No habría sido igual sin la lluvia. La frialdad en el fondo, y la cálida sonrisa de dos desconocidos mirándose desde el otro lado de la calle. Ropajes y pelo mojados, y ambos resguardados bajo la cornisa de los altos edificios, dentro de la pequeña ciudad.
Fue la lluvia quien les retuvo allí, esperando ambos a que cesara. Solamente ellos dos, esperando, y riéndose de la situación. Numerosos paraguas pasaban por la acera, y tapaban la vista a los enamorados, pero ellos hacían lo posible para entrever al otro entre cuerpos, brazos y varillas de hierro.
Solo uno se atrevió a mojarse por el otro. Cruzar la acera. Acercarse y hablar. Pero el otro no pudo resistir las ganas y salió a su encuentro. Uno más alto que el otro, se miraban a los ojos con desafío, retando al otro a llegar a más.
No habría sido igual sin la lluvia, porque sin la lluvia, tales despistes como olvidar el paraguas, nunca habrían ocurrido. Y es que la lluvia levanta corazones, crea llantos y moja almas. Para algunos la lluvia representa la tristeza, pero la lluvia es… algo que no se puede expresar solamente con palabras, porque al fin y al cabo, es lluvia; gotas sucesivas, frío, oscuridad, pero que deja entrever luz, reflejos, a veces una escala de colores formando un arco, y para muchos la lluvia es cálida.
Cuando el rojo carmesí se unió a los labios del otro, dejó de llover, pero ya no todo era normal. Ahora, la lluvia era un motivo de celebración, y este amor buscaba las gotas frías descender por su piel, porque el calor que desprendía su roce, el latido de sus corazones, era mucho más que pasión, era amor verdadero.
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