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LA PANDEMIA

Alfonso Ortiz Sánchez


Mi nombre: Eleuterio Capera Ciudadano de la República Independiente de Guaguarco. Mi padre me dejó, como herencia, una finca de más de dos mil hectáreas, y cuatrocientas cabezas de ganado. El viejo me enseñó, desde muy niño, a valorar el dinero resultado del trabajo de los peones de la finca. Me decía que los jornaleros eran la fuente de nuestra riqueza y que a ellos había que cuidarlos y estimularlos para que trabajaran diez horas diarias, y no se distrajeran en las cantinas con el trago y la cerveza. A los jornaleros les prestaba dinero para el sostenimiento de sus familias, y después les descontaba del sueldo con elevados intereses. A los pequeños finqueros les prestaba plata a un interés muy alto; por tal motivo fue considerado el pionero del gota a gota. Cuando los finqueros no podían pagar, con ayuda de sus amigos, los jueces, mi papá se adueñaba de las fincas, y, así, con artimañas parecidas fue apoderándose de considerables extensiones de tierra que, hoy, sus hijos, heredamos. El viejo era muy inquieto intelectualmente y nos transmitía algunas ideas que me sirvieron posteriormente para multiplicar mi patrimonio. Nos hablaba de la“Ética protestante y el espíritu del Capitalismo” de Max Weber, sociólogo alemán; según él, nos decía mi padre, la religión protestante generó las condiciones para el surgimiento del capitalismo. Nos decía, además, que la sola acumulación de riqueza no es sinónimo de capitalismo. Hay que generar ganancia. Y la ganancia es generada por el trabajo, y el trabajo lo proporcionan los trabajadores; y para que haya ganancia se requiere transformar el tiempo en oro; en consecuencia, quien pierde tiempo, pierde oro, y, por tanto, pierde dinero, y pierde, desafortunadamente, la posibilidad de acumular capital. Es de vital importancia medir la ganancia, y esforzarse para que esa ganancia sea progresiva. El dinero tienen que producir dinero; el dinero no se pude estancar. Pero los antioqueños, nos decía mi padre, fueron hábiles y no se creyeron el cuento de que solo los protestantes podían acumular capital. Se valieron de la iglesia católica para explotar a su favor el profundo sentimiento religioso de los paisas. Los curas iban a las fábricas a oficiar misa, y en los sermones enfatizaban sobre la necesidad de la obediencia al patrón; de la disciplina en el trabajo; y el amor a la fábrica, su verdadero hogar. Para que este amor se materializara, los dueños de las fábricas construyeron dormitorios para internar a los trabajadores, y no tuvieran el pretexto de salir y, posiblemente, desertar del trabajo. En sus continuas charlas nos hablaba del mercado como motor de desarrollo de una nación; nos contaba que en el siglo XVIII un señor de apellido Smith escribió sobre la “mano invisible”que regulaba todas las relaciones sociales. Decía, nos explicaba mi padre, que como el mercado lo regulaba todo, aquello que no produjera ganancia, no era digno de considerarse. Una escuela que no produjera ganancia, no debía construirse. Si una clínica o un hospital no producían ganancia no debía funcionar. Y así, todo el ámbito social debía regirse por la producción de ganancia, y acumulación de capital. Todas las enseñanzas, más la herencia recibida, me sirvieron de punto de partida para ser lo que soy hoy: un potentado capitalista, dueño de muchas empresas, y accionista de poderosos bancos del país; todo gracias al trabajo descomunal de mis empleados, y a mi habilidad como empresario. Soy dueño, además, de 20.000 hectáreas de tierra dedicadas a la ganadería, y a cultivos de larga duración. Gran parte de las tierras las adquirí a muy bajo precio aprovechando que sus dueños huyeron por culpa de la violencia. Me permito dar unas pinceladas sobre el origen de mi considerable patrimonio, patrimonio que me convierte en autentico capitalista. Doy solo unos brochazos porque hay secretos em- presariales que no puedo develar. Solo diré que nunca estuve, ni estoy, de acuerdo con la “ética” empresarial de Rockefeller quien se propuso ser el más grande magnate petrolero del mundo, y lo logró; para ello recurrió a métodos crueles como incendiar la refinería de la competencia que sus dueños no le quisieron vender; enviaba cuadrillas de malhechores a destruir las instalaciones petroleras de los campos cuyos dueños se negaban a venderle; concretó acuerdos con las compañías ferroviarias para conseguir tarifas ventajosas a sus productos en detrimento de la competencia. Como empresario, lo primero que entendí fue la necesidad de aliarme con los políticos quienes serían una fuente inagotable de ganancias. Patrocinaba candidatos a las Alcaldías, Gobernaciones, Concejos, Asambleas, y Congreso de la República. Aportaba recursos a los candidatos presidenciales. Después venía la cosecha de los frutos, camuflado en jugosos contratos. Diversificaba mis empresas: concesión de carreteras, construcción de terminales portuarios, construcciones de vivienda de interés social; y otras arandelas que aparecían en el escabroso camino empresarial. La vinculación a la política me abría las puertas del Congreso para conseguir una que otra rebaja de impuestos. El vínculo con los políticos me permitía detectar oportunidades de negocio, casi todos derivados de recursos del estado que invertía, por ejemplo, en refinerías, concesión de campos petroleros, construcción