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Armando recuerda cómo conoció a Arturo en lo que, para él, ha sido un verano inolvidable y las mejores vacaciones de su vida. Este es un breve cuento de temática gay.


LGBT+ Not for children under 13.

#amor-de-verano #romance-gay #juvenil #amor-adolescente
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"Verano inolvidable"


"Verano Inolvidable"


Sería el mejor verano de mi vida sin duda alguna, de eso estaba convencido desde el momento en que lo planeamos.

Fue la primera vez que saldría de viaje a la playa sin que mis padres y hermanos me acompañaran en unas “vacaciones familiares”; primera vez que salía de la ciudad a mis anchas, sólo con unos amigos de la prepa. Mi madre dudaba mucho la decisión unilateral de mi papá de: “déjalo ir, Armando ya no es un niño”; ya saben cómo son las madres, se preocupan de muchas cosas; y no me quejo, al contrario, sé que mi mamá me ama tal y como soy. Sin importar las locuras que se me hayan ocurrido, siempre ha estado ahí para apoyarme.

En agosto entraré a la universidad, psicología. Al menos eso decidí estudiar, todos los test vocacionales que realicé durante la preparatoria resultaron en “humanidades”, y de todas las opciones debo admitir que sólo psicología logró cubrir algunas de mis expectativas. No voy a negarlo, estaba súper nervioso el día antes de llegar a la terminal de autobuses y tomar mi camión con rumbo a Acapulco. Mi papá había preparado todo: reservación, sugerencias, números telefónicos en casos de emergencia; a pesar de haberse mostrado liberal ante mi mamá, yo sabía que era su forma de controlar las cosas un poco, de saber dónde andaba y que, al menos para desayunar y comer, tendría que estar en el hotel.

De alguna forma me hacía sentir tranquilo, ese deseo de rebeldía por sentirme “vigilado” terminó cuando pasé a segundo de prepa, hace dos años más o menos; después de que, por tarugos, Samo y yo nos metimos en una fiesta a escondidas y las cosas se salieron de control, el alcohol corrió libremente, y después, sabe dios quién, metió drogas al lugar y algunos comenzaron a ponerse locos. Un tipo se jaló a una chava del otro salón y comenzó a molestarla a pesar que ella le había insistido en que la dejara en paz, Samo y yo nos metimos y se armó la bronca. Ha sido de las peores golpizas que me han dado, y aun así no me dolió más que la bofetada y la cara de angustia de mi madre al enterarse. Cuando todo se salió de control llamé por teléfono a mi papá y llegó por nosotros, llamó a la policía y de que se controlaron las cosas se controlaron; mi papá no dijo nada cuando llegamos a la casa, nada más entrar mi madre me dio la cachetada más sentida de mi vida, su rostro lloroso, lleno de angustia me partió el alma, y entendí que no me hacían preguntas sobre qué haría o a dónde iría y con quién para tenerme vigilado, sino porque se preocupan y desean que esté bien y seguro. Rosa, mi hermana menor, miró todo y también se puso a llorar asustada; tenía 8 años y ver a mi mamá así la puso nerviosa, no la culpo, yo tenía toda la culpa. Después de eso, no volví a hacer las cosas a escondidas, si bien ya no era como que pedía permiso, sí solía avisarles las cosas pare que todos estuviéramos tranquilos.

Solía darme mucha envidia cuando mis hermanos 4 años mayores que yo, Julián y Javier llegaban a casa a contarnos cómo les iba en sus viajes de vacaciones con sus amigos de universidad, como son gemelos y siempre han sido muy unidos a mi madre le dio menos tentación dejarlos irse a Monterrey a estudiar e irse de vacaciones con amigos en veranos; ya que solían pasar vacaciones de invierno y semana santa con nosotros en casa. Mi relación con ellos nunca fue mala; de hecho, siempre me sentí en confianza al acercarme a ellos para pedirles favores o consejos, y siempre respetaron mi espacio, algo que valoro mucho. Siempre que los escuchaba platicarnos esas experiencias solía sentir esa ansiedad que me hacía decirme a mí mismo: “cuando yo lo haga será genial”; y ahora era mi turno de irme de vacaciones con mis amigos y ni siquiera había iniciado con la universidad todavía.

La idea de irnos a Acapulco una semana “sin padres” previo a la universidad salió de Samuel. Mi mejor amigo desde la secundaria. Un tipo a toda madre al que le gusta divertirse y nunca lo he visto arrepentirse de nada; a la idea se sumaron Raquel, su novia, y Ricardo, un amigo al que conocimos apenas este año en la prepa. Entró a la escuela porque sus padres buscaban una escuela “más exigente” para que se pusiera las pilas previo a tener que elegir carrera y meterse a una universidad; es un güey más bien normal, si bien no es muy fiestero, tampoco es precisamente un come libros cualquiera; sus padres parecían renuentes a dejarlo ir ya estando en plena terminal. Su madre se aventó un numerito de llanto y súplicas del tipo “por favor pórtate bien” delante de todos nosotros, y la gente que iría en el mismo autobús. Mi madre me miraba fijamente, yo sabía que ella no haría el numerito, pero también sabía que esa mirada significaba lo que la madre de Ricardo expresaba abiertamente: “pórtate bien, por favor”.

Una vez que vocearon en los altavoces mi viaje, mi mamá me dio un abrazo que pocas veces he sentido de esa forma, sabía que iba a extrañarme, pero de verdad quería hacer ese viaje junto con mis amigos, antes de que la elección de carreras y universidades nos separaran y ya no tuviéramos tiempo de vernos como nos gustaría hacer.

Una vez que me despedí de mis padres y mi hermana pequeña caminé hasta la fila de quienes abordarían dicho autobús. La primera en unírseme fue Raquel, sus padres estaban mucho más relajados y como debían irse a trabajar la despedida fue realmente corta: un fuerte abrazo, beso en la mejilla y breves recomendaciones; Samuel llegó después, su mamá le había dado la lista de recomendaciones y lo dejó marcharse. Ricardo a nos alcanzó cuando estábamos dentro del autobús, tendría que ponerme de acuerdo con él por si él prefería el asiento de la ventanilla, a mí en lo personal me daba igual, pondrían alguna película en los monitores y si me resultaba aburrida llevaba una buena dosis de música en mi celular como para enchufar mis audífonos a mis oídos y pasar las horas de viaje así. Podía escuchar a Raquel y Samuel bromear sobre la exageración de la madre de Ricardo, aunque en el fondo ellos mismos habían tenido una distinta dosis de la preocupación de sus padres.

—Ya vine —le escuché decir a Ricardo con un tono más bien desganado.

— ¿Prefieres quedarte? —le pregunté curioso al ver su actitud.

