u15433693691543369369 María José

Bendita 'mirada 43' cuenta la historia de un romance que dura solo una noche, pero el hecho de que hay más que solo dos implicados lo torna aún más interesante. Reflexiona también sobre las armas de seducción que una mujer emplea y que son el secreto de su éxito con los hombres.


Romance Contemporary Not for children under 13.

#seguridademocional #seducción #autoestima
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Parte I

Finalmente entendí a qué se debía el enorme éxito que había tenido con los hombres. Fuera de que según muchos de ellos, era hermosa, carismática y muy inteligente, mi triunfo entre el sexo masculino recaía principalmente en esa mirada tan profunda y segura que Dios me dio.

Un día por cuestiones de la vida conocí a un bellísimo hombre llegado de Brasil. Era alto, de tez blanca y cabello y ojos oscuros. Era sumamente guapo, con una personalidad arrolladora, una mirada irresistible y una sonrisa encantadora. Para qué voy a mentir, si bastó con verlo para que de inmediato llegaran a mí los malos pensamientos. Mis ojos no pudieron ocultar la emoción que sentí al verlo y mucho menos al empezar a hablarle.

En el tiempo que compartimos me enseñó un dicho muy famoso entre los brasileños (o al menos eso dijo) y que algo tenía que ver con el coqueteo: “Darle una ‘mirada 43’ ”.

¡No entendí! ¿Qué significaba eso? … él me lo explicó y de qué manera.

Me dijo que esa frase se usaba cuando había alguien que te gustaba demasiado y querías ‘irremediablemente’ algo con esa persona, entonces le regalabas tu mejor y más seductora mirada y de ese modo le hacías saber tus intenciones.

Entonces él aplicó esa estrategia conmigo y ¡vaya que funcionó! Caí redonda ante sus encantos. Se robó los suspiros más hondos de mi boca, me dejó sin aliento… me arrancó la sonrisa más espontánea de los labios y secuestró mi mirada para él solo. Yo no tuve escape –tampoco es que haya intentado ir a ninguna parte-, me atrapó sin remedio en sus redes y me quedé ahí, estática, vulnerable y absolutamente convencida de que yo deseaba lo mismo que él.

Me pidió un beso y sin esperar respuesta, me comió la boca. Y, lo hizo literalmente: dejó en mi labio inferior una marca que duró varios días, y que cada vez que la veía frente al espejo me recordaba aquel excitante momento en el que ese adonis brasilero se abalanzó sobre mí y me estrujó sin piedad contra sus ansias más fervientes.

-“Eu quero te fazer uma pergunta”, me dijo. “Eu quero te pedir um beijo, mas não sei se conseguirei alcançá-lo”.

-¿Por qué crees que no…

Eso fue todo lo que logré decir antes de que me besara, tanto como si no hubiese mañana, tanto como si me deseara de toda la vida. Ya había pasado una hora desde que nos vimos por vez primera y, al parecer, él moría por darme un beso desde el primer instante. No fue el beso más largo ni el mejor que me han dado, pero fue tan intenso, tan lleno de vida, tan apasionado, que sin duda me hizo perder los estribos. La noción del tiempo y el espacio me era completamente ajena y absolutamente superflua. ¿En qué más podría pensar en ese momento cuando el hombre más hermoso que había cruzado mi camino me tomó entre sus grandes y fuertes brazos y me apretó contra su cuerpo, mientras me devoraba el alma?

Las personas que pasaban a mi lado, seguramente viéndonos desearnos con tanto ímpetu, me eran indiferentes. El pudor había abandonado el lugar, tras tal estruendosa y vívida demostración de afecto que habíamos decidido sacar a relucir en el descanso de las escaleras que daban al segundo piso de aquella histriónica discoteca.

Sin una sola gota de alcohol en mi sangre perdí por completo la conciencia y semejante tentación se volvió mi vicio. Me estremeció de cuerpo entero con solo mirarme, me fascinó hasta los huesos después de hablarme, entonces era evidente que con ese beijo yo iba a caer rendida ante las circunstancias. Fui débil, lo sé y lo admito. Pero no me arrepiento y estoy segura de que nunca lo haré. Cada tontería que he hecho en la vida ha valido tanto la pena, que si me lo preguntan, diría: sí, lo volvería a hacer, y del mismo modo o aún con menos prudencia. Simplemente a mi edad no caben las contemplaciones ni los reproches, es mejor solo guardarse lo mejor de cada momento… con el resto ya verá la vida qué hace.

