El borde Follow story

Al fin había muerto y con ello, por primera vez en diez años, disfrutarían de la paz de que su locura los había privado, y que no había hecho más que acumular vergüenzas frente a los amigos y vecinos de la familia Román.

La madre de Emil, hermana de aquel conservado en la caja, se encontraba especialmente tranquila, fumando un cigarrillo mientras miraba el demacrado rostro, dedicándole una ocasional sonrisa entre exhalaciones.

Al fin se había liberado de su carga: ya no volvería a la casa de él los martes y domingos para cuidarlo, no había que llevarle comida o limpiar su desorden, ni dar parte de su escaso salario para pagar las cuentas de la luz o la renta. Pronto las habladurías sobre su hermano terminarían, y ella volvería a salir sin problema con sus amigas, sin preocuparse por hablar de aquel insoportable enfermo.

Contrario a ella, Emil no disfrutaba del evento. Le preocupaba Mollete, el gatito que hacía tres años su tío había adoptado y que se había convertido en su fiel y única compañía, puesto que su madre le había prohibido visitarlo o hacerle llamadas. Y ahora, sin ninguna consideración había decidido que no iba a cuidar de aquel animal, dejándolo en la casa del loco, ambos abandonados a partir de aquel momento. Algún día, esa bola de pelos quizá buscaría otra casa. O moriría, a Janeth Román le daba lo mismo.

Suficiente tenía con cuidar de Emil, que los primeros seis años de su vida no había hecho más que robar su tiempo y consumir sus energías, privándola de fiestas, citas, ropa y demás cosas que ella deseaba. Al menos ahora, con doce años de edad, empezaría a molestarla un poco menos; agradecía que ahora probablemente querría estar más tiempo con sus amigos y conocer chicas, que con ella.

Por fin la vida comenzaba a sonreírle. Cambiaba a su favor y, si no volvía a embarazarse, todo estaría perfecto.