El mundo es un lugar cruel.
Nadie nos contó que nos veríamos obligados a volver a nacer. A ver cómo el mundo se teñía de rojo. Se nos arrancó todo lo que teníamos de humanidad. Unos fuimos convertidos en monstruos en contra de nuestra voluntad y otros lo hicieron por su avaricia de poder.
A nosotros los que un día aprendimos a amar se nos castigó por ello. Vimos como todo lo que construimos en otra vida, caía ante nuestros ojos como un castillo de naipes. Prendieron fuego a nuestros sueños. Nos arrancaron nuestras ilusiones. No nos dejaron nada a lo que poder agarrarnos, ni siquiera a la muerte. Somos un corazón sin color que se supone que no siente, que no llora y que no sufre. Un corazón de piedra fría
Lo intentamos una y otra vez pero la vida se nos escapa de nuestras manos. El dulce descanso eterno al parecer no era un derecho que teníamos. Solo a vagar y ver como el tiempo pasa como un reloj cruel que mata a todo lo que tenemos a nuestro alrededor, y aquellos a los que una vez vimos crecer, ahora morían ante nuestros ojos.
Sus miradas de terror y repugnancia caen sobre nosotros. Nos temen. Somos los depredadores, y ellos nuestras presas. Puede que nos odien por ello, pero no más de lo que nos odiamos a nosotros mismos. Tenemos dos enemigos: los que nos odian y persiguen y el más peligroso de todos que es nosotros mismos, siempre fue así y será así hasta que Dios nos libere de esto con su gracia divina y su bondad. Sin embargo Dios nos abandonó hace mucho tiempo y nos ha dejado solos.
Estamos obligados a vivir bajo las sombras, a escondernos. A ver el mundo pasar ante nuestros ojos, mientras nosotros permanecemos impasibles como estatuas talladas en mármol. Fríos. Imperturbables. Mientras, el peso de nuestros pecados se acumula sobre nuestros hombros. Nuestra conciencia nunca estará tranquila. No se nos ha concedido la oportunidad de liberarnos de ellos. Somos el reflejo de nuestros propios pecados. Somos la oscuridad que cae sobre este mundo.
Nos llaman vampiros.
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