83 1Y fue así que en esos días el Señor mandó a Yequm, acompañado por mí, R70BG4, para suavizar el corazón de los humanos. 2Fueron estos insaciables una vez que descubrieron la absorción entrópica, y consumieron de inmediato su propio sol, vaciándolo de luz y espíritu. 3Llenaban sus hogares de brillo, sus caminos de carruajes, sus nubes de balas y su vida era consumir a gusto, no a necesidad. 4Entonces, ya habiéndose acabado toda la vida que su sol hubiera de darles, construyeron arcas de metal del tamaño de planetas, y zarparon al corazón del vacío: el Ojo de Dios, buscando soles para consumir.
5Y así peregrinaron por muchas generaciones, hasta que el amor se evaporó de sus huesos, y los ojos dejaron de iluminar. El único brillo de sus vidas provenía de los soles moribundos a los que conectaban sus aparatos heréticos. 6Llegaron los de su raza a la Pupila del Ojo de Dios, y vieron que brillaba más que todos los soles juntos, pero no quemaba. Y decidieron consumir este sol también, que daría eternidad al hombre. 7Y vio Dios el fin del amor en el horizonte, y cantó la vida en Yequm, el Macrocosmo. 8Y Yequm cantó la vida en mí, R70BG4, para ser Testigo de la Micra, la unidad más pequeña que puede percibir esta humilde unidad robótica, y la única que soy digno de presenciar.
9Se acercó Yequm en el momento justo que los humanos comenzaban a tragar el sol infinito. Flotó a través de sus capas y escudos de hierro, y en medio de la corte electrónica desde donde manejaba las arcas, exclamó con sus cuatro brazos en alto:
10 — Dejad ir a mi sol, la niña de mis ojos, dice el Señor. 11Tienen energía vasta para vivir por generaciones, y si no quieren mi amor, tampoco tendrán mi sol.
12El capitán del arca de hierro llevaba por nombre Mosi, y lideraba las embarcaciones desde hacía mucho tiempo. 13Pero el corazón de Mosi ya estaba duro, así que no hizo caso a Yequm: disparó lanzas de luz a su corazón y este gritó en agonía. 14Y el Testigo de la Micra guardó un dedo ensangrentado antes de salir de la nave. 15Pero Yequm se regeneró desde la punta del dedo hasta estar completo otra vez, por gracia del Señor. 16Entonces dijo:
— Seguidme, R70BG4. Debemos volver a proclamar la palabra del Señor, para acariciar el corazón de los hombres. 17Y los hombres no ablandarán su corazón, y volverán a matarme. Entonces, el Señor mandará las plagas sobre ellos.
18Y así, Yequm regresó ante la corte de Mosi. 19Sus hombres tuvieron miedo, pues con sus propias manos habían arrancado los cuatro brazos de Yequm y habían sacado todos sus ojos, pero ahora se encontraba de pie de nuevo, por esto escucharon atentamente esta vez. 20Y Yequm dijo:
— El Señor, Dios de dioses, te ordena dejar su sol. 21Ya tienen sus vientres satisfechos, y sus cabezas descansan sobre seda. 22No necesitan consumir lo inconsumible, por eso te manda decir: dejad a mi sol.
23Y Mosi dijo:
— ¿Quién es este Señor, que viene a mi flota y ordena a mis hombres? 24Yo no conozco a ningún Señor más que al motor de absorción entrópica. 25Muéstrame el poder de tu Señor, del que tanto hablas, y ya veré yo si dejo este Sol detrás.
26Y Yequm le dijo a R70BG4, Testigo de la Micra:
— R70BG4, toma tu batería de repuesto, y arrójala a los pies de Mosi.
27Y así lo hice, y la batería de repuesto se fundió en segundos con el suelo, y volvió en forma de mujer de plata. 28Y varios se asombraron, pero Mosi sólo rió y pidió algo a la oreja de uno de sus magos. 29Los magos se pusieron sus batas blancas e hicieron su magia, imitando lo que había hecho Yequm con la batería: 30Una mujer de oro fue formada con electrodos y magnetos, pero la mujer de plata la devoró en un momento. 31A pesar de ello, el capitán no escuchó a Yequm, pero lo hospedó en su arca para presumir su opulencia.
