yasnaiapoliana Yasnaia Poliana

Lo real y lo irreal se mezclan en una casa abandonada, frente a una antigua mecedora.


Paranormal All public.

#mecedora #casaabandonada #muerte #misterio #suspenso
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La mecedora

Esta noche doy muchas vueltas en la cama. El extraño calor que llena la ciudad en estos días de invierno desde hace ya casi una semana, me tiene agotado. De nada ha servido el láudano que le robé a Mrs. Jenkins. Esa mujer lo toma en poca cantidad y siempre le da resultado, tanto que puedo regresar a mi habitación alquilada a cualquier hora de la noche sin recibir sus quejas. Si bien imité a la anciana en la dosis que se prepara, no he logrado dormir hasta ahora, que ya está muy entrada la madrugada y siento el sopor de la somnolencia apoderándose, demasiado tarde, de mí.

Sigo sacudiéndome el calor, molesto por las sábanas y la falta de aire pese a tener la ventana abierta de par en par. Unas imágenes proyectadas por mi cansada mente y quizás por el láudano aparecen frente a mis ojos, en forma de sueño.

****

–¿Hay alguien aquí? pregunto, con la rara amabilidad de quien visita un lugar abandonado y tiene la certeza de que sólo algún murciélago o rata se cruzará delante de él. Nadie responde, naturalmente, y suspiro aliviado. Mi mayor temor era encontrarme con algún mendigo, que en estos días de invierno suelen ocupar sitios como este. He sabido de algunos particularmente crueles, que encuentran diversión en torturar a quien se atreva a acercarse a sus espacios tomados.

Más de veinte años pasaron desde que pisé por última vez el bonito porche de la casa de Bianca. Veintitrés, para ser exactos. Lo recordaba más grande y amplio, pero a todo el mundo le sucede que, al regresar a un lugar que en la infancia se creía grande y espléndido, con los ojos de adulto se lo ve pequeño y ordinario. La casa de Bianca siempre me pareció una casona enorme, con su porche de maderas blancas con hamaca y su parque lleno de flores y frutales con la presencia impertérrita de José, el jardinero. La sala alfombrada era presidida por una araña de caireles que hasta me asustaba por su peso balanceándose sobre mi cabeza. El resto de la casa de tres plantas estaba decorado con exquisito gusto, convirtiéndola en el hogar más elegante del barrio.

Ahora poco queda en esta oscura ruina. Los ventanales otrora brillantes están tapiados, a los pisos que con tanta paciencia enceraban María y Filomena, les faltan unas cuantas maderas, y de la araña de caireles no hay ni rastro.

El aire contaminado de polvo y humedad me hace estornudar, y seco mi nariz con el pañuelo que Elisa bordó para mí. Siento el peso de la libreta en el mismo bolsillo y la saco, aunque poco puedo anotar. En “estado general” debo ser sincero y escribir que esta casa es inhabitable. En “pintura”, “mampostería” “jardines” “aberturas” no me queda más remedio que poner algo parecido. La casa deberá ser demolida, no hay nada que se pueda hacer con ella. Imagino la cara de mi jefe y del hombre que está interesado en comprarla al ver mi informe, ya que desde el exterior es evidente que la casa está abandonada, pero aún conserva algo de su vieja prestancia, que les hace imaginar a muchos que por dentro está igual y que sólo requerirá refacciones.

Saco la pluma y escribo con rapidez, acomodándome bajo un haz de luz que, atravesando los dos pisos superiores, llega hasta mí gracias a varios agujeros del techo. Una vez completado el informe, guardo los elementos en los bolsillos y me dispongo a salir. Afuera está el carruaje esperándome, debo ir a la inmobiliaria, entregar esta libreta, y mi día de trabajo estará hecho y libre para ver a Elisa.

Me dispongo a empujar la pesada puerta de entrada, cuando algo me detiene. De niño adoraba esta casa, pero su escalera alfombrada desde la que bajaba montado en la baranda era mi gran pasión. Bianca reía sin parar pese a que, para las sirvientas, yo era un completo salvaje que maleducaba a la niña.

