«¡Con la esencia de una sobrehumana pasión!»
Fiera de Amor, Delmira Agustini.
El 24 de octubre de 1886 nace Delmira Agustini en Montevideo, capital de Uruguay.
Lugar donde perdería la vida a la suma cantidad de veintisiete años, un 6 de Julio de 1914.
A casi 105 años de su muerte, su vida y obra continúan interesando profundamente a los lectores.
Mujer y poetisa, perteneciente a la Generación del Novecientos (grupo de escritores uruguayos cuyo apogeo fue entorno al 1900), marcó un antes y un después con sus obras evocada a la expresión del erotismo.
Nació en una época donde el patriarcado reinaba. Presa de una mente y emociones demasiado avasallantes para su tiempo, Delmira fue y es símbolo de libertad.
Sus poesías están completamente vertidas al amor y la sensualidad, a lo erótico, que en una sociedad machista, donde las mujeres ocupaban un rol muy restringido al hogar y a la vida de reclusión, Delmira fue como un torbellino de descaro para algunos, admirable para tantos.
Pese a que nació en una familia conservadora, tuvo la fortuna de contar con el apoyo de estos.
Su padre, por ejemplo, transcribía sus borradores desprolijos.
Comenzó a escribir versos a la temprana edad de diez años, al igual que manifestó interés por cultivar de saberes a su persona, estudiando música, francés y pintura.
Su estilo perteneció a la fase Modernista. Expresa Feminismo, sexo y sensualidad.
Los cálices vacíos es su tercer libro, el cual la puso en vanguardia. Fue dedicado al Dios del amor, Eros, quien sería musa y protagonista en varios de sus poemas.
Un 14 de agosto de 1913, se casó con Enrique Job Reyes, un rematador. Al cabo de poco tiempo, Delmira volvió a casa de sus padres y obtuvo el divorcio.
Tanta pasión en un solo ser fue demasiado para un hombre, y tal cual la define él mismo en correspondencias con un amigo: «de sexo encendido».
Pese a la literatura en la cual la poetisa liberó sus encantos, su auge carnal, su postura, sentir y más, Job a ciegas tomó ese oscuro tren de intentar domar a quien ha nacido libre e intenso. Tomó el riesgo, y éste los tomó a ambos de rehenes.
Luego de separados siguieron viéndose en una pensión situada en la calle Andes. Como si la poetisa no pudiese sostener aquel título de ser una esposa, pero sí una amante, y Job no pudiera aceptar esa mancha en la dignidad de un hombre de la época, de perder a su mujer tan tempranamente, y sobre todo, por asuntos de sexo.
El día en el que la poetisa obtuvo el divorcio fue el detonante de toda la situación con Job, al igual que de sus vidas.
En aquel lugar en el que ambos se encontraban para dar rienda suelta a las pasiones carnales, el hombre no pudo contener la deshonra que le confería el divorcio a su persona pública, y a la vez, el tsunami que implicaba para su fanático amor por la escritora esta pérdida definida por un papel que delimitaba: «Eres mía y ya no lo eres».
Le arrebató la vida, y luego se arrebató la suya.
Delmira Agustini es símbolo de feminismo. Su caso aparenta ser uno de los primeros en violencia de género. Por esta razón se creó un memorial en el lugar que fue asesinada en honor a todas las víctimas, que hoy, tantos años después, siguen muriendo en iguales o peores condiciones en manos de sus compañeros.
Delmira Agustini es símbolo de libertad y valentía, pues, con una sociedad totalmente evocada a lo tradicional, muy estructurada y represora, dura en la crítica, en el qué dirán, floreció intensamente, llenándose de pétalos filosos. Esplendió a su forma, llevándose por delante absolutamente todo lo que había alrededor, al punto de que esa invisible, pero densa línea entre vivir sin tabúes y el decoro de la época le costó la vida.
Valiente e incomprendida, pereció joven, sin embargo, sus obras son tan perennes como el amor que manifestaba en sus escritos.
«La fiera de amor», Delmira Agustini, como uno de los poemas que compone a Los cálices vacíos, y rehén de «una pasión sobrehumana» que guió sus días, su obra y esencia, es única e inmortal.
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