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Land de Kyzulibh

Era la región de Kyzulibh una tierra a la que no se podía llegar por azar. No salía al encuentro de viajeros sin rumbo, caminantes perdidos ni almas en pena.

Kyzulibh siempre se hallaba abierta para quien quisiera recorrerla, no era necesario aviso ni permiso, aunque no había camino ni cartel que la señalaran. Llegar a Kyzulibh era un acto de voluntad, había que quererlo. Ello sería suficiente.

A pesar de su accesibilidad eran muy pocos quienes se adentraban en Kyzulibh y muchos, en cambio, los que habitaban Hannbaltzen, región contigua.

Hannbaltzen era una tierra detestada, oscura y aciaga, complicada de abandonar. Sus habitantes, por regla general, ignoraban a la vecina Kyzulibh a pesar de que atravesarla resultase imprescindible para poder salir. Esta tierra anclaba los pies de sus vecinos, los cuales vivían atrapados, presos y sin poder, consumidos por la impotencia, la rabia y el resentimiento.

De Kyzulibh todo el mundo tenía, cuanto menos, una intuición. No formaba parte de las rutas ni era el suyo un nombre conocido, pero su existencia generaba un un eco, un latido, un “déjà vu” posible de percibir en el silencio y la soledad.

Llego Oteht a Kyzulibh. Lo quiso. Lo quiso el día que anclado, exhausto, vacío en Hannbaltzen, vencido, sintió nuevamente aquel conocido y profundo desprecio hacia sí mismo. Llego Oteht el día que se agarró a aquel susurro. En su infinita desesperación se permitió ignorar dónde estaba y se abandonó poniendo la atención en él. “Acompáñame, acompáñame” le dijo.

- ¿Quién eres?

- Acompáñame Oteht. - Respondió el latido de Kyzulibh. Sordo, sereno, denso.

- ¿Quién me habla?

- No importa.

- ¿Qué quieres?

- Ven.

- ¿Ven?

- Si, ven. Baja.

- ¿Bajar, bajar? ¡No! ¡Bajar no, más no!

- Acompáñame. Ven conmigo.

- ¡No, no puedo más! -Dijo Oteht, mientras lágrimas de desolación recorrían su rostro-. ¿No lo ves? ¡No puedo! ¡No puedo más!

Oteht se encogió en el suelo, mientras la angustia, la amargura y el llanto se apoderaban de él. La voz permaneció observante y enmudeció.

Pasado un tiempo, poco tiempo, volvió Oteht a sentir sus pies atrapados en el lodo de Hannbaltzen, a sentir el fracaso, el despreció a sí mismo y el deseo de acabar. Y de nuevo la voz.

- Acompáñame Oteht.

- ¿Otra vez tú?

- ¡Ven!

- ¡Déjame! ¡Vete!

La voz calló. Oteht, en su desesperación, se permitía oír aquella llamada, pero no podía acompañarla, el miedo era aún mayor que su dolor. Así fue una y otra vez hasta que pudo dominar su recelo.

- ¡Oteht!

- ¿Ya estás aquí?

- Si, otra vez.

- ¿Y qué quieres?

- Ya lo sabes.

- Que te acompañe.

- Si, ven conmigo.

- ¿Es que no me ves? ¡No puedo!

El susurro dejó de hablar, pero Oteht seguía a su escucha, consciente, esta vez, de que mientras lo hacia su dolor mermaba. Y la voz volvió.

- ¿No puedes?

- ¡No!

- Bien. Desnudémonos entonces.

- ¿…?

- Desnudémonos Oteht.

- ¿Desnudarnos?

- Desnudémonos, si.

- ¡Mírame! ¿Acaso crees que tengo algo, que me queda algo?

La voz se tomo un tiempo y prosiguió:

- Permíteme Oteht.

- ¿Permitirte?

- Si, Permíteme.

- No te entiendo.

- Si, desnudarnos.

- ¿…?

- Si, dejar de desear.

- ¿Dejar de desear?

- Si, permitámonos dejar desear ser quienes queremos ser.

- ¡Yo ya no quiero, no puedo ser nada ni nadie! ¡No hay a donde mirar!