Camino hacia dentro, no necesito guía porque sé muy bien dónde está cada dependencia y adónde lleva cada pasillo: a la izquierda, la cocina, a la derecha, la biblioteca, más adelante, la escalera y atrás, el comedor. Llego y la contemplo. Faltan escalones, faltan barrotes en la baranda, cuelgan telarañas. El tiempo me ha convertido en un tipo algo duro y envejecido como a esta escalera, he estudiado, mucho, pero mi humilde condición no permitió que llegara más lejos que a empleado de inmobiliaria. A Elisa no le importa, pero a su padre sí. La injusticia me indigna y me rebela, me hace insensible y hasta frío, pero ver esta escalera, este pedazo de niñez, no hace más que llenarme los ojos de lágrimas y la garganta de nudos.

Otra vez siento esa sensación de que es mucho más pequeña, de que se ha encogido con el tiempo. A mis nueve años, para mí era una montaña que yo bajaba con valentía. Doy media vuelta, dispuesto a irme, cuando veo otro recuerdo de mi vida de niño. La pequeña mecedora de Bianca, “la mecedora blanca de Bianca” me contentaba con repetir, y ella se molestaba pero se reía a la vez. Está aquí, limpia y sana, con su inmaculado blanco brillante. Bianca se hamacó aquí hasta sus ocho años. Enferma incluso, siguió meciéndose. Yo la ayudaba y ella lo agradecía. Hace veintitrés años que no veía a esta mecedora querida, y ahora me parece ver a esa niña de trenzas rubias abrazada a su muñeca Collete, con sus ropas llenas de puntillas, y yo, un chico pobre y bastante sucio, al que no sé porqué razón se le permitía entrar a la casa si sólo era el ayudante de José. Bianca nunca me dejó sentarme en la mecedora. Supongo que para que no la ensuciara con mi mugre.

Me acerco con sigilo para tocarla, pero me detengo al notarlo. Allí, colgado del respaldo, hay un lazo rosa, desteñido y algo arrugado. Bianca siempre llevaba lacitos rosas en sus trenzas, nunca la vi con otros colores pese a que siempre los perdía.

Dudo, pero decido llevármelo, tomándolo entre los dedos y atesorándolo con ambas manos.

Nunca tuve recuerdos materiales de Bianca. Cuando ella murió, ya no volví a entrar a la casa. Sólo ayudé un par de veces más a José, hasta que él murió de repente. Después, parece que a los padres de Bianca les resultó más engorroso conseguir otro jardinero que mudarse, así que una noche la familia se fue y ya no supimos más de ellos, sólo que la señora falleció un par de años después, aparentemente de tristeza por la pérdida de su hija. La casa quedó en manos del resto de la familia, pero ya nadie de ocupó, excepto ahora que unos herederos desean venderla de una vez.

De repente recuerdo que debo cumplir con mi trabajo. Guardo el lazo rosa en mi bolsillo y me dispongo a irme. Me giro rápidamente cuando, de reojo, me parece ver algo. Pero no, no es. Aunque estas cosas en tierras de los sueños pueden suceder. Las mecedoras pueden moverse solas, aunque no haya viento. La miro fijamente, pero está quieta.


****

La cara de mi jefe me asusta. Está junto al posible comprador, que ahora parece que decidirá que no comprará nada y además buscará una casa en otra ciudad. No sé qué esperaba mi jefe, no pude mentir tan descaradamente en el informe. Si la casa está hecha pedazos, lo está y no depende de mí.

–Jefferson, ¿nada puede hacerse por ella? –pregunta mi jefe, de su pipa emanan las últimas esperanzas de hacer un buen negocio.

–No lo creo. –respondo enfrentándome a su mirada que promete bajarme el salario–Aunque…el terreno es grande y fértil, podría hasta construirse una casa mucho más amplia y moderna con un gran parque. O hacer alguna casa con departamentos, todos aseguran que ese tipo de construcciones será lo más rentable para este nuevo siglo.

Pese a que trato de sonar entusiasmado, jovial y convincente, el comprador no parece dejarse enredar por mis palabras.

