manu-anarte1547124469 Manu Anarte

Anúm, perdido, cansado y sin nada que perder, pues nada cree que tiene, vaga por el desierto atrapado en la arena.


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Atrapado en la arena


Anúm no tenía familia, ni techo, sólo recuerdos borrosos...una calle estrechita cubierta de hojas y el mar.

Sin saber por qué ni cómo, se encontró caminando descalzo por un suelo de arena, sin más ropa que un pantalón sucio y raído. Alzó la mirada y sus ojos se toparon con un infinito desierto. El ardiente sol quemaba su espalda desnuda, cuando de súbito, un silbido agudo le rozó la oreja. Por instinto se tiró a la caliente arena y miró por encima de sus gafas, sin ver nada ni a nadie.

Al cabo de un instante se incorporó y lo que sus ojos miraron con espanto eran siete hombres pequeños, muy muy pequeños, hombres que de poco a poco iban creciendo y creciendo. Buscó a su alrededor algo donde esconderse, donde desaparecer, donde volverse humo, roca, matorral, agujero, mano amiga...Nada, no encontró nada.

Los hombres crecían y crecían mientras Anúm empezó a distinguir sus caras (oscuras), sus cabellos (oscuros), sus ropas (oscuras) y sus revólveres (negros como el miedo).

Anúm no sentía ni pizca de miedo, el cansancio tapaba su terror. No alcanzaba a saber el tiempo que llevaba caminando. Sin saber bien por qué, alzó la cabeza para encontrarse cara a cara con el hirviente sol, abrió sus delgados y tatuados brazos...y se desplomó como un ligero saco en la arena.

No pudo saber qué tiempo pasó desmayado. Sintió la reconfortante brisa de la noche en su rostro y una cálida manta sobre su cuerpo. Despegó sus ojos y pudo ver una fogata que chisporroteaba como música y a un grupo de hombres hablando casi al grito en un idioma que le costaba entender. No pudo ni quiso moverse, ni casi respirar. En esa ocasión sí que sintió miedo, casi pánico. Intentó cerrar los ojos como a cámara lenta, tratando de reproducir el menor ruido, soñando que cuando los volviese a abrir, estuviese lejos, muy muy lejos de allí, tendiendo ropa en alguna azotea, o apoyado en la baranda de cualquier barco.

Cuando ya casi los tenía cerrados y el placer del sueño lo comenzaba a envolver, retumbó en el silencio de la noche como un trueno -- ¿Cómo te llamas? La intensa y seca pregunta hizo sobrecoger a Anúm, que miró al hombre, sin duda el jefe del grupo. La luz anaranjada de la fogata le pintaba la sonrisa perversa, su barba era negra, su cara grande y redonda y sus ojos vivos y pequeños como los de un topo. --Anúm, logró balbucear como un niño en su primera lectura delante de la clase.

Un silencio inmenso se sucedió, ni el fuego se atrevió a crujir, como si el desierto se congelara.

-¡Jajajajaja, Anúm dice, Jajajajaja! ¿pero qué nombre es ese?

Los hombres borrachos de pisco reían con escándalo, cayendo al suelo desde las piedras donde antes sentaban, se revolcaban por la arena agarrándose las panzas y golpeándose entre ellos. Hubo uno que incluso rodó por encima de la fogata, haciendo que las estridentes risas fuesen aún más locas y salvajes.

Anúm permaneció inmóvil bajo la manta, sin mover un solo músculo, sin pestañear, mirando ahora con los ojos muy abiertos a esos hombres que en el desierto bajo la luz de la luna, parecían demonios danzando en algún ritual y fue entonces cuando un "click" sonó en su cabeza.

--¡ Bandidos, son bandidos!

Los hombres continuaron hasta quedar exhaustos y dormidos, carcajeando, bebiendo, peleándose y disparando a las estrellas.

Jan. 11, 2019, 3:05 p.m. 0 Report Embed Follow story
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The End

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