dan-aragonz1552556782 Dan Aragonz

Una mujer busca a su esposo desaparecido y se encuentra con una horrible sorpresa.


Horror Not for children under 13.

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LA BRUJA DEL BOSQUE








Aunque su insomnio empeoró la última semana, Anabela Smith por fin dormía en medio de su cama matrimonial gracias a la ayuda del Doctor Dietrich, quien, preocupado porque su mejor enfermera pudiera empeorar después de lo sucedido con su esposo, decidió llevar la hipnosis a otro nivel y le susurró una palabra clave, al oído, para conseguir resultados. Luego abandonó la casa de Anabela y se fue al hospital; estaba convencido que el tratamiento la ayudaría a superar el deplorable estado en que se encontraba tras la desaparición de su marido, Mark.

En medio de la noche, cuando el reloj de su cuarto, que colgaba de la pared, marcó las tres, una lejana voz la despertó.

—No me dejes.

Se incorporó sudando sobre la cama. La frente le ardía como nunca. Aunque faltaban un par de semanas para que el verano llegara, el calor en su cuarto era insoportable.

—No me dejes...—volvió a oír y esta vez era más cerca. Estaba segura que era la voz de Mark.

En el pasillo, el teléfono empezó a sonar como si su difuso sueño se hubiera conectado con la realidad.

Abandonó la cama y se despegó el camisón de los pechos; no recordaba una noche tan calurosa. Su nervio óptico derecho comenzó a temblar por las ideas que pasaban por su cabeza.

Salió de la habitación y encendió la luz del pasillo. El teléfono continuaba sonando y la idea que su esposo le llamara para decirle donde estaba la puso nerviosa; también podía ser para decirle que lo habían encontrado muerto.

Avanzó descalza hacia la mesilla del fondo. El aparato estaba a punto de saltar de su soporte. Anabela temía que se tratara de una horrible noticia.

Levantó el auricular y se quedó en silencio; había dejado claro en enfermería que no la llamaran si no eran noticias de su marido; la cantidad de pacientes la última semana había aumentado y las horas, que se pasaba atendiendo personas con problemas mentales parecía que no la ayudaban en nada a superar su estado.Los medicamentos experimentales del Doctor Dietrich no habían funcionado.

Cuando sostuvo el teléfono entre oreja y hombro, una voz conocida del otro lado de la línea, le habló;

— ¿Me escuchas? —dijo un hombre, entre gritos de fondo.

— ¿Quién es? —dijo Ana, y miró una fotografía que colgaba del pasillo — ¿Eres tú, Cooper?

—Estoy en la ruta 43. En el Bobby club ¿Puedes estar aquí en media hora?

— ¿Qué pasa que llamas tan tarde? —le dijo ella, mirando la foto colgada en la pared donde aparecía Cooper junto a su esposo.

—Tengo una emergencia. No te molestaría si no fuera necesario. Iba de camino a la estación y bueno… Lo verás tu misma cuando llegues aquí.

—Un momento. Me llamas después de una semana de la desaparición de Mark y me haces sentir que es una obligación ir a ayudarte en lo que sea que quiera que estés metido—dijo Anabela—He comenzado un tratamiento para superar esta horrible pesadilla y la verdad es que no puedo ayudarte Cooper.

—Tengo noticias de tu esposo— y colgó el auricular.

Era extraño que la llamara a esa hora. No hablaban desde que se había dado inicio a la búsqueda de Mark.

Anabela regresó el teléfono a su lugar y se quedó mirando la foto de Cooper y su esposo. El pálpito de su globo ocular se agudizó.

Regresó a su habitación. Habían pasado tantos días que no tenía esperanza de encontrarlo con vida. Sin embargo, sabía que era la voz de su esposo la que le había hablado en sueños.

Sacó del cajón de la mesilla, junto a la cama, un pequeño revólver que guardaba su esposo por seguridad. Se lo guardó entremedio del sujetador. Estaba acostumbrada a ver en su trabajo dementes que por suerte podían medicarse. Pero en la calle, era distinto. Nunca se sabía cuándo podía aparecer alguno sin tratamiento un tratamiento efectivo.

Entró al baño y abrió un frasco amarillo y tragó dos píldoras; eso la calmaba siempre que se peleaba con Mark. La última imagen que recordaba era la de una fuerte discusión que mantuvieron en la cocina que casi pasa a los golpes. Al salir cogió la bata que colgaba de la puerta y se la anudó a la cintura.

