oswaldo-puchoc1540097014 Oswaldo Puchoc

Un cuento que explora el mundo andino y sus costumbres mediante las pruebas que pasan sus protagonistas quienes se ven envueltos en misterio, drama y alegría luego de la llegada de un forastero.


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#cuento #montaña #ángel #niños
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EL FORASTERO

La mañana acoge los primeros brillos solares, la neblina pasa lentamente tocando cada choza, desde la entrada del pueblo hasta la última casa de adobe ubicada en la falda de la montaña más grande. Muchos hombres y mujeres ya están sus chacras arando y sembrando, mientras que los niños, junto a sus abuelitas, ordenan sus chozas y limpian los corrales de las ovejas, preparándose para llevarlas a las montañas y así puedan pastar. El poblado de Queta es un anexo de la provincia de Tapo, ubicado en las afueras de Tarma -La Perla de los Andes-, el acceso al poblado es remoto y el camino en trocha dificulta el paso de autos, por lo que la mayoría entra y sale caminando, acompañado a veces de un burro que es quien lleva la carga y los bultos.


     No son buenos tiempos, según Mario, un poblador que estuvo en la ciudad de Tarma durante el fin de semana, las cosas en el país no andan bien, hay problemas en Ayacucho, las noticias señalan que un grupo armado se ha levantado y ha tomado algunos poblados. Mario ha contado estas cosas a los asistentes al almuerzo organizado por Jancachahua, dirigente de la comunidad. La mayoría de rostros muestran preocupación, pero Vicente, el más joven de la reunión, asegura que el gobierno se encargará y no hay por qué preocuparse, además Ayacucho está lejos de Tarma.

 

     Los niños de Queta son el alma y la alegría de las montañas, conocen el valle y cada curva que los ríos dibujan en el terreno, hablan con la inmensidad cuando están en lo más alto de las montañas y conocen a sus ovejas mejor que nadie. Cuando bajan por las tardes, en medio de la neblina, cantan alegremente armonizando los balidos de sus ovejitas con sus voces quechuas. El pueblo cuenta con un grupo de catorce pequeños, siete niños y siete niñas, el mayor es Alfredo de once años y la menor es Nelly de un añito, todos y cada uno de ellos con algo especial y con una sonrisa que le da vida a sus chozas de adobe. Para ellos es normal no comer en abundancia, es normal obedecer a sus padres porque así tiene que ser y cuidar a sus hermanos más pequeños porque así con ellos fue.  

    

 Los primeros días de enero y en la quincena de mayo hay fiesta en el pueblo, suben muchos de Tapo y bajan muchos más de Pichui, el pueblo de Queta se llena de vendedores, danzantes, borrachos y niños de otros poblados. Hay orquestas y artistas, comida, dulces y golosinas traídas desde Lima que los niños de Queta solo verán pocas veces en sus tierras. Son tres días de fiesta, tres días en los que los habitantes de Queta hacen cosas distintas a las del resto del año, se divierten, cantan, bailan, dejan la chacra y zapatean frente a la iglesia del pueblo, en el patio principal de las festividades. Al caer la noche recién empieza la verdadera fiesta, todos se reúnen en un solo lugar y bailan sin parar al ritmo de las orquestas que los mayordomos han contratado, todo es algarabía en el pueblo de Queta; algunos niños duermen cuidando a sus hermanos más pequeños, mientras otros aún juegan y corretean esquivando las piernas de los adultos que bailan alegremente en el patio central. Al finalizar la fiesta, todo el pueblo ha queda desolado, por la mañana la abuelita Teresa barre el patio frente a la iglesia, recogiendo la basura ha encontrado una moneda, no es mucho, pero se siente con suerte. Mira las montañas y recuerda su niñez, se imagina caminando con su padre por las montañas, escucha su voz de niña y siente la voz de Abel, quien la amaba porque era especial, eso decía él y eso creía ella.

