Nunca, nunca me había sentido tan sola, hasta que llegó el día, ese día que me hizo destructible… Estaba toda mi familia, en una sala de espera dentro del hospital, todos tenían ganas de recibir una noticia milagrosa, pero no, no tuvieron esa dichosa suerte… La enfermedad de mi abuela ya estaba avanzada, era muy chica en ese momento, si hubiese sabido el motivo de por qué estaban todos ahí y no me llevaron, es más si hubiera sabido que era la última vez que la vería en aquel día, ese día que resultó ser trágico, la hubiese abrazado más fuerte.
Me dijeron que se había ido de viaje, la mentira más inocente, ¿cómo darle a un niño una noticia así? Que ya no la esperara ni para mis cumpleaños ni para otras fechas, y que tampoco iba a verla los domingos, pero no era momento para adelantarse a una situación que guardaba probabilidad de ser una equivocación, nada era seguro, tal vez volvía, no sé.
Los domingos en familia siempre ha sido una tradición, pasar esa fecha juntos, sentarnos todos en la mesa y almorzar, seguramente comer alguna pasta, como era de costumbre. Pero… luego de ese primer domingo sin ella, la mesa se sentía fría, costó mucho que la mesa recuperara esa sensación familiar…
Estos temas son como nuestras manos, me refiero a esto porque no hay mejor ejemplo; si nosotros perdiéramos un dedo, va a llegar un momento en que deja de doler, pero cada vez que mires esa mano notarás que te falta uno… Así se siente en una mesa, ves que falta una persona.
Perdonen si me salteo de muchas cosas, trato de recordar paso a paso lo que se vivía en mi hogar, en mi familia, y en aquel momento.
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