Antes de apagar la última luz de la casa, su inquieto ojo se había calmado. Cuando salió al patio aún era de madrugada. La única bombilla encendida, que a esa hora la acompañaba, era de un poste frente a su hogar que parpadeaba como si alguien le enviara un mensaje en clave Morse.

Subió al coche y se alejó de su casa.Estaba convencida que Mark necesitaba de su ayuda.

Media hora más tarde, concentrada en la autopista, que se desdibujaba delante y con la luna llena en lo alto guiándola entre un sueño difuso de luces, vio el letrero luminoso que le indicó el bar que le mencionó Cooper.

Abandonó la carretera y vio coches estacionados junto al enorme letrero que decía "Bar de Bob". Reconocer el vehículo del compañero de su esposo, no le fue difícil: aquellos automóviles no pasaban desapercibidos en ningún lugar.

Aparcó y salió caminando. Mientras avanzaba, se acomodó el revólver bajo el sujetador y volvió a cubrirse con la bata rosa que llevaba encima; su marido siempre le decía que no había que fiarse de nadie, ni siquiera de ella misma.

La puerta del bar, que salió y entró de golpe cuando una pareja de borrachos, entre risas, abandonó el antro, dejó espacio suficiente para que Cooper apareciera en su campo visual; el amigo de su esposo estaba en la barra y miraba la televisión colgada en lo alto con un café en la mano, mientras algunos borrachos jugaban billar en torno a la mesa del fondo de la sala.

La noticia de un asesinato que apenas se escuchaba por los altavoces tenía captada su atención. El cantinero subió el volumen y luego pasó un trapo por la barra. Cuando ella lo cogió del hombro y vio su cara, supo que Cooper no tenía buenas noticias; estaba pálido y sobre su chaqueta una enorme mancha de sangre arruinabasu traje.

—Me alegra verte, Ana.

— ¿Qué sabes de Mark?—dijo ella, haciéndole un gesto al cantinero para que le pusiera un café.

— Necesito tu ayuda—dijo Cooper—Acompáñame—y dejó caer monedas sobre la cubierta antes de acercarse, entre las mesas, a la salida del bar.

— Me estás asustando—dijo ella y miró la patrulla estacionada a través del ventanal.

Lo siguió a un par de metros de distancia y sintió un leve mareo que nubló su vista. Sin embargo, al salir, se le pasó; no sabía si era el calor o era lo incomoda que se sentía con Cooper; desde que su marido había desaparecido, nunca más había vuelto a visitar la casa. Ni siquiera la había llamado para saber cómo estaba.

Cooper abrió la puerta trasera del coche y se hizo a un lado.

Anabela se acercó, desconfiada, y miró dentro.

— ¿Quién es ella? —y se acercó a cogerle las manos a una mujer que había sentada muy parecida a ella. Tenía las manos apoyadas sobre sus piernas y le temblaban—Está en shock, Cooper. Debemos llevarla al hospital, ahora.

El policía alumbró a la muchacha con su linterna; la chica tenía la cara arañada y algunas heridas en sus hombros. Sin embargo, por más chasquidos que le hizo con los dedos esta no reaccionó. Solo murmuraba entre la saliva que le caía de la boca.

—Iba camino a la estación cuando salió del bosque a un costado de la carretera. En el mismo sitio donde desapareció tu marido—dijo Cooper—A solo un par de kilómetros de aquí. Pero no me ha dicho una sola palabra desde que la encontré.

— ¿Qué hacías en el bosque a estas horas? —le dijo Anabela, que sintió que la chica apretó su mano.

— ¿Crees que puedas ayudarle a recordar algo? —interrumpió el detective. Pero Anabela hizo a un lado la linterna del detective.

—Dame un poco de espacio, Cooper— y este se alejó unos metros de la patrulla.

— ¿Quién te hizo esto? Puedes responderme. Si no me dices nada no puedo ayudarte —le dijo Ana, nerviosa, girándole la cara para que la muchacha le prestara atención — ¿Cómo te llamas?—insistió, haciéndole señas a Cooper para que se acercara a iluminarlas.

Sin embargo, la chica no contestó y se echó a llorar.

— Cooper, necesito llamar al hospital, ahora. El Doctor Dietrich puede ayudarla. Esta chica necesita medicación, urgente.

—Trataré de comunicarme con el hospital—dijo Cooper, que no despegó su mirada de Anabela.

— ¡Date prisa!— y cerró la puerta de la chica que no dejaba de sollozar y se subió a la patrulla— ¡Vamos Cooper! ¡Arranca!