 

      Las vacaciones de colegio es la temporada preferida de los niños de Queta, gran parte del día ayudan a sus padres, pero les queda buen tiempo para jugar y corretear en las faldas de las montañas. La neblina es protagonista de la caída del atardecer, ya cuando todo se vuelve gris es tiempo de regresar a casa y escuchar las historias de Papaco -abuelito del pequeño Oscar- a la luz de la vela. Muchas cosas han pasado por sus ojos, tantas cosas tiene que contar que no alcanzarían todas las velas del pueblo para alumbrar las noches de historias cerca de la cocina rústica de piedra, con el olor a humo y el barro en los zapatos. Papaco cuenta historias de amor, de terror, de suspenso, pero los niños prefieren las historias mágicas, como tesoros escondidos en las montañas o cuevas que llevan a la selva, de alguna forma u otra el misterio que envuelve cada historia termina asustando a los niños, quienes regresan a sus casas tomados de los brazos, muy juntitos, tratando de que al final queden los hermanos y nadie vaya solo a casa, porque la oscuridad por sí sola no da miedo, ellos están acostumbrados a ella, pero pensar que un duende o el pishtaco podrían aparecer, eso no los dejará dormir tranquilos. Pese a todo, escuchar a Papaco a la luz de la vela, cerca al calor de la cocina encendida, siempre será emocionante.

 

     Ya cuando la oscuridad gobierna la noche, el silencio es general, ni siquiera los animales del corral pueden quebrantar el sonido de la oscuridad; todos duermen, pero a veces, en la oscuridad, algunos cometen atrocidades, solo el adobe de las paredes es testigo de lo que ocurre dentro de sus límites, todo lo que esconde cada familia en la oscuridad al final sale a la luz, quizás no a la mañana siguiente, pero tal vez sí algunos meses después o el tiempo que dure en sanar un golpe o una herida física, pero la herida interior nunca es sanada en Queta.   

 

     La mañana es fría y húmeda, la neblina es la causante del rocío de las flores y los pastizales del pueblo, los hombres y mujeres, ya en sus chacras, saborean la mañana y descubren algo distinto a otros días, el brillo solar es especial, el cielo se va despejando y a lo lejos, por la montaña, en el sendero que lleva al pueblo de Maco –pueblo que se hizo de mala fama por las características de su gente-, se divisa a un hombre con aspecto de extranjero, bajando como si supiera de antemano a dónde está llegando, tiene una sonrisa en el rostro y de rato en rato mira el cielo y murmura palabras, es un tipo extraño llegando a un pueblo remoto. Los de la chacra dejan sus quehaceres para saludarlo y los niños que juegan cerca del río, al pie de la montaña, se acercan a él como si lo conocieran de antes.

- Buenos días señor, ¿qué lo trae por estas tierras? -pregunta Pedro, un poblador de la chacra que se anima a iniciar la conversación.

- Buenos días a todos ustedes, vengo de muy lejos, de las montañas… De vez en cuando bajo a los poblados a reposar del camino. Las montañas son inmensas y yo las conozco muy bien, pero a veces es bueno bajar al valle a conocer también a las personas y sus costumbres.

- No hay mucho que conocer en Queta, mucho menos para un viajero en busca de aventuras, pero lo llevaré con el dirigente de la comunidad para que le pueda ayudar, pero antes, ¿cuál es su nombre? -casi todos eran testigos de la conversación entre el forastero y Pedro, escuchaban con emoción cada palabra, ya que era muy extraño tener un visitante en esta temporada del año cuando no hay fiestas ni ningún motivo especial.

- Discúlpenme por no haberme presentado, soy Manuel, un forastero que anda por las montañas y de vez en cuando por los poblados, justo vengo de Maco, un pueblo muy agradable con gente muy buena.

Las risas no se hicieron esperar, los pobladores se miraban unos a otros y algunos comentaban con indignación sobre aquello que había mencionado el visitante, Pedro se animó a responder:

- Debe estar confundiéndose señor Manuel, de Maco no puede salir nada bueno- algunos murmullos entremezclados con afirmaciones se oyeron en toda la chacra.

- Pues estuve con ellos una semana y si bien al principio se comportaron mal, muy pronto descubrieron que había mucha bondad en sus corazones, las cosas cambian cuando uno está dispuesto a que cambien -algunos rostros quedaron atónitos ante la respuesta del forastero.