- Si.

- ¿Si qué?

- Permíteme Oteht.

- ¡Haz lo que quieras. No puedo más, no puedo, no puedo más! -Respondía, poseído por la congoja y el llanto.

De nuevo la voz se tomo un tiempo, observó y prosiguió:

- Desnudémonos. Y aquí, atrapados, derrotados, abandonados, desolados miremos, escuchemos, olamos la amargura en el silencio, la soledad y la oscuridad. Respiremos y desnudémonos.

- ¡No puedo! ¡No puedo!

- Si puedes. Respira, escucha, mira, huele. Puedes.

Finalmente Oteht se permitió, y ante él comenzaron a desfilar imágenes, voces, ruidos, sensaciones, recuerdos.

Un día después, una noche después, otra vez allí, preso en Hannbaltzen y deseoso de ir a Kyzulibh. Anclado, exhausto, vacío, derrotado buscaba en aquella voz, de la que nada sabía, aquella que le daba miedo y que sentía más poderosa que él. La que le proponía.

- Acompáñame.

- ¿A dónde?

- A donde no necesitamos ser, a ninguna parte, aquí mismo está bien. Desnudémonos y aquí, atrapados, vencidos, abandonados, desolados, miremos, escuchemos, olamos, toquemos lo que nos muestren el silencio, la soledad y la oscuridad. Observemos con humildad. Permitámosles, dejémosles ser.

- ¿A quién?

- A quién se nos haga presente.

- Me dais miedo. Tengo miedo.

- ¿A qué?

- ¡A volverme loco!

- Observa Oteht, observa.

Imágenes, voces, ruidos, recuerdos, formas, vivencias, deseos, dolores, objetos, sueños, encuentros,… Algunos iban, otros venían, se repetían, permanecían, se escondían, transmutaban. Oteht no comprendía, pero la voz repetía “permite”, “observa”. Y Oteht no comprendía, pero se permitió. La angustia dio paso a la tristeza. La angustia dio paso a la rabia. La angustia dio paso al miedo. Un miedo sin nombre, omnipresente, que le abordaba y ante el cual tan solo podía permanecer, permanecer inmóvil.

- Observa. Mira.

- Ya.

- Mira. ¿Qué ves?

- No hay nada, no hay nadie.

- Nada ni nadie.

- ¡No soy nada! ¡No soy nadie!

- Respira Oteht.

- Nada ni nadie. Estoy solo. No soy nada.

- Aquí no necesitamos ser.

- ¡Me agobio, me estoy agobiando! No sé que hacer.

- Aquí no necesitamos hacer. Respira, observa.

- ¡No puedo mirar esto!

Un día más, una noche más y otra vez allí, otra vez en Hannbaltzen. Anclado, exhausto, vacío, derrotado, perdido, despreciando, negándose a sí mismo. Una vez más, también, buscando la voz que le acompañara a través de las imágenes, voces, ruidos, recuerdos, formas, vivencias, deseos, dolores, objetos, sueños, encuentros,…

Un día más, una noche más y otra vez allí, otra vez en Hannbaltzen. Un día más, una noche más, otra vez deseoso de ir a Kyzulibh.

- Ven, vamos. (le dijo Oteth)

- ¿A dónde?

- Bien lo sabes. A ninguna parte.

- Es fácil decirlo!

- Si, es fácil. ¿Qué, quién nos acompaña?

- Hoy el agujero. Ese agujero que me atrapa.

- ¿De nuevo?

- Si una y otra vez vuelve aparecer.

- ¿Qué te dice?

- Nada, no dice nada. Me arrastra. Me da miedo.

- Mirémoslo entonces, escuchemos.

- Me arrastra, me quiere devorar.

- Hablemos con él. ¿A dónde te quiere llevar?

- No lo sé ¡Tengo miedo, me arrastra!

- Permítete caer. ¿Ves el fondo?

- No. Caigo, caigo, solo me veo caer. Siento miedo.

Un día más, una noche más y otra vez allí.

- ¿Dónde estas? ¿Sigues cayendo?