Primera plaga: sangre
84 3Horas después de descansar, Yequm se presentó ante Mosi de nuevo. Mosi comía sirope de carne y bebía vino, pero el Macrocosmo tiró la comida al suelo, y en voz indignada y poderosa gritó:1Un poco después, Yequm cerró sus ojos, hundió su cabeza en el hueco de su pecho y habló con el Señor, 2y el Testigo de la Micra no logró saber las palabras santas que hablaron, porque eran del tamaño del Espíritu, que es más pequeño de lo que es empíricamente posible medir.
4—El Señor me ha sacudido en la noche e hirvió mi sangre con celo divino, pero ha decidido dar diez oportunidades, como antes. 5Ahora, el Señor otorga diez horas humanas para que se arrepientan, y dejen su sol. 6Cada hora vendrá con una nueva plaga, así que mira dentro de tu corazón, hombre, y hallarás a Dios. No mires, y te hallarás condenado.
7Yequm sacudió los brazaletes de metal en sus manos, y al instante, el sirope se cuajó y el vino quedó sólido, y cuando lo probaban tenía el sabor de la sangre. 8De inmediato, el canto de las trompetas de auxilio se escuchó en toda la nave. Los depósitos de bebida habían sufrido un cambio coloidal y nadie podía beber nada, pues todo estaba cuajado y sabía a la propia sangre. 9Mosi escupió sobre su plato y llamó a sus magos que pronto dieron razón del cambio: combinaron en su laboratorio CO2 y FE con agua condensada del aire y produjeron Fe(OH)3, que tenía el mismo aspecto rojizo que el milagro del Señor. 10Mosi mandó arrancar uno de los brazos de Yequm y estudiarlo, junto a los brazaletes sagrados, y lo regresó a su habitación. 11Lentamente, los magos restauraban los líquidos a la normalidad, pero pocos se animaban a beberlos.
12Y el Señor abría su ojo, y miraba dentro del corazón del hombre, que estaba enfermo de desesperanza.
Segunda plaga: las ranas
13Yequm se presentó ante Mosi de nuevo, y en el lugar del brazo que le había sido arrancado, estaba otro, sano y fuerte. 14El capitán se burló del Macrocosmo, y dijo:
— Sabemos cómo hiciste para transformar los líquidos en sangre cuajada: esos brazaletes tuyos emiten resonancias atómicas específicas, radiación alfa y beta que bombardean substancias localizadas. 15Tu Dios es mi Dios: la ciencia.
16Yequm derramó una lágrima y respondió:
— Hombre pobre de fe, los brazaletes no son míos, el Señor me los dio. Y me ha dado también la palabra de la segunda plaga, que viene a ti ya. 17Dejad a mi Sol, dice el Señor.
18Mosi se burló una vez más, y Yequm tomó un pequeño saco de su cinturón, vació un polvo verde y brillante sobre su mano y sopló. 19Parecían partículas de polvo, pero tenían conciencia y dirección, y todas entraron en los habitantes del arca de metal. 20Fue pues que de sus narices comenzó a derramarse un líquido espeso y verde, y sus pechos se inflamaban. 21Mosi llamó a sus magos, que lograron ver dentro de su pecho: habían siete ranas alojadas en sus pulmones. 22Los magos explicaron esto al arrebatar el saco y comprobar que eran huevos de rana deshidratados, replicando el milagro en su laboratorio. 23Yequm recibió las burlas y risas de unos cuantos, pero otros comenzaron a temer más, diciendo “este viene del espacio sin conocer tecnología alguna, pero tiene herramientas avanzadas. Deben de habérsele sido dadas por Dios”. 24Pusieron cadenas a los cuatro brazos de Yequm, y lo dejaron en su recámara, atado, mientras Mosi entraba a quirófano para tener las ranas removidas de sus pulmones.
Tercera plaga: los insectos.