— ¿Recuerdas algo?—dijo el detective en voz alta cuando se subió al coche. Pero no tuvo respuesta.

Encendió el motor y avanzó lento entre los otros vehículos estacionados a su lado. La extraña mujer se reincorporó, se limpió la saliva de la boca y dijo con voz temblorosa—Fue la bruja del bosque.

Anabela se quedó en silencio y la miró por el retrovisor; sabía que no estaba bien.

— ¡Date prisa! ¡Está delirando!—y bajó el vidrio de su ventanilla para que la mujer pudiera respirar mejor.

— Podemos llevarla a la estación para interrogarla. Quizá sepa algo sobre tu esposo—dijo Cooper, que avanzó con la pista vacía y encendió la baliza antes de meterse a la autopista.

— ¿De qué estás hablando Cooper?—dijo Anabela, y se giró para hablarle a la chica que volvía a echarse a llorar— ¿Tienes alguien a quien podamos llamar?

Pero la muchacha solo volvió a balbucear algo que expulsó de su boca en una frase corta— ¡Deben sacarlo de allí!

Anabela miró a Cooper que conducía y la miraba de reojo— ¿A quién hay que sacar de dónde? —dijo Ana.

— ¡A ese pobre hombre! ¡Los gritos...! ¡Por Dios!

— ¿Qué hombre? ¿Puedes describirlo?—agregó Cooper en voz alta, poniendo atención al oscuro camino que tenía delante ¿Recuerdas el rostro de ese hombre?

Anabela tomó aire y miró a Cooper— ¿Crees que puede estar hablando de…?

—No lo sé. Puede ser—dijo Cooper.

Pero ambos dejaron de hablar cuando vieron lo que la mujer trataba de hacer.

— ¡Detén el coche!—dijo Anabela, y trató de impedir que la chica abriera la puerta trasera.

Cooper contuvo su cuerpo sobre su asiento y tiró del freno de mano. Las ruedas se deslizaron por el pavimento hasta que las barras de contención, por suerte, detuvieron la patrulla antes de caer al bosque.

— ¿Pero qué demonios haces? —le dijo Cooper, que quitó el seguro a las puertas y se bajó nervioso—Pudimos habernos matado—y se alejó mientras se agarraba la cabeza, atónito.

—Un momento. Conozco este lugar—dijo Ana, mientras la mujer se tranquilizaba.

Sacó el revólver de su ropaje y el pálpito de su ojo derecho volvió y se acentuó.

Cooper se asomó por la ventanilla y Anabela le apuntó al rostro.

— ¿Dónde está Mark?—le dijo desconfiada.

— ¡No estamos para estos juegos, Anabela!—y el detective le voló el arma de un manotazo—No puedo perder el tiempo así contigo—y se alejó hasta que se perdió en el bosque.

Anabela activó el seguro de todas las puertas; Cooper estaba actuando extraño. Sin embargo, era imprescindible llevar a la muchacha a un hospital. El problema era que las llaves de la patrulla no estaban.

Revolvió la guantera y no encontró nada. También revisó bajo ambos asientos hasta que se dio por vencida y se relajó ante tanto alboroto.De pronto, vio que la chica comenzó a moverse. La miró por el espejo y no alcanzó a evitar que se diera cabezazos contra el cristal de su puerta. El vidrio se empapó de sangre, en segundos, cuando su cabeza, que pareció estallar contra este, soltó un sonido hueco como si no tuviera nada dentro del cráneo. Sus ojos quedaron blancos, como si ya nadie habitara su cuerpo.

Anabela, asustada, se bajó de la patrulla y cerró de un portazo.Había presenciado situaciones extrañas y violentas en el hospital, pero nada de ese calibre. Pensó en no dejar a la muchacha sola, pero era absurdo. Su cuerpo estaba inmóvil sobre los respaldos traseros; estaba muerta.

Echó a correr entre los árboles y lo único que se le ocurrió a Anabela fue a seguir a Cooper. Su mente se puso en blanco y no recordaba cómo actuar a pesar que era enfermera.

A manotazos entre las ramas se movía en zigzag tratando de no hacerse daño. Sus piernas forcejeaban con los arbustos que se enredaban en su bata. Gracias a la visibilidad que le daba la luna llena, logró por fin zafarse de la vegetación que disminuía a medida que avanzaba sin rumbo. Suponía que las huellas en el piso eran las de Cooper, aunque había otras dispersas en todas direcciones. Estaba bastante confundida y su ojo palpitaba cada vez más. Sin embargo, el camino se volvió claro cuando escuchó en su cabeza que su esposo necesitaba su ayuda.