- Suena muy bonito lo que usted dice señor, pero dudo mucho que un pueblo entero pueda cambiar, más aún si es un pueblo como Maco, con gente egoísta y perversa- nuevamente los murmullos no se hicieron esperar.

- Usted parece conocer muy bien a los pobladores de Maco. Hallaré entonces, en este pueblo -señalando un conjunto de chozas aledañas- ¿bondad y paz?

- No somos un mal pueblo, tenemos familias que están unidas y siempre nos ayudamos entre todos.

- Lo que ve la luz del sol no es lo que determina quiénes son, lo que hacen en secreto es lo que son. Mírense los unos a los otros, mírense a sí mismos, luego podrán hablar de Maco. Disculpen si les molesta lo que digo, pero es necesario conocer la verdad de nuestros corazones, no soy quién para juzgarlos ni a ustedes ni al pueblo de Maco, pero si puedo ayudarlos a ver en su interior y si ustedes desean hacerlo, no habré bajado de las montañas en vano -levemente sonrió mientras veía los rostros pasmados de los pobladores-. Me pueden decir ¿dónde puedo encontrar al dirigente de esta comunidad?

     Pedro dejó sus herramientas de trabajo y acompañó a Manuel, prosiguieron su conversación, pero el tema giró en torno al cuidado de la tierra y el buen uso de los recursos naturales. Pedro estaba muy sorprendido por la sabiduría de Manuel, para sus adentros pensaba que no había contado su historia por completo, creía que era un profesor, uno de esos que van a la universidad y leen mucho. Mientras Manuel hablaba, Pedro lo miraba atentamente, admiraba la cordialidad de su trato, su manera de hablar y las cosas que decía.

     El camino a casa de Jancachahua, el dirigente de la comunidad, nunca había sido tan corto para Pedro, incluso ni siquiera recordaba qué camino había tomado para llegar a la entrada del pueblo, lugar donde estaba ubicada la vivienda del dirigente. Pedro presentó a Manuel en casa de Jancachahua, luego se despidió y volvió a sus quehaceres, el dirigente recibió cordialmente a Manuel, lo trató como un visitante ilustre, a  decir verdad casi nadie visitaba Queta, fuera de los días de fiesta los demás días siempre se veían los mismos rostros.

     Jancachahua preguntó a Manuel cuántos días se quedaría en Queta, era necesario saber dónde podría alojarse y cuándo cocinarían la pachamanca para despedirlo. Manuel se quedó en silencio unos segundos, parecía que pensaba y repensaba algún asunto, de pronto su rostro cambió, era como si recordara algo tenebroso o visualizara algo triste, el dirigente lo miró y le preguntó:

-  ¿Se encuentra usted bien? -puso su mano sobre el hombro derecho de Manuel.

- Sí, no se preocupe. -Poco a poco su rostro recuperaba su frescura característica-. Me quedaré siete días, ¿cree que es mucho?

- Para nada Manuel, es un tiempo corto para un visitante. Por cierto, quería decirle que puede alojarse en la iglesia del pueblo, dentro de ella hay un cuartito que lo podemos acomodar para usted.

- Es un buen lugar para refugiarse y reposar.

- La verdad es que nadie entra allí, solo en las festividades en las que el padre Frank de Palca viene y santifica nuestras imágenes y la fiesta en general.

- Sería bueno que también los santifique a ustedes –una sonrisa se esbozaba en el rostro de Manuel y una mirada de asombro en Jancachahua-. No se preocupe, a partir de hoy alguien habitará el pequeño templo por siete días y lo limpiará del polvo que debe tener.

Los primeros días, Manuel ayudó en la chacra, les hablaba a todos, hombres y mujeres, quienes escuchaban atentamente cada palabra del forastero. Al atardecer, uno de los hombres lo invitaba a su casa a comer, Manuel lo acompañaba y pasaba la tarde con la familia de aquel hombre.

