Otra noche casi culmina, sin propiciarme la misericordia del descanso en este húmedo ático que, hace tiempo, convertimos en habitación. Hoy más que nunca, el viento hace crujir la antigua madera del techo cuando sus etéreos miembros se deslizan entre las grietas que el tiempo ha horadado a través de miles de termitas. El insoportable hedor a moho asfixia el aire, incrustándose sin piedad en las paredes, en los viejos muebles sin alma, en la oxidada cama, como una tortura más que completa este diario tormento.
A la hora en que la noche se torna más oscura, siento el desgastado colchón ceder ante el peso de su cuerpo, junto a mí. El sonido de su respiración fatigosa inunda el ambiente, salpicado de suspiros entrecortados, cuya cadencia aumenta hasta llegar a profundos estertores que parecen desgarrar cruelmente su tórax. En segundos, el ruido toma propiedades acuosas, borborigmos que atraviesan sus delgados tejidos mientras el líquido que debía permanecer en el interior de sus venas, se desparrama hacia sus cavernosos pulmones. Siento su fluir hacia el exterior, impulsado por el incontrolable temblor de sus músculos agonizantes. Una sensación cálida empieza a recorrer mi espalda, a la vez que el espeso fluido resbala sobre la superficie de mi piel, como una viscosa salamandra que sigue su andar sinuoso hacia mis piernas. Me cubre poco a poco, sin detenerse, se aferra a mi cuerpo queriendo penetrar a través de mis poros, con el tono carmesí sanguíneo que puedo percibir aun con los ojos cerrados.
Se esparce imparable manchando las toscas sábanas, hasta que gotea hacia el piso al tintinear de las campanas fúnebres que anuncian la llegada de Caronte. Abrasado en tal enfermiza calidez, siento el contraste de sus manos heladas recorriendo mi espalda, hasta que los garfios en los que se han trocado sus dedos se enganchan dolorosamente a mis hombros con desesperación. Mientras su detestable estertor se agudiza y el fluir de la sangre se ha detenido en un espeso coágulo negruzco, sus uñas hieren mi carne profundamente. Desea asirse a mis huesos para no ser arrastrada por el abismo que la llama a cada instante. Cuando su fuerza es más irresistible, finalmente cede ante la potencia del inframundo. Se separa de mi cuerpo con la misma lentitud con la que se unió a él, y entre el rugir de los demoníacos vientos que la arrastran, alcanzo a distinguir el crepitar de sus rígidas cuerdas vocales, emulando el sonido que tiene mi nombre.
Todo termina en cuanto los tibios rayos del sol reemplazan la gélida oscuridad, y ante su resplandor, no hay rastro de la indeseable presencia de ella. Solo resta la agonía y el terror asentadas en la misma esencia de mi ser, sin oportunidad de ser calmadas por ninguna piedad divina. Porque, aunque hace días que mi corazón dejó de latir, este suplicio no se ha detenido. Aquí, en esta misma buhardilla donde le quité la vida, he forjado mi propio infierno.
Thank you for reading!
Un relato cuya hábil narración y vívidas descripciones te trasladan a su ambientación, donde predomina un horror convincente entre lo real y lo sobrenatural. Una lograda representación de un "infierno" en menos de una página.
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