—No me dejes…

A lo lejos, una vieja construcción que se asomó en su camino, le recordó confusas imágenes de Mark gritando de dolor. Era una casa de piedra, con un viejo y carcomido techo de madera. Parecía llevar allí cientos de años sin que nadie la habitara. Estaba cubierta de ramas y hongos podridos, que se notaban por la podredumbre que había en esa zona.

Anabela miró hacia atrás para ver si podía regresar. Pero la distancia que había perdido por completo el sentido de la orientación y no sabía en qué dirección estaba la patrulla de Cooper.

A su alrededor, los árboles formaban con el viento deformes sombras proyectadas que asustaban a cualquiera.Los troncos chirriaban con la corriente y, de vez en cuando, se escuchaban los brazos de los sauces rasguñar el techo de la casa que tenía delante.

—Yo he estado aquí —murmuró.

De pronto oyó que alguien se acercaba por su espalda. Pero no alcanzó a girarse. Las pisadas que había oído cerca, se convirtieron en cientos de pasos que se acercaba a ella desde todas direcciones. Como si fueran cazarla como a un animal indefenso. También escuchaba a perros ladrando.

Saltó la pequeña reja, que antecedía la construcción, y se apresuró hasta la escalerilla de la entrada.Para su suerte, la puerta de la casa estaba abierta.

Entró y buscó refugio. Se escondió detrás de la puerta para que no la escucharan, pero los pasos que la seguían se detuvieron de golpe y un silencio invadió su cabeza.

Se puso a temblar. Lo único que esperaba era encontrar a su esposo. Por seguridad revisó su bolsillo y el revólver continuaba dentro. Pero no recordaba haberlo cogido cuando Cooper se lo arrebató de las manos de un golpe.

Frente a ella, un largo pasillo lleno de musgos podridos se deslizaba sobre los muros de piedra que adornaban la casa. Solo una bombilla en la oscuridad, que se tambaleaba en lo alto, en medio de una sala a un costado del pasillo, la daban visibilidad. Todo se veía borroso, como en sueños.

Fue entonces, que un ruido a unos pocos metros delante, donde la luz de la bombilla no alcanzaba a iluminar con su baile, llamó su atención.

— ¿Cooper?—dijo Ana, pero no tuvo respuesta.

Apoyó su mano izquierda, temblorosa, sobre la húmeda pared y apretujó la empuñadura del arma con la otra mano. Cuando había ganado casi un metro de distancia, y había cruzado por fin el estrecho pasillo, donde la bombilla se tambaleaba sobre su espalda, vio su sombra reflejada delante y escuchó la voz de Mark.

—No me dejes...— era su marido.De eso no había duda.

Al intentar oírlo con detención, se dio cuenta que los quejidos provenían del final del pasillo.

Se acercó y encontró una larga escalera formada de escalones podridos que, por su posición, no alcanzaba a determinar con exactitud dónde iban a parar. El olor era difícil de soportar. Pero aun así, se obligó a descender.

Mientras se apoyaba del muro y bajaba la escalera en forma de caracol, sus ojos demoraron en acostumbrarse a la oscuridad. A esa altura, a pesar que veía con normalidad, ya no sentía su ojo derecho palpitar. No alcanzaba a ver dónde terminaban los peldaños, sin embargo, pasado unos segundos, logró ver que algo brillaba más abajo.

Pensó en regresar a buscar a Cooper. Pero no sabía cómo explicar que simplemente la mujer en la patrulla había muerto.

Bajó, un par de escalones más, apoyándose de los húmedos bloques de piedra, y se dio cuenta que el destello, cada vez estaba más cerca.Se trataba de un círculo de luz, que con el viento que entraba por su espalda hacía bailar las diminutas llamas de las velas que lo formaban.

—No me dejes—escuchó decir otra vez, pero ya no estaba tan segura que fuera la voz de su esposo.

Puso su pie izquierdo sobre el peldaño, que tenía detrás para regresar, pero eso bastó para que se desplomara escalera abajo. Su cuerpo no se detuvo hasta que impactó contra el piso. Al abrir sus ojos en medio de la contusión, solo alcanzó a escuchar los alaridos de alguien a pocos metros de ella, nuevamente.

—No me dejes— el tono de voz cambió y la tenue llama de una vela, que había quedado bailando en la oscuridad, dejó ver a la mitad de un cuerpo putrefacto que se arrastraba hasta ella.