–La compraré, pero sólo si usted vuelve allí. Quiero un informe mucho más detallado, si es posible con fotografías.

¿Fotografías? ¿Debo buscar un fotógrafo y seguramente pagarle de mi bolsillo para que tome imágenes de una casa abandonada?

–Yo le aseguro que…–intento defenderme.

–Vaya. –dice mi jefe–Y si no encuentra fotógrafo, escriba lo más detalladamente posible.

Suspiro, mi día ya está perdido, debo volver a la casona, y perderme la tarde con Elisa.


****

Cuando el carruaje me deja frente a la casa, la veo aún más vieja y más decrépita. Quizás sea por la luz cambiante del día, o no. Lo sabría si tuviera un fotógrafo a mi lado, pero no quise perder tiempo buscando uno.

Bajo del carruaje estirando las mangas de la chaqueta, hace mucho frío aquí aunque el día me hizo sudar torrentes de agua. Entro a la casa arrastrando los pies, fastidioso con este día gastado en vano. Qué manía la del tipo, mandarme aquí otra vez para hacer otro informe. Es lo que tienen los ricos, siempre disponen del tiempo de los demás, nunca ven nada por sus propios medios, es más fácil mandar a otro a hacerlo. Resoplo y, sacando la libreta y la pluma, comienzo a anotar todo lo que veo. El piso es un peligro, las paredes chorrean humedad, las puertas están salidas de sus goznes, los techos están llenos de agujeros.

Voy caminando lentamente, de cada cosa anoto sus detalles. Me acerco nuevamente a la escalera. La mecedora continúa allí, por supuesto. Instintivamente meto la mano en el bolsillo y toco el lazo rosa.

–Hola Bianca. –digo estúpidamente, hablándole a la silla. No contento con mi estupidez, continúo charlando–No nos vemos en más de veinte años, y ahora lo hacemos dos veces en el espacio de tres horas.

La mecedora se mueve apenas.

Es el viento, me digo. Son mis ojos cansados por la falta de sueño de hoy. ¿O era de anoche? Me restriego con los dorsos de las manos, el movimiento no me despierta ni me pone en mi habitación caliente de aire viciado, sino que continúo aquí, viendo que esta mecedora se mueve sola. Es el viento, repito, aunque sé perfectamente que hoy es el día más calmo de toda la semana.

Me acerco, ya no se mueve. Suspiro aliviado.

Me acerco más, extendiendo una mano para tocarla. Me detengo porque mi mano también se ha detenido, temblando. Mi pañuelo, el que estoy seguro que llevo en mi bolsillo y que está bordado por Elisa, cuelga de la mecedora, en el mismo lugar donde encontré el lazo rosa. Toco mi cuello, las venas aprietan y laten con fuerza, mis oídos también. Mi cuerpo está haciendo el esfuerzo de comprender que está pasando, pero yo sólo escucho la insistencia del comprador para que volviera a la casa, su pedido de hacer un informe exhaustivo. No sé quién es ese hombre, pero sí sé quién es la niña que veo ahora meciéndose, y quién es el niño que la empuja, también riendo. El ruido de mi libreta y mi pluma cayendo no me sobresalta porque sólo escucho las risas, sólo veo a esos dos niños, y sólo siento la fuerza de mis venas apretándose, dejándome sin respirar. Caigo pero no caigo en mi cama alquilada. Caigo en el suelo duro y sucio de una casa abandonada y oscura, y mis ojos quedan fijos en esa mecedora, donde una niña de lazos rosas y un niño sucio me miran y se ríen.


Nov. 13, 2018, 1:53 a.m. 2 Report Embed Follow story
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The End

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Yasnaia Poliana Demasiado rara, demasiado soñadora, demasiado deprimida, y demasiado vieja para estar acá. Sé mucho pero conozco poco.

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Leonardo Rojas Leonardo Rojas
Una linda historia sobre el paso del tiempo y como destruye todo lo que alguna vez valoramos y nuestro eterno deseo por recuperar aquellas épocas olvidadas. Me gusto mucho
July 01, 2020, 20:18

~