25Mosi se encontraba en ese entonces en la sala de recuperación, con pulmones de repuesto. Entonces Yequm se apareció ante él, en carne y espíritu. 26Aunque Mosi activó la alarma, le dijeron que no había problema pues las cámaras mostraban a Yequm sentado en su habitación, encadenado y orando. 27Y dijo Yequm:
— Has tenido tiempo para deliberar, y el Señor quiere escuchar tus palabras: el Señor sólo entiende de lo que habla el corazón. 28Mosi, dejad a mi sol, dice el Señor.
29Y Mosi respondió:
— Ni con mis arcas llenas de energía para vivir miles de años dejaré este sol. 30Haz lo que tu Dios te mande: yo puedo replicar cualquier milagro, pues soy igual a tu Señor.
31Yequm puso sus manos sobre la pared metálica y empujó. El metal era como carne que se escurría por entre sus dedos. 32Los pedazos de metal caían en el suelo y les crecían extremidades, largas y delgadas. Una boca de hilos finos se les formaba, para causar dolor, pero no daño. 33Con una palmada fuerte, Yequm convirtió toda la pared en granos metálicos que al caer terminaban como insectos, y subieron al cuerpo de Mosi, y este sufría como sentir miles de agujas entrar bajo las uñas, sobre los ojos y en la garganta. 34Cuando los magos llegaron, no podían remover los insectos, pero tampoco hallaban ningún daño ni estímulo nervioso. 35Los magos no pudieron replicar el milagro del dolor sin daño, y le dijeron al capitán “Esto es obra del dedo de Dios”. 36Pero el capitán no los escuchó, y su corazón se endureció aún más, mientras toda su flota y naves sufrían a la merced de los insectos, con dolores inmensurables, pero sin daño alguno.
Cuarta y quinta plagas: moscas y peste.
85 — 2El Señor lo sabe todo, y no condiciona nada. R70BG4, preparemos nuestro corazón para la crueldad del hombre, pues la justicia del Señor no cederá, antes bien, se mostrará con más gloria ante la terquedad de sus corazones, y tú debes atestiguarlo.1Yo, su robótica nimiedad, estaba sentada frente a Yequm, observando lo que los ojos del Macrocosmos observaban por medio de conexión sináptica externa. Cuando abrió los ojos dijo:
3En ese momento, hombres armados entraron a la habitación, quitaron las cadenas de Yequm y lo escoltaron, cojeando por los intensos dolores que les provocaban los insectos de metal, hacia la corte electrónica.
4Al llegar, Mosi gritaba de dolor y se arrastraba en el piso, cubierto de las creaturas que picaban sin picar y mordían sin morder. 5Gritó tanto como sus fuerzas lo permitían, y después dijo, mirando fuera a Yequm y dentro al Ojo de Dios:
— Profeta cósmico, llévate el sol de tu Señor, pero retira estas creaturas y detén el dolor mío y de mi gente.
6Y Yequm dijo:
— Si el Señor también lo quiere así, Amén.
7Y a lo largo de todas las arcas, los insectos se desmoronaron, convirtiéndose en arcilla y charcos bajo sus pies. 8Entonces, Mosi, aliviado del dolor, dio una señal y todos los soldados que estaban presentes dispararon hacia Yequm, y lo destrozaron con balas y luz y fuego, usando todo lo que tenían, hasta que quedaron sólo cenizas celestes. 9Mosi aseguraba “no volverá a molestarnos, pues no existe su Señor, sólo ciencia que aún no conocemos”. 10Entonces, de entre las cenizas surgió una serpiente que se levantó sobre su cola, y las escamas reflejaban el brillo del sol, y su piel se abrió para revelar a Yequm, intacto, dentro de ella. 11Entonces levantó sus cuatro puños, y gritó con santa cólera:
— ¡Hombre, el Señor te ha permitido elegir, y elegiste mal! 12Quisiste engañar a Dios con promesas falsas, pero el Señor ha prometido que cada plaga será más fuerte que la anterior. 13Y el Señor siempre cumple sus promesas.
14Y Mosi dijo:
— ¿Por qué no dos plagas? ¿Qué tu Dios no es poderoso? No quiero esperar otra hora más para recibir la siguiente ¡Manda todas de una vez!
