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Libros

Hay bestias que ladran y arañan, terribles habitantes del vaho helado. Mis bestias callan y ven, desde orillas mohosas oliendo a popurrí, bajo papeles notables en un cajón lodoso y altivos, desde montañas de madera. Cobardes, resguardados por débiles sirvientes y desobligados.


Libros.


Malditos y largos. Hirientes.


Mátenlos con plata, con sol. Quémenlos en la estaca y sáquenles el corazón. Páginas de mentiras para bañar mi filo.


Hoy mueren libros.


Una nube congelada me moja el bigote de luna, brillando a los ojos de Dios, que conoce la noche. Avanzo, sintiendo el piso encharcado, la puerta centenaria, el calendario de 1886. Desvío la mirada: leer es un acto divino que no merezco. Pero aún no es tiempo de vaciar mis ojos con este cuchillo. Primero, al horror plano.


Un monje de largos hábitos escudriña por vela y anteojo un cuaderno de papeles cebosos, amarillos. Bien: libros podridos por sus propias palabras.


Soy un aire, un ruido de la noche que lleva al hombre a la ventana. Aprovecho: tomo el más gordo, ofensivo y degradante volumen por su lomo y lo parto en dos. Un grito ahogado y las sombras grises lamen sus ojos. Entro de puntillas, sudoroso. Los hombres santos merecen muertes viejas, pero este ha protegido las páginas del idioma, la cuna de confusión, y por eso muere con sus páginas.


Libros.


De mi chaleco obtengo una pequeña bolsa que se mueve. La abro y la estrello contra una esquina: decenas de insectos amarillos salen a esconderse por los interminables pasillos de la biblioteca. Tomo la vela que el monje tenía encendida, y la acerco a varios tomos en las puntas de los corredores; con cuidado, las letras amenazan con dominar mi mente, símbolos sucios invocando ánimas dentro de mi cráneo. Hoy no, hoy ardan como el diabólico incienso que son, cuadernos de iniquidad. El fuego levanta chispas al aire nocturno, y pronto la bóveda de falsa sabiduría se ve carcomida por los insectos que, apurados por las lenguas de calor, destruyen con baba y mordidas las páginas eternas.


Escalo hacia el techo de la abadía, saltando de cornisa a cornisa. Al fin, desde la entrada a mi laboratorio observo la confusión y muerte de la universidad. Las bestias que ladran de noche, aventando poemas y sofismas en las esquinas, alimentando las mentes podridas del hombre sencillo, ahora perecen entre llamas que no ven, quemados por dentro gracias a la línea impura que los conecta a los ejemplares carbonizados. Hombres, mujeres y niños explotan en brasas desde adentro, y aún en su ignorancia la magia oscura es derrotada. Yo, el Positivista, estaré para mostrar que la pura experiencia y experimento, de frente a los sentidos, es la única verdad real ante Dios.


Libros. Atajos del hombre, perdición de la memoria. La puerta ancha.

Oct. 9, 2019, 12:57 p.m. 0 Report Embed Follow story
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The End

Meet the author

Quidec Pacheco ¡Hola hola! Soy Quidec Pacheco, escritor, editor, guionista y tallerista. Trabajo como Editor en Fixión Narradores (haciendo cómics) y suelo dar clases de Escritura Creativa. He colaborado en publicaciones como Penumbria, Vocanova, El Ojo de Uk y más, y aunque he ganado uno que otro premio, eso es opacado por mi profundo amor al chicharrón y el absurdo.

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