucho menos esperaba encontrarlo en esas circunstancias. Pero al mismo tiempo me alegraba no estar sola. —Me da gusto encontrarte finalmente, ha sido difícil, no tenía idea de en qué momento retornarías. —A mí también me da gusto verlo. Aún que, me sorprende que usted siga... —¿Vivo? —Sonrió tenuemente. —Ciertamente, han pasado 146 años desde que desapareciste.

Sentí la adrenalina subir mientras corría. Había visto miles de veces al amo Nathaniel, realizar encantamientos en su estudio, pero no por eso entendía como funcionaba este conjuro. Esquivé raíces, ramas y hierbas hasta que finalmente las palabras se detuvieron y comenzaron a danzar alrededor de mi. Repentinamente, formaron un círculo en la tierra, rodeándome. Todo comenzó a darme vueltas, como si de un torbellino se tratase y de un instante a otro la vegetación había desaparecido. —¿Isabel?

La peste, marcaba a los habitantes de un pequeño poblado. La esposa del alcalde había sido una de sus víctimas. —No vivirá mucho, quizá solo un par de días de continuar así. —Por favor, sálvela, le pagaré la suma que desee. —No será barato. La mujer buscó la mano de su amado pero el mago la sostuvo y una luz comenzó a llenarla. Las manchas y el dolor desaparecieron de su cuerpo mientras el hechicero gritaba y se retorcía en su lugar. Poco a poco el dolor ceso absorbido por un viejo talismán.

Día tras día revisaba minuciosamente la vivienda del mago, recordando cómo solía verse en antaño. En una ocasión, cuando ya había oscurecido y estaba por rendirme. Noté como el reflejo de la luna iluminó débilmente la que era la entrada. Cuando me acerqué, aparecieron palabras escritas en otro idioma. Me recordaban a la caligrafía del mago y movida por la curiosidad las toqué. Entonces, se tornaron azules y cobraron vida. Las seguí ilusionada cuando empezaron a marcar un camino hacia el bosque.

Fui de un lugar a otro buscando respuestas, pero a mí paso solo encontré charlatanes que decían hacer magia, por fortuna yo ya conocía a un experto hechicero, por lo que no podían engañarme tan fácilmente. Decidí volver al lugar donde aparecí por primera vez, tenía la corazonada de que podría encontrar alguna pista, si buscaba bien. Además, no tenía dinero para hospedarme en ninguna posada. A mí pasó descubrí que lo que creí que eran las ruinas, eran parte del que había sido el hogar del mago.

Tiré los dados una vez más, esperaba que me regresarán a casa, pero no ocurrió nada. La idea de que solo funcionarán una vez me aterrorizó. Conformé conocía más sobre el lugar donde me encontraba, descubría cosas extrañas e interesantes; por ejemplo: había carrozas mágicas de metal que se movían sin caballos, antorchas que nunca se apagaban, las construcciones eran inmensas, sin mencionar las raras ropas que usaban. Todo era nuevo, y yo estaba desesperada por encontrar el camino a casa.

Recogí los dados, curiosamente habían perdido su color. Me refugié de la lluvia, cerca de un gran árbol que parecía tener unos 100 años. Todo a mi alrededor era diferente y la casa del mago, había sido reemplazada por los restos de una vivienda que estaba en ruinas, en realidad poco quedaba de ella. Cuando la lluvia amaino. Busqué el camino hacia el pueblo, grande fue mi sorpresa cuando desde la distancia percibí cientos de luces. Más que un poblado, parecía la capital de una gran ciudad.

Sostuve el cofre abierto en mis manos, pero cuando me dispuse a dejarlo en su lugar, tropecé con el balde del trapeador. El cual había olvidado que estaba a unos pocos pasos atrás de mí. Los dados giraron en el aire y cuando se detuvieron en el suelo, una brillante esfera de luz me envolvió. Era de noche cuando abrí los ojos, desperté debido a que algunas gotas de agua empezaron a caer en mi rostro. Me di cuenta que aún estaba en la montaña, pero había algo extraño, nada me parecía familiar.

