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VIVA PASTO CARAJO

Alfonso Ortiz Sánchez


A las seis de la mañana de un veintinueve de diciembre salgo de Neiva y a las ocho estoy en el parque central de la Plata. Un grupo de indígenas vestidos con sus trajes típicos hablan un idioma que no entiendo; me acerco a uno de ellos y me dicen que hablan el idioma propio de los Nasa y que viven en gran parte del territorio del Cauca. Me describen la región y narra la historia de San Andrés de Pisimbala, cerca de Inzá. Entusiasmado me dirijo hacia allá, y en San Andrés de Pisimbala observo las más hermosas tumbas que he visto en mi vida. Recorro la región en donde encuentro los hipogeos, verdaderas obras de arte, que los ancestros de los Naza diseñaron con maestría y con un alto concepto de lo estético para conservar los restos de los muertos que emprendían un largo viaje al más allá. En estos hipogeos se conjuga la elevada calidad artística, la delicadeza de las líneas arquitectónicas, y la cosmovisión que hacía de ese pueblo un viajero por el infinito cosmos.

Continúo el viaje que me permite conocer Inzá, Popayán, Timbío, Rosas, la región del Patía, y después de cruzar el río Mayo entro a Nariño y disfruto de la belleza sin igual del Cañón de Juanambú. Recorriendo esta región recuerdo la historia de los conflictos de Antonio Nariño, primero, y después de Bolívar con los guerrilleros de la región del Patía. Y recuerdo, también, lo que me han contado del papel destacado de Agualongo. Nunca he podido entender el motivo de esa guerra fratricida que me parece una premonición de los sucesivos desencuentros de la nación colombiana en la corta, y casi fugaz, historia de la República.

Llego a Pasto el dos de enero, ciudad hermosa que me recibe con un intenso frío y me hace recordar con nostalgia los 40 grados de Neiva. En Pasto hace frío, demasiado frío, y la inclemencia del clima provoca, en un calentano, el regreso inmediato. Pero el destino, y los pastusos, me tenían reservada una sorpresa de inmensa alegría. Ese día comenzaba el carnaval de Blancos y Negros. Un maravilloso espectáculo de sincretismo en donde se expresa lo más puro, lo más bello, y lo más noble del ser humano que en una abigarrada integración social fusionan las culturas afrodescendientes, indígenas, y europeas, expresada esta en la bienvenida que la sociedad pastusa le da a la familia Castañeda.

El desfile de carrozas expresa la sensibilidad artística de los diseñadores quienes son unos auténticos creadores de obras de arte. Ese arte, en lo que tiene que ver con los indígenas, tiene como fuentes de inspiración la cultura ancestral de los Pastos y de los Quillacingas. Sus carrozas están decoradas con pinturas en donde aparecen los animales sagrados de los mayores: la danta, el mono, el colibrí, el venado, la rana, la lagartija, el cóndor, y el jaguar que, según la leyenda, ayudaba a los mayores a detectar nuevos senderos y los protegía de los peligros.

La decoración de las carrozas expresa los diferentes mitos de la creación, del origen de los pueblos Pastos y Quillacingas. Es así como se puede observar el mito de las perdices que le da a la mujer el papel preponderante en la cultura de estos dos pueblos. La mujer es el símbolo de la custodia del pueblo, la mujer constituyó y domesticó el fuego, forjó la cultura, ordenó el mundo, e inspiró el lenguaje y la escritura.

El mito de la laguna de la Cocha: una princesa indígena, esposa del cacique de la región, cayó en desgracia, pues al descubrirse su infidelidad huyó con su amante y en su carrera encontró a un niño quien le ofreció agua. Después de beber, la mujer roció agua sobre su cabeza y el agua se transformó en la inmensa laguna de Cocha. La totuma de donde bebió el agua, se transformó en la isla de la Corota.