—No me dejes—repetía la amorfa cara sin ojos, que estaba a punto de alcanzarla con el único brazo que tenía, cuando la pequeña llama se desvaneció y ella perdió el conocimiento.

Sin embargo, el olor a quemado de las velas consumidas le caló la nariz y eso la despertó.

Trató de ponerse de pie como pudo. Sentía que los musgos y las ramas húmedas, que salían de entremedio de los bloques y se enredaban entre sus piernas a medida que intentaba zafarse, la mantendrían encerrada allí para siempre. Pero en un último esfuerzo consiguió reincorporarse, con manotazos y cortó las raíces que la ataban.

Se arrastró con las fuerzas que le quedaban en los brazos hasta que sus dedos, que subían con dificultad los escalones encontraron la salida al pasillo. Sin embargo, cuando estaba a punto de despegarse del viscoso piso, se dio cuenta que la putrefacta criatura continuaba allí y se arrastraba hacia ella, escalera arriba.

Echó a correr y abandonóla casa.El viento resoplaba sobre la copa de los árboles y la luz de la luna deformaba las nubes.

Se detuvo y tomó un largo respiro. Tenía la sensación que los árboles parecían mirarla y que mostraban macabras intenciones de mantenerla atrapada entre sus deformes ramas.El suelo estaba lleno de huellas en todas direcciones y echó a correr entre los árboles, cuando volvió a escuchar cientos de pisadas acercándose y ladridos de perros.

También oyó la sirena de la patrulla de Cooper, a lo lejos. Fue entonces, que vio la barrera de contención de la carretera y echó a correr. No estaba segura si era el camino, pero era una salida que no se iba a cuestionar en ese momento.

Se agarró del suelo para subir la pendiente que se encontró de frente. Sacó varios puñados de tierra hasta que, en su desesperación, logró alcanzar la barrera metálica.

— ¡Cooper! ¡No me dejes aquí!—gritaba, mientras corría por un costado de la autopista, sin mirar atrás y escuchaba la sirena que se acercaba en alguna de las dos direcciones.

Su respiración se agitó y una delgada película de sangre que bajó por su frente le volvió la vista borrosa. Las ramas la habían atacado y el sudor en su cara, para su mala suerte, no ayudaba en su tragedia.

Se detuvo y se aferró a las barras de contención. Ya no podía más. Estaba muy cansada. Para no caer mientras trataba de avanzar por el borde de la carretera, se limpió la cara con los dedos. Sin embargo, la sangre le quemaba los ojos y no la dejaba avanzar con seguridad. De pronto, las luces borrosas de un coche, que se acercaba por la curva, la hicieron reaccionar; era Cooper.

El vehículo se detuvo y la baliza dejó de chillar. Anabela dio un suspiro de alivio cuando el amigo de su esposo bajó del coche y la ayudó a levantarse.

Cooper se sacó la chaqueta y le cubrió las heridas a Anabela.

— ¿Quién te ha hecho esto? —le dijo el detective, alumbrándole la cara con su linterna.

—La bruja del bosque—dijo Anabela, sorprendida de las palabras que salían de su boca.

Cooper la cogió por la espalda y la ayudó a ponerse de pie. Luego la arrimó, a paso lento, hasta que estuvo a un metro de la patrulla y abrió la puerta trasera para que Anabela entrara. Sin embargo, ella se sorprendió al ver que alguien se bajaba de la patrulla.

, se encontró de frente con su jefe, el Doctor Dietrich, que se acercó a paso lento sosteniendo una jeringa en su mano.

—Doctor ¿Escucha la voz de Mark en el bosque?—dijo Ana, mientras su jefe la recibía entre sus brazos y le aplicaba la sustancia.

— Sí, Ana. La escucho—dijo el doctor Dietrich.

—Sabía que no estaba loca.

Cooper se acercó a Anabela, la cogió del brazo y la ayudó a acercarse al coche. Pero antes que la subiera, Dietrich detuvo al policía con su brazo y le dijo:

—Llama a tu compañero. Dile que tenía razón y que su esposa planeaba asesinarlo en mitad del bosque como lo murmuraba en sueños—dijo el doctor Dietrich, que le dio un par de golpes a la maleta de la patrulla para que se marchara como si fuera un caballo— Y no le digas como logramos que lo confesara. Utilizaremos a Anabela para resolver algunos casos pendientes en el hospital psiquiátrico.


April 17, 2019, 7:36 a.m. 0 Report Embed Follow story
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The End

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