“Antes sólo hubo oscuridad y nada más”
De algo estoy segura...
Había una cama y yo estaba recostada sobre ella, pero lo que no había eran cobijas o cosas que se le parecieran, a excepción de una pequeña almohada tan delgada como una pluma en la que podía recargar mi cabeza.
Posicionada con la mirada en dirección al techo, observaba como las paredes blancas que me rodeaban, en algunas ocasiones se prolongaban hasta querer alcanzar el cielo, dejándome en la perspectiva de una diminuta hormiga que explora los pisos de algún lugar desconocido.
En el límite de los muros, a manera simétrica, pendían 4 grandes lámparas que despedían una luz blanca, blanca como el color de la cama, de las paredes, la almohada e incluso de mi vestimenta.
Esa intensidad que las luces de los focos irradiaban hacía que cerrar los parpados por varios segundos no fuera lo suficiente para mantener la mirada y terminar de observar el resto del cuarto, puesto que, el brillo quemaba cada parte de mi ojo que estuviese a su alcance, justo como el fuego que emana de una fogata quema los troncos y trozos de madera al llegar el anochecer.
Todo lucía como si estuviese en un sueño, más bien como si estuviese despertando de uno, ya que a mi retina le costó mucho trabajo adaptarse al lugar cuando daba los primeros parpadeos, puesto que antes, lo único que capturaba era una inmensa y espesa oscuridad, un lugar, en donde no había nada, ni ruido, ni pensamientos, ni memoria, ni colores y ahora sólo estaba en este hueco blanco, observando y escuchando el eco de un lugar vacío en el que hasta mis pensamientos se podrían oír.
“¿Qué clase de habitación era esta? ¿En qué lugar me encontraba? ¿Y en dónde se encuentran los demás?”
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