- No, el agujero ya no me arrastra. Ya se dónde está su fondo.

- ¿Dónde?

- En un lago.

- ¿Un lago?

- Si. Un lago del que parte un río. Un río de agua tranquila en cuyas orillas veo gente asilada.

- ¿Gente?

- Si, gente vestida de blanco, ensimismada en su dolor. Algunos abrazados a otros. En ese lugar el tiempo no existe.

- ¿Puedes percibirlos?

- Se sienten solos, muy solos. Infinitamente solos.

- ¿Saben dónde están?

- No lo saben. No pueden observar ese lugar, no lo ven, están atrapados en él.

- ¿Quieren salir?

- Están inmóviles, como estatuas. Tan solo están y padecen. Sufren, sufren mucho. Veo mucho dolor, mucho dolor.

- ¿Y tú, estás ahí?

- …

Un día más, una noche más.

- ¿Y tú, estabas allí?

- No entonces, no.

- ¿Y otras veces si?

- Si. Y cuando estoy allí no sé dónde estoy, no veo nada, no veo a nadie. Nada hay más allá de mi pena.

- ¿Por qué?

- Porque el dolor me posee y no me quiere dejar marchar.

- …

- Bueno no se si es el dolor. No lo sé bien. Es como si hubiera algo, alguien que lo retiene. Que está tras de él.

-...

Un largo silencio

- Cuando hablo contigo, cuando miro, escucho, huelo, … el lugar cambia.

Un día más, una noche más.

- ¿Has descubierto quien se oculta?

- Si. Creo que un niño.

- ¿Un niño?

- Un niño que espera, que sigue esperando a alguien.

- ¿A quién?

- Espera a alguien que no vendrá.

- ¿Espera alguien que no vendrá?

- Si, el tiempo se ha detenido y espera. Pero nadie acude y sufre por ello, sufre mucho. Me duele verle.

- …

- Se siente abandonado. Siente que no le ven. Que lo dejaron allí.

- ¿Quién?

- …

Un día más, una noche más.

- He vuelto a ver el niño.

- ¿Cómo es?

- Bueno, no le veo, le siento. Le siento aquí (señalando con la mano la boca de su estómago)

- …

- ¡Y ya sé quién es!

- Le has reconocido.

- Si.

- …

-¿Sabes? ¡Era yo!

- ¿Eres tú el niño, ese niño que retiene el dolor?

- Si, ese niño que sujeta el dolor y lo sufre a la vez. Soy yo, bueno, era yo, pero sigue en mi.

- ¿Y por que lo hace?

- Porque sigue esperando. Y el dolor es su llamada.

- ¿Pero dijiste que ya nadie vendría?

- Así es, pero estaba equivocado. No pueden llegar, regresar quienes lo perdieron, porque aquel tiempo ya sucedió para ellos.

- …

- Ya no están con él, además si se quedó allí es porque ellos estaban igualmente perdidos. Además, en ese lugar nadie ve a nadie.

- ¿Entonces, a quién espera?

- ...

- ¿Quién puede acudir?

- Lo he comprendido. ¡Ahora lo sé!

- …

- Espera a aquel que siempre ha estado y ha compartido su dolor. A mí

- …

- Me espera a mí. Me llama a través de su sufrimiento para liberarse, liberarnos.

- …

- Me llama esperando que haya crecido lo suficiente para verle, escucharle, olerle, tocarle, recogerle y comprenderle.

- ¿Y como te sientes a ver todo esto?

- Inquieto, agitado, emocionado. Sorprendido por lo que he llegado a ver.

Un día más, una noche más y otra vez allí, otra vez en Hannbaltzen. Un día más, una noche más, otra vez deseoso de ir a Kyzulibh.

- Tengo miedo.

- Miedo.

- Si, miedo. Y esta vez lo he reconocido.

- ¿Ah, lo has reconocido?

- Si.

- ¿...?

- Es el miedo a la soledad.

- La soledad ¿Y qué te dice, quién es?

- Habla de desconexión y de pérdida. Es un espacio de aislamiento e incertidumbre.

