Despierto con la inmensa necesidad de tomar agua, mi garganta está extremadamente seca y necesito de urgencia que aquel líquido vital pase por ella. Mis padres, antes de mudarnos, me advirtieron de una extraña criatura que suele aparecer en las noches. "Cuentos de niños", decía. Y no tuve otra opción más que creer, cuando, desde la cocina, una sombra jorobada se muestra, rondando por todo el lugar, hasta desaparecer, justo cuando está a mi lado.

Observo con temor la estantería frente a mi cama. El televisor se encuentra apagado, y, por debajo, está una fila llena de peluches. Mantengo mi vista ahí, la sensación de ser observada me perturba. El mono que me regalaron hace algunos meses, aún conserva sus aires de nuevo. Hasta donde yo sé, él canta sólo si le oprimes un botón situado en su estómago. Hubiera sido diferente si antes de entregármelo, me hubieran advertido que también podía moverse, incluso aplastando nada.

Acabo de leer el peor libro del mundo. Y no es por el escenario, personajes o estilo de narración, aquello fue fantástico. Fue por su portada, menuda fatalidad, ponle un poco de diseño al menos. Mi imaginación no tuvo inspiración esta vez. Volé con sus palabras, sí, pero siento que no me conecté con el autor. “No juzgues un libro por su portada” aquello es real, pero no va conmigo…

Trabajar en ‘atención al cliente’ es para valientes. En recepción entró una mujer a solicitar información sobre los servicios que ofrecemos, y junto a ella, venía un niño muy bello. Mientras la atendía, vigilo al pequeño que estaba jugando en la sala de descanso. Sentí mi piel erizarse cuando, al finalizar la sesión, la señora se va dejando al que supuse era su hijo. Al parecer nadie más que yo lo veía, pues, cuando le pregunté, lo único que respondió fue: —¿De qué me hablas?

Las personas deberían medir sus palabras antes de emitir comentarios. “Irresponsable”, me dijeron hoy. Pero…, me parece que ignoran la cantidad de tiempo que conlleva realizar una tarea en específico. La inversión de vida, de salud física y mental. La tecnología, redes sociales, estudios y trabajo, no son una combinación de relajación, por el contrario, someten a un estrés extremo. Aún así, soy “irresponsable” ante la vista de muchos. No aprecian las bolsas negras bajo mis jóvenes ojos.

Desde pequeña noté que los ojos de mi madre habían cambiado. Se apagaron, y parecía que guardaban una historia, un secreto. Recuerdo perfectamente la pesadilla en la que mi padre me confortó. Para mí fue eso, un sueño que logró espantarme. Pero la imagen frente a mí, me demuestra lo contrario. ¿Un dejavú? Puede ser. Es más, lo afirmo. Esto ya lo viví…

Mi corazón explota cuando te veo y presiento que conoces el porqué. Parece, incluso, que sientes lo mismo cuando cruzamos miradas. Estás presente en todos lados. Me llegaste a sorprender tanto que hiciste que confiara en la brujería. Te intenté amarrar. Ahora que analizo tu comportamiento comprendo la realidad. Terminé la sesión, pero no fue lo que esperaba. Debo desprenderme de ti. No te preocupes, con el ritual que me proporcionó el brujo te guiaré hacia tu lugar seguro. El más allá.

La vida adulta me carcome. Añoro mi niñez, cuando mi única preocupación era jugar. Ahora me hablan de derechos, deberes y obligaciones. Aún recuerdo la frase que me dijo el oficial mientras me arrestaba: “Tiene derecho a guardar silencio”. Pero me pareció más una obligación. Mis sentidos gritan que nos ha engañado, porque desde la parte trasera de la patrulla, observo cómo entierra mi abatida anatomía. Estoy encerrado, en alma y cuerpo, he sido condenado por un crimen que no he cometido.

El peluche recién llegado sobre mi estantería posaba, aquel que tirado estaba frente a mi puerta. El día había sido cansado, por lo que opté por refrescar mi cuerpo a través de una ducha. El teléfono entonaba mis canciones favoritas. Salgo. Deslizo la toalla por mi desnuda espalda, quedando totalmente expuesta. Una notificación sonó. Desconocido: -Voltea, muñeca...

Toso. La flema lentamente empieza a subir, siento su biscosidad en las paredes de mi garganta. Vuelvo a toser, el sabor asquerosamente indescriptible comienza a fastidiarme. Quiero vomitar. Con fuerza trato de expusar aquella sustancia de mi interior, lográndolo segundos después. Su negrura me sorprendió. Abro mis ojos, sentía un ardor terrible bajar por las paredes de mi traquea. El cura sostenía de manera firme su cruz en dirección a mí, hasta que finalmente gritó: -¡Se ha ido!

Realmente trato de recordar lo que pasó sólo hace... ¿una hora?, ¿ayer? La enfermedad avanza demasiado rápido, lo siento. Nuevamente avanzo por el piso de madera de... ¿hace un mes? Entro a una habitación, mi instinto me dice que ya anduve por aquí, pero no hay registro alguno en mi memoria. El espejo que está en la esquina refleja mi desconocido rostro, ¿ese soy yo?, ¿en dónde estoy? El suelo empieza a moverse, tambalearse de un lado a otro, hasta que cae la primera pieza, y regreso al inicio..