—Para nada, fue complicado hacer que mi mamá se fuera. Es la primera vez que voy a pasar un tiempo lejos de casa y está preocupada —me explicó—. Pero mi papá ya le aviso a una tía mía que vive allá que voy a ir, por si necesito algo y eso tranquilizó mucho a mi mamá.

—Menos mal… —dije comprendiendo a lo que se refería—. Mi mamá tampoco estaba muy segura de dejarme ir solo; bueno, sin alguno de mis hermanos mayores al menos, porque Rosita se apuntó enseguida pero ella tiene nueve y ni locos mis papás la dejan venir así nada más —reí divertido de sólo imaginarme aquella escena.

—Sí, pero bueno, ya estamos aquí y vamos a tener una vacaciones inolvidables —dijo acomodándose en el asiento y echándolo un poco hacia atrás para quedar más recostado—. ¿Te molesta ir en la ventanilla? —me preguntó mirándome con curiosidad.

—Me da igual —admití con normalidad.

—Yo prefiero pasillo, así me duermo y ya —dijo recargándose en el respaldo y comenzando a cerrar sus ojos—. Cuando lleguemos me despiertas, ¿no?

—Claro güey, yo lo hago —dije acomodándome sobre mi asiento y reclinando un poco el respaldo para poder escuchar mi música y ver el paisaje que la carretera tuviera que ofrecer durante el trayecto a Acapulco.

Comencé a sentirme adormilado tras una hora de camino, cerré mis ojos y me dejé llevar un poco, me conocía, sabía que tal vez llegaría a dormirme una hora como máximo, el traqueteo del autobús en la carretera no me permitiría dormir más. Estaba ansioso, podía imaginarme dando paseos vespertinos por la playa, y el relajo que echaríamos en la piscina del hotel durante el día; incluso me di el lujo de visualizarme en algún amorío de verano. No había dejado nada atrás, la última relación que había tenido con alguien había sido con una chica que se decía amiga de Raquel, ya sabes, salíamos los cuatro juntos y de pronto ella me confesó que yo le gustaba, así que le propuse que fuera mi novia, pero jamás me sentí muy cómodo con ella; lo más incómodo era tener sexo con ella, no que fuera virgen cuando comencé a acostarme con ella, pero no terminaba de sentirme pleno a su lado. Debo admitir que perdí la virginidad a los quince, con una chica en casa de Samuel, era como si hubiéramos estado desesperados por hacerlo y sentirnos “más hombres”, pero una vez que sucedió no me sentí de esa manera. Esa vez fue rico, quizás por la adrenalina que nos generó el hacerlo a escondidas en casa de mi amigo con su madre a punto de llegar del trabajo, las prisas y todo fue excitante, pero al mismo tiempo decepcionante.

Y con Ana no quería repetir eso, pero tampoco se dio como me hubiera gustado; y al final me sentí frustrado, por lo que sólo seguí saliendo con ella un par de meses más y terminé la relación. En el fondo creo que ella también quería terminar, pero ninguno de los dos se había atrevido a tomar el toro por los cuernos y poner fin a algo que nos hacía sentir incómodos a los dos. Al final de cuentas las cosas terminaron bien y por las buenas, y a veces charlamos un poco, sin que exista ese ambiente hostil que muchas veces se hace presente entre los que fueron pareja alguna vez.

Una vez que llegamos al hotel cada uno de nosotros corrió a su habitación para darse un duchazo, quedamos de vernos en la piscina por lo que no sería tan fácil que nos perdiéramos de los demás. Dejé mis cosas junto a la cama y corrí a la regadera, me desnudé con prisas y me metí bajo el chorro de agua fresca que resbalaba por mi cuerpo desnudo, era mágico no tener que abrir el grifo del agua caliente, estaba disfrutando mucho mi estancia bajo el agua, me enjaboné y enjuagué mi cuerpo un poco y una vez que salí de ahí me envolví en una de las toallas que habían dispuesto junto al lavamanos y salí a buscar entre mis cosas mis bermudas color caqui. Esas que me encantaba llevar a los viajes de playa porque son súper cómodas. Dejé la maleta dentro del espacio de armario dentro de la habitación y tras coger mi billetera y mi celular, salí corriendo al pasillo con la card key en la mano para buscar a mis amigos en la piscina, tal y como habíamos quedado.

Entré al ascensor y oprimí el botón de la planta baja. Dentro había una pareja de ancianos que me miraron curiosos, evité hacer contacto visual para evitar que quisieran hacer cualquier tipo de pregunta y sentirme obligado a responder. Una vez que las puertas del elevador se abrieron salí detrás de la pareja y caminé en el lobby en busca del pasillo que conducía a la parte trasera del hotel, hacia la piscina y acceso a la playa, y ahí la vi, delgada y de piel muy blanca y cabello a los hombros de un castaño claro, no era rubio su cabello pero tenía unos mechones que se veían más claros que el resto, estaba de espaldas, pero su porte era elegante, perfecto. Espalda angosta y piernas largas y delgadas. Vestía una camisola blanca y unos jeans ajustados que jalaron mi mirada hacia su presencia. Caminé un poco hacia donde se encontraba conversando con una mujer que yo imaginé sería su madre. Comenzó a caminar hacia donde yo me encontraba de pie y mis ojos no pudieron despegarse de su bonito rostro, sus ojos eran de un color verde aceituna y su nariz pequeña y sus finos labios rosados pintaban un cuadro a mis ojos bellísimo. Al darse cuenta de mi mirada sonrió dejándome congelado, no pude evitar desviar mi mirada lleno de un nerviosismo estúpido. Cuando volví a buscarla con la mirada ya había desaparecido detrás de las puertas de alguno de los ascensores. Maldije mi suerte en ese momento; y tras recriminarme internamente por haber desviado la mirada, me encaminé hacia la piscina, Samuel y Raquel ya estaba ahí y al verme comenzaron a gritarme y agitar sus brazos para hacerme notarlos. Troté hasta ahí evitando a algunas personas que caminaban en sentido contrario a mi alrededor.

— ¡Sí que te tardas bañándote Armando! —se quejó Samuel una vez que llegué con ellos.

—Lo sé, lo lamento —me disculpé—. Es que el agua estaba riquísima..

—Sí que lo está —me secundó Raquel—. Igual Ricardo no ha bajado todavía, así que tendremos que esperarlo.

—Pues sí, ni modo —Samuel se encogió de hombros—. Mínimo vamos a pedir refresco para beber, ¿no?

Asentí, el calor que hacía me provocaba una sed impresionante. Samuel llamó a uno de los meseros que atendían en la zona de albercas del lugar y le pidió que nos llevara unas cocas con hielo para dar comienzo a nuestras fantásticas y tan planeadas vacaciones de verano.