15Y Yequm dijo:
— Hombre necio y tonto. Las plagas son para romper tu corazón, no para destruirlo. 16El Señor no mandará más de lo que puedas soportar, pero si lo pides, se te dará.
17Y dicho esto, Yequm se postró sobre el suelo, y puso sus cuatro manos en él. Y de ellas salieron venas que recorrían el metal negro y se hinchaban pulsantes, como llevando sangre por dentro, y se extendían hasta el punto más escondido de las arcas de metal. 18Y en las puntas de las venas se formaron pústulas que atravesaron la superficie, y se inflaron y abrieron sus ojos y bocas, convirtiéndose en pequeñas cabezas. 19Las cabezas abrieron sus fauces y de ellas salieron moscas y peste, y las moscas ensuciaban el lugar en el que se posaban, y la peste hedía en todos lados. 20Los soldados de Mosi cortaban las cabezas y las quemaban, lavaban las pústulas, pero ahí donde una era cortada, dos ocupaban su lugar, y aún después de cortadas daban gritos acechadores y lloraban sangre.
21Mosi se cansó de intentar deshacerse del Macrocosmos, así que le preparó una silla al lado de la suya, para que sufriera lo mismo que él, pero Yequm sólo olía agua dulce y flores, porque así lo quería el Señor.
Sexta plaga: las úlceras.
22Mientras las moscas recorrían su piel y aguantaba el olor de azufre y excremento, el capitán hizo una pregunta a Yequm:
— ¿De dónde vienes tú, hombre azul? No entiendo por qué te empeñas en quedarte con mi gente y hacernos mal.
23Yequm dijo:
— Yo vengo del corazón de Dios, y me ha mandado a hacerte el bien, por eso te doy su mensaje para alejarte de su sol. ¿Has ablandado ya tu corazón?
24Mosi dijo:
— No. Mi corazón no se ablanda por un Dios que no existe.
25Yequm se puso de pié y caminó al centro de la corte electrónica. Cantó con una voz hermosa, y la voz se oía encima de todo sonido, pero no se escuchaba con las orejas, sino con el Espíritu en la parte más pequeña del ser. 26Y la voz comenzó a levantar la piel de las personas, dejando expuestos sus músculos. 27Y comenzó el ardor, la comezón y el sangrado, y nadie moría por causa de las úlceras, pero lloraban y no podían descansar.
28En ese momento, uno de los magos entró a hablar con Mosi, sosteniendo una solución cristalina y fluorescente adentro de una jeringa. 29Y Mosi extendió su brazo, y al ser inyectado, las úlceras desaparecieron, y el hedor cedió y las moscas se ahuyentaron de su piel. 30Él rió y proporcionó la cura a todos los tripulantes en pocos minutos. 31Luego se dirigió al Macrocosmos y lo golpeó hasta arrancarle todos sus dientes y dejarlo sin rostro. Mosi sabía que regresaría, pero aún así quiso hacerlo.
Séptima plaga: la tormenta.
32Pasada una hora, Yequm se levantó del suelo, limpió su sangre y se dirigió a Mosi:
— El Señor te manda la séptima plaga, Mosi, la cual es mortal para tu gente. 33Se acerca la décima plaga, y hasta entonces, su misericordia te recibirá. Dejad ir a mi sol, dice el Señor.
34El capitán pidió a los magos preparar más de la sustancia fluorescente que habían obtenido de los brazaletes de Yequm, y no dio respuesta alguna. 35El Macrocosmos tomó las manos de su robótica nimiedad, y las apretó con fuerza. 36De mis mecánicas garras salió una copia idéntica a mí, pero transparente, y contorneada por una línea blanca y fina. 37Yequm mandó mi contorno flotando contra una estructura, pero la atravesó, y derretía cualquier cosa a su paso. 38Entonces las trompetas del arca comenzaron a sonar, y por los grandes ventanales se observaban figuras geométricas transparentes de contornos blancos cayendo como lluvia sobre todas las naves, atravesándolas como una piedra atraviesa el agua. 39Al ver tres de las seis arcas que tenía completamente destruidas, Mosi se postró en el suelo y dijo a Yequm:
— Esta vez he pecado. 40El Señor es justo; yo y mi pueblo somos culpables. Pide al Señor que cese la tormenta, yo dejaré el sol y no lo acapararé más tiempo.