de distritos de riego, etc. Quiero compartir parte de la historia de la cultura organizacional con la que tuve éxito: desarrollé en mis empleados, un incuestionable sentido de pertenencia, el amor por la empresa, el orgullo de portar la camiseta de la Institución; que se sintieran miembros de la familia corporativa. Todos los sacrificios serían pocos con tal de elevar las utilidades. Para ello establecí el método de Planeación por Objetivos, gracias a lo cual el empleado dedicaba las 24 horas del día a las actividades de la Organización, pues estaba obligado a cumplir sus objetivos, cada vez más elevados y más complejos. Ese sentido de pertenencia no garantizaba fidelidad de parte de la Empresa al empleado; pues el día que por razones de re-estructuración, para aumentar las utilidades, era necesario prescindir de los servicios de uno o de varios empleados se hacía sin consideración alguna. Una carta de despido les recordaba que ya no pertenecían a la Familia Corporativa. Los códigos empresariales, su lenguaje, y, en general, el espíritu empresarial logró permear el currículo universitario; de ese modo, la academia se convirtió en parte invaluable del éxito de los negocios. En el ámbito universitario se desarrollaron temas relacionados con Planeación por Objetivos, Certificación de Calidad, Eficiencia y Eficacia, Competencias, Costo/beneficio, Rentabilidad, Productividad, Indicadores de Rentabilidad, Control y cumplimiento de objetivos. Las universidades nos entregaron profesionales con mentalidad de tecnócratas capaces de cumplir y hacer cumplir a rajatabla, los cánones de una eficaz administración en función de crecientes utilidades. De las universidades recibimos expertos en Mercadeo, que valora al hombre, no por su condición humana, si no por su capacidad de consumo. Un conglomerado social que no tenga capacidad de consumo, no ofrece utilidades al mercado. La capacidad de consumo es la savia que garantiza la vida de la economía; los egresados de nuestras universidades son expertos en medir, en cuantificar, en llevar todo a tablas y curvas; la humanidad queda plasmada en esas tablas y en esas curvas. Los empresarios presionamos a los gobernantes para que todo, absolutamente todo, se privatizara. La privatización es el aspecto más valioso de las libertades individuales, y la libertad el activo más valioso del hombre, que le permite ser rico o ser pobre. En el plano de la libertad cada uno escoge. Los ricos somos ricos porque aprovechamos todas las oportunidades que nos dio la vida; escogimos el camino del éxito y del progreso. Como el tiempo es oro, lo aprovechamos hasta sacarle su última partícula. Todo marchaba a la perfección, hasta que un día llegó a mi país la pandemia. Primero apareció en un país lejano, y se creyó que era una epidemia propia de aquellas regiones donde la gente come murciélago gratinado, gato a la brasa, perro a la parrilla, culebra frita, palomitas de cucaracha; chicharrón de caimán y sancocho de chulo. Pero no, la epidemia se volvió pandemia, y llegó con mucha violencia a Guaguarco, mi querido país. Soy consciente que desde hace mucho tiempo nuestra concepción privatizadora triunfó, y dejó al Estado sin fortalezas en lo público. De lo público desapareció el sistema de salud, educación, saneamiento básico y agua potable, recreación y deportes. Todo esto pasó a la esfera de lo privado, y lo privado, como ya sabemos, privilegia el negocio que genera utilidades. Lo que no sirve que no estorbe, y al sector privado solo le conviene lo que sirve, lo que produce ganancia, y ganancia es dinero; dinero es poder; y poder es libertad. El estado se encogió, se redujo a su mínima expresión, quedó maniatado en lo social. Así las cosas, no había cama para tanta gente. Las Unidades de Cuidados Intensivos no tenían las mínimas condiciones para atender a tanto contagiado. Los médicos estaban saturados de pacientes; y ellos mismos se exponían a peligro de contagio. La gente no tenía recursos para pagar un tratamiento costoso, pues el 70% de la población vivía del rebusque callejero, sin ingresos fijos, y sin seguridad social. A los empresarios nos brotó el alma de negociantes y aprovechamos la ocasión para aumentar los precios de los artículos de consumo básico, y de los medicamentos esenciales. Con la pandemia hicimos el negocio del siglo, y obtuvimos un flujo de caja altamente positivo. Siempre dijimos que de las crisis surgían las oportunidades, o, hablando en términos de Planeación Estratégica, las Amenazas se contrarrestan con las Oportunidades, y con la Fortalezas de la Empresa. Esa Oportunidad de negocio había que exprimirla sin compasión; sacarle hasta el último peso de ganancia posible. Fue por ello que, cuando surgió la discusión para escoger entre aislar la población, o continuar el ritmo normal de producción, los empresarios, enfáticamente, dijimos que la economía no se podía parar, que la economía tenía que seguir su ritmo ascendente, independientemente de los sacrificios. El progreso de la humanidad sólo se logra con el sacrificio de la gente. Al final los hechos nos dieron la razón: la humanidad se extinguió, pero la economía triunfó;...¡Viva la Economía¡... ¡Viva el Progreso!; ... ¡Oh Gloria Inmarcesible.

May 5, 2020, 12:03 a.m. 0 Report Embed Follow story
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The End

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