- …

- Un lugar donde no se quién soy, no puedo reconocerme ni nombrarme, no veo límites, me pierdo en la inmensidad y me siento desaparecer.

- …

- Un lugar que ademas no se puede abandonar definitivamente.

- ¿Y hay algo que puedas hacer?

- No lo sé, solo sé que de un modo u otro siempre regresas a él. (A decirlo lagrimas silenciosas, sin llanto, serenas caían por sus mejillas)

- ¿Y que sientes al decirlo? ¿Por qué lloras?

- Ahora mismo, emoción y gratitud. Por eso lloro.

- ¿A pesar del miedo, de la soledad... gratitud? ¿Gratitud, hacia quién?

- No lo sé, pero al reconocer esto me siento parte de algo. Ello me conecta.

- ¿Con qué?

- No lo sé. Miro y… espera. (la emoción se desbordó y por un momento dejó de hablar. No podía.)

La voz esperó.

- ¡Me siento parte, me siento visto! Por alguien que está a lo lejos. Alguien que siempre mira.

- ¿Quién?

- No sé.

- ¿Pregunta?

Silencio.

- ¡Sabes, soy yo! (Oteht volvió a callar)

- …

- Me veo a mismo, pero desde otro sitio.

- ¿Desde dónde?

- Desde donde estoy. Y lo más extraño, también desde otro tiempo. Y esto es lo que me hace sentirme conectado. ¡Me siento parte!

- ¿Y el miedo?

- El miedo es a perderte.

- ¿A perderme?

- Si. A perderte!

- A perderme.

-...

- Me alegra oírte decir eso. Me alegra profundamente. (La voz se emocionó también)

Un día más, una noche más y otra vez allí.

- ¿Vamos? (dijo Oteht)

- Vamos.

- Espera. ¿Cuánto tiempo llevamos?

- ¿Semanas, meses, años?

- Tengo miedo. Siento miedo.

- Miedo.

- Miedo a irme.

- ¿A dónde?

- Miedo a abandonar Hannbaltzen.

- ¿Hannbaltzen?

- Si, tengo miedo. Observo que a medida que pasa el tiempo estoy menos allí y menos aquí y… (Se emocionó).

- Si, ya lo había observado.

- Tengo miedo de que un día te busque y que no estés

- ¿La soledad?

- Miedo a que aquel “Acompáñame” tan solo sea un recuerdo. Tengo miedo de no poder encontrar, regresar a Kyzulibh.

- Ya sabes que para estar en Kyzulibh tan solo hay que desearlo.

- Ya, pero estoy descubriendo algo más.

- ¿Más descubrimientos?

- Si, llevamos tanto tiempo bajando, desnudándonos, viendo, escuchando, dejando suceder, que…

- …

- Esas imágenes, esos sonidos, esas sombras y tú habéis sido mi compañía.

- Ya.

- ¿Sabes? Me he dado cuenta de que siempre podré volver a Kyzulibh. ¿Pero a Hannbaltzen?

- Pero era eso lo que buscabas ¿no?

- Si.

- ¿Y?

- Pues, que ha sido Hannbaltzen quien me ha enseñado el modo, la manera...

- ¿El modo, la manera?

- Si, ese lugar me ha permitido comprender, retomar.

- Me alegro al oírte decir eso, aunque he de confesarte algo, algo que creo que ya vas intuyendo: ambos son el mismo lugar.

- Si, ya lo intuía.

- Kyzulibh y Hannbaltzen son lo mismo, somos lo mismo. Hannbaltzen nos aborda y Kyzulibh espera nuestra mirada.

El susurro calló y Oteht percibió el silencio, en silencio.

Un día más, una noche más. Aquellas conversaciones...

Soltando el barro de sus pies la oscuridad perdía su densidad y se mostraba.

Descubierto el fondo la tierra se abrió al aire y el aire mostró la niebla.

Lo conocido antes ahora era nuevo. Otra tierra, otro lugar.

- "Respira, mira, escucha, huele,… Habla con ella, pregúntale con humildad, permítele". Probablemente eso me diría. "¡Desnúdate!".

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Oct. 14, 2018, 11:25 a.m. 0 Report Embed Follow story
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The End

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