Y, precisamente con base en esta teoría, esa misma noche, más tarde, recibiría un reclamo y otro buen beso por parte de un tercero, el cual por supuesto sentía atracción por mí y me conocía antes que el sexy brasileño, y se sintió ofendido de que me hubiera besado con alguien que él mismo me presentó, no hace mucho y precisamente esa noche.

Pues sí, resulta que en medio de la aventura de salir con un suizo que conocí en Perú –definitivamente todo lo que hago aquí no tiene por qué saberse aquí, sino que se queda al otro lado de la frontera-, conocí a sus dos amigos brasileños que él hizo durante su paso por Quito. El resto ya lo saben: me besé con su nuevo amigo, al cual conocí únicamente por él. En conclusión, él tiene la culpa por habernos presentado y no haber dejado en claro con anterioridad en qué dirección iba nuestra –hasta ese momento- relación de amigos.

Bien. Simon, el chico europeo, me había flirteado con mesura pero se había tomado demasiado tiempo para llevar a cabo el desenlace. Y, desafortunadamente para él, en el tiempo que duró su interminable reflexión, apareció alguien más –ese era Lucas- y se robó lo que él desde mucho antes había querido: un beso. Él simplemente continuaba analizando, veía el modo de acercarse y, al mismo tiempo, seguir conservando su soberbia. No obstante, esa noche se daría cuenta de que las oportunidades no se dejan pasar así no más, porque lo que quieres, si no lo tomas con ambas manos, es mejor envolverlo para alguien más. Eso justamente le sucedió y no le gustó. Era obvio que no esperaba semejante detalle de mi parte y, cómo iba a imaginar que uno de los primeros y únicos amigos que tenía en la ciudad –aparte de mí, claro está- le iba a traicionar de tan groso modo.

Seguramente Simon no aclaró cuáles eran sus intenciones conmigo, entonces dejó puerta abierta a los coqueteos de un tercero. Y, como bien saben, una cosa lleva a la otra… esas miradas y sonrisas brillantes e infinitas que intercambié con Lucas, terminaron sellándose con un pacto –uno muy bueno por cierto-. Bueno, más de uno. Cada vez que Simon desaparecía en la oscuridad, Lucas me tomaba entre sus brazos y me besaba, y volvía a dejarme cuando veía que su adversario se acercaba. No quería molestarlo; hasta ese momento no teníamos la menor idea de que nos había visto. Fue por eso que esta extraña y arriesgada escena se repitió en varias ocasiones y, a decir, verdad yo le empecé a coger el gusto. No me juzguen, es muy sencillo caer en la tentación, sobre todo cuando esta tiene una sonrisa indescriptiblemente seductora, oculta tras labios gruesos y perfectamente delineados; la estatura y corpulencia de un atleta; una personalidad arrolladora, la mirada más llameante que la de un lobo al asecho y las ganas más firmes y evidentes de querer comerte a besos. Ante eso, quién se resiste y, si acaso lo intenta, quién podría librarse de esas enormes manos aprisionando su cintura. Para qué huir si luego lo único que quedaría son reproches, como los que tengo ahora por no haberme quedado un poco más esa noche; por no haber llevado al límite su sensatez y la mía; por no haberlo besado una y otra vez bajo las luces frente a la gente, sin necesidad de ocultarme de mi otro pretendiente en el afán de evitarle la rabia. Aunque probablemente si lo hacía de ese modo, no me habría sido posible disfrutar de la mejor parte: recibir el beso de dos pares de labios que se disputaban la misma boca, jugar con los deseos de dos hombres apuestos por el mismo cuerpo y ser testigo, y víctima a la vez, de la lujuria y enojo de individuos de dos continentes luchando por una mujer, y lo más divertido: en el mismo sitio y bajo la misma luna.

Nov. 28, 2018, 2:14 p.m. 0 Report Embed Follow story
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