Mientras limpiaba el dormitorio del mago, encontré un pequeño cofre, dónde guardaba seis dados con formas de diferentes polígonos. Tenían números, y letras en un lenguaje extraño. Cuando serví la cena le pregunté por aquellos dados. Sin embargo, solo recibí la advertencia de que no debía “tirarlos” por nada del mundo. Conforme pasaban los días, la curiosidad me carcomía. Me convencí varias veces de que el mago los había ocultado. Mi sorpresa fue grande cuando descubrí que seguían en el cofre.

Los tres me observan a la distancia con sus grandes y brillantes ojos, acechándome. Esperando el momento perfecto para tomarme desprevenido y poder entrar a la habitación en la que me había refugiado. Solo estaba retrasando lo inevitable, no existía candado o puerta alguna capaz de frenarlos. Escuché sus garras deslizarse por la madera. Estaba acorralado,y su insistencia constante comenzaba a menguar mi energía. Cuando ya no pude resistir más sus maullidos, salí a llenar sus platos vacíos.

–La mayoría de los míos, sino se habían extinguido con el tiempo, los descendientes de sus clanes cedieron a la oscuridad. Lo que tenía presente es que yo era de los últimos que se aferraban a la luz. Por lo mismo, era imposible que me quedará en un solo lugar. Conformé pasaban las edades, aprendí a camuflarme viendo perecer a aquellos que más amaba, siendo incapaz de compartir esta maldición llamada inmortalidad. Combatiendo en una guerra contra las fuerzas oscuras que no parecía tener final.

Me apresure en mis pasos, debía llegar rápidamente al bosque helado o los humanos se alarmarían e intentarían atacarme. La transformación comenzó cuando el último rayo de sol cayó y la luna apareció. Entonces escuché la familiar voz de una mujer. –¿Cambiaste de opinión? –Mi respuesta sigue siendo la misma –¿Ya te has conformado con vivir a medias? –Es mejor ser libre, como un oso polar, que estar con una mujer que no amo. La bruja enojada desapareció, pero sabía que la volvería a ver.

Cuando nací, mis ojos nunca se abrieron y si lo hicieron no recuerdan aspectos como la tonalidad y las formas. Sin embargo, había ocasiones en las que parecía recordarlas. Como en aquella noche. Soñé con lo que la mayoría llama colores, y curiosas figuras si es que podian llamarse así. Todo era tan vivido que finalmente oraciones como “el profundo azul del cielo” empezaban a tener sentido. Lamentablemente cuando desperté volvieron a perder su significado.

Aparté unos cuantos mechones negros de su rostro y bajé hasta su cuello. Dónde mis afilados dientes se posaron, dejando una rojiza marca en su piel “mi marca”. Ella gimió con fuerza, mientras nuestros cuerpos chocaban. Recorrí su suave y blanquecina piel con mis manos, besé con pasión las lágrimas que caían de sus ojos y se deslizaban por sus mejillas. Sabía que el dolor pasaría pronto, y se convertiría en el más exquisito placer.

En el ático, encontré un viejo baúl. Por ninguna parte encontré la llave, así que lo desarmé. Dentro vi fotografías y cartas, pero lo que más llamó mi atención fue un set de pinturas. Al abrirlas, me sorprendió ver lo bien conservadas que se encontraban. Así que decidí pintar con ellas la casa del lago a la que solíamos vacacionar en verano. Cuando la pintura se secó me pareció verla cobrar vida, acerqué mi mano y fui absorbida. Ahora entendía por qué nunca más hubo noticia alguna del abuelo.