 

     Muchos dudaban de él, creían que escondía algo, “nadie viene a Queta porque quiere reposar del camino”, no creían nada de lo que decía, traería mala suerte al pueblo. Pero no había nada malo en él, tal vez mucha soledad le había hecho daño; sin embargo, parecía que desde siempre habitaba Queta, era como si conociera a todos y cada uno de los pobladores desde hace mucho. Hablaba siempre con cordialidad, cada historia o anécdota que contaba guardaba un mensaje positivo que invitaba a la reflexión de quienes lo escuchaban y disfrutaban de su sabiduría de montaña. Pronto dejó la chacra para ir al río junto a los niños del pueblo, les contaba muchas historias y aventuras fantásticas, todos los niños quedaban asombrados por su manera de contar y narrar los hechos, era como estar junto a él en cada aventura y salir victoriosos de cada prueba y dificultad. No sólo iban al río, caminaban también por las montañas junto a las ovejitas; Manuel les decía que al igual que ellos él era un pastor, que amaba a sus pequeñas ovejas y daba la vida por ellas. Los niños no querían que el día acabara cuando estaban junto a él, regresaban a sus casas recordando la canción que Manuel les había enseñado:


“Ovejita, ovejita, yo te cuido con amor,
 no te vayas no te alejes porque pierdes tu calor.
Si te pierdes yo te busco, tus heridas curaré,
ven conmigo, mi ovejita, que por siempre te querré”.

 

     Era el día sexto, quedaba solo un día para que Manuel deje Queta, algunos seguían creyendo que algo malo pasaría, pero la mayoría de personas estaban contentas con la estancia de Manuel, en poco tiempo había influido en el ánimo del pueblo, muchos querían que fuera a la chacra a conversar con ellos, a veces, dos o tres discutían por saber en qué casa almorzaría y pasaría la tarde, en otras ocasiones, todos los niños se reunían y le decían para que juegue con ellos, y ante todo, Manuel siempre estaba presto a acompañar a quien pedía su compañía, a escuchar a quien quisiera contarle algo, a responderle a quien necesitaba respuesta, a darle alegría a un pueblo que hace mucho no sonreía. Llegada la noche, todos dormían con la tristeza de que a la mañana siguiente el forastero regresaría a su camino solitario, a las montañas, de donde vino y hacia donde iba.


     Jancachahua despertó de una pesadilla, soñó que su gente lloraba y sus niños sufrían, todo era horror en el pueblo, casas destruidas y mujeres gritando. Despertó con la respiración al máximo, pero pronto comenzó a tranquilizarse al darse cuenta que todo había sido un terrible sueño. De pronto, se escuchó un grito, seguido de otro y de otro… y esto no era un sueño. Raudamente el dirigente salió de su vivienda y se dirigió hacia donde su viejo oído le decía que estaba el grito más cercano.

- ¿Qué ha pasado Fortunata? –poco a poco la desesperación volvía al cuerpo del dirigente.

- ¡No están! ¡No están!

- ¿Quiénes no están? –con los gritos se fueron acercando algunos vecinos a ver qué sucedía.

- Los niños, no está mi Alfredito ni mi Samuel –las lágrimas caían a borbotones del rostro de la mujer.

- ¿No habrán salido a algún lado? De repente se han ido a jugar –Jancachahua intentaba darle alguna respuesta lógica a la mujer, pero el saber que no había sido el único grito que había escuchado fue dándole mayor preocupación al asunto, pronto salió y fue a la choza más cercana.

     No estaban. Los adultos buscaban por todos los lugares posibles y no encontraban, gritaban los nombres de sus hijos en voz alta y nadie respondía, todas las casas vivían la angustia de la desaparición, porque en todas habitaba al menos un niño. Paulina era la más preocupada, no estaba su pequeña Nelly de un año, quien dormía en sus brazos. El llanto crecía y nadie podía dar respuesta, Jancachahua se paseaba por todo el pueblo creyendo que encontraría al menos un niño, negando aquello que era evidente… todos los niños de Queta habían desaparecido. De pronto recordó a Manuel y fue corriendo a la iglesia a avisarle, tocó y tocó, gritó y gritó y nadie respondía; mientras su preocupación iba aumentando dio la vuelta e ingresó por la puerta trasera, se dirigió al cuarto en donde días antes ayudó a Manuel a establecerse y se dio con la sorpresa que no había absolutamente nada en él, estaba vacío, tal y como estaba días antes que llegara el forastero. Era el día séptimo, Manuel había dicho que se quedaría hasta ese día, pero no era posible que se fuera sin avisar, mucho menos que se fuera en tales circunstancias, ¿acaso tenía Manuel algo que ver con la desaparición de los niños? El rostro del dirigente por fin se llenó de la más grande preocupación que nunca antes había sentido y él sabía que sólo era el comienzo, que algo mucho peor vendría…

