Cada noche el viento susurraba para acallar nuestras voces, cada noche la niebla se alzaba procurando que nadie pudiera vernos, cada noche la lluvia borraba nuestros pasos impidiendo que pudieran encontrarnos.
Aquel fatídico día en el que todos decidimos entrar en aquel laberinto, aquel fatídico día en el que pensábamos que las risas serían lo único que escucharíamos.
Craso error.
La penumbra nos engulló, la noche nos envolvió, aquella risa se burlaba de nosotros y el hediondo aliento que provenía de aquella figura en la esquina nos asfixiaba lentamente, haciéndonos saber que jamás saldríamos de allí.
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