carolinaiuorio Carolina Iuorio

El verano de un grupo de amigas. Un calor agobiante. Un árbol salvador.


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Aquel árbol

Ese verano el sol parecía burlarse de nosotras. Desde que amanecía hasta que atardecía, brillaba, fulgurante, en el cielo sin nubes. A más de cuarenta grados la temperatura ascendía y ninguna de nosotras tenía aire acondicionado en su casa.

Pasábamos las vacaciones escolares, refugiadas bajo la sombra de un árbol protector. En la tierra seca sus raíces reptaban e invadían por completo el patio de Marina.

Marina era la única del grupo con jardín en su casa. El resto de nosotras vivíamos en departamentos pequeños. Todos los días, a las diez de la mañana, llegábamos puntuales a refugiarnos bajo aquel árbol. Hasta que anochecía yacíamos ahí. Los padres, impuestos por la vida, no nos permitían pasar la noche en otro lugar que no fuera el hogar propio.

La brisa caliente que, por momentos circulaba nos cacheteaba con fuerza. Era imposible moverse. Bajo ese templo sagrado no podíamos más que echarnos y esperar a que llegase la noche.

Un día igual a tantos otros, Marina llegó agitando una revista gruesa y gastada. Tengo la solución para nuestro agobiante problema, exclamó entusiasmada. Nos contó que había hallado “la salvación” mientras rebuscaba en las cosas de su abuela, fallecida dos meses atrás.

En esa revista se detallaba un ritual para cambiar el clima. Parecía bastante simple. Armar una fogata, tomarse de las manos y recitar una oración, en un idioma que no conocíamos.

Nos pusimos manos a la obra. Juntamos muchas ramas, todas las que pudimos encontrar. Marina buscó un desodorante y fósforos. Así prende más rápido. Lo probé en un campamento y funcionó.

Armamos la fogata, arrojamos varios fósforos encendidos y le echamos un poco de desodorante. ¡Bingo!, las llamas comenzaron a arder. Se llenó de un olor extraño el ambiente, mezcla de lo que habíamos echado al fuego. Nuestras narices gritaban que ese hedor se apagase.

Haciendo un gran esfuerzo por no vomitar, nos tomamos de las manos, con cuidado de no acercarnos mucho a las llamas rojas y exuberantes que ardían frente a nosotras.

Recitamos con voz fuerte la oración. Esperamos unos minutos. Una ráfaga de aire hirviendo nos sacudió con fiereza.

Lo volvimos a intentar, una y otra vez, sin éxito.

Hasta que la décima vez, el cielo, despejado segundos antes, se llenó de oscuras nubes de tormenta. El viento hasta entonces caliente soplaba helado. Yo tiritaba. Se me puso la piel de gallina.

La mamá de Marina nos llamó desde la molesta cocina. No nos importó.

Salimos de nuestro templo sagrado justo cuando la lluvia fría descendía desde las alturas.

Bailamos empapadas y espantosamente felices.

No podría afirmar cuánto duró la tormenta pero sí decir que nos quedamos dormidas en el pasto empapado y que despertamos la mañana siguiente, bajo el furioso sol que volvía para torturarnos.

Derrotadas, arrastramos las piernas hacia el único refugio fiel que no nos defraudaba. Aquel árbol.

May 22, 2019, 5:30 p.m. 2 Report Embed Follow story
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The End

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Valeria Montagut Valeria Montagut
Me encanto Caro! Muy lindo! 😘
May 23, 2019, 01:33

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