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Bautista, un devoto sacerdote que se encontrará de frente con la tentación, descubrirá que solo podrá liberarse cayendo en ella.


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Capítulo 1


- Perdóname padre, por que he pecado contra el cielo y contra ti – empezó diciendo Bautista detrás de la cortina del confesionario de su iglesia; escuchándolo se encontraba el padre Francisco o Paco, como le decían todos de cariño, llevaba ya casi 6 meses sirviendo en esa parroquia junto a Paco y estaba ya casi completamente acostumbrado a la vida rural de aquel tranquilo pueblo.

- Cuéntame hermano, qué pecados pesan en tu conciencia – exclamó el viejo cura con la voz ronca y pesada, pasaban de las 8 pm pero Bautista le había pedido de favor que lo confiese antes de la misa del día siguiente en la mañana.

El joven sacerdote suspiró en la oscuridad del confesionario y empezó una perorata de aburridas faltas que había cometido como mentirle a su madre sobre unas deudas que aún debía pagar, o haber copiado deshonestamente en un exámen en la universidad, enumeraba con parsimonia toda clase de pecados leves a lo que el padre Paco respondía con esporádicos “mhh” o “ajás” de vez en cuando.

- Me parece hermano, que te haz salido levemente del camino – volvió a decir Paco luego de un rato – pero estoy seguro de que un momento de contemplación y oración te ayudarán a esclarecer tus pensamientos y tu mente ¿Estás listo para que te de tu penitencia? – preguntó con tono un tanto cansado y tal vez algo aburrido.

Bautista se quedó un par de segundos en silencio, su conciencia estaba muy lejos de sentirse ligera de nuevo ya que todo su discurso nada más era una excusa para hacer tiempo antes de atreverse a decir lo que realmente lo aquejaba, le quitaba el sueño y la tranquilidad desde hace un par de semanas y que no se había atrevido a compartir con nadie.

- Así es Padre dígame qué debo hacer – El padre Paco suspiró.

- Cinco padres nuestros y tres Aves María – dijo finalmente, mientras se levantaba del taburete y abría la puerta del confesionario – que tenga buena noche hermano – dijo despidiéndose y alejándose del lugar hacia sus aposentos.

El joven se quedó un rato más ahí dentro hincado susurrando sus plegarias, era un farsante, un tramposo , un hereje, nuevamente no pudo confesarle sus verdaderos pecados al párroco. Vergüenza, eso era lo que sentía y lo que invadía su mente día y noche desde que había cometido el grueso error de ver directo en esos ojos claros color agua y perderse en el deseo de poseer esos labios carnosos y rosados que le causaban pesadillas por las noches, el rostro del pecado, tan hermoso como el mismísimo Lucifer.

El llamado había llegado a su puerta a la tierna edad de 15 años cuando era solo Oliver, un muchacho de ciudad muy listo y bien parecido, bueno en la escuela, muchos amigos, familia amorosa y acomodada, el menor de 3 hermanos. Durante las vacaciones de su decimoquinto cumpleaños le tocó empezar el catecismo para hacer su confirmación, tanta fue su entrega durante ese período que cuando llegó el día de la ceremonia, se emocionó tanto que fue el único de su clase al que se le salieron las lágrimas por recibir la confirmación de su bautismo, reafirmar sus votos como devoto hijo de Dios y reconocerlo como padre, hijo y espíritu le habían llenado el alma y el corazón de tal gozo, que no dudó un segundo en decir a sus padres esa misma tarde que quería seguir el camino de la fé y convertirse en sacerdote, como era de esperarse sus padres acogieron sus deseos con alegría e ilusión, pero no le dieron mucha importancia, después de todo, era aún solo un niño, no había vivido lo suficiente como para decidir el rumbo de su vida tan rápido ni siquiera había tenido una novia aún.

El joven Oliver todos los días realizaba sus oraciones y cada noche pedía al cielo que le permitiera mantenerse fuerte en el camino de la fé y el servicio.

Llegaron los 18 años y su graduación de la secundaria, totalmente casto y puro, no se atrevía ni a tocar su propio cuerpo hasta la misma noche de la fiesta, en que junto con unos compañeros y unas cuantas copas descubrió los placeres del cuerpo y cómo compartir ese placer con una mujer.

Angélica era una jovencita preciosa, cabello largo y negro, piel morena, ojos aceituna y un cuerpo para morirse, Oliver juró desde el primer día en que la vió que era amor y era tan profundo su enamoramiento que le pidió matrimonio a sus cortos 20 años y después de haber salido solo cuatro meses.

Claramente Oliver era un joven de sentimientos profundos e intensas emociones, oró a Dios y dio gracias por encontrar al amor de su vida, podía dejar su sueño sacerdotal por esa hermosa mujer y hacerla su esposa, un matrimonio santo también agradaría a su salvador.

La traición le pegó fuerte, su novia a quien creía un ángel caído del cielo, resultó ser una mujer envidiosa e interesada que no dudó en cambiarlo por un hombre más adinerado cuando tuvo la oportunidad.

Con solo 21 años, el corazón roto y desamparado Oliver se aventuró a la vida nocturna, empezó a salir más, a ir de fiesta, a beber con sus amigos y amigas, hubo de vez en cuando el consumo de alguna droga suave y sexo, mucho sexo, con hombres, con mujeres, como ambos al mismo tiempo, se olvidó de sus oraciones y de su deseo de servir a la iglesia, su prioridad era estudiar su carrera de arquitectura pero también se daba tiempo para vivir la vida y las oportunidades que esta le brindaba.

Una mañana uno de sus profesores favoritos le propuso acompañarlo a ver una obra de su autoría, un monasterio en la capital. Oliver entusiasmado tomó su mochila y lo siguió al auto, llegaron al poco tiempo, era una hermosa construcción casi terminada justo en los límite de ambas ciudades totalmente blanca y señorial con un majestuoso vitral de colores, tenía pilares, balcones y galerías, una obra arquitectónica espectacular, al entrar en ella lo que llamó su atención fue una imponente escultura,y fue tal la impresión al ver semejante obra de arte que las lágrimas acudieron a sus ojos, se acercó flotando a la capilla, despacio avanzó hasta el altar y cayó de rodillas ante la escultura de Cristo crucificado, juró escuchar un coro de ángeles a sus espaldas, era el llamado de Dios.

Y eso fue todo, ese mismo día Oliver retomó su sueño de hacerse sacerdote, esta vez habiendo probado los placeres que el mundo podía ofrecerle, ¿que si podía renunciar al sexo? Por su puesto que podía, al alcohol y las fiestas? Con muchísimo gusto lo haría si hacerlo, significaba entregar por entero su vida a cumplir su vocación.

Abandonó la carrera y entró al seminario de su ciudad, una vida austera y espiritual lo esperaba con los brazos abiertos.

En aquel lugar empezó sus estudios de teología y su camino al sacerdocio de la mano de un gran equipo de hombres y jóvenes que compartían su pasión bajo el nombre de Juan Bautista.

April 13, 2020, 11:59 p.m. 0 Report Embed Follow story
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