faustoc Fausto Contero

Los errores humanos pueden ser aprovechados por la oscuridad para la creación de sus seres...


Horror All public.

#bebé #terror #horror
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El no deseado

Es demasiado oscura la noche, incluso con la luna llena suspendida en el cielo. Contrariamente al sentimiento de seguridad que podría traer su pálida luz, todo cuanto toca toma una forma espantosa, sombras perversas de demonios no natos que se alimentan de la madre tierra a través de pútridos cordones umbilicales, y crecen deslizándose entre las hierbas del camino…


No sé por qué pienso en eso ahora, no puedo controlar mi propia mente que convierte al paisaje más pacífico en insinuación de maldad y horror. Aquella noche no puede ser olvidada ni con el tiempo ni con la distancia, solo con la dulce locura, solo con la dulce muerte. Rememoro lo que pasó una y otra vez deseando que  pierda sentido en mi imaginación, hasta que parezca un absurdo y dude de su realidad. El caballo no quiere andar más veloz ¿es que sus movimientos son más lentos, incluso?.


La noche era similar a esta. No. No tanto. Una tormenta repentina azotó la montaña, y era tan fría y cruel como si el firmamento de hielo que cubría el páramo se estuviese derritiendo repentinamente. Me tomó por sorpresa, apenas había llegado al establo y desensillado al caballo. Decidí guarecerme allí hasta que la lluvia amaine para cubrir el breve camino a la casa principal sin mojarme. El calor del aliento de las bestias contrarrestaba el frío, aunque poco a poco,  así que me senté sobre la paja sin hacer nada más. Los rayos cruzaban el cielo, e iban a chocar en las cimas de los montes. Los caballos se mostraban nerviosos con cada destello y con cada trueno, pero se calmaban rápidamente.


No escuché nada, ni ruido de pasos, ni roce de ropas, era imposible haberlo hecho. La puerta se abrió de golpe y la vi parada en el umbral. No entró, se quedó recibiendo la brutal lluvia como un cruel castigo que estuviese gustosa de aceptar. Me levanté de inmediato al reconocerla, muy molesto. Algo había en ella que me producía repulsión, inquietud, deseos de gritarle que se largue de inmediato. No entendía cómo es que alguna vez me había resultado atractiva. Su tez cobriza, ligeramente más clara que el tono propio de su raza indígena se había perdido tras una máscara grisácea donde labios purpúreos y agrietados se veían entreabiertos, como petrificados. Sus profundos ojos negros llenos de pasión alguna vez, ahora eran pozos insondables desprovistos de vida. Su largo cabello azabache brillante, que recogía en trenzas perfectas, caía rodeando su rostro como lianas podridas desde un árbol muerto. Incluso su figura, sus curvas de mujer, su porte humilde pero de andar altivo, había desaparecido para dejar paso a una silueta encorvada y maltrecha, sin límites definidos. Sus ropas en otro tiempo tan pulcras, semejaban un montón de harapos desechos. Y su voz sonó hiriente y terrible, mezcla de alarido y sollozo, perforando mis oídos con agujas de desesperación y angustia, que me impidieron escuchar los truenos que estallaban en la lejanía.


—¡Maldito! ¡Mil veces maldito! ¿Por qué me hiciste esto a mí? ¿Por qué nos hiciste esto… a tu hijo, y a ti?


Apreté los labios para exigirle que se marchara, pero sentí un miedo inexplicable, tal vez por su mirada, por su voz, por… su simple presencia. Las palabras se agolparon en mi garganta, pero no salieron más allá. El aire sonaba como si rasgara sus pulmones tras cada espiración, su mirada se perdía en algún punto en el espacio, quizás atravesando las sombras del establo para vislumbrar la dimensión ajena e impía a la que su alma estaba siendo arrastrada.


—No debía… nunca debí… las criadas no se enamoran de sus patrones, las buenas sirvientas no acceden a revolcarse con los señoritos… ¡pero yo no era tu sirvienta! Era tu amante, sí, lo sentía, tu amante… ¡maldito amor, maldita amante! No debí acceder a saciar tus apetitos…


El tono de su voz había descendido y casi me sentí tentado a acercarme en un repentino gesto de compasión… ¿o de culpa? Un relámpago acompañó el siguiente grito.


—¡Pero accedí, como una estúpida! ¡y la mezcla de tu lujuria con mi estupidez dio fruto!


Se golpeaba el vientre con tanta fuerza que me preguntaba cómo es que no se quedaba sin aire para gritar.


—¡Un fruto, sí! ¡Por el que me despreciaste, por el que me echaste de aquí, de tu lado! Yo sola con mi fruto… yo sola… mi padre me golpeó tanto que me rompió un brazo. Tú lo sabías y no hiciste nada… y ¡me arrastró como un animal donde aquella mujer, para que me arrancara el fruto!


La expresión de su rostro me hizo temblar, de repente se había transfigurado como si cien años cayeran sobre ella en un segundo. El pulso se me aceleró, incluso los caballos se mostraron inquietos. Su mirada… sus ojos se abrieron tanto, su mandíbula estaba tan rígida…


—La bruja… olía a carne muerta… piel húmeda y viscosa… aliento a tumba profanada… hizo que tomara hierbas de sabor nauseabundo, como agua de pantano… hizo que cante en lenguas que herían mi boca, que ardían en mi garganta, que me horrorizaban sin saber qué decían… ¡Salve, salve, Madre Oscura! ¡Que de la tierra emerjan tus viles retoños!


Aquella letanía blasfema provocó un temblor generalizado en mi cuerpo, mis vísceras se contrajeron dolorosamente. Vomité sobre mis botas, mientras los caballos se agitaban nerviosos y lanzaban coces a las paredes de madera. Ella ni siquiera se inmutó ante mis reacciones, calló un momento como asqueada por la invocación diabólica.