Otro mito de origen que adorna las carrozas es el de los volcanes: el volcán Chiles que simboliza al hombre, y el volcán Cumbal que simboliza a la mujer. Ellos procrearon a estos nobles pueblos que legaron a la humanidad entera conocimientos de los cuales se apropiaron los europeos para hablar con pretendida autoridad de eurocentrismo. De manera un poco prepotente, pretendían hacernos creer que toda la cultura y todo el conocimiento vienen de allá como si la inteligencia y la capacidad de crear fuera privilegio de ellos y nosotros, pueblos indígenas, fuéramos simples receptores, la parte pasiva del otro lado de la humanidad.

En medio de la alegría por la belleza del carnaval tengo el privilegio de oír las palabras de algunos taitas que me muestran el sendero que crearon sus mayores desde hace tres mil años, desde cuando existen los Pastos y los Quillancingas. Pero fue solo en el hotel, en una noche terriblemente fría cuando hago un esfuerzo casi sobrehumano de concentración e invoqué el espíritu de los mayores, de los taitas y de los contemporáneos del mito de las perdices y de los volcanes Chiles y Cumbal para entender el legado sin igual de los indígenas de esta región.

Casi como en un sueño encuentro, en parte, la explicación del aporte de

los Pastos y de los Quillacingas, al conocimiento universal. Y encuentro que en vez de hablar de eurocentrismos de conocimiento deberíamos, más bien, hablar de pastocentrismo, quillacentrismo, o, simplemente, de indigenocentrismo. Y, poco a poco, el espíritu de los taitas me ilumina el camino que me posibilitaría encontrar la explicación del aporte de los pueblos de esta regi ́on a la humanidad entera.

¿Pero cómo sucedió? ¿Cómo llegó el conocimiento de los indígenas al otro lado del mundo? ¿Cómo viajó y por qué medio lo hizo? Resulta que un día partió, de las islas del mar Egeo, en una pequeña embarcación Ulises, el héroe de Homero. Ulises recorrió de oriente a occidente el “Mar Nostrum”, atravesó las columnas de Hércules y se internó en el inmenso mar con rumbo desconocido, pero con la intensión premonitoria de encontrar una comunidad que le aportara conocimientos a los pueblos que vivían en los áridos peñascos de las islas del Egeo. Por algún capricho de las corrientes marinas desembarcó en un caserío que más tarde se llamó Tumaco. Recorrió la zona y ascendió a la región donde habitaban los pastos y los quillacingas quienes, generosamente, lo ilustraron sobre sus mitos de origen, sus ritos, y le explicaron el significado de sus símbolos. Pero también, para sorpresa de Ulises, le hablaron de sus conocimientos cosmológicos, de las constelaciones, del cosmos infinito, y del heliocentrismo.

Unos a uno le fueron explicando, al asombrado navegante, los principios que guiaban la vida de los pueblos Pastos y Quillancingas. Un taita le explicó el principio de la universalidad que establece la relación de las personas con el cosmos. Le habló sobre la existencia de las galaxias, y del viaje de los mayores, cuando morían, hacia la constelación de Orión. Incrédulo, Ulises anotó todo en su libreta y a su regreso lo escondió en un recóndito recoveco de la isla de Itaca. Tal vez por eso Aristóteles y sus alumnos se guían, muchos años después insistiendo en que el universo llegaba hasta donde lo podía ver una persona que no fuera miope, y que no tuviera impedimento para mirar hacia arriba donde se divisa el techo de la bóveda celeste. Años después, tal vez, alguien, un arqueólogo quizás, descubrió los apuntes de Ulises y se los entregó a Copérnico y este los heredó a alguien para que los entregara a Galileo. El caso es que tanto Copérnico como Galileo les dieron la razón a los taitas pastusos quieres afirmaron, además, que en el universo existen muchas galaxias y que éstas están compuestas por miles de soles. Y nuestro sol es el centro de nuestro sistema planetario. Y la energía solar proporciona la vida en la tierra, donde se humaniza.