41Yequm dijo:
— Levantaré mis manos al Señor y cesará la tormenta. 42Esto lo hago para que reconozcas que el Señor es dueño del universo, pero yo sé bien que ni tú, ni tu gente, respetan todavía al Señor.
43Y así lo hizo. Levantó las manos y la tormenta cesó, pero al mismo tiempo, Mosi se levantó del suelo e inyectó a Yequm con el líquido cristalino que tenía. 44Yequm gritó de dolor, y se secó en medio de la corte electrónica, tomando un color café, como corteza de árbol. 45Nadie lo cargó, ni cortó, ni quebró; no por falta de herramientas, sino por miedo.
Octava y novena plagas: langostas y tinieblas.
86 1En la siguiente hora hubo silencio. Y del silencio, los hombres comenzaron a sentir hambre. 2Como no era aún signo de plaga, nadie utilizó el líquido cristalino, pero todos buscaban comida. 3Por cada segundo que pasaba, crecían las ganas de alimentarse, y cuando Mosi llegó a la reserva de alimentos, para la cual sólo él tenía la llave, dentro se encontraban ya otros miembros de la tripulación comiendo. 4Sus caras se encontraban deformadas con ojos de insecto, y quijadas abiertas verticalmente. 5Su piel era dura como hueso y mientras más comían, más se asemejaban a langostas. 6Entonces, la electricidad de la nave comenzó a fallar. Corrió el capitán al cuarto de energía, y vio que los contenedores entrópicos en donde almacenaban la energía que tomaban del sol, se vaciaban sin razón. 7Esto lo hizo el Señor, para obligarlos a buscar sus alimentos día con día, y a no dominar a los soles, sino respetarlos y venerarlos.
Décima plaga: la muerte de los primogénitos.
8Cuando Mosi regresó a la corte electrónica, un trueno proveniente del futuro rompió la bóveda de metal y azotó el cuerpo seco de Yequm, que prendió en llamas verdes, como una zarza ardiente. 9Y el fuego del Señor le dio vida, y se movió de nuevo. 10Dijo entonces:
— No habrá más advertencias, dice el Señor. Mosi, has sido egoísta y feroz, y a pesar de estas plagas, no has conocido al Señor.
11Y Mosi dijo:
— No culpes a un Dios de lo que tú has traído contra mi pueblo. 12Tú has lanzado las plagas, y te has quedado a ver nuestro dolor. ¡No eres bienvenido! 13Y si vuelves a presentarte ante mí, morirás todas las muertes que yo sea capaz de darte, y más.
14Y Yequm dijo:
— Así sea.
15Con una reverencia, desapareció, y la luz que emitió el Macrocosmos bañó por completo las naves y lo atravesó todo. 16Después de esperar una hora, nada perceptible sucedió. 17Mosi se analizó con máquinas grandes y pequeñas, y descubrió al fin de un rato lo imposible: ninguna de sus células, ni de las células de los demás humanos, contenían ya cromosomas. 18Desaparecieron, y con ellos, la posibilidad de reproducir la vida humana de cualquier forma.
19Así, unas décadas después entró Mosi en la vejez, sintiendo añoranzas de su juventud, los viajes, y el espacio. 20No podían moverse lejos del Sol, pues sin poder utilizar reservas no duraban más de unos días viajando, antes de quedar varados. 21Estaba cerca de la muerte, y miraba el sol. 22Era exactamente igual a como se veía unas décadas atrás: sin fin, con energía eviterna. 23Después de irse, el Sol seguiría brillando mucho tiempo después. 24Recordó las plagas, y el dolor de cada una, pero ninguna dolía tanto como la última: el fin de la trascendencia.
25Se sentó en su asiento en la corte eléctrica, y miró hacia dentro de su corazón. Entonces dijo antes de morir:
26— Gracias, Señor, por acabar con la plaga.
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