aldec01 Aldeco René

La muerte escucha pasiva aquella perorata de imprudencias que intenta definir lo que ha sido, estupefacta deja que aquel par de hombre dialoguen hasta que por fin ambos estén en desacuerdo y ella intervenga al cumplir con su tarea.


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EL VIEJO, EL RELOJERO Y LA MUERTE

Cierto día de uno de tantos de primavera, se encontraron en el camino un anciano y un relojero, agotados ambos por sus respectivas travesías decidieron unánimemente tomar descanso a la sombra de un árbol. El sol continuaba arañando la tierra mientras uno que otro insecto hurgaba en las ranuras, husmeando las eras pasadas al contar cada segmento desfigurado. Pronto la brisa se perdía al este sin regresar con respuesta alguna para aquellos hombres exhalando su compañía, aun ahora las montañas continúan robando quimeras que navegan entre susurros y dejan al descubierto algo más que no fuese el eco de una piedra al desprenderse y caer. Fue entonces cuando el anciano hablo:


—No es propicio de un hombre de mi edad estas andanzas —vocifero, dando después un largo trago a su laguncula repleta de vino—. Mi tierra aun me recuerda y yo no olvido cada uno de sus bellos presentes, pero he descubierto que más allá de los límites de mi pueblo se encuentran infinitas llanuras, todo lo que desconozco y anhelo antes de que termine mi única oportunidad.


Su interlocutor aparentaba escucharlo no sin dejar de mirar de reojo su viejo reloj de bolsillo, recordando su demora hacia la próxima subasta de especias extrañas en la costa y suspiraba una que otra vez al saber que no volvería a encontrar oportunidad igual; ahora no tendría destino alguno, nadie lo esperaría y solo quedaba un insignificante recuerdo de lo solía ser. Infancia y juventud jugaban con su memoria, atrapando alguna palabra perdida entre toda la marea de malos pensamientos y rostros sin nombre. Recargo la cabeza en el tronco, cerró los ojos y respondió:


—No existe edad alguna en la cual deje de haber tiempo, es la monotonía el sobrenombre que hemos dado al flujo de la vida. Es decir, cada uno de nosotros está sujeto a eso que solemos llamar destino, pero no crea usted que me refiero a que toda acción y comportamiento están ya escritos; no. Me refiero al tamaño entre cada huella que dejamos detrás y que nos acerca repentinamente a la ruina o la felicidad. Desafortunadamente somos el resultado de necesidades absurdas y deseos fugaces, algo así como estar y no pertenecer, tal cual como sucede con usted y conmigo.


Cada palabra había sido bien atendida por el viejo, aquella perorata fue correspondida con una ligera sonrisa y una respuesta en desacuerdo.


—Mi querido joven, usted habla del tiempo como si fuese un artículo que pudiese ofrecer un mercader y que cualquiera pudiese disfrutar, lamentablemente no existe, es algo que ni siquiera se puede tachar de esporádico o momentáneo; el pasado, el presente o el futuro no pueden determinarse de forma alguna. Ahora bien, dirá usted que solo soy un viejo estúpido que habla de ideas que alguna vez leyó en su infancia o que solo menciona esporádicos recuerdos de alguna charla pasada, pero no es así. En el transcurrir de mi vida he meditado acerca de todo lo que jamás ha tocado hombre alguno y que goza de un nombre por decreto de ellos: la imaginación, las ideas, el tiempo, el infinito, lo eterno o lo efímero solo por mencionar algunos. Pero nada de esto está al alcance de tales definiciones y tan arrogantes títulos dados por unos cuantos que ya han sido olvidados, naturalmente somos un utensilio que la naturaleza pensaba utilizar para satisfacerse en aquel ciclo interminable.


El relojero contó la cantidad de veces que el segundero había recorrido la silueta de su prisión, cada minuto ocupado por el anciano buscando las palabras adecuadas para convencerlo. Ambos eran un fragmento miserable entre el inicio y el final, ninguno podría comprender el caos o las reglas del tiempo intentando asociar cierto conjunto de letras para definir la esencia original del todo.

Nov. 6, 2019, 6:32 a.m. 0 Report Embed Follow story
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To be continued...

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Aldeco René Permíteme contarte todas aquellas historias sin final feliz.

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