 

     Los rayos solares se iban adueñando de la mañana, caían en los rostros de preocupación de los pobladores y descubrían los lugares que desde horas antes los padres y madres habían rebuscado. Pronto Jancachahua reunió a todos los pobladores en el patio principal del pueblo, hombres con la mirada perdida y mujeres con los rostros llenos de lágrimas se iban juntando en el patio donde se acostumbraba zapatear en temporadas de fiesta, ahora el lugar albergaba a personas con algo en común, desesperación. El dirigente tomó la palabra.

- Como ya hemos visto, no hay ningún niño ni niña en todo el pueblo, se ha buscado en cada rincón, en las chacras y lugares aledaños; sin embargo, creemos que pueden estar en las montañas, así que formaremos grupos de búsqueda para salir lo más pronto posible –Jancachahua sabía que era el momento para dar la noticia de la desaparición de Manuel, pero al mismo tiempo sabía que eso sólo haría que los pobladores se desesperaran más ya que lo asociarían con la desaparición de sus niños-, por otro lado, Manuel, el buen hombre que descendió de las montañas… tampoco está.

     Tal como lo pensó, así fue, el pueblo desesperó mucho más, las mujeres volvieron a llorar creyendo que Manuel se había llevado a los niños, los hombres que lo habían criticado desde siempre hallaban en esta noticia las pruebas a sus hipótesis, el pueblo entero se horrorizó al pensar que el forastero no era más que un secuestrador de niños o peor aún, era uno de esos demonios de las montañas, que en los cuentos de Papaco se llevaba a los niños para sacrificarlos o convertirlos en pequeños duendes. Todo era posible en medio de la incertidumbre; el llanto se fue acrecentando y la desesperación ya gobernaba hasta las montañas más cercanas que estaban en sombras porque el sol también se había escondido entre las nubes, por temor a todo lo que estaba pasando… nada podía estar peor… De pronto el sonido de una escopeta alarmó a todos, venía de la casa de Jancachahua, quien pensó lo peor, muy pronto todos se dirigieron a la entrada del pueblo y vieron horrorizados el cuerpo de Pedro por los suelos y un charco de sangre empezando a aparecer bajo él. De pronto fueron apareciendo hombres armados con los rostros cubiertos, gritando y maldiciendo, algunos de ellos pintaban las paredes de algunas casas con pintura roja, dibujaban una hoz y un martillo, otros iban en grupos a rebuscar cada casa, mientras que el líder del grupo preguntaba por el dirigente del pueblo…

 

     Se cometieron atrocidades, muchos fueron ejecutados, entre ellos Jancachahua, quien jamás quiso servir a un ideal tan ruin y perverso, muchas mujeres perdieron a sus esposos, muchas viviendas fueron destruidas y otras quemadas, todo el pueblo fue arrasado por el terror de aquellos hombres y mujeres, que con los rostros ocultos, decían pensar diferente. Luego de dos días el grupo armado dejó el pueblo, se preguntaban, entre ellos, por qué no había ningún niño; en los pueblos a los que fueron antes los niños eran testigos de sus atrocidades, dejaban en ellos escenas que jamás olvidarían, incluso si era necesario también asesinaban a uno que otro niño, pero esta vez llegaron a un pueblo extraño, un pueblo con un dirigente muy terco, con hombres y mujeres que no temían perder la vida porque decían ya haberlo perdido todo cuando el forastero se llevó a sus hijos; era un pueblo extraño, porque todos ya habían llorado desde antes que ellos llegaran, porque veían juguetes y pelotas pero jamás vieron a un solo niño o niña.