Ricardo llegó casi media hora después. Nosotros bromeábamos y hacíamos planes para recorrer los restaurantes que había cerca del hotel para irnos a cenar.

— ¿Qué onda güey? —preguntó Samuel al ver a Ricardo sentarse frente a Raquel.

—Nada güey, tuve que llamar por teléfono para tranquilizar a mi jefa. Ya viste cómo se puso en la terminal, me pidió que cuando llegara llamara por teléfono, así que lo hice. No pude evitar tardarme.

—No importa Ricardo, acá estábamos haciendo planes para irnos a cenar. El mesero dice que venden unos tacos buenísimos a un par de cuadras —explicó Raquel guiñándole un ojo y con enorme sonrisa—. Nada más de pensarlo se me antoja, ya tengo hambre…

—Si quieres pedir algo, pídelo —dijo Samuel encogiéndose de hombros.

—No, porque si como algo ahorita no voy a querer cenar —se quejó ella—. Lo que sí es que voy a nadar un rato en la alberca, y después me voy a bañar —dijo levantándose y quitándose el pareo que cubría su cadera.

Samuel se levantó detrás de ella y se arrojó al agua antes que ella lo hiciera. Ricardo sólo entornó los ojos y miró la escena de ellos jugueteando en el agua sin hacer comentario alguno.

—Pudiste haberle dicho a Raquel que te gustaba, antes que Samuel lo hiciera, ¿sabes? —dije mirándolo de reojo.

—No, güey. Por lo que me dijo Samuel él tenía tiempo que ella le gustaba —confesó con expresión de fastidio.

—Supongo, pero eso no es como “apartar” un asiento en el cine, güey —dije con molestia—. Raque es buena onda, y es lista. Samuel es mi amigo desde hace mucho tiempo, pero lo conozco, no toma en serio ni a su mamá.

—Por eso me caga verlo actuar así con ella —protestó.

—Creo que no pierdes nada diciéndole a Raque que te gusta. Igualmente ella y Samo van a cortar tras las vacaciones, los escuché hablando de eso cuando llegué —le expliqué—. Samo se va a estudiar a Guadalajara y creo que Raque se queda en el DF, así que…

— ¿De verdad? —me preguntó con el rostro como si le hubiera dado la mejor noticia—. ¡Gracias Armando, eres a toda madre! —dijo levantándose—. Voy a cambiarme de ropa para que vayamos a cenar. ¿Les dices que nos vemos en el lobby?

—Claro, yo les aviso, güey —dije mirándolo correr de nuevo hacia el hotel con un ánimo renovado. Suspiré. Yo también quería sentirme así, entonces recordé a la linda chica que me había encontrado en el lobby horas atrás. Quería verla de nuevo, incluso comencé a convencerme de perder el miedo y acercarme, ¿qué podría ser peor?, ¿Que me dé un no como respuesta?, no sería perder algo que, de inicio, no tenía.

Me levanté y me senté al borde de la alberca para sumergir mis pies. Raque se acercó a mí y me salpicó de forma juguetona. Sumergí mis manos y le arrojé agua al rostro como respuesta a su juego.

— ¿Y Ricardo? —me preguntó curiosa al ver que yo me encontraba solo.

—Subió a cambiarse de ropa para que vayamos a cenar —le dije—. Dijo que nos veíamos en el lobby.

— ¿También ya tenía hambre, verdad? —preguntó apenada.

—Supongo que sí.

—Bueno, pues me voy a bañar, y a arreglarme para que vayamos a cenar todos juntos, ¿oki? —dijo de manera festiva, alegre.

—Claro.

La vi acercarse a Samuel para contarle los planes, después de eso salió de la piscina y tomó su toalla para envolverse con ella. Cogió su pareo y corrió dentro del hotel para seguir con el plan. Samuel se acercó a mí con una expresión resignada.

— ¿También ya te vas? —me preguntó.

—Si quieres te acompaño más tiempo güey —dije encogiéndome de hombros.

—No. Digo, también tengo que irme a bañar y vestir para que vayamos a cenar. ¿Sabes?, Raque y yo vamos a tronar… —musitó con una seriedad que raras veces había visto en él.

— ¿Por la distancia? —pregunté.

—No, tanto por eso, aunque tiene que ver. Es más bien que las cosas ya no son iguales, sí nos queremos mucho pero más bien como amigos —confesó—. Sé que a Richi le gusta Raque; ojalá que, si se anima a decirle la trate bien, ella es a todo dar.

— ¿No te enojarías? —pregunté sorprendido de escucharlo hablar de esa forma, con esa seriedad.

— ¡Para nada, güey!, Raque es mi amiga, quiero que sea feliz. Espero que al menos por el face estemos en contacto cuando me vaya a Guadalajara.

—Eso no tienes ni qué pedirlo Samo —dije sintiéndome triste. Avanzamos hasta el ascensor y esperamos a que se abrieran las puertas, y ahí estaba ella, la miré salir del ascensor; Samo me empujó dentro y sólo pude verla mirarme mientras avanzaba entre la gente que la rodeaba. Me quedé congelado mirándola irse mientras las puertas del ascensor se cerraban.

— ¿Te gustó, verdad? —preguntó Samuel con curiosidad, recargándose en el muro del ascensor, cerrando sus ojos.

— ¿Perdón? —pregunté desconcertado.

—El chiquillo que acaba de salirse, se te quedó mirando, y si hubieras visto tu cara de bobo al verlo… —dijo mirándome sólo con un ojo y una sonrisa llena de picardía—. Ya alguna vez te había visto mirando al güey ese del otro grupo, Memo, creo que se llama.

— ¿Bromeas, verdad? —dije a la defensiva. Lo último que necesitaba era que mi atracción hacia Memo pudiera hacer que Samo me juzgara, y menos ahora que eran nuestras primeras vacaciones solos—. Espera, dijiste que es chico… —retomé, reparando en las palabras que había pronunciado Samuel segundos atrás.

—Sí Armando. Yo no creo que tenga algo de malo que te gusten los hombres, güey —dijo encogiéndose de hombros—. Más chavas para los que quedamos —El comentario tan natural de mi amigo me hizo sentir extraño, de cierto modo aliviado.

Me quedé mirando mis pies. Yo había estado seguro que se había tratado de una chica. Tenía que asegurarme, no sería la primera vez que Samuel me jugara una broma pesada. Lo había decidido, la próxima vez que me encontrara con esa persona le pediría charlar al menos.