—No… no fue arrancado de mí… creció más. Creció muy rápido y una noche… salió de mí… el dolor… ¡el dolor! ¡sus pequeñas manos abriéndose paso entre mis genitales, estirando mi carne para que su cabeza pase! ¡Mi cuerpo no lo expulsaba, esa cosa salía de mí por voluntad propia! Estaba paralizada cuando la criatura terminó de salir, yo manaba sangre como un río, pero aquella cosa cubierta de costras y pus ni siquiera lloró, se alejó arrastrándose a la puerta y desapareció en la noche. No sé cómo no morí… ¡no sé por qué no morí! ¡Dios me abandonó por pecadora!


La cabeza me daba vueltas, los oídos me zumbaban ¿se había vuelto loca? No podía creer en su relato, no había otra explicación que la pérdida de su frágil cordura.


—Cada madrugada… su monstruoso y pequeño rostro a mi ventana… “Mamá ¿dónde está mi papá? Búscalo conmigo”… ¡con esa voz de bestia infernal, como un gato que ríe mientras agoniza ahogándose en lodo espeso! No soporto más… ¡no puedo seguir siendo atormentada por el demonio que creamos, cada noche! ¡Cada madrugada!


Su respiración se volvió muy profunda, y su cuerpo se tambaleó en repentinos estertores que amenazaban con hacer que pierda el equilibrio.


—A mí no me atrapará… pero a ti… ¡A ti sí! ¡Saluda al monstruo que creaste cuando aparezca en tu ventana una noche!


Un grito resonó sobre el ruido de la tormenta, el brillo de un grueso cuchillo destelló como si de un rayo más se tratase, mientras se hundía en la base de su cuello, dejando que una fuente de sangre negra emergiera sin control. La última visión que recuerdo de la noche era aquella: como se mataba, como su grito quedaba ahogado en su propia sangre y los temblores daban paso a una rigidez mortal. Me desmayé. Me encontraron al día siguiente los sirvientes de la casa. Dijeron que frente a la puerta del establo vieron rastros de sangre que la lluvia no había lavado del todo, pero nada más. No les pregunté nada, si hubieran encontrado el cadáver, me lo hubieran dicho. Entonces, ¿cuál fue el destino del cuerpo? ¿Quién, o qué, se lo llevó?. Las fiebres me atormentaron, fiebres producidas por los recuerdos que desgarraban mi mente. Desde ese día, no he podido dormir ni una noche si no es bajo el influjo de los elixires del médico, y aún así, las pesadillas que invaden mi sueño hacen que sea un verdadero tormento. No puedo dejar de pensar en ello, y no me sirve de mucho el recordarlo a cada instante. He perdido demasiado peso, y temo que mi semblante se vea tan cadavérico como el de ella antes de perecer ante su locura.


Agito mi cabeza, aunque los sádicos pensamientos siguen enganchados a mi memoria. No debí regresar solo, todas las noches desde aquella he estado acompañado por los capataces. Sus rifles me reconfortan y su compañía me distrae. Pero cuando estoy solo, empieza de nuevo la tortura. Debí esperarlos, fue una idea soberbia y tonta probar mi valor. No lo tengo, y no me servirá de nada si me vuelvo loco yo también. El caballo va tan despacio… pero está cansado, no quiero que se detenga exhausto  a mitad del camino. Solo un poco más rápido…


¿Hacía tanto frío? Algo se ha movido en los arbustos. El sobresalto por poco provoca que caiga del caballo, pero este no ha sentido nada. Seguro un conejo, un armadillo, una rata. ¿Estaba tan oscuro? Las nubes me ocultan la luna, el resplandor es suficiente para entrever los perfiles del camino, pero aun así… ¿Qué es esa sensación? Un aire frío que empieza en mi nuca y recorre mi espalda…  ¿está lloviendo? ¿Es el rocío? El frío… en mis riñones, sobre la piel. Una presión a cada lado, como dos pequeñas manitas… Tiemblo, mi garganta se paraliza, el caballo camina como un autómata, mis dientes castañetean… La presión es más firme, siento incluso los deditos… no puedo moverme. Náusea… el sonido sibilante, áspero, infrahumano… la voz infantil. “Papá, midha: dientesh tengo…”


¡Dios mío!!... por favor… ¡Dios mío! Algo se detiene en mí, y luego ¡el dolor espantoso de una mordida en la espalda, que quema como un ácido! ¡Y otra más! ¡Cien al mismo tiempo! ¡Siento cada diente sobre mi piel, pequeños, afilados, demoníacos! Caigo del caballo, y me enredo con mis propios miembros fuera de control. Cierro los ojos, o eso creo, porque distingo la figura de un niño recién nacido sonriéndome desde un rostro terrorífico, la parodia de ternura en el más oscuro de los infiernos. Un remolino de sangre y humores negros, un hedor a muerte, a fuego… la vida se despega de mis huesos tras la agonía de cada célula, mientras el coro de incontables voces femeninas con los cuellos atravesados por cuchillos, entonan el réquiem infernal… “¡Salve, salve, Madre Oscura! ¡Que de la tierra emerjan tus viles retoños!”...

Feb. 16, 2019, 11:32 p.m. 1 Report Embed Follow story
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The End

Meet the author

Fausto Contero Ecuatoriano, bioquímico farmacéutico y terapeuta alternativo. Aficionado a la lectura y la escritura, especialmente del género narrativo de fantasía, ciencia ficción y terror, especialmente el cósmico, como el de H. P. Lovecraft.

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MariaL Pardos MariaL Pardos
Escalofriante! Me encanta! 😨😊
March 24, 2019, 07:23
~