Con lupa en mano estoy dispuesto
a ver si lo que cuentan es cierto.
Si acaso en una visión detallada de tu ser
yo encuentro aquello que me haga ceder
y permitir que tu dulce imagen,
que tanto he alimentado dentro de mí,
centro único de todo mi arte,
se manche de un negro febril.
Febril, pues no puedo concebir
errores en mi divina musa,
y tus tentadores ojos, que son mi cielo,
jamás podría verlos como un común objeto.
Valor se requiere para el desengaño.
Esta búsqueda, deseo infructuosa,
si es certera estaré destrozado
y tendré que dejar tu jardín, mariposa,
pues ya no podré seguir disfrutando
de tu aleteo cuando sé que es falso.
Y con lupa en mano me introduzco,
paisaje extraño, paisaje divino.
Dónde debo empezar y a dónde debo ir.
Nadie, antes de entrar, me dictó camino
y perdido me encuentro lejos de mí.
Pues solo con mi yo perdido
puedo contemplarte como un extranjero
paisaje extraño, paisaje divino.
Y aquí es donde en mi diario escribo:
Cuánta belleza se ha concentrado en tan poco espacio,
pues cuán bellos son los árboles que aquí crecen,
sus raíces son fuertes y sus frutos me enloquecen.
Cuán dulce es la vista y cuán dulce es la brisa,
cuán dulce es el canto de las aves
y cuán hermoso es el reflejo del sol en el lago
que ocupa el centro del todo y es adorado
por todos los animales que aquí habitan.
Mi torpe extranjero ha quedado encantado,
así que necesito a un nuevo aspirante
para ser narrador objetivo de este relato
y le diga al mundo lo que este amante
es incapaz de decir sobre su brillante
estrella del norte, guía incondicional.
A lo lejos veo a un caminante,
despojado de toda posesión.
Le preguntaré qué opina de esta flor
que he encontrado en el parque.
Como alguien que no espera ganar nada
sabrá apreciar la verdadera esencia de la vida.
Lo llevo al parque, lo llevo a la flor,
él la observa y queda fascinado.
Y fascinado, con pupilas dilatadas y ojos desorbitados,
se abalanza sobre ella, dueña de mi corazón.
Lo sostengo y le echo a un lado.
Pregunto el motivo de su locura.
Qué no es obvio, el deseo me ha atrapado,
es imposible no perder la cordura,
esa flor se alza sobre las otras flores.
Su tallo ha crecido recto, una perfecta línea,
sus colores son más vivos, los de las otras, pobres.
Y he llegado a ver el cielo, una visión efímera,
pero que espero se vuelva eterna
cuando entre mis manos la tenga.
Es lo único que vale la pena tener.
Yo que he aprendido a negarme al deseo
sucumbo ante tal espécimen y me entrego
a la frenética lucha del poseer.
Entonces me veo obligado a luchar para alejar
a aquel condenado, condenado al verte.
Era obvio que sucumbiría, la locura es mortal,
cuando se contempla a una nueva especie,
o quizá no nueva, pero sí bastante extraña,
de ser y de vida, de celestial existencia.
Y me quedo solo una vez más,
contemplando aquella pintura,
que cambia mucho en la oscuridad
pues su belleza se vuelve amargura
para aquel que no sabe apreciar
aquellas sombras que se dibujan
cuando el sol se oculta.
Tanto conozco esa pintura,
que ya he visto aquella mano mal dibujada
y aquel letrero que se pierde en la ciudad,
he visto, también, el rostro de los niños
que el dibujante no quiso agregar.
Lo he visto, pues la he visto lo suficiente.
Y aun así es bella, como bella era aquella flor,
como bello era aquel paisaje, y como bella eres tú.
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