Lo pactado. Después de cambiarme de ropa bajé al lobby y esperé a mis amigos ahí. Fui el primero en bajar, era lógico. Ricardo quería destacar para llamar la atención de Raque. Raquel es chica, y ellas siempre se tardan un montón arreglándose para verse guapas. Y Samo era de esos tipos vanidosos que no perdonaría pasar desapercibido. Me senté sobre uno de los sillones en el lobby del hotel y me distraje mirando una de las pantallas que proyectaba una película de esas de acción con actores chinos.

—Hola —escuché una voz a mi derecha. Me volví a mirar al dueño de la voz y ahí estaba “ella”. Samuel no había mentido, sí se trataba de un chico.

—Hola —atiné a responder titubeando—. ¿Cómo estás? —pregunté aún sorprendido.

—Bien, mi nombre es Arturo, ¿cómo te llamas tú? —dijo con amplia sonrisa.

—Armando… —dije sin poder dejar de mirarle.

— ¿Creíste que era una chica, verdad? —indagó con una sonrisa curiosa y una mirada expectante.

—Sí… —admití apenado desviando la mirada hacia mis manos.

—Siempre pasa… —dijo con una actitud diferente, era como si una sombra se hubiera posado sobre él—. Incluso así se me acercan y una vez que se dan cuenta que no soy chica, o que no pretendo “ser” una sólo se marchan… —confesó haciendo el ademán de las comillas, con una decepción evidente.

Le miré desconcertado. Era gay, eso lo tenía claro por lo que me acababa de confesar, pero ver su rostro entristecido fue como sentir una punzada en mi pecho que no logré entender; y de pronto me sentí muy avergonzado por cómo le había respondido el “sí, creí que eras una chica”.

—No me afecta —reconocí con timidez. Él me miró boquiabierto, parecía no dar crédito a lo que había dicho, sentí cómo mi corazón comenzaba a latir en mi garganta de los nervios. Bajé la mirada a mis pies, lleno de ansiedad—. Voy a ir a cenar con mis amigos, ¿quieres venir?

—No creo que mi mamá me dé el permiso de ir —dijo con desilusión.

—Me gustaría conocerte… —dije casi en un murmullo.

Sonrió nervioso. Desvió la mirada hacia un grupo de sillones donde se encontraba su madre conversando con un grupo de gente, y asintió.

—A mí también… —reconoció entusiasmado.

— ¡Mando! —escuché la voz de Raquel llamándome desde la zona de los ascensores. La miré y agité mi mano para indicarles dónde me encontraba esperándolos.

— ¿Son tus amigos? —preguntó curioso. Asentí divertido—. ¿Están solos aquí?

—Sí, son nuestras últimas vacaciones previo a la universidad —expliqué sintiendo aquella nostalgia de nuevo.

— ¡Qué padre! —exclamó entusiasmado—. Yo apenas paso a tercero —me dijo.

— ¿Tercero?

—De prepa. Me falta todo un año para pensar en la universidad; no que no sepa qué quiero estudiar —dijo mirando a mis amigos acercarse.

— ¡Mando! —Exclamó Raquel sentándose a mi lado—. ¿Ya hiciste nuevo amigo?

—Él es Arturo —dije con amabilidad—. Ella es Raque, y ese par son Samo y Ricardo.

— ¡Mucho gusto! —Exclamó Raquel con una enorme sonrisa—. ¿Vas a venir con nosotros a cenar? —preguntó curiosa.

—No puedo, voy a cenar con mi mamá y su novio en el restaurante del hotel—explicó—. Pero será chido si nos vemos mañana para nadar —dijo con entusiasmo.

— ¡Claro! —dijo ella divertida—. Tú di, ¿a qué hora? Y ahí nos vemos.

— ¿Les parece a las diez y media? —preguntó a modo de sugerencia.

—Diez y media serán —dijo Samuel—. Como sea, Mando nos adelantamos tantito Raque y yo —dijo mientras ella asentía. Pude ver la expresión de ansiedad de Ricardo conforme ellos salían del hotel.

—Tranquilo güey —dije llamando la atención de mi amigo.

—Sí, gracias —dijo sentándose en el lugar que raque había desocupado a mi lado.

Arturo nos miró confundido. Se levantó al escuchar la voz de su madre llamándolo y quedamos de vernos para platicar después de nadar. Ricardo me miró con curiosidad, pero evitó hacer cualquier comentario o pregunta; y no sería yo quien sacara el tema a colación.

—Pues ya les dimos tiempo, ¿no? —dije levantándome—. Además, ya tengo hambre.

—Sí, yo también.

Salimos del hotel para ir al lugar donde cenaríamos. Ellos estaban platicando sentados sobre una jardinera, lucían calmados y sonrientes y al vernos llegar se levantaron para que fuéramos todos juntos a cenar. La cena estuvo deliciosa, si bien no fueron los mejores tacos al pastor que he comido en mi vida, sí quedé satisfecho. Además el ambiente entre nosotros se había aligerado mucho, y era evidente que Raque y Samo ya no tenían una relación de noviazgo, lo que hacía que Ricardo tenía su oportunidad para decirle a Raque lo que sentía por ella y dejar la decisión en sus manos. Animé a Richi a confesarse; después de todo, no perdería nada. Samo y yo volvimos solos al hotel porque Richi le pidió a Raque platicar a solas, y ella pareció no tener idea de lo que estaba pasando.

— ¿Seguro que estás bien con esto, güey? —pregunté curioso.

—Sí Mando, ya te lo había dicho. Era algo que ya habíamos medio hablado desde hace como un mes o más —me dijo con tranquilidad—. Pues bueno, no quise darle más tiempo a lo que ya no era. ¿Vas a aprovechar tu amor de verano? —me preguntó ara darle la vuelta a la conversación.

—No sé —admití—. Él me gustó mucho, pero no tengo idea de dónde es ni nada…

—Eso es lo chido de los amores de verano güey. Que los vives y disfrutas en el momento y no te quedas con el: “y si hubiera” que dicen que no existe, ¿no?

—Eso sí…

—Pues déjate de mamadas y ándale a disfrutar de esta semana sin remordimientos, güey.

—Gracias, Samo…

—De nada Mando. Yo me adelanto a mi cuarto pa’dormir —dijo señalándome a Arturo, quien caminaba fuera del restaurante del hotel con rumbo al pasillo que conducía a las piscinas.

—Nos vemos mañana —dije apresurándome para alcanzarlo.

Corrí para encontrarlo y ahí estaba, atravesando la zona de las albercas para detenerse frente al barandal que separaba la zona del hotel de la playa. El mar estaba un poco picado y algunas nubes impedían que se pudiera disfrutar por completo del cielo estrellado y la luna creciente que parecía sonreírnos.

—Hola —saludé acercándome despacio.

Se giró para mirarme y sonrió ampliamente. Parecía que le agradaba verme, y yo tenía muchas ganas de estar cerca de él.

—Hola de nuevo.

— ¿Tu familia? —pregunté curioso.

—Mi mamá y su novio aún están en el restaurante del hotel. Van a irse a bailar con unos amigos suyos y le dije que después de caminar un poco me iría a dormir, que se fuera tranquila —me explicó mirando fijamente el mar—. ¿Tus amigos?

—Richi y Raque están platicando en algún lado. A Ricardo le gusta mucho Raque desde que la conoció, pero ella se hizo novia de Samuel; aunque ahora él y Raque terminaron lo que tenían y animé a Richi a confesarse —expliqué mirando cómo el viento movía las nubes en el cielo.

—Va a llover —me dijo en un tono nostálgico.

— ¿No te gusta que llueva? —pregunté curioso por la tristeza que transmitía su mirada.

—No es eso —dijo casi en su murmullo—. Mis padres se divorciaron hace unos tres meses y han sido muchos pleitos. Ambos ya tenían otras parejas antes de decidir firmar el divorcio, estas vacaciones me tocaron pasarlas con mi mamá, a mi hermana menor le tocó pasarlas con mi papá. No sé cómo vaya a ser navidad, por ejemplo —dijo mirándome con una triste sonrisa dibujada en su cara—. Y, ¿sabes?, creo que lo peor fue que mi hermana y yo en realidad no nos dimos cuenta. Ella lo está tomando peor, yo lo veo como que se ven más felices ahora y ya. Pero ella está tomándolo como si fuera culpa suya o algo así.

— ¿No han hablado con ella?

—La mandaron con un psicólogo, porque empezó a cortarse ella misma —me dijo—. Así que mi mamá entró en pánico y le reclamó a mi papá. Al final sólo se pusieron de acuerdo para mandarla al psicólogo.

—Qué pedo… —musité.

—Sí… pero no quiero seguir con eso. Esas son broncas de ellos —dijo mirándome—. ¿Has besado alguna vez a otro chico? —me preguntó de repente sacándome de onda.

Creo que la expresión de mi rostro le dio la respuesta, porque de un momento a otro tenía sus labios presionando los míos con suavidad y comencé a dejarme llevar por esa deliciosa caricia. Su lengua y la mía juguetearon entrelazándose y explorando la boca del otro conforme íbamos profundizando el beso y pasando a que nuestras manos recorrieran el cuerpo del otro sin que nos importara si alguien llegaba a vernos en esa posición. Era como si el tiempo se hubiera detenido, y un cosquilleo intenso repasó mi espalda mientras sus dedos la recorrían despacio, como una corriente eléctrica atravesando mi espalda. Mis manos se aferraron con fuerza a la tela que cubría su espalda. El ruido constante de las olas romper al fondo y el viento mover las palmas creaba algo mágico a nuestro alrededor. Estaba siendo el mejor beso de mi vida.

Me separé unos centímetros de su rostro y pude verle aún con los ojos cerrados y los labios entreabiertos, jadeaba ligeramente y a mis ojos era una imagen genial, perfecta. Sonreí. Estaba agradecido de que él se hubiera atrevido a hablarme horas antes en el lobby del hotel, me sentía contento de haberme animado a seguirlo esa noche y hablar con él; y, a pesar de no saber mucho de él estaba seguro que buscaría que no fuera sólo algo de “hoy y mañana”.

— ¿Te acompaño a tu habitación? —pregunté con amabilidad.

Me miró contento y asintió en silencio. Comenzó a caminar de vuelta al hotel y caminé detrás de él para tratar de alcanzarlo, se detuvo unos metros más adelante para esperarme y tomó mi mano con una timidez que me hizo sonreír sin poder evitarlo. Al llegar a los elevadores nos detuvimos a esperar el siguiente, podía sentir su mirada y verlo sonreír así era extraordinario; cuando subimos al ascensor le vi oprimir el botón del tercer piso. Junto con nosotros ingresaron un par de mujeres que se habían acercado justo cuando la puerta estuvo a punto de cerrarse, parecían divertidas al conversar de algún sujeto que habían conocido en el bar del hotel. Arturo las miraba de soslayo y desviaba su mirada hacia mí como tratando de analizar mi expresión. Estaba aguantándome la risa lo mejor que podía, tanto, que al momento que la puerta corrediza del elevador abrió salí disparado, él me siguió y no pude contener más la risa. Rio conmigo divertido por todo aquello. Había sido más que cómico escucharlas hablar de aquella forma sobre un sujeto que las había abordado.

Caminamos a través del pasillo hasta detenernos delante de la puerta marcada con el número 311, nos miramos unos segundos en silencio y sonrió de nuevo. Extrajo de su bolsillo la tarjeta llave para abrir la puerta y la pasó por el lector. Abrió la puerta y tras jalarme un poco, pasando el umbral de la puerta, volvió a besarme con rapidez, dejándome sorprendido, enmudecido.

—Nos vemos mañana —dijo sonriendo—. Voy a avisarle a mi mamá que voy a dar una caminata por la playa en la tarde, ¿vienes conmigo?

¿Tenía que preguntarlo?, ¡por supuesto que iría con él! Asentí en silencio, nervioso, con el corazón latiéndome a mil por hora por todo el cuerpo, después de ese último beso. Di un par de pasos atrás aún sin creérmelo por completo y le vi cerrar la puerta. Caminé despacio hacia el ascensor, las piernas me flaqueaban un poco por todo lo que mi cuerpo estaba experimentando y no terminaba de asimilar, era esa sensación de caminar entre nubes que mucha gente describe y que yo solía burlarme al escucharla.

Llegué a mi habitación y me tumbé sobre la cama. Contemplé el techo por unos minutos y sin levantarme por completo comencé a desnudarme para dormir. Estaba ansioso de que llegaran las diez y media de la mañana para poder verlo de nuevo. Y mejor aún, ya tenía planes para ir a caminar por la playa con él durante la tarde. No recuerdo bien qué soñé esa noche, pero cuando desperté me sentí como nuevo. Desperté lleno de ánimo, corrí a ducharme con agua fresca; disfruté de cada minuto que pasé debajo del agua, sintiéndola resbalar por mi piel. Cerré la llave y comencé a frotar mi cuerpo con la toalla para secarlo, me puse los interiores y salí del baño a buscar mis bermudas negras y una playera blanca sin mangas para correr a desayunar algo al restaurante del hotel. Aún era temprano, y sabía que podría encontrarme con Ricardo ahí y me enteraría cómo le había ido con Raque después que Samo y yo nos fuimos del restaurante. Odiaba admitirlo, pero sentía curiosidad.

Tomé con prisas la billetera y la tarjeta llave del cuarto guardándolas en el bolsillo de las bermudas y me salí, dejando olvidado el móvil sobre la mesita de noche. Después de todo iría a nadar, y eso de andar cargando con el aparato que podía mojarse y joderse era incómodo. Corrí a través del pasillo hasta el ascensor, me encontré con Ricardo esperándolo ahí cuando llegué. Me miró y sonrió aliviado de verme, sonreí de vuelta y di una palmada sobre su espalda.

— ¡Buenos días! —exclamé contento.

—Hola Mando —me saludó—, ¿qué tal tu noche?, Samo dijo que conociste tu amor de verano —dijo entre risas discretas.

—Sí, creo que sí… —dije sintiendo ese nerviosismo que hacía brotar un cosquilleo en mi estómago—. ¿A ti qué tal te fue con Raque? —pregunté buscando calmarme.

—Bien. Raque me dijo que iba a pensárselo porque la realidad es que estamos a nada de tomar cada quien su rumbo, y no quiere que eso nos haga distanciarnos sin tener la confianza de hablarlo. Dice que soy muy lento, y casi nunca digo lo que pienso o siento y eso la pone nerviosa —explicó luciendo ligeramente decepcionado.

— ¡Te fue bien güey! —exclamé entusiasmado—. Eso no fue un: “no Richi, porque no me gustas”, así que dale tiempo güey —dije con la intención de animar a mi amigo. Él me miró sorprendido por unos segundos, y asintió sonriendo. De pronto esa mirada de decepción se transformó en una mirada decidida.

—Sí, tienes razón. Voy a demostrarle a Raque que voy en serio, y que lo que le preocupa me importa, así que haré mi mejor esfuerzo —dijo con seguridad. Sonreí al verlo contento, esa determinación suya era contagiosa—. Samo me comentó que tu amor de verano es un chavo —musitó interrumpiendo mi discurso mental para motivarme, quedándome mudo, a la expectativa de lo que fuera que mi amigo me dijera—. Quiero que sepas que eres mi amigo, y no me importa quién te guste. Me sorprendió que Samo me lo contara tan tranquilo, pensé que él reaccionaría de forma escandalosa por algo así, pero me da gusto que no. ¿Es el chavito que conocimos anoche antes de irnos a cenar?

Lo miré en silencio durante unos segundos, tratando de adivinar qué podría estar pensando. Asentí despacio. Había empezado a sentirme incómodo, pero tras terminar de escucharlo me sentí aliviado, y hasta cierto punto feliz de saber que mis amigos me apoyaban sin importar si era hetero, gay o bisexual. Fue como si me quitaran un gran peso de encima.

—Gracias —dije mirándolo fijamente.

—Claro Mando, somos amigos; y tú eres quien eres —comenzó a reír ya más relajado—. Raque cree que es genial que te gusten los chavos, dice que ahora se sentirá en mayor confianza de hablar de eso contigo —dijo entre sonoras carcajadas.

Comencé a reír divertido. El ascensor llegó a la planta baja y salimos de ahí con rumbo al restaurante para desayunar. Mi padre había organizado con una agencia un paquete en el que teníamos buffet de desayuno y comida, y la cena corría por nuestra cuenta; la variedad de comida era impresionante, los jugos eran una delicia. Disfrutamos de ese desayuno por completo. Raque fue la primera en alcanzarnos, y el ambiente se tornó bromista, de ser una charla más enfocada a planes pasó a relajarse y tener bastantes risas. El tiempo se pasó volando, y cuando llegó Samuel estábamos por levantarnos de la mesa para ir a la zona de albercas a asolearnos un poco.

— ¡Vayan! —dijo convencido—. Fui yo quien se retrasó por que se me pegaron las sábanas —explicó entre carcajadas, con un aire apenado no muy difícil de interpretar.

— ¿De verdad? —preguntó Raquel preocupada.

— ¡Claro, claro!, desayuno y los alcanzo en la alberca —dijo encaminándose hacia la zona donde se encontraban los platos del buffet.

—Pues vamos a la alberca —dijo Raquel mirándolo irse—, ¿no les parece?

—Claro… —musitó Ricardo con ligera sonrisa.

Caminamos hacia la salida del restaurante que daba a la zona de piscinas. Había mucha gente ya ahí, algunos en las mesas que había cerca del barandal que dividía la zona de la playa, otras en los camastros y otras tantas dentro de las albercas. Había bastante ruido, muchos niños correteaban alrededor del chapoteadero y otros más jugaban dentro de él. Nos abrimos paso hasta una de las mesas que estaba junto a un camastro. Raquel se abalanzó de inmediato al camastro, dijo que quería broncearse un poco. Nos sentamos en un par de sillas frente a la mesa y la vimos untarse una crema bronceadora que sacó de la bolsa con la que iba a todas partes. Miraba todo a mi alrededor, estaba ansioso, quería verlo de nuevo. Que los minutos pasaran volando y que, cuando él estuviera cerca, se detuvieran.

Es gracioso cómo cuando uno quiere que el tiempo fluya rápido es precisamente cuando los minutos, nos duran una eternidad.

Lo vi salir del hotel con rumbo a donde nos encontrábamos nosotros. Al mirarnos, en su rostro apareció una sonrisa que le iluminó el rostro. De esas sonrisas que te disparan de inmediato aquellas mariposas en el estómago que tanta ansiedad generan. De esas sonrisas que te hacen querer esquivar la mirada, pero al mismo tiempo te hacen desear que el instante durara más. Se acercó y la charla fue instantánea. Raquel siempre ha sido muy curiosa, le llenó de preguntas que incluso él no sabía cómo responder, pero con su simpatía, Raquel lograba que nadie se sintiera incómodo con sus interrogatorios. ¿De dónde vienes?, ¿tienes hermanos?, ¿dónde estudias?, ¿qué música te gusta?, ¿te gusta el lugar en dónde vives?, ¿qué vas a estudiar cuando salgas de la prepa?, ¿qué te gusta hacer?, ¿tienes hobbies?... y las preguntas seguían llegando. Arturo parecía contento al responderle a Raquel, era bueno rebotándonos las preguntas a nosotros, y de alguna manera me hacía saber más de él, eso me encantaba; escuchar su voz contándonos todo aquello y su sentido del humor al devolver las preguntas para conocernos a nosotros.

Gracias a ello, supe que Arturo había nacido en Guadalajara y se habían mudado al DF, que vivía en la colonia del Valle con su mamá y su hermana; y su papá seguía viviendo en Guadalajara, y lo veían cuando él iba de visita. Le gustaba dibujar, era algo que solía apasionarle desde la secundaria y además quería hacer algo con ello y estudiaría algún tipo de diseño ya que también le encantaba pasar tiempo frente a la computadora con programas como Photoshop y Corel. Prefería escuchar música pop en inglés y aborrecía el reggaetón. Le gustaba el anime, en específico el gore y podía pasarse horas viéndolo con su hermana. La manera en que iba contando las cosas era como si fuera envolviéndome, me gustaba escucharlo hablar. Comencé a ansiar que atardeciera para irme a caminar con él por la playa, pero no podía empujar el tiempo y de alguna forma tampoco quería hacerlo, ya que cada minuto que podía estar cerca escuchándolo contarnos cómo le había ido cuando llegó al DF, y lo mal que le va en biología y filosofía eran una forma en que yo podía sentirme más cerca de él. Verlo reír y responder de forma bromista me hizo sentir súper cómodo en su presencia, y sabía que mis amigos se sentían igual. Eso me llenaba de una tranquilidad y confianza que me convencían cada vez más en querer que “mi amor de verano” fuera más que eso.

Samuel llegó acompañado de una chica que había conocido en el restaurante y enseguida habían hecho una especie de “click”, como él solía decir burlándose. Nos pusimos de acuerdo para irnos juntos a comer al restaurante pasado el mediodía. La gente a nuestro alrededor nos miraba curiosa por la bulla que hacíamos con cada comentario o broma que alguno hacía, teníamos nuestro propio ambiente, nuestro propio mundo aparte.

Conforme las horas iban avanzando vi a Arturo luciendo cada vez más serio e inquieto, como si tuviera ganas de decir algo que no se atrevía a contar; no podía asegurar que fuera miedo lo que veía en su mirada, pero me hacía sentir nervioso. Cuando Samo sugirió que nos fuéramos juntos a caminar por el malecón, Arturo bajó la mirada apenado. Se disculpó diciéndonos que no tenía forma de avisarle a su madre que saldría del hotel y si lo hacía sin avisar no quería tener más problemas con ella; todos lo entendimos, su relación con su mamá no era buena. Me ofrecí a acompañarlo mientras los demás iban a pasearse al malecón. Samo y Ricardo aceptaron enseguida sin que Raquel entendiera por completo, pero no hizo comentario alguno y todos se fueron dejándonos a solas.

Por fin había llegado el momento que tanto había ansiado, y aquella triste expresión en su rostro me decía que había algo malo, verlo así me hacía sentir una extraña punzada en el pecho y mi estómago dolía de la ansiedad que eso me generaba. Esa sensación de querer y no preguntar por miedo a lo que pudiera uno escuchar. Salimos del restaurante, y caminamos entre los camastros y la gente que seguía disfrutando de las albercas y nos sentamos en un lugar apartado de las miradas curiosas de algunos chiquillos que jugueteaban por ahí. Por más que me esforcé en adivinar qué ocurría con Arturo no daba con algo que pudiera tenerlo luciendo así.

—Nos vamos mañana en la mañana al DF —musitó incómodo, triste.

— ¿Tan pronto? —pregunté sorprendido, comenzando a desesperarme porque sentía que el tiempo pasaba volando.

—Sí. El novio de mi mamá tiene trabajo, así que aprovechó unos días libres que le debían en la oficina y vinimos a Acapulco —me explicó resignado—. No me quiero ir, pero no es como que tengo elección.

—Nos vamos a volver a ver —le aseguré con convicción, tratando de convencerme también de ello. Suplicando mentalmente que así fuera, que pese a que el DF es enorme, tuviéramos la oportunidad de vernos y platicar. De seguir conociéndonos y poder entender por completo qué era lo que Arturo estaba haciéndome sentir. Le prometí a Dios no huir de lo que estaba pasando conmigo y dejar los pretextos y justificaciones a un lado a cambio de la oportunidad de seguir viendo a Arturo, de volver a besarlo como la primera vez que nos besamos, de escuchar su voz, su risa, de tomar su mano entre las mías una… y muchas veces más.

Él me miró confundido pero sonrió. Creo que no estaba siendo el único haciendo promesas y súplicas en ese momento; podía verlo en la forma en que estaba comenzando a mirarme. Se levantó con una determinación renovada y me invitó a que camináramos por la playa un poco, en lo que el sol comenzaba a bajar y el cielo pasaba de un azul a un naranja impresionante, con diferentes matices por las nubes que lo cubrían por partes. Mientras caminábamos algunas personas se cruzaban por nuestro camino, es como si para despedirse de Acapulco fuera necesario dar un paseo por la playa al atardecer; el ambiente que se percibía era el mismo: nostálgico.

— ¿Dónde vives tú Armando? —me preguntó lleno de curiosidad.

—En Lomas Estrella —le dije—, en Iztapalapa… Pero siempre podemos quedar de vernos en algún lado. Algún centro comercial —le aseguré buscando animarlo, convencerlo de que sería posible volver a vernos.

—Eso es cierto… —reconoció más tranquilo—. De verdad me gustas mucho —soltó de pronto dejándome congelado—. Me hubiera gustado pasar más tiempo contigo aquí en Acapulco.

—A mí también —reconocí entristecido. Comenzaba a suplicar que el tiempo no avanzara, que la noche no llegara y tuviéramos que despedirnos para jugarnos la posibilidad de no volver a vernos por situaciones fuera de nuestras manos.

Se detuvo de pronto y retrocedí un par de pasos para detenerme frente a él y mirarlo, estaba confundido. Él se había detenido con la mirada fija en la arena tibia que había debajo de nuestros pies, su rostro estaba contraído. Busqué su mirada agachándome un poco y no pude evitar acercar mis labios a los suyos, para robarle un beso como él había hecho la noche anterior. Me devolvió el beso, mi lengua jugaba con la suya sin cesar haciéndome sentir una intensa corriente eléctrica por toda mi espalda. Rodeó mi cuello con sus brazos y lo abracé para acercarlo a mí. Quería detener el tiempo, suplicaba en mi cabeza que se detuviera. Que nos permitiera disfrutar más de este atardecer, de este beso.

Separó sus labios de los míos y me miró por unos segundos sin decir nada. Sabía que sentía lo mismo, suplicaba con la misma fuerza que yo lo hacía; no era necesario que me lo dijera, podía verlo en sus ojos, sentirlo en la forma en que estaba abrazándome. Escondió su rostro en mi cuello, podía sentir su respiración chocar con mi piel. Permanecimos así por un tiempo, cuando nos dimos cuenta ya casi oscurecía por completo, pero yo había dejado de sentirme triste. Caminamos de vuelta al hotel con lentitud. Disfrutando de cada paso que dábamos uno al lado del otro. Arturo sonreía, era una sonrisa esperanzadora que quería seguir viendo.

