Imaginemos un hombre gigante, un hombre que tiene en una mano el planeta tierra, lo hace girar como indagándolo. Imaginemos que el hombre está sentado bajo un ombú aún mas gigante que él mismo. A su alrededor existen muchas bolsas, cada bolsa de distinto color, cada una contiene un ingrediente distinto. Hay humanos de distintas edades, bebes, niños, adultos y ancianos. Hay vehículos de transporte, autos, aviones, barcos, botes. Hay instrumentos musicales, guitarras, violines, flautas, pianos. Hay profesiones, médicos, barrenderos, mecánicos, escritores, músicos, maestros. Hay muchas bolsas más, de las que te puedas imaginar y de las otras.
El gigante gira el planeta, mete la mano en una bolsa y toma un manojo de algún ingrediente. Luego va depositando los elementos sobre la tierra, cuan si fuese un puñado de arena. Así los elementos quedan desparramados aleatoriamente sobre el territorio. Luego toma otra bolsa, mete la mano y repite la acción. Al cabo de unos minutos la tierra tiene todos los elementos que necesita. Al terminar, le entrega el planeta a su hija para que pueda jugar con el.
El gigante repite la rutina periódicamente. De esta manera se asegura la viabilidad de la vida en el planeta tierra así como se asegura que su hija tenga un juguete redondo con vida para jugar por las tardes. Sin embargo, existe un riesgo, relativamente bajo, que las bolsas se vacíen, en cuyo caso la tierra eventualmente se quedará sin elementos. Como resultado la niña se aburriría y dejaría de jugar con ella. Así la tierra quedaría olvidada en una caja de cartón, tapada por un libro para colorear, guardada en el baúl de los juguetes en desuso.
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