Probé todos los placeres que existían. Los hombres me envidiaban, las mujeres suspiraban al verme. No obstante, mi vida carecía de propósito. –Si está buscando entretenimiento yo puedo mostrárselo –murmuró mi chófer. Me llevó a un lugar oscuro, decía conocer la solución al mal que sufría. Recitó un extraño cantico, y cuando entré a un círculo de sangre. Una voz resonó en mi cabeza. No sabía que mi vida iba a terminar en ese instante. –¿Qué le parece su nuevo cuerpo, mi señor? –Servirá.

La sensación de ahogo es inevitable. Conforme comienzo a caer en el abismo, levantó al cielo la mano esperando que alguien la tomé. La oscuridad me succiona hasta el fondo y entre más la combato más rápidamente me atrapa. Mientras me hundó puedo sentir su anhelo por engullirme completamente. Mi cuerpo comienza a enfriarse, mis fuerzas lentamente me abandonan. Un dolor punzante perfora mi interior. Lágrimas caen y a lo lejos escuchó la voz de mi amada. Entonces, acaricio por última vez su rostro.

La música de la orquesta resonaba. Iluminados por la luz de luna, jóvenes parejas daban vueltas en la pista. Y en medio de todo. Ella y yo danzabamos juntos. Su mirada me hipnotizó desde el comienzo. Su gracia e inteligencia me hicieron saber que quería estar unido a ella hasta el fin de los tiempos. Repentinamente, sentí como alguien tocaba mi hombro. Su bella figura se borró y ante mi apareció el rostro demacrado del teniente.—Pronto estarán aquí. Aquellos días de antaño se habían terminando.

Contemplé a la arena escaparse entre mis dedos. Aún estaba tibia, ni siquiera la oscuridad era capaz de enfriar por completo la superficie de este desolado paisaje. Me recargué sobre una roca y dirigí mi mirada a las estrellas. Implorando algún milagro. Llevaba tiempo retrasandolo, pronto partiría la última nave y todo rastro del ser humano, se borraría de la tierra. Me quedé dormido y al despertar, una nueva revelación me inundó. Perecer o subsistir, sin importar qué, compartiriamos el destino.

El sonido de los gritos era sofocado por la almohada. La presión que ejercía era constante, no podía apartar mis manos. Le sentí retorcerse debajo de mí. Sabia que sus pulmones imploraban por oxígeno. Cada segundo que pasaba la vida comenzaba a escaparsele. Una risa estridente me sorprendió. «Un momento ¿ese soy yo?». Su fuerza menguó y el silencio se hizo presente, respire profundo y al retirar el cojín encontré "mi" rostro viéndome a la cara.

La muerte siempre ha estado a un paso de mí, pero quiero que sepas que no soy al único que persigue. Le he visto en más de una ocasión rondando el vecindario. Incluso caminando tras mi querido hermano. Se volvió mi testigo y curiosamente nuestras miradas nunca se cruzaron. Aún que es hasta esta noche, que finalmente le veo el rostro. Mientras las luces de la ciudad se ven hermosas desde lo alto. Después de todo siempre es la única que permanece a mi lado.

“No dejes que te vean llorar” fueron las palabras que me dirigió mi padre la última vez que le ví. Aquello era una de las cosas que era más fácil de decir que de hacer, por lo mismo cuando las gotas de agua golpearon mi rostro en la ducha, la sensación de ahogo fue disminuyendo. En ese lugar, por tan solo ese breve instante nadie estaba observando. —Dos minutos —golpeó la puerta el carcelero. Seque mi rostro, la realidad me aguardaba. A.

Los guardias me alcanzaron más pronto de lo que imaginé. El plan sin cambios permanece. Mi cuerpo y alma, jamás, suyos serán. Rompo la llave dentro la cerradura. Camino unos pasos hacia atrás. Estoy atrapado. Licor, bendito tesoro. Deslizó mis dedos en mi bolsillo y una pequeña caja que oculte, sostengo. Dejo caer el fósforo, la llama ardiente se extiende. Contemplo, al fondo sus rostros, mientras las llamas me envuelven. Calcinan completo mi cuerpo. Y mi alma finalmente libre es.