 

     El ejército llegó y encontró todo arrasado, interrogaron a los sobrevivientes y no creyeron la historia de los niños y el forastero, sin más que hacer allí, los soldados partieron en busca del grupo terrorista, dejando a los pobladores ya sin ninguna esperanza. Habían pasado siete días desde que desaparecieron los niños, en Queta reinaba el silencio y en las casas seguían las manchas de sangre, los hombres y mujeres muertos por las balas del terrorismo fueron enterrados en el cementerio a las afueras del pueblo, ya casi no había lágrimas en los ojos de cada poblador, recordaban la última semana como una pesadilla de la cual aún no despertaban, qué más podía pasarle a Queta, por qué a ellos, por qué tuvo que venir ese hombre y llevarse el futuro del pueblo, él era el culpable, por él vino todo lo malo, por él entró la muerte a Queta…

 

     La mañana está a merced de la neblina, quien esconde todo y humedece cada lugar del pueblo, los pobladores regresan a sus labores en la chacra, algunos lloran al recordar todo lo sucedido en los últimos días, otros tienen el rostro endurecido, como si guardaran odio y rencor hacia algo o alguien. Las montañas están tapadas por la neblina, excepto una pequeña parte, un reducido espacio al que le llega el sol, está muy alejado, pero Teresa, quien lava ropa en el río lo observa y sonríe al recordar que su padre siempre le decía que aunque pase lo peor algo bueno luego pasaría. El pequeño espacio iba haciéndose más grande, poco a poco se iba despejando la montaña cuyo sendero llevaba a Maco y de donde había descendido Manuel. Pronto el primer rayo del sol llegó a la chacra, tocó el rostro más duro y lo hizo más duro, tocó a la chacra entera y luego al pueblo entero. De pronto, se escucharon cánticos a lo lejos, pequeñas voces cantando al unísono, el espacio en la montaña alumbrado por el sol ahora albergaba a un grupo de pequeños niños quienes alegremente descendían junto a una que otra ovejita, estaban todos en fila, descendían la montaña cantando:


“Ovejita, ovejita, yo te cuido con amor,
 no te vayas no te alejes porque pierdes tu calor.
Si te pierdes yo te busco, tus heridas curaré,
ven conmigo, mi ovejita, que por siempre te querré”.

     

Hombres y mujeres alzaron la mirada y vieron cómo sus niños venían caminando y cantando alegremente, los rostros más duros se llenaron de lágrimas y los rostros más incrédulos se llenaron de asombro, eran los niños desaparecidos, los que Manuel había secuestrado, pero él no estaba con ellos, los niños venían solos, la pequeña Gladis llevaba en brazos a la más pequeñita, Nelly, y todos seguían cantando llenos de alegría por volver a su pueblo con sus padres y con sus ovejitas. Todo el pueblo corrió al encuentro de los niños y entre lágrimas y llanto preguntaron dónde habían estado, y todos respondieron con una sonrisa en el rostro.


- Estábamos con Manuel…

 

     Nunca más el pueblo de Queta volvió a ser el mismo, algunos niños no entendían muy bien por qué las paredes tenían una hoz y un martillo con pintura roja, tampoco entendían muy bien eso del terrorismo, pero lo que sí sabían era que no debían odiar a nadie, que debían amar a todos, que si bien papá o mamá habían muerto, sus enseñanzas y palabras quedaban en ellos y ellos guardarían cada recuerdo en su corazón, sabían que la vida sería dura, pero que pondrían todo su esfuerzo en salir adelante y que ante todo debían cuidar a sus ovejitas, en especial a las más pequeñas y a aquellas que se perdían del camino, porque todo esto les había enseñado Manuel, quien los llevó a un lugar muy hermoso, que ellos nunca olvidarían, pero al que él les había prometido que regresarían si se portaban bien y eran niños obedientes. Manuel era un forastero que descendía de las montañas, pero antes descendía de los cielos, eso les dijo y por eso los llevó a un lugar llamado Paraíso, les dijo todo lo que sucedería y que debían de estar preparados, muchos pensarían que los niños no entienden estas cosas, pero cuando un ser celestial habla no escuchan los oídos, escucha el corazón y los niños son especialistas en tener siempre el corazón abierto, ya sea en Maco o en Queta, los niños de corazón siempre recordarán a Manuel, el ángel Manuel…

Nov. 2, 2018, 1:20 a.m. 0 Report Embed Follow story
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