En los apuntes de Ulises se encontró que mucho, pero mucho antes, los Pas- tos y los Quillancigas afirmaban que el universo está saturado de energía y que la energía no se destruye, sino que se transforma de una forma a otra. Fueron estas comunidades las primeras que concibieron lo que más tarde se conoció como la primera y la segunda ley de la termodinámica. Y fueron ellos quienes, a través de Ulises, inspiraron a Einstein para proponer su f ́ormula de energía. Los taitas le dijeron a Ulises que la energía del sol se humaniza en la tierra y se genera un circuito que establece una relación estrecha entre plantas, animales, agua, tierra, aire y el hombre.

En las notas se encontró que esta comunidad indígena, antes de Heráclito, había enunciado el principio del movimiento. Y le dieron, por anticipado, una lección muy grande a los presocráticos quienes separaban la naturaleza de la mente humana; hombre y naturaleza se contraponían. Para los Pastos naturaleza y mente humana eran una sola. También le enviaron un mensaje a Sócrates y a Platón (mensaje del cual estos grandes filósofos griegos hicieron caso omiso) para que no cometieran el error de ver todo a trav ́es del mundo de las ideas, de la razón. Tal vez por eso, años después, alguien dijo que el hombre tenía todo el derecho de dominar la naturaleza causando, con ello, tantos estragos. O Ulises no entendió, o la interpre- taron mal porque los taitas le dijeron que no había una separación entre sujeto-objeto, pues la madre tierra es sagrada y hombre, tierra, agua, aire, animales y plantas forman un todo indisoluble ligado por circuitos de energía. Fue Humboldt, siglos más tarde quién entendió el verdadero mensaje de los taitas y concibió la verdadera unidad de la naturaleza, entendió que la naturaleza no estaba a disposición del hombre, sino que hombre y naturaleza éramos uno solo y que sus equilibrios eran frágiles. Humboldt insistió en usar los sentimientos y la imaginación para entender la naturaleza. Así los entienden los indígenas. En fin, los taitas le explicaron a Ulises, en detalle, los principios de complementariedad, de diversidad, y de reciprocidad.

Los indígenas enviaron a los europeos un mensaje sobre la vida social en espiral, que parte del centro y se va desarrollando y la espiral va creciendo, pero en posición horizontal, pues nunca abandona ni menosprecia su origen: La Pacha Mama que para ellos es sagrada. Siempre regresan a ella para cuidarla y agradecerle todas sus bondades. Pero el mensaje fue recibido erróneamente, especialmente por figuras intelectuales de la talla de Aristóteles, Hegels, y Marx, quienes concibieron su espiral en forma vertical alejándose cada vez más del origen, y para ellos la Pacha Mama en un objeto inerte, al cual hay que dominar, “así concibieron el progreso”.

Y, por último, cuando Ulises preparaba su regreso oyó el hermoso sonido de una flauta con la cual un grupo de pastusos lo despedían y le deseaban suerte, y con ello lo invitaban a resistir la seducción de cualquier canto de sirena. Extasiado por la belleza del sonido de las flautas, copió las partituras y las llevó consigo hasta cuando, por cualquier medio, se transmitieron de generación en generación hasta llegar a manos de Bach, el músico alemán, quién las tomó para componer los conciertos cuatro, cinco y seis de Brandenburg. Lo mismo hizo más tarde, Mozart para componer su flauta mágica o flauta encantada.

Mientras tanto, amanecía y el carnaval llegaba a su fin y regresé a Neiva con la convicción de haber acudido a la mejor universidad del mundo. Esa universidad no aparece en el listado de las mejores, pero está arraigada en una historia de tres mil años, y acreditada socialmente porque vive en la mente y en sentir de un pueblo para el que el conocimiento se adquiere gracias a la razón, al sentir, al olor, al dolor, al llanto, y a la alegría. Porque el ser humano es esto y mucho más. En el viaje de regreso, después de vivir intensamente el carnaval de Blancos y Negros, prometí que jamás olvidaría el grito de las multitudes pastusas: “Que viva Pasto carajo”

May 5, 2020, 12:03 a.m. 0 Report Embed Follow story
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