Fue en una bañera, a media noche cuando el canto insoportable emanaba de esta, y una nefelibata joven paseaba sus dedos sobre los oscuros risos como arboles que opacan realidades, dando paso a verosímiles pensamientos optimistas, dejando salir a flote su infantil jarifa.
Ahogada en el mador de los confidentes que estimulan su epidermis susurra banales pensamientos a los cabecillas que impactan el pedazo de materia pensante, mientras esta somete la flexión de sus expresiones, y en silencio da una anormal abertura de labios con avidez, recitando penurias flébiles escupe el hedor sonoro que aprendió de tétricas sombras tangibles, intentando buscar el lado positivo de estas blasfemias; toma un rastrillo mientras su mano tiembla y empieza a pasearlo por el órgano que tapiza su frágil cuerpo; absorta en su imaginación y en el peor de sus temores subjetivos, da un movimiento brusco, provocando que una de las navajas de su amada quillotra penetre el mustio cuerpo, obligando a salir el huésped de una inconforme estabilidad.
La figura observa con mirada enfermiza la incisión y los glóbulos plurimos que huyen de esta; las oscuras retinas reflejan el color carmesí, y la seria compostura emocional que trataba de asfixiar entre sus delgados brazos corre deslindándose de estos con la promesa de un "pudo"; por consiguiente un carnaval de éxtasis placebo, que oscurece los comentarios positivos que resonaban en una antaña consciencia despejada de una fobia esplín; con anhelo de nuevas sensaciones presiona la yactura, codiciosa de dolor empieza a reír con una disforme onda sonora que surge de sus mas vividas emociones, recordándole quien es, y en un arrebato de ira golpea su pierna herida en busca de mas placer, redundando en una acogedora carencia de escrúpulos.
Todo acto placentero es una montaña rusa en la cual todo ser racional entra, en el brillante vagón resaltan los ostentosos moralistas colectivos, y en el de atrás, los éticos que presumen de su egoísmo individual, subyugados a una coalición en contra del placer vociferado de los deseos carnales. Los sencidos sentimientos de la joven ahora están en declive, las profundas carcajadas ahogadas en un espesor hialino de las gotas que descansan sobre su cráneo son el camuflaje del llanto que los arrugados dedos intentan ocultar de los rostros que observa en su mente al cerrar los ojos con notable languidez, y se adentra a la colina melancólica de la frustración que una incompetente sombra de veintisiete años no logro escalar. Después de una coyuntura casi relativa, pasa sobre sus cuencas los pulgares, limpiando la peste adarce que en estas se ubica, y mirando hacia arriba declama en consuelo de si misma.
-Yo soy la mano por la que roedores en busca de un eterno silencio acuden, a refugiarse bajo mi manto de falacias filosóficas, mi podrida boca proclamara blasfemias sempiternales y por esta se cumplirán.
Y volviendo a la realidad después de un agonizante dolor cesa su frenético canto, mira su mano derecha cubierta de sangre y con tenue risa se proclama a si misma en mayor estandarte de la estupidez
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