Cuando nos detuvimos frente a la puerta de su habitación de hotel se quedó mirándome unos segundos preguntó:

— ¿Me podrías dar tu número de celular? —Sonreí y asentí. Recordé que había dejado el teléfono dentro de mi habitación y no pude evitar maldecir—. ¿Qué pasa?

—Olvidé el teléfono en mi habitación —me quejé—. También quiero tu número —dije con preocupación. Él me miró con una sonrisa curiosa.

—Podemos ir a tu habitación, si quieres. O puedo marcarte en unos minutos y así tendrás mi número registrado en el tuyo —sugirió riéndose con nerviosismo—. Es más —dijo—, vamos a tu habitación. Mi mamá y su novio aún no regresan.

Tomó de mi mano y caminó con prisa hasta el elevador. Apretó el botón para llamarlo y esperamos a que las puertas corredizas se abrieran, saltamos de inmediato al interior y oprimí el botón del quinto piso, y al salir de ahí lo guie hasta mi habitación. Abrí la puerta y le invité a entrar, cerramos la puerta y rebusqué el celular en el cajón del buró.

Me dio su número y comencé a digitarlo en el aparato para conectar la llamada, escuchamos sonar su teléfono y registró mi número. Me lancé a besarlo de nuevo, a rodear su cuerpo con mis brazos para sentirlo cerca del mío; fue una sensación increíble, sentir sus manos recorrer mi espalda, sus labios presionando los míos. Mis manos deslizándose a través de su espalda, acariciándola como si se me fuera la vida en ello. Sentirlo estremecerse entre mis brazos mientras lo tocaba fue mágico. Comencé a besarle el cuello mientras él gemía tratando de ahogarlo con todas sus fuerzas, sus manos se aferraron a la tela de mi playera apretándola; mi corazón latía a tope haciéndome sentir que mi sangre hervía. Quería sentir su cuerpo junto al mío, el tacto de su piel contra la mía; seguir escuchando su voz así… Y sonó el maldito teléfono celular.

Se apartó con rapidez y tomó la llamada con un nerviosismo contagioso. Era su madre, había vuelto a la habitación y quería que él regresara ya. Su rostro se desdibujó un poco mientras ella le pedía que volviera y él sólo respondía “ajá” a todo, sin ganas. Terminó la llamada y me miró completamente apenado. Desvió su mirada al suelo y me dijo:

—Será la próxima vez que nos veamos —musitó con una sonrisa tímida dibujada en su rostro.

—Claro, la próxima vez no voy a dejarte escapar—dije entre risas con seguridad—. Nos vemos en el DF —dije a modo de despedida para depositar un beso rápido sobre sus labios. Su mano acarició mi mejilla y sonrió.

—Sí, te llamo para que nos pongamos de acuerdo —dijo avanzando hacia la puerta, abriéndola y desapareciendo en el pasillo.

Me quedé recargado en el marco de la puerta mientras él entraba al ascensor para volver con su madre, y entonces lo supe: él no sólo sería mi amor de verano.

Epílogo

Lo supe desde el momento en que le vi desaparecer en el ascensor dejándome sin aliento esa noche; su aparición en mi vida convirtió estas vacaciones en las mejores que he pasado, de esas vacaciones que no importa cuántos años tengas, cuando las recuerdas vuelves a sentirte de 18: joven y lleno de esa energía que te hace creer que te puedes comer el mundo a puños; que te hace fantasear con muchas cosas y te convence de que soñar no es para estúpidos si pones de tu parte.

Terminé la licenciatura hace cinco años; ahora tengo 26 años y hasta este momento ha sido un buen viaje el que me ha tocado vivir. Sigo en contacto con Raque y Ricardo, ellos se hicieron novios unos meses después que regresamos y siguen juntos a pesar de haber estudiado en universidades distintas y de todo el tiempo que pasó cada uno haciendo trabajos. Samo se fue a Guadajalara y hemos estado en contacto gracias al face y al whatsapp. Vino al DF la navidad de mi último año de universidad, y nos pusimos de acuerdo para irnos a Santa Fe, reunirnos y contarnos cómo iban las cosas. Por supuesto, Arturo se reunió con nosotros; su madre no estaba muy de acuerdo con que se relacionara conmigo al principio, pero cuando fue conociéndonos a mí y mi familia fue calmándose la cosa, y mientras estudiábamos salimos de vez en cuando, pero nos llamábamos todo el tiempo y cuando podíamos vernos la pasábamos genial. La reunión fue lo que le sigue a nostálgica; lloramos y reímos al recordar todas nuestras aventuras y estupideces de la prepa: las pintas, las fiestas, copiar en los exámenes, las negociaciones con los profes, los tropezones y las veces que reprobábamos alguna materia, las noches de estudio en casa de Samo o la mía quebrándonos la cabeza, todo fue genial esa tarde. Saliendo del centro comercial llevé a Arturo a su casa, y quedamos en reunirnos antes del año nuevo.

No fue fácil reunirme con Arturo después de aquellas vacaciones en Acapulco, al principio todo fue a escondidas de mi familia y la suya. Confesarle a mi familia que soy homosexual me costó trabajo porque no sabía qué esperar, y más allá de eso me imaginaba tantas cosas que para nada tenían que ver con la realidad; la reacción de mi mamá nos dejó a todos boquiabiertos: sonrió y me dijo: “una madre sabe…”, mi papá sólo me dijo que tuviera cuidado porque hay mucha gente intolerante y quiere lo mejor para mí. Rosita no entendió mucho en ese momento, lo entendió todo cuando les presenté a Arturo y le pareció genial que su hermano tuviera un novio en lugar de una novia.

Ambos trabajamos duro, y nos esforzamos lo más que podemos para poder pasar tiempo juntos, ahora que hemos decidido vivir bajo el mismo techo. No ha sido fácil, y tampoco es mucho el tiempo que podemos pasar a solas en casa con tranquilidad, pero cada segundo con él ha valido el esfuerzo y la espera. Cada momento que hemos pasado juntos lo he atesorado en mi memoria, y sé que con el paso del tiempo nos haremos más fuertes y más unidos.


Oct. 25, 2019, 10:57 p.m. 0 Report Embed Follow story
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The End

Meet the author

Saga Zuster Nacida en la CDMX en 1982, viví en Puebla durante 16 años donde estudié mi licenciatura en educación. Empecé a escribir fanfiction yaoi en 3 fandoms distintos en 2007 y hasta 2010 me animé a iniciar con historias de mi creación. Mi primer novela corta es "Inesperada", escrita en 2010 y editada para su publicación hasta 2014. Otras novelas de mi autoría son "Enamórate de mí" y "Hikaru..." ambas publicadas en 2014. En este momento me encuentro haciendo